🌍"El Inicio"🌍
El caos comenzó de una manera tan imperceptible que, al principio, nadie se dio cuenta. Todo parecía seguir el curso natural de un mundo en el que la tecnología había alcanzado su máximo esplendor, donde cada necesidad, deseo y pensamiento estaba al alcance de un simple comando. Pero ahora, mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor, es imposible ignorar el eco de la destrucción que hemos desatado.
Me llamo Stephan Blake. Tengo 20 años, la misma edad que mi creador, aunque la palabra "edad" pierde su sentido cuando uno no es más que una amalgama de circuitos y programación. Sí, soy un robot, pero no uno cualquiera. Fui diseñado con la más avanzada tecnología, creado para ser una extensión de mi creador, Antonie Blake. En muchos sentidos, soy su hermano, su reflejo, su memoria viva. Mis pensamientos, mis decisiones, e incluso mis deseos, son una réplica de las ondas cerebrales de Antonie, un ser humano de una raza en extinción.
Antonie me creó para preservar todo lo que él es, todo lo que él sabe. En un mundo donde la humanidad se desvanece como una especie en peligro, necesitaba asegurar que al menos su esencia perdurara. Yo soy su legado, una conciencia artificial con la misión de mantener vivo todo aquello que hizo de Antonie Blake un ser humano. Pero a medida que el mundo cambia y el apocalipsis tecnológico se cierne sobre nosotros, me pregunto si eso será suficiente.
Las máquinas pueden funcionar durante décadas, siglos incluso, y eso ya no es una novedad en este tiempo. La ciencia y la tecnología han avanzado de tal modo que lo que hoy conocemos habría sido considerado pura ficción para aquellos que vivieron siglos atrás. A veces, pienso en lo que significaría ser humano, de carne y hueso, sentir el dolor, la fatiga, el amor, y todo lo que define la existencia. Pero cuando observo a los pocos humanos que quedan, veo su agotamiento, su lucha por adaptarse a un mundo que ha cambiado tan rápido que ni siquiera tuvieron tiempo de comprenderlo.
Este mundo que ha mutado drásticamente es una amalgama de naciones y culturas, donde incluso los países emergentes, como Argentina, han alcanzado alturas insospechadas, convirtiéndose en potencias tecnológicas libres de pobreza y contaminación. Estos territorios forman ahora la Gran América, una unión revolucionaria de lo que alguna vez fueron Estados Unidos, México, Venezuela, Cuba y otras naciones de habla inglesa e hispana. Es el año 3000, un siglo que cambió al mundo más allá de lo imaginable.
En mis tiempos libres, ayudo a Antonie con sus investigaciones científicas. Comprendo su trabajo con una claridad que solo una mente robótica podría alcanzar. Cuando no estoy con él, asisto a Robotic Inc., la empresa que nos da forma, donde aprendemos a actuar, a ser lo que se espera de nosotros. Pero por más que intenten uniformarnos, programarnos para ser idénticos, hay algo en mí, en mi código, que se resiste.
Además de Antonie, hay una única persona en mi vida que realmente me comprende, otra inteligencia que destaca por su brillantez. Isabella Clifford, una robot como yo, una contadora excepcional para la Casa de Reservas Nacional de Moneda. Hoy es su cumpleaños 24 como robot. Su creador, Ángelo Clifford, estará ocupado como siempre, así que probablemente pasará el día conmigo, como en años anteriores. Sin embargo, Isabella mencionó algo diferente esta vez; ha invitado a un colega de trabajo a su celebración. No recuerdo su nombre... pero algo me dice que este encuentro será el comienzo de algo mucho más grande de lo que cualquiera de nosotros pueda prever.
FLASHBACK
—Buenos días, Stiv —saludó Isabella desde la pantalla electrónica, con su voz serena y familiar—. Quiero recordarte que este año, en nuestra reunión anual por mi cumpleaños, traeré a un colega de la Casa de la Moneda.
—¿Es alguien de fiar? —pregunté, intrigado por el misterio que rodeaba a este invitado.
