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7 | Las trompetas del Apocalipsis

Acabo de aprender que el Apocalipsis es el último pasaje del Evangelio de San Juan y, en general, el último de la Biblia y que en él se predice el Juicio Final. Habla de la existencia de siete ángeles de Dios que tocan siete trompetas. Cada trompeta anuncia una maldición que caerá sobre el mundo. Según explica Tae Hyung, la sexta es la que avisa de la destrucción de la humanidad.

—En ese momento un tercio de la población morirá por sus pecados aunque, en el proceso, se dice que Dios dará un margen de prueba al resto para la redención.

Me tenso como un acordeón. Estoy feliz por haber conseguido convencerle de que venga con nosotros pero al mismo tiempo me siento un poco incómodo. En primera porque se ha sentado atrás, a mi lado, y, mientras nos cuenta lo que su padre, un pastor evangelista, acostumbra a adrotinar a sus feligreses, no deja de mirarme y sus ojos son demasiado profundos. Y en segunda porque, después de habernos tenido que desviar por rutas y dar vueltas para esquivar las estampidas de gente, el tráfico caótico de las avenidas y los no pocos edificios en llamas, ahora que está oscureciendo y que, por fin, circulamos por una zona en calma, estoy tomando verdadera conciencia de lo sucio que estoy. Ahora es cuando estoy procesando que un tipo me ha mordido y que otro me ha clavado una especie de sierra en la mano.

Seguramente me hayan contagiado algo. Puede que algo grave. ¿Tétanos? ¿Rabia? Existen vacunas para eso. Debería buscar un hospital pero no sé si en estas cirscuntancias alguno funcione y, además, es tierra de gérmenes. Como lo es mi ropa, ya que me caído al suelo varias veces. Puede que muera. No, no "puede". Seguro. Con certeza. Ay; Dios. ¡Dios!

—Si fuera como dices, tendríamos que haber notado las cinco trompetas anteriores. —Su Ji nos observa a través del espejo retrovisor—. No podríamos dar un salto y pasar del "todo está bien" a la sexta advertencia sin más, ¿o sí?

—La verdad, no tengo ni idea. —Tae Hyung se estira en el asiento—. Para mí el Apocalipsis es una fábula escrita por un hombre que buscaba infundir la fe a través del miedo y, por lo tanto, nunca me molesté en profundizar sobre ella —aclara—. Me ha venido a la mente solo porque Tae Moo parecía obsesionado con eso de impartir la salvación divina mediante la muerte, como un delirio bíblico o algo así.

No. No solo Tae Moo. El caníbal, el conductor del autobús y los que salieron en las noticias también. Todos han mostrado la misma actitud y dicho lo mismo. Para colmo, he visto las sombras. He escuchado cómo me llaman. Me han preguntado por mis deseos y la sensación ha sido aterradora. Tanto que prefería morir de una enfermedad antes que volver a experimentarla.

Morir. Enfermedad. Bacterias. Gérmenes. Debo tener miles y miles de microorganismos patógenos en las heridas, en la ropa y en la piel. En el coche los hay. Tae Hyung y Su Ji también los tienen.

—Eh, peque. —Precisamente es el primero el que se da cuenta de que me estoy poniendo blanco—. ¿Le estás dando vueltas a lo de las trompetas?

Niego con la cabeza. Es lo único que puedo hacer. Ya me he atascado otra vez.

—¿Seguro? —Mi cara no le convence—. A ver, déjame que te revise las heridas, no vaya a ser que alguna se te haya a...

Me roza pero me aparto.

—No.

Distancia. Necesito distancia. Me pego a la puerta lo más que puedo.

—¿Cómo que no? —Parpadea—. ¿Y si resulta que estás perdiendo sangre?

—Me da igual.

—¿Te da igual?

—Sí.

Y, efectivamente, así es. Cuando entro en pánico no razono y prefiero cualquier cosa antes que someterme a la contaminación. Sin embargo, ya comprobé con el asunto de la bufanda que mi acompañante es muy insistente así que no me sorprende que me ignore y me coja del brazo a las bravas.

—¡Que no! —exclamo; ay, tengo tanta ansiedad que se me saltan hasta las lágrimas—. ¡No me toques! ¡Déjame! ¡Bacte...! —balbuceo—. ¡Bacterias! ¡Me estás contagiando tus bacterias!

