19 | La parte que se preservará
No me lo pienso ni un segundo. Me aferro al bate, recojo el cuchillo que Yoon Gi ha dejado caer y que centellea frente a mí y me arrastro fuera de la protección del vehículo.
—Jimin, no seas inconsciente. No vayas.
Las palabras de Nam Joon resuenan con aprehensión mientras me apoyo sobre los codos para disnernir, entre lágrimas, si hay algún espacio por delante que no esté dominado por las sombras.
—Yoon Gi ha caído —prosigue—. Es espantoso pero no podemos hacer nada.
No, me niego a aceptarlo. Me niego.
Necesito creer que está luchando contra los muertos o que es tan fuerte que la oscuridad no ha podido poseerle. Necesito pensar que va a resistir de algún modo imposible porque está seguro de que cumpliré. Me pidió que los enfrentara. Dijo que podía hacerlo. Que confiaba en mí. Y, por supuesto, no voy a decepcionarle.
—¡Cuidado! —Nam Joon da un grito cuando uno de esos zombies, si es que se les puede llamar así, se me tira sobre la espalda—. ¡Ay, madre mía! ¡Jimin!
Hago lo indecible para evitar que me muerda. Me retuerzo a fin de zafarme de su presión, con más determinación que nunca. No consigo librarme. Termino boca arriba, con ese ser pegado a la cara lanzando frenéticas dentelladas al aire. Le pongo el bate en el cuello. Empujo hacia atrás.
—Mierda... —El lamento de mi compañero resuena de fondo—. Vamos a morir todos... Esto ha sido muy mala idea... No debimos salir...
No alcanzo a escuchar más. En un instante, he sacado fuerzas de donde no las tengo y me he deshecho del cadáver con un empellón. Me siento. Retrocedo hacia atrás. El zombie se incorpora. Se me va a volver a tirar encima, lo sé, y lo peor es que ahora le acompañan cinco más. Mi espalda choca con la chapa del auto donde perdí de vista a Yoon Gi. He entrado en la zona oscura, el lugar en el que esos entes, que parecen ser los ángeles del Apocalipsis pero que a mis ojos parece más demonios que otra cosa, doblegan la mente de los vivos y levantan a los muertos.
Un tenso silencio sustituye al caos. Todo desaparece. No hay atacantes ni coches ni luces que parpadean en el techo. No hay gruñidos ni golpes. Nam Joon se ha esfumado. Solo estoy yo en medio de un inmenso vacío. Y él; ese otro yo que en realidad no soy yo.
—Ya iba siendo hora de que vinieras. —Se arrodilla hasta quedar a mi altura. Sus facciones dibujan un gesto de condescendencia—. Te esperaba.
Un vaho helado me cala en los huesos.
—¿Por qué? —Apenas me sale la voz—. ¿Por qué a mí?
—Porque sufres y has llorado mucho. —Sonríe—. Porque nadie te quiere. Eres diferente a ellos. Diferente a todos.
Yo... Soy... ¿Diferente?
—Eres el individuo más preciado que existe en esta maltrecha humanidad —prosigue—. Y yo estoy aquí para brindarte la oportunidad de que ocupes la posición que te corresponde y te vengues por el dolor acumulado. ¿No es eso lo que cualquiera desearía?
"Siempre quise hacer esto".
Es curioso que le encuentre cierta lógica a sus palabras. Cielos, ¿pero qué me pasa? ¿Por qué no me parece un disparate? Lo comprendo y...
No. Alto. STOP. Es como una obsesión. Una idea absurda que me creo pero que no es verdad. STOP.
—Puede —respondo—. O puede que no.
—¿A qué vienen tantas dudas, mi querido yo? —insiste—. Tu padre te golpeaba con una vara cada vez que te entraba una crisis de TOC y tu madre se quedaba quieta y le dejaba hacer, sin defenderte. Después te echaron de casa, ¿recuerdas? ¿Recuerdas cuando, en la universidad, un supuesto amigo se burló de ti y te vació el agua del retrete en la cabeza para comprobar si era cierto que tenías un trastorno?
