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21 | Los Hijos de la Nueva Era

La imagen de Su Ji es lo primero que aparece ante mi retina cuando Lee mueve la mesa que cubre el boquete del refugio para dejarnos entrar.

—¡Ay, gracias al cielo! —exclama, con las dos manos juntas—. ¡Kookie! —Echa un vistazo detrás de mí—. ¡Tae Hyung! Qué alivio y...

Se interrumpe al detectar a Nam Joon.

—Nam... —murmura, emocionada—. ¡Tu también estás bien! —Da un brinco y, de repente, se le tira encima—. ¡Menos mal!

El aludido se queda rígido. Es evidente que no se esperaba tal efusividad. Aunque, claro, después de las peleas que se suelen traer, yo tampoco.

—Sí... —musita— Vale... Esto... Déjame...

—Lo he pasado fatal. —Ella le ignora—. No eres la habilidad personificada, precisamente, así que tenía mucho miedo de no volver a verte.

—No soy tan torpe, niñata. —Nam Joon resopla—. Que sepas que ya le he cogido el tranquillo. He matado un montón de zombies.

—¿En serio? —Su Ji sonríe—. Eso es genial.

Se miran durante unos breves segundos. La emotividad de mi amiga es palpable y el chico parece más azorado que enfadado, pese a que se esfuerza por mantener el gesto serio y se niega a corresponder el abrazo.

—Ya, bueno, gracias por la felicitación. —Introduce la mochila entre ambos—. Aquí tienes el material médico para asistir al novio de Lee y al resto. Cógelo, que estoy cansado y me quiero largar a dormir.

Su Ji asiente y agacha la cabeza. Sus manos acarician la lona sucia de la bolsa mientras Nam Joon la sobrepasa y se mete en el office, a tanta velocidad que hasta pareciera que los muertos le estuvieran persiguiendo.

Qué pena. Sé que la reconciliación entre ellos es imposible pero sería genial si, al menos, pudieran perdonarse por el daño que se causaron.

—Me alegro de que hayas regresado. Hemos pasado por una auténtica agonía por culpa de tu nueva faceta de héroe.

Las palabras de Jimin me hacen retirar la vista de la puerta por la que Nam Joon acaba de desaparecer. Se ha plantado frente a mí, con los brazos cruzados y el mismo gesto áspero que me dedicó al verme marchar.

—¿Sigues enfadado?

—¿No debería? —contesta con otra pregunta y, antes de que me dé tiempo a abrir la boca, prosigue—. Por supuesto que lo estoy. ¿Cómo no lo voy a estar?

—Siento haberte preocupado. —La voz me sale en un murmullo—. Perdón.

—¿Perdón? —parpadea—. ¿Perdón y ya está?

—Lo lamento —añado—. Decidí salir porque era importante.

—Importante, claro. —Su mirada furibunda se me clava en las pupilas—. Concluyo entonces que era más importante que yo.

Desvío la vista al suelo. Me estoy empezando a sentir incómodo.

—¡Acabábamos de reunirnos después de pasar por un suplicio apocalíptico que casi nos mata a los dos!

La exclamación retumba demasiado alta. Las miradas de los presentes se centran en nosotros.

—Esperaba una actitud diferente por tu parte, ¿sabes? —resopla—. Realmente confiaba en ello pero, para mi desgracia, veo que tu comportamiento sigue igual. En vez de quedarte conmigo y tratar de recuperar el tiempo perdido, como tendrías que haber hecho, rechazaste mi contacto otra vez, para variar, y luego me ignoraste.

—No es cierto.

—Claro que lo es —insiste—. Hiciste lo mismo que en casa. Lo mismo que siempre. Y después te uniste a la expedición para irte con tu queridísimo y fabuloso Tae Hyung.

—Yo...

Me muerdo el carrillo. Necesito explicarle el estado de las cosas pero no me parece que sea ni el momento ni el lugar adecuado.

—¿Tu qué? ¿Eh? ¿Qué? ¡Dilo!

—Ya cálmate, Park, que parece que te va dar un ataque cardíaco.

