6 | El Juicio Final
El edificio de enfrente está en llamas. Una multitud de personas se agolpa en las ventanas, clamando desesperadas por un auxilio que no se producirá porque en las calles reina un pánico absoluto. La policía va de un lado a otro como si estuviera loca, un camión de bomberos hace trompos con la clara intención de atropellar peatones y la gente se empuja, se golpea y se tira al suelo. Los más privilegiados consiguen refugiarse en los portales de los complejos de oficinas y bancos, otros invaden los carriles de circulación sin mirar y generan al paso un impresionante caos de frenazos y colisiones, y no faltan los que simplemente intentan abrirse paso en las aceras a culquier precio.
Dios mío. No puedo creerlo. Jamás hubiera imaginado que vería algo así.
—Qué está...
Las piernas se me aflojan. El calor del ambiente que se mezcla con el humo y la tensión deseperada de la gente me resulta insoportable. Me falta el aire. Creo que me voy a desmayar.
—¿Qué es esto? —consigo decir.
—Parece un castigo hacia la humanidad.
La respuesta de Tae Hyung me llega lejana, eclipsada por la ensordecedora marabunta de gritos, aullidos y súplicas. Se ha adelantado hasta el borde de la acera y sus ojos se mueven por entre las llamas.
—¿Crees en Dios, chiquitín?
Hace tiempo lo hacía. Perdí gran parte de eso que llaman Fe cuando empecé con el TOC.
—A veces.
—A los cristianos les encanta el tema del Apocalipsis y el Juicio Final, donde los ángeles bajan del cielo a limpiar el mundo del pecado. —Me mira—. Viendo esto seguro que nos dirían que las trompetas de la destrucción han empezado a sonar. —Y añade—: Mi padre lo diría.
Me avergüenza reconocer que no tengo ni idea de qué es eso de las trompetas pero, cuando estoy a punto de preguntarle, una mujer con una brecha en la frente y la cara empapada en sangre se me atraviesa y me da un empujón. Me tambaleo hacia atrás. Choco con alguien más grande que yo.
—Siempre quise hacer esto.
¡No! ¡Maldición! Unas manos fuertes se me clavan en los brazos como dos pinzas de acero y me aprisionan.
—Enorgullécete de ser bendecido.
Me remuevo, hago palanca y echo el cuerpo hacia delante pero no consigo soltarme. Un aliento caliente que huele a óxido me tapona la nariz. El corazón se me pone a mil por hora. Es el caníbal del estacionamiento. ¿Por qué me he tenido que quedar quieto y ponérselo tan fácil? ¡Pero mira que soy estúpido!
—Te salvarás —sisea—. Tendrás la suerte de liberarte y, de paso, yo me lo pasaré muy bien.
Intento pegarle una patada pero lo tengo demasiado pegado y solo consigo darle con el talón. No se mueve. ¿Qué hago? ¡Qué hago!
Siento dolor en el hombro, un pinchazo fuerte que me genera una descarga eléctrica que baja hasta la muñeca y que me obliga a morderme el carrillo para no gritar. Tae Hyung corre hacia mí pero el estudiante desquiciado aparece por el otro lado y le empuja contra la calzada justo cuando un coche blanco invade la acera y se lanza calle abajo.
Ay, Dios. Viene hacia nosotros. Creo que nos va a atropellar. ¡Nos va a atropellar!
Los pinchazos en la piel se multiplican. Me arden como brasas pero, con todo y con eso, me arrastro hacia la farola de la derecha. Siento el líquido caliente resbalarme por el brazo. Estoy sangrado porque ese loco me está mordiendo pero no me detengo. Necesito algo duro. ¡Vamos, vamos, vamos! Un poco más. Solo un poco más.
El auto blanco pierde el control y se queda encajado entre los bastones de metal que marcan la entrada de un garaje subterráneo. El motor ruge, impotente, y su conductor inicia una compleja maniobra hacia atrás que nos deja algo de tiempo. Tae Hyung se levanta pero vuelve a caer. Tae Moo loco le acaba de propinar un par de patadas en las costillas.
—Como antes he tratado de decir... —Su rostro muda de la sequedad a una sonrisa triunfante—. Mi sueño secreto siempre fuiste tu, Tae.
El disco serrado tintinea en la mano cuando le dedica otro puntapié.
—Lo fuiste desde el día en el que te presentaste en mi casa para pedirle asilo a mi abuela porque decías que en la tuya había una rotura de tuberías —rememoró—. Esa fue una excelente excusa para acercarte a mí.
—Tae Moo, trata de calmarte. —A pesar de los golpes, él se las arregla para contestar—. Vuelve en ti.
El aludido niega con la cabeza.