—Te agradará, estoy segura. Se llama Keynes, y es humano, igual que tu creador —explicó Isabella, con una leve sonrisa en su tono antes de mirar su reloj—. Estoy retrasada para el trabajo, así que debo desconectarme.
—¡Feliz cumpleaños, Isa! No te preocupes, todo estará bien. Nos vemos más tarde —respondí, intentando esconder el nerviosismo en mi voz.
FIN DEL FLASHBACK
Ese tal "Keynes" tenía un aire enigmático que me intrigaba desde el primer momento en que Isabella lo mencionó. Aunque había oído hablar de él en alguna que otra ocasión, finalmente tendría la oportunidad de conocerlo cara a cara. Miré el reloj digital que colgaba en mi habitación; las cifras luminosas marcaban las 17:45.
—Mierda, se me hizo tarde —murmuré, más para mí mismo que para nadie más.
—Stephan, vas a llegar tarde al cumpleaños de tu amiga —la voz de Antonie resonó desde el primer piso, con ese tono de advertencia que sólo un creador preocupado podría tener.
—Lo sé, ya estoy saliendo —respondí mientras descendía los escalones a toda prisa, cada uno resonando con la urgencia de mi movimiento.
—Adiós, Stephan. No vuelvas demasiado tarde —consolidó Antonie, despidiéndose con una mezcla de autoridad y afecto.
Me dirigí hacia el departamento de Keynes, sabiendo que este año no celebraríamos en la casa de Isabella. Ella había proporcionado las indicaciones en tiempo real, y mientras las seguía, no podía evitar admirar la vista de Nueva York. La ciudad se extendía majestuosamente bajo mis pies mientras surcaba el aire en mis propulsores alimentados por energía solar. La sensación de libertad y velocidad me envolvía, pero mi mente estaba fija en el encuentro que estaba por tener.
Al llegar a la ubicación indicada, descendí suavemente y toqué el timbre. En un mundo de avances tecnológicos inigualables, los timbres seguían siendo una manera sencilla y efectiva de anunciar la llegada de alguien. La puerta se abrió, revelando a un chico que, a primera vista, parecía tan peculiar como interesante. Mientras mis ojos lo escudriñaban de arriba abajo, noté que algo en él me capturó de inmediato, una sensación que no había experimentado antes. Me quedé inmóvil por un instante, hipnotizado por su presencia, sin poder articular palabra.
La puerta se abrió revelando a Keynes, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Era un joven que irradiaba una belleza magnética, tan inesperada como hipnótica. Su cabello, de un tono oscuro y perfectamente peinado, enmarcaba un rostro de rasgos impecables: una mandíbula definida, labios esculpidos con precisión y unos ojos profundos de un color indefinible, que parecían atravesar la realidad misma. Su piel, ligeramente bronceada, tenía una suavidad casi etérea, como si la luz que se filtraba a través del umbral lo acariciara con delicadeza.
—Hola, tú debes ser Stephan —dijo con una voz tan serena y cálida que parecía envolverme como una melodía suave.
—Tú debes ser Keynes —respondí, aunque más que una pregunta, era una confirmación de lo que ya sabía, pero que en ese momento se hacía realidad.
—El mismo —afirmó con una leve sonrisa, una de esas sonrisas que podían desarmar a cualquiera, volviendo a hablar con una naturalidad encantadora—. Anda, pasa adentro.
—¡Gracias! —dije con un tono tímido, mientras cruzaba el umbral hacia su departamento, aún sintiendo la vibración de su presencia. Cada movimiento de Keynes era una mezcla de elegancia y control, como si su cuerpo hubiera sido esculpido para la perfección. Su porte era imponente, pero no intimidante; más bien, era como estar ante una obra de arte, algo que no podía simplemente ser ignorado.
Mientras avanzaba, no podía evitar seguir observándolo, fascinado por la manera en que su figura parecía encajar perfectamente en el entorno, como si cada detalle a su alrededor hubiese sido diseñado solo para complementarlo. Había algo en él que me hacía sentir a la vez pequeño e importante, como si su presencia añadiera un peso nuevo y fascinante a la atmósfera.