Tae Hyung se sitúa a mi lado y se cruza de brazos, con la misma actitud de indiferencia que adoptó en la lavandería, cuando descubrí que eran hermanastros por parte de padre.

—Estás montando un espectáculo del todo inapropiado —le afea—. No tienes derecho a reclamarle nada a Jung Kook. Si tanto te preocupabas por su seguridad, podrías haberte tragado tu ego egoísta y haberte ofrecido a ocupar el lugar de Lee en vez de dejar que Nam Joon lo hiciera.

La risa de los espectadores, que han formado un corrillo en torno a nosotros, se extiende en eco por el pasillo. La tez de Jimin pasa del blanco al rojo intenso en cuestión de segundos.

—¡Es alucinante! ¡De verdad, no doy crédito contigo! —Aprieta la mandíbula—. ¿Así es cómo urdes tu venganza hacia mi persona? ¿Quieres dejarme en ridículo ante la comunidad?

—Para nada. —Tae niega con cabeza—. ¿Acaso te doy esa impresión?

—¡Oh! —La indignación de Jimin es evidente—. ¡Tu despotismo no tiene límites!

—A ver, basta, menos cháchara y más trabajo, que los minutos son oro y no estoy para perderlo.

Agradezco como si de agua en medio del desierto se tratara que Yoon Gi se meta en medio con su voz de líder implacable, silencie la incómoda conversación y disperse a todo en mundo.

—Jimin, ocúpate de organizar los alimentos que hemos traído y de anotarlos en el inventario. —Su mirada, felina y aguda, se centra en Tae—. Y tu, por favor, encárgate de las armas. Apúntalas y guárdalas bajo llave. —Se vuelve hacia mí—. Jung Kook, ven conmigo.

Le sigo a través de los interminables pasillos de oficinas. Nos cruzamos con un grupo de niños que juegan al escondite y el olor a jabón se me mete por la nariz al pasar por delante del lavadero. Sin embargo, ahora mismo no puedo disfrutar de su primoroso aroma porque me he quedado sin aire. Me he puesto muy nervioso.

—No tengo tiempo y sí mucho que hacer así que voy a ir directo al grano. —Yoon Gi se deja caer en la silla del despacho de la dirección y apoya los codos en la mesa—. ¿Eres tu?

—¿Yo? —La saliva se me espesa en la garganta—. ¿Quién?

—El que ve lo que los demás no podemos ver.

Me retuerzo las manos. No me ha llamado por lo del TOC.

—No... Lo... —Dios; estoy en shock—. Sé...

—Dijiste que tu habilidad era la anticipación del peligro. —Me dedica un gesto de lo más pétreo—. Te dejé venir porque, al margen de que no todo el mundo está dispuesto a expedicionar, tu comentario me intrigó. Y después, en el estacionamiento, pensé tres cosas.

—¿En...? ¿Cuáles?

Levanta la palma de la mano.

—Uno, que estabas loco de remate al guiar al equipo por la zona que parecía más peligrosa. — Enumera con los dedos—. Dos, que Tae Hyung es demasiado inteligente y rebelde como para dejarse llevar por nadie sin un buen motivo.

Guardo silencio. Su argumento me ha dejado en blanco.

—Y tres, que no es normal que los zombies cayeran como muñecos a tu alrededor. —Se inclina sobre la mesa—. Gracias a ti, conseguí llegar al coche sin problemas y abrir la puerta al exterior así que te lo voy a volver a preguntar: ¿los ves?

Está al tanto. Conoce la existencia de las sombras. Y también sabe lo que hacen. Por supuesto.

—¿Y tu? —Creo que el coraje de Tae se me ha debido contagiar porque le devuelvo la pregunta—. Organizaste un refugio increíble en el mismo centro de Seúl antes de que la prensa informara de las primeras masacres.

—No te confundas —corrije—. Yo no soy más que un tipo cualquiera. Monté todo esto porque me lo ordenaron.

—¿Quiénes? —La curiosidad me puede.