—Pero si estoy muy calmado —responde—. Antes creía que me gustabas pero he abierto los ojos y he visto al Demonio en ti. Tienes que redimirte.
Me arrojo contra la farola, sin importa el daño que pueda hacerme. El golpe provoca que mi agresor me suelte y que la sangre comience a circularme de nuevo por los brazos, palpitando de tal forma que el resto de percepciones pierden valor.
—No... Huyas...
El tipo caer al suelo, mareado por el porrazo y con una tremenda herida en la sien. Le he dado de lleno.
—No... Escapes... —insiste—. De... La redención...
"Quizás tu puedas correr".
Eso me dijo el profesor y es lo que debería de hacer ahora. Aprovechar y escapar. Olvidarme de todo. Huir. Salvarme. Al fin y al cabo, el mundo nunca me ha tratado bien y las personas, por amables que parezcan, siempre terminan por rechazarme y dejarme atrás. Lo sé, lo he comprobado miles de veces.
Por eso me da tanta rabia darme cuenta de que no aprendo y de que sigo siendo un pobre idiota que guarda la esperanza de que exista alguien no me abandone. Que Tae Hyung, ese chico que ha pasado de ser un completo desconocido a convertirse en mi apoyo en medio del caos, merece mi ayuda. Quiero creer que no me dará la espalda después. Deseo confiar en él y, con eso en mente, me lanzo sobre el estudiante.
Lo sujeto por la espalda, como el caníbal me hizo a mí, pero no lo pone fácil y me clava el disco dentado en la mano. No me detengo. Tengo tantas contusiones y heridas que ya no siento dolor.
—¡¿Otra vez tu?! —brama—. ¡Me quieres impedir cumplir mi sueño! ¡Nadie va a frenar eso! ¡Nadie!
Le propino un puñetazo con el brazo que tengo libre en el costado. Sin embargo, la herida me está haciendo estragos y solo consigo que un latigazo bajo la piel me inmovilice. Caigo de rodillas.
—Te dije que te mataría. —Alza el disco—. Tu también eres un pecador.
—¿No decías que solo venías a por mí?
Alzo la cabeza, mareado y sin aire. Tae Hyung se ha plantado en medio de la carretera con los brazos en cruz como si le estuvieran crucificando en el aire. Contengo el aliento.
—Acepto la salvación —continúa—. Ven. Libera mi alma.
El chico no tarda ni un segundo en soltarme y dejarme atrás. Dios; tiene que ser una broma. No puede estar hablando en serio. ¿Va a rendirse? ¿A sacrificarse? ¿A morir?
—¡Apártate de ahí! —La voz me sale ronca, ansiosa—. ¡Tae! ¡No! ¡No, no, no! ¡Tu no!
—Corre. —Sus ojos, enrojecidos por el humo del incendio buscan los míos—. Corre tanto como puedas.
Ni hablar. No me voy a ir sin él. No quiero. No voy a poder vivir con esa culpa.
—¡Muévete! —me apremia—. ¡Muévete ya!
Por supuesto, hago todo lo contrario y me lanzo a por Tae Moo. Mis pies vuelan por la calle como si fueran solos, más veloces que nunca, pero los acontecimientos se suceden tan rápido que no me da tiempo a actuar. Un camión de bomberos se dirije a toda pastilla hacia nosotros. Tae Hyung cambia de posición, golpea a su agresor, con contundencia, y le coge del cuello.
—¿Quieres un poquito de tu bendición, maldito hijo de puta?
El vehículo se nos echa encima. Oigo los neumáticos aplastar algo. Huelo a plástico quemado. Veo las zapatillas manchadas de sangre volar por los aires. Tae Hyung me empuja. Caemos al suelo y rodamos hasta la acera.
—Jung Kook, idiota. —Su voz me llega jadeante—. ¿Por qué no haces lo que te digo?
—No te quería abandonar.
—Pues no lo hagas más veces. —La cara de tipo duro le desaparece por completo y sus pupilas luchan por contener las lágrimas—. No quiero tener que llorar por ti.
—Lo mismo digo.
Nos quedamos mirándonos unos segundos, en un silencio que se rompe cuando repara en mis heridas.
—Hay que taponar eso. —No duda en arrancarse una tira de su propia camiseta para vendarme—. No quieres desmayarte, ¿verdad?
Le observo con cara de bobo mientras cubre el corte. Es... Es tan... Tan especial en todo y... Yo.. Yo me siento raro. Y hecho puré. Eso también. La adrenalina me ha abandonado. Me duelen hasta las pestañas.
—Tienes hemorragias por todas partes.