Me suelta, con los ojos abiertos como platos. Su Ji detiene el auto en la esquina del parque vacío que hay antes de entrar en el barrio de viviendas que el Ayuntamiento está ofreciendo con hipotecas imposibles. Ya la he liado y, como siempre, tiene que intervenir.

—Jung Kook tiene TOC —aclara.

La explicación me escuece. Hubiera preferido que no se enterara pero, como soy un histérico, lo estropeo todo.

—No sé si estás al tanto de lo que...

—Sí —la corta—. Sé lo que es el TOC.

Abre la puerta del coche. Se baja. Empiezo a arrepentirme de ser tan tonto.

Se va. Ahora que sabe que estoy loco, no le parece buena idea seguir conmigo, claro. Me asomo por la ventanilla de atrás y le observo alejarse, a paso ligero, hasta que desparece por la esquina. Huye de mí. Hemos sobrevivido juntos a la debacle del centro comercial pero ahora huye. Huye igual que Jimin. Igual que todos.

Las lágrimas se me escapan. Mi cabeza salta de Tae Hyung a los gérmenes, de los gérmenes al caos de la ciudad, de nuevo a Tae Hyung y de ahí a Jimin. Todo es una mierda. El mundo está enloqueciendo, Seúl se ha convertido en un infierno y yo soy lo peor.

—Kookie, no dejes que te afecte. —Su Ji trata de infundirme ánimos—. Pasa de él. A fin de cuentas, casi ni lo conocías.

Eso no me sirve. Puede que hayamos estado muy poco juntos pero lo que hemos vivido ha sido tan fuerte, tan intenso, que creí que habíamos formado algo parecido a un vínculo. Es evidente que me equivoqué. Solo yo lo hice.

Mi amiga baja las ventanillas y me tiende una botella de agua pero no la cojo. Tiene bacterias. Si la toco, enfermaré.

—¿Se puede saber qué hacen aquí?

Dos patrullas de la policía cruzan por el parque y se detienen a nuestra izquierda.

—Esto es zona roja. —El conductor de la que está más cerca baja el cristal y nos revisa de arriba a abajo—. ¿No han oído las recomendaciones? ¡Den la vuelta, váyanse a casa y no salgan!

—¿Recomendaciones? —Su Ji arquea las cejas, sin entender—. ¿Zona roja?

—Significa que está prohibido circular, señorita —aclara el copiloto—. No se puede entrar en los distritos del centro debido a los focos de disturbios activos.

El alma se me cae a los pies. La cafetería en la quedé con Jimin está el centro. Jimin trabaja en el centro.

—¿Qué clase de disturbios? —intervengo—. ¿Sabe si hay heridos?

—Idos a casa.

—¿Conocen la empresa de publicidad MoonNight? —El logotipo de la oficina de Jimin se me viene a la cabeza—. ¿Han pasado por ahí? ¿Saben si los trabajadores están bien?

—Os he dicho que os vayáis.

—Pero no podemos —objeta Su Ji—. Estamos aquí para recoger a alguien.

—Señorita, por favor. —La segunda patrulla se mueve y se nos coloca al otro lado—. Le estamos explicando que no se puede circular.

—¡Y yo le estoy diciendo que casi morimos por llegar hasta aquí! —exclama—. ¡Cómo pretende que cruce otra vez la ciudad en sentido contrario!

—Si no pueden regresar, busquen un techo donde refugiarse hasta que la situación se controle.

—Y, por supuesto, usted me lo va a pagar, ¿verdad?

Ay, Su. Otra vez soltando lo primero que se le viene en gana.

—Entonces, no tiene intención de seguir las órdenes —concluye el que inició la conversación.

—Depende de la lógica que tenga esa orden.

Nos observan, recelosos. Desconfían de nosotros. Seguro que se han topado ya con varios tipos desquiciados porque van armados hasta los dientes y no se esfuerzan por ocultarlo. Uno de ellos tiene el brazo vendado. Otro el uniforme manchado de sangre. Un tercero una herida tapada que le cubre media cara. Es normal que nos miren mal y más con esas respuestas.

—¡Perdón por el retraso!

Doy un respingo. Me falta tiempo para abrir la puerta del coche.

—Lamento mucho las molestias que la espera haya podido ocasionar a sus protocolos de seguridad. —Tae Hyung se inclina ante los oficiales en una reverencia—. Me estaban esperando a mí. He visto una ambulancia parada y me he acercado a obtener recursos para durar más tiempo en el Apocalipsis, ya sabe.