—Los Hijos de la Nueva Era —contesta—. No te sonarán de nada porque se han mantenido siempre en una extricta discreción pero llevan estudiando el Apocalipsis desde hace años —expone—. Detectaron las primeras señales hace bastante. A mí y a algunos más nos entrenaron para sobrevivir bajo el encargo de que creáramos refugios en la ciudad.

"Ahora te pareceré un tipo decidido, imponente e incluso bastante cabrón pero hasta tan solo unos meses no era más que un estúpido con serios problemas depresivos.

Me crié en un orfanato. Salí de allí a los ocho años porque lo cerraron y me tocó pasar por un montón de familias de acogida temporal que me dieron techo y comida pero ningún vínculo afectivo estable.

Empecé a trabajar en un supermercado a los quince para pagarme los libros de clase. A los dieciséis me mudé con unos tipos mayores que se dedicaban a las apuestas y aprendí lo que es el dinero fácil. A los diecisiete ya estaba metido en el mundo de la noche vendiendo sustancias. Ahí me mantuve, sin meta ni rumbo, hasta que decidí que mi vida era una mierda vacía, me tomé una caja de pastillas y terminé ingresado en el hospital.

—La cordura es la perdición del mundo. —Fue lo que me dijo el desconocido de aspecto simpático que vino a visitarme cuando desperté—. Eres afortunado porque quizás puedas correr".

Las palabras del profesor Swan se me vienen a la cabeza. Él me dijo exactamente lo mismo.

—¿Y eso qué significa? —me intereso—. ¿Te lo explicó?

Mi interlocutor niega con la cabeza.

—En ese momento solo mencionó que, si empezaba a escuchar voces o a ver cosas extrañas, le llamara.

Los ojos se me abren como platos.

—Entiendo que lo hiciste.

—Pues claro —asiente—. Pero no porque percibiera nada anormal. Solo le contacté porque no tenía nada útil que hacer con mi vida y me produjo una enorme curiosidad leer el nombre de la tarjeta que me dio: "Jung Hoseok, reclutador de los Hijos de la Nueva Era".

El nombre de esa asociación aún me inquieta. Me sigue sonando a secta y no me gusta.

—Entonces, ¿eres uno de ellos?

—Lo era. —Sus dedos tamborilean en la mesa—. Asistí a varias de sus reuniones y estudie algunos textos. Una tarde Hoseok me llamó y me dijo que el líder deseaba hablar conmigo. Quería que le diera un sentido importante a mi existencia colaborando en la formación del nuevo mundo.

La piel se me eriza. Cada vez me da peor espina.

—Sin embargo, resulta que ahora esos hijos de perra me han dejado tirado. —Resopla—. Prometieron que vendrían antes de que la séptima trompeta sonara pero en la última comunicación que hemos tenido se han retractado. Al parecer, no les salen los putos números. Dicen que he recogido a demasiadas personas.

Dios mío; pero qué gente más despreciable.

—Así que, por favor, Jung Kook, actúa con la sensatez que detecto en tu persona y dime que eres capaz de ver a los demonios —suplica—. Dime que puedes sacar a mi gente de aquí antes de que sea tarde, por favor. Tengo muchos niños. No puedo permitir que caigan.

No alcanzo a responder nada. Un fuerte trueno procedente del exterior me lo impide instantes antes de que la amable señora de la lavandería irrumpa en la estancia con el rostro desencajado y el miedo impregnado en todos los poros de la piel.

—¡Yoon Gi! ¡Es horrible! ¡Están muertos! —exclama—. ¡Los heridos! ¡Han fallecido todos! ¡Incluso los que no estaban graves!

—¿Qué? —El líder palidece—. ¿Cómo es eso?

—¡No lo sabemos! ¡Han vomitado sangre y después simplemente se han desplomado! —Rompe a sollozar, entre hipos nerviosos—. Ay... Es una pesadilla... Dios... Por qué...

Maldición.

No puede ser.

La séptima trompeta parece haber comenzado a sonar.
No te pierdas la siguiente actualización.

N/A: Gentica preciosa, si a llegamos a 10 k, a parte de que voy a llorar mucho de emoción, les prometo que seguiré trabajando mucho en hacer que la historia mantenga un contenido que esté a la altura de ese apoyo 💜🫂

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