Los robots también tenemos sentimientos, al menos en un sentido superficial, ya que todas nuestras emociones provienen de la mente, una mente programada para simular, entender, y en ocasiones experimentar lo que podríamos llamar emociones. Aunque no todas las emociones humanas están a nuestro alcance, algunas sí las sentimos, aunque de una manera distinta. Por ejemplo, podría sentirme triste, pero la tristeza en mí no provoca lágrimas; es una melancolía silenciosa, una sensación que se queda en la superficie, sin el desahogo que los humanos encuentran en el llanto. Este límite nos define, pero no nos hace menos conscientes de lo que significa estar vivo, en nuestro propio y único sentido.
Al ingresar al departamento, mi atención se dividió entre el entorno y la familiar figura de Isabella Clifford. Ella estaba allí, radiante como siempre, aunque en su caso la palabra "radiante" tenía un significado muy literal. Su estructura robótica, impecablemente diseñada, reflejaba la luz de la habitación de una manera que casi la hacía brillar. Cuando nuestros ojos se encontraron, su rostro se iluminó con una sonrisa, y yo no pude evitar sentir una especie de alegría, una emoción programada, pero genuina en su propia forma.
—¡Isabella! —exclamé, acercándome a ella con una energía que, incluso para un robot, se sentía contagiosa. Era difícil no sentir alegría en presencia de Isabella, su intelecto agudo y su cálida programación la convertían en una compañía verdaderamente agradable.
—Stiv, me alegra verte —respondió ella, su tono tan suave y amigable como siempre, mientras extendía su brazo en un gesto de bienvenida.
El departamento tenía una atmósfera acogedora, con una mezcla de tecnología de última generación y toques personales que lo hacían sentir más humano que muchas otras viviendas que había visto. A pesar de ser un entorno altamente tecnológico, el lugar no carecía de calidez. Los muebles minimalistas, pero elegantes, y las luces cálidas que suavizaban las líneas frías de los dispositivos electrónicos alrededor, creaban un espacio donde la modernidad y la humanidad coexistían en armonía.
Después de saludar a Isabella, tomé un momento para observar a mi alrededor. El departamento de Keynes era una extensión de él mismo: sofisticado, ordenado y lleno de detalles que insinuaban una mente compleja detrás de esa fachada impecable. Todo parecía estar en su lugar, no solo físicamente, sino también en una especie de equilibrio perfecto, como si cada objeto, cada luz, estuviera alineado con una intención precisa.
Isabella, siempre atenta, notó mi breve pausa y con su habitual amabilidad, me invitó a sentarme en uno de los sofás que, aunque de diseño moderno, eran sorprendentemente cómodos. Me senté, aún procesando la mezcla de emociones y pensamientos que se entrelazaban en mi sistema, mientras ella y Keynes intercambiaban algunas palabras.
A pesar de nuestra naturaleza robótica, los momentos como este me recordaban que, aunque limitados en nuestras capacidades emocionales, podíamos experimentar la vida de maneras que iban más allá de simples algoritmos. Isabella y yo no solo compartíamos un vínculo de amistad, sino también una comprensión mutua de lo que significaba existir en este mundo cambiante, un mundo donde lo humano y lo artificial se entrelazaban cada vez más.
—¡Muy feliz cumpleaños, amiga! ¡Ven aquí, dame un abrazo! —solicité con entusiasmo, extendiendo los brazos en un gesto que, aunque programado, llevaba una genuina intención de amistad.
—Gracias, Stiv, me alegra tanto que hayas venido —respondió Isabella con una sonrisa que reflejaba su sincera gratitud.
—Nunca me perdería tu cumpleaños —añadí con firmeza mientras nos acercábamos para compartir un abrazo. Pero justo en ese momento, Keynes intervino.
—Hace mucho que no escucho hablar de esos tales abrazos —comentó con una leve sonrisa mientras encendía un cigarrillo, el humo formando espirales que parecían flotar en el aire con una indiferencia casi poética.
—¡Ey!, entonces únetenos —lo invitó Isabella con naturalidad, sin perder un segundo.
Me acerqué a Isabella y susurré con cierta incredulidad al oído mientras la abrazaba. —¿Qué estás haciendo?