Me reviso el brazo mientras lo venda. Aquel caníbal me ha roto el abrigo y la sudadera y se ha dedicado a arrancarme trozos de piel. Qué asco. Tanto como la masa aplastada de carne desfigurada que se extiende en la calle con el famoso uniforme escolar. Eso es lo que queda de Tae Moo.
—Vi venir el camión de bomberos por el lateral. —Tae Hyung termina de anudarme los improvisados vendajes—. Quería actuar como señuelo y que le atropellaran. Lo malo es que te metiste. Casi terminas como él.
Me toma unos segundos conseguir apartar la vista de los restos y otros tantos reparar en la voz que me llama entre los gritos que retumban a nuestro alrededor.
—¡Kookie! ¡Kookie!
Rastreo al otro lado. Distingo un Toyota blanco en medio de la acera. Es el auto de Su Ji.
—¡Kook! —Está junto al coche, dando saltos y gesticulando con los brazos para hacerse notar—. ¡Kook!
—¡Su Ji! —El entusiasmo me hace brincar a mí también; ay, menos mal—. ¡No sabes lo que me alegro de verte!
—¡Suelo causar ese efecto! —bromea—. ¡Vamos! ¡Sube y perdamos de vista cuanto antes esta especie de Resident Evil a lo Seúl!
No puedo evitar soltar una carcajada. A pesar de lo que está pasando, es capaz de mantener el sentido del humor. Es una de las cosas que más admiro en ella.
—Me alegro que hayas encontrado a alguien conocido. Ya podemos terminar nuestra aventura conjunta.
Me vuelvo hacia Tae Hyung. ¿Qué?
—Buena suerte.
Los ojos se me quedan como dos canicas. ¿Nos separamos?
—Espera, ¿qué vas a hacer? —me intereso—. ¿A dónde vas a ir?
—Por ahí. —Se encoge de hombros—. Lo mismo me animo a telefonear a mi encantador y compresivo padre o a mi considerado hermanastro para ver si el Apocalipsis le ha hecho madurar un poco. En cualquier caso, tu cuídate.
Me quedo pasmado viéndole marchar, con un pinchazo de tristeza enorme en el pecho. Creo que la intensidad de lo que acabamos de vivir me ha enganchado mucho a él.
—¿Se puede saber qué haces? —El ruido del motor del auto de Su Ji se detiene a mi lado—. ¿La inseguridad no te deja pensar o qué?
—No sé de qué hablas.
—Por favor, no empecemos, ¿quieres? —resopla—. Eres como un libro abierto para mí. Estás deseando detenerle.
—Nada de eso. —Me meto en el coche, en el asiento de atrás—. Estaría bien que fuéramos por el túnel subterráneo del parque —cambio de tema—. Tenemos que ir a la cafetería a buscar a Jimin.
—¿Quieres que cruce la maldita ciudad con la que está cayendo? —Se gira, incrédula y con la boca abierta—. No es por nada pero estoy segura de que ese nene ya se ha puesto a salvo el primerito.
—Necesito comprobarlo.
—Llámalo entonces.
—He perdido el teléfono y tu te negaste a agendarlo.
Mi amiga se deja caer sobre el volante, frustrada.
—Solo quiero ver que está bien.
Me echo hacia delante, con mi mejor cara de súplica.
—A lo mejor está en problemas y necesita ayuda. —Señalo al exterior—. Ya ves lo que está pasado. Imagínate que alguien le ataca. Imagínate que le hacen algo por esperarme. Imagínate que muere. Imagínate que podríamos haberlo evitado. Imagínate que...
—Colega, ya basta. —Sus pupilas me taladran por el retrovisor interior—. Lo capto, ¿vale? —Posa la mano en la palanca de cambios—. Lo capto.
Avanzamos por la avenida, con cuidado de sortear a las personas que se nos atraviesan, pero la marea es excesiva así que nos desviamos por la bocacalle de la derecha. Es ahí donde le veo otra vez.
A Tae Hyung.
Se ha sentado en medio de un edificio en obras y parece estar esperando a que las vigas que tiene sobre su cabeza, en donde un grupo de albañiles se golpean los unos a los otros como unos desquiciados, se le vengan encima y lo aplasten.
—Para —decido.
Su Ji frena. No dudo en bajarme.
—No controlo mucho la Biblia así que no he entendido lo que has dicho sobre las trompetas —le digo lo primero que se me viene a la mente—. ¿Te importaría explicármelo?
Tae Hyung y Jung Kook han sobrevivido y la aparición de Su Ji, con su auto, parece una buena opción de supervivencia.
Mas, sin embargo, Jung Kook no quiere dejar atrás a Jimin.
¿Lo encontrarán?
¿Será que de verdad están sonando las trompetas de la destrucción?
No te pierdas la próxima actualización.
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