Una punzada de dolor se me instaura en el pecho. Sí, lo recuerdo.
—Su Ji, tu amiga del alma, no te quiere tanto como dice pues te ocultó lo de su ex novio —sisea—. Eso significa que, después de todo, no confía en ti.
No, eso no es cierto.
—Y Jung Kook te detesta, ¿verdad? Te odia.
STOP. Mentira. STOP. ¡Es mentira!
—Tu también lo percibes —continúa—. Lo notas. Siempre lo has hecho. Los gestos de rechazo que genera tu presencia. Las risas. Las mofas. La incomprensión.
Se inclina sobre mí. No soy capaz de moverme.
—No te frenes. —Me extiende los brazos—. Asume el estandarte del cambio.
Quizás en otro momento hubiera aceptado. Su forma resulta muy envolvente. Mas, sin embargo, ahora hay algo que me frena demasiado como para hacerlo. Algo que no puedo olvidar y que me enviste en la suficiente resolución como para aprovechar su proximidad y atreverme a hundirle el cuchillo en el estómago.
—No voy a aceptar —decido.
Mi imitación abre mucho los ojos antes de retorcerse cual serpiente herida.
—Pero sí te voy a responder qué es lo que más deseo. —Le vuelvo a apuñalar—. ¡Deseo que te pudras! —Repito la operación—. ¡Devuélveme a Yoon Gi!
Gime. Es un aullido lastimero muy agudo que me colapsa los tímpanos y me obliga a soltar el arma. Me agarro la cabeza. No soporto la presión. ¿Qué me está haciendo? ¿Qué?
—Sigues sin entenderlo —escucho, en eco—. La parte que se preservará de esta humanidad no lo hará sin sacrificio.
—¡Me da igual! ¡Fuera!
El ruido de un motor me saca del estado de trance. Regreso a la realidad del estacionamiento. No me he movido del sitio pero los cadáveres que me rodeaban han empezado a desplomarse uno a uno, como si fueran marionetas a las que les han cortado los hilos. La sombra se ha alejado.
—Jo... Der... —Nam Joon, de pie con el martillo en la mano, me observa como si yo fuera una aparición—. ¿Cómo lo has hecho para que caigan? —La admiración se asoma por sus ojos marrones—. Estabas rodeado, tío, pero has murmurado algo y han parado.
No respondo. No pretendo ignorarle pero aún no proceso que me he enfrentado a una sombra. Además, ver el camino despejado hace que la ansiedad se apodere de mí.
—¡Tengo que encontrar a Yoon Gi! —Me tiro al suelo y muevo los cuerpos, a la desesperada—. ¡Hay que ayudarle!
No me importa la suciedad. No me importa la sangre ni las vísceras esparcidas. No me importa nada.
—¡Yoon Gi!
Cielos; no lo veo. No está debajo del auto rojo. ¡No está!
—¡Yoon Gi, háblame! ¡Por favor, háblame!
Mis manos tocan un cabello castaño demasiado similar al suyo, hecho una maraña. Entro en pánico. El rostro está irreconocible. Le han arrancado la piel a tiras para devorarlo.
—No... —sollozo—. No puede ser...
—Claro que no puede ser.
Doy un respingo. Su silueta, tan conocida y anhelada, sale de detrás del pilar de la derecha, cubierta de sangre de pies a cabeza, y se apoya contra él, jadeando por el esfuerzo.
—No soy presa fácil, ¿sabes?
Ay. Es él. Es él y parece estar bien.
—Yoon Gi, ¿no estarás pensando en...?
—No me interesa ser el elegido de la salvación, si es eso lo que ibas a preguntar —se anticipa—. Así que, sí, entiendo que sigo siendo yo.
¡Sí que está bien!
El corazón me da un vuelco y la adrenalina de la situación hace su trabajo porque me levanto de un salto y corro a abrazarle. Es la primera vez que hago algo así. La primera desde que tengo uso de memoria o, mejor dicho, desde que soy consciente de que el contacto me afecta. Sin embargo, ahora no noto malestar. Al contrario: nunca pensé que me sentiría tan dichoso de hacerlo.