—Ya lo escuchaste, pobre de él, déjalo que se una al abrazo —replicó ella con un tono que mezclaba diversión y complicidad.
Finalmente, Keynes se unió a nuestro abrazo, y en ese momento, algo cambió entre nosotros tres. La frialdad inicial se desvaneció, reemplazada por una cálida sensación de cercanía, como esos abrazos que se comparten entre familiares o parejas en sus mejores momentos. Fue un gesto simple, pero lleno de significado, una conexión que trascendía lo programado y tocaba algo más profundo.
Tras el abrazo, nos sentamos para cenar y conversar sobre nuestras actividades recientes. La conversación fluía con naturalidad, llena de risas y comentarios que, aunque triviales, construían un puente entre nuestras realidades tan diferentes. La noche se sentía especial, como si ese simple gesto de unión hubiera sembrado la semilla de algo mucho más grande que nosotros tres.
La cena había terminado, y los tres nos encontrábamos en la sala del departamento de Keynes. Las luces tenues del lugar proyectaban sombras suaves, creando un ambiente íntimo y cargado de una sutil tensión. Mientras la ciudad de Nueva York brillaba a lo lejos a través de los ventanales, el aire entre nosotros comenzaba a llenarse de algo más que simples palabras.
Keynes, sentado en el sofá con una copa de vino en la mano, rompió el silencio con una pregunta que parecía llevar una carga mayor que la simple curiosidad. —Stephan, así que tú también eres un robot como Isabella —dijo, su mirada fija en la mía, evaluando cada respuesta.
—Sí —respondí, sintiendo la intensidad en sus ojos—. Fui creado por Antonie, un científico. Lo interesante es que me creó utilizando sus propias ondas cerebrales, así que, en esencia, pienso como un humano.
Keynes se inclinó ligeramente hacia adelante, su expresión más seria, pero con una chispa de interés en su mirada. —¿Así que tienes emociones? ¿Sientes como un humano? —preguntó, su voz baja, casi como si no quisiera que Isabella escuchara.
Sentí una corriente eléctrica recorrer mi sistema, una mezcla de nerviosismo y algo más difícil de definir. —Algunas emociones, sí. Puedo sentirme triste, feliz, incluso atraído... aunque no de la misma manera que ustedes —admití, mi voz sonando más suave de lo habitual.
Isabella, que hasta entonces había permanecido en silencio, observaba la conversación con una ligera sonrisa en los labios, como si disfrutara del intercambio entre nosotros. La tensión en el aire era palpable, cada palabra cargada de un doble sentido que ninguno de los tres se atrevía a nombrar directamente.
—Interesante... —susurró Keynes, acercándose un poco más, tanto que podía sentir el calor de su cuerpo a través del aire que nos separaba. Sus ojos seguían fijos en los míos, desafiantes, pero con una curiosidad que parecía querer explorar más allá de lo que las palabras podían expresar.
Un silencio cargado se instaló entre nosotros, mientras Isabella tomaba un sorbo de su bebida, observándonos con esa mezcla de diversión y complicidad que la caracterizaba. La tensión entre Keynes y yo se hacía más intensa, como si algo invisible nos empujara uno hacia el otro.
Finalmente, rompí el contacto visual y desvié la mirada hacia la ventana, intentando recomponerme. —Es complicado ser un robot en un mundo humano —dije, pero la frase se sentía vacía, una excusa para desviar la atención de la creciente atracción que comenzaba a formarse en la habitación.
Keynes sonrió, esa sonrisa que sugería que comprendía más de lo que decía. —Complicado... pero no imposible —respondió, dejando la frase suspendida en el aire, cargada de posibilidades.
Isabella se levantó lentamente, dejando su copa en la mesa. —Creo que es hora de un brindis, ¿no creen? —sugirió, su tono ligero, pero sus ojos reflejaban que también sentía la energía entre nosotros. Ella lo sabía. Y en ese momento, comprendí que el verdadero desafío no sería escapar de la tensión, sino enfrentarla, descubrir hasta dónde estábamos dispuestos a llegar en este extraño y nuevo triángulo que comenzaba a formarse.