Los hombres se miran unos a otros. El comentario los ha dejado casi tan bloqueados como el botiquín y los botes de desinfectante que les muestra.

—Bueno. —El que parece estar al mando pone los ojos en blanco—. De acuerdo, chico. Solo no os quedéis por aquí. Como le estábamos diciendo a su amiga, tienen que buscar un refugio urgentemente.

—A la orden, jefazo —le sonríe—. Usted manda.

Se marchan. Lo hacen a vuelta de rueda. Dos de ellos no nos quita los ojos de encima hasta que el vehículo se hace pequeñito y va perdiéndose en la lejanía. Normal. Con todo lo que está pasando, están histéricos.

—Uf, qué estrés se carga la gente. —Tae Hyung intenta relajar la tensión que se ha quedado en el aire y me busca—. Perdóname, peque.

¿Eh?

—No... —Ay; ha vuelto. No puedo creerlo. ¡Ha vuelto! —No tengo... —Y encima trae un kit sanitario. Es alucinante—. No tengo nada que perdonarte.

Se arrodilla. Le observo, atónito, echarse una gran cantidad de desinfectante en las manos y frotárselas como si fuera a entrar a un quirófano, sin olvidar muñecas y dedos. Lo hace exactamente como yo lo haría.

—¿Me permites ahora?

Extiendo la mano, medio temblando. Aún me preocupan los gérmenes pero es más importante que haya regresado y no quiero meter la pata otra vez. Además, se ha limpiado. Respiro profundo y me concentro en el olor a desinfección que ha dejado el gel. STOP. Está todo bien. STOP. Todo bien.

Me desata el vendaje. La herida se ha abierto, sangra a borbotones y me escuece un montón cuando vierte el antiséptico. Empieza a desinfectarla.

—Tienes un TOC de contaminación, ¿verdad? —La pregunta me llega en un murmullo—. ¿Te agobia el contacto físico y coger cosas?

Asiento.

—Y también... —Me esfuerzo por darle detalles mientras me coloca unos puntos de papel y unas vendas en condiciones—. Tengo otro de orden.

—¿Y eso en qué consiste?

Se inclina y me revisa la mordedura del hombro. Aguanto el aliento. Está muy cerca.

—Necesito tener las cosas ordenadas y clasificadas por tamaños, por colores, por tipos y por marcas. Y no sólo todo tiene que estar muy limpio sino que tengo que ver cómo se desinfecta o hacerlo yo mismo porque si no me vale.

Se detiene y me mira. Fijamente.

—Lo debes pasar muy mal.

Me quedo sin palabras, absorbido en la profundidad de sus pupilas. ¿Lo entiende? Estoy acostumbrado a que me respondan con cosas como "pero si no pasa nada", "es una tontería" o "¿en serio te pones así por eso?". Su Ji necesitó varios días para asumirlo con normalidad. Jimin me dijo que no tenía sentido lo que hacía y que simplemente lo dejara. Mis padres me golpearon las manos con una vara y me llamaron loco. Y, sin embargo, Tae Hyung ha comprendido a la primera que lo que padezco es una carga dolorosa.

—A veces —reconozco, sin poder apartar los ojos de los suyos.

—Te ayudaré para que sea menos.

Dejo que me limpie el pelo, la frente y la cara con unas gasas que ha mojado con el agua de la botella de Su Ji quien, por cierto, se ha retirado de escena y observa el barrio que tenemos por delante, pensativa. Creo que está preocupada por lo que han dicho los policías y no quiere entrar.

—Listo. —Tae Hyung enrolla las vendas sobrantes y las guarda en su caja—. ¿Te sientes mejor?

—S... —Titubeo—. Sí.

—Vi una farmacia al pasar por la esquina y me acerqué pero no estaba abierta —explica—. Suerte que me topé por el camino con una ambulancia abandonada.

—Gracias, Tae.

—Me has cortado el nombre —bromea.

—Solo si no te importa.

—Claro que no, Kook —me imita—. Tae me gusta.

El corazón me da un salto. Kook se escucha genial dicho por él.

—¡Colegas, si habéis terminado, vamos a continuar! —Su Ji regresa y se sube al coche, impregnada de una energía medio neurótica. —Vayamos a por Jimin antes de que termine de arrepentirme del todo de haber venido hasta aquí.

El grupo está a punto de entrar en zona roja.
No te pierdas la próxima actualización.

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