—Gracias, peque. —Sus brazos me rodean y me aprietan contra él—. Sabía que lo lograrías. Estaba seguro.
Me aparto, lo justo para mirarle a los ojos. Lucen cansados pero siguen tan serenos como siempre.
—Has llorado —observa—. Te dije que no lo hicieras.
—Es que pensaba que estabas muerto.
—¿Y dejarte después de escucharte decir que me quieres? —Mueve la cabeza a ambos lados, en negativa—. ¡Ni hablar! No soy tan tonto como para desaprovechar esta oportunidad.
—Pero yo... —Uf; creo que no he debido decírselo. ¿Ahora cómo lo arreglo? Le voy a lastimar mucho con mis neuras—. Yoon Gi... A ver... Ya sabes que tengo un problema mental.
—Nunca me ha importado lo más mínimo tu TOC, Jiminnie —responde, y añade—: El que me importa eres tu.
Aquellas palabras me calan profundo. Me quedo en blanco. No sé qué responder porque, entre otras cosas, ni siquiera yo me he valorado nunca al margen de la enfermedad.
—¡Ya basta de parloteo!
La furgoneta blanca, con Tae Hyung al volante, aparece como un tren de alta velocidad y se lleva por delante a los muertos que ya han comenzado a levantarse otra vez.
—¡Quien no se suba ahora mismo lo dejo atrás! —Se detiene frente a nosotros—. ¡Yo me voy a la de ya! ¡He abierto la puerta!
Subimos en la parte trasera. Nam Joon asume el lugar del copiloto. Tae Hyung pisa el acelerador. Salimos despedidos, como si estuviéramos en una competición, por la cuesta que da a la calle. Me agarro al asiento.
—Voy a implorar en todos los idiomas. —El ex novio de Su Ji cierra los ojos y los aprieta—. Si dentro ha sido un infierno no quiero ni imaginar cómo estará la ciudad.
Eso es, precisamente, lo extraño del asunto.
Seúl está desierta.
Ya no hay fuegos activos por ningún lado. Tampoco se escuchan los gritos de las víctimas al huir ni los gemidos lastimeros de los moribundos. No hay plegarias, no hay sirenas ni pájaros que surquen el cielo. Tampoco se percibe rastro alguno de las personas poseídas por las alabanzas a la salvación. Nos encontramos en el centro de una urbe completamente abandonada llena de objetos, desperdicios y vehículos sin propietario. Una ciudad arrasada, caótica, en donde solo se aspira el soledad. Una terrible soledad.
—¿Qué pasa aquí? —Tae Hyung es el primero en alarmarse—. Desde que todo esto empezó, he salido del refugio a diario. Nunca había visto la ciudad así.
—Quizás estén... —Nam Joon se retuerce las manos—. Escondidos... O algo así... En las casas...
—Colega, los muertos no se esconden.
Avanzamos a vuelta de rueda a través de la larga avenida. Algunos coches se han chocado contra otros o contra las paredes de los edificios. Otros invaden la acera y no faltan los que han volcado. No podemos ir más rápido porque Tae Hyung debe maniobrar para sortearlos y, además, los miles de artilugios tirados en la calzada no ayudan. A través de la ventanilla detecto papeles, maletas, bolsas, comida pisoteada, extintores de incendio, cubos de basura, ropa y cristales de los escaparates de las tiendas, que están todas destrozadas.
Pero, quizás, lo más inquietante es observar los regueros de sangre. Están por todas partes pero no hay ni un solo cadáver. Eso y el cielo. Un cielo muy oscuro, encapotado de un polvo gris que lo cubre todo hasta donde alcanza la vista.
Jimin se ha enfrentado a la sombra y el resultado ha sido sorprendente, aunque poco duradero.
¿Por qué le buscan? ¿Qué quieren de él?
Y, ¿de qué sacrificio hablan?
No te pierdas la próxima actualización.
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