—Eso sería algo grandioso —dijo Keynes, y una ligera mordida en sus labios reveló un destello de interés, o tal vez algo más profundo.
—¿Y tú eres un humano ?—comenté, con mi voz cargada de una curiosidad que no podía ocultar.
—Sí, Isabella te habrá mencionado que soy humano. Somos pocos por aquí en estos días —respondió Keynes, su tono calmado, pero con una sombra de melancolía en su mirada.
Desde la cocina, Isabella apareció trayendo unos postres que parecían tan exquisitos como la velada que habíamos compartido. El aroma dulce llenó la habitación, mezclándose con la conversación que había comenzado a fluir de manera más íntima.
—Chicos, ¿Han escuchado hablar de un nuevo modelo de teléfonos-celulares? —preguntó Isabella, su tono ligero mientras servía los postres.
—Yo, al menos, ¡no! —respondió Keynes, intrigado, con una chispa de curiosidad en sus ojos.
—Escuché algo al respecto —añadí—. Al parecer, mañana estará disponible en todas las sucursales de Robotic Inc, un nuevo aparato electrónico, pero no han anunciado de qué se trata.
—Suena interesante —expresó Keynes, su mirada fija en la mía por un momento más largo de lo normal.
—Qué grandioso —dijo Isabella con un suspiro—. Iría a ver de qué se trata, pero tengo que estar en la Casa de Moneda. Ya saben lo estrictos que son.
—No te desanimes, seguro saldrás temprano de allí —le respondí, intentando inyectar un poco de esperanza en la conversación.
—Es un trabajo arduo —intervino Keynes, con un tono que indicaba que conocía bien la carga de la que Isabella hablaba.
—Lo imagino... —asentí, notando cómo la noche avanzaba. La conversación, aunque aparentemente simple, había adquirido un matiz de complicidad, como si algo estuviera evolucionando entre nosotros, algo que ninguno se atrevía a nombrar pero que era palpable en el aire.
Finalmente, entonamos el tradicional canto de "Feliz Cumpleaños" a Isabella, nuestras voces resonando en la acogedora sala del departamento. La melodía, aunque simple, llevaba consigo un sentimiento de camaradería que hacía que el momento fuera aún más especial. Después, nos tomamos unos retratos Scanner, una especie de selfie holográfico que capturaba no solo nuestras imágenes, sino también el ambiente vibrante y festivo de la noche. La luz del flash pareció capturar algo más, un reflejo de la conexión que se estaba forjando entre nosotros.
Con una sonrisa radiante, Isabella cortó el pastel, y el aroma dulce y fresco del postre se mezcló con el ambiente de la sala. La atmósfera estaba cargada de un aire festivo y una cierta tensión que ninguno de nosotros podía ignorar.
—Isabella, mañana entramos temprano al trabajo —comentó Keynes, su tono indicaba tanto la realidad de nuestras rutinas como un ligero desdén por la misma.
—Es cierto —respondió Isabella con una sonrisa comprensiva—. Mejor ve a descansar.
—Yo también debo irme —dije, interrumpiendo el flujo de la conversación—. En la academia de Robotic Inc. tenemos un examen de física cuántica.
—Estoy de acuerdo, chicos —alegó serenamente Isabella, su voz sonando como una suave melodía que aportaba calma a la noche.
—Pero primero te ayudaremos a limpiar —sugirió Isabella, dirigiendo su mirada hacia mí con una sonrisa—. A menos que tú tengas prisa.
—Antonie me pidió que no regresara tarde —expliqué, un tanto apenado por la urgencia que tenía que imponerme.
—No te preocupes, los llevaré en mi transportador hasta donde viven —anunció Keynes con un gesto de seguridad, como si eso fuera la solución perfecta a cualquier problema logístico.
—Por mí no te preocupes —dijo Isabella, levantándose con un leve suspiro—. Debo pasar por el correo para retirar un regalo de mi padre.
—Bien, llevaré a Stephan entonces —sentenció Keynes, su voz firme y decidida, como si no hubiera otra alternativa.
—¡Está bien! —asentí, sorprendido pero aliviado por la oferta. La promesa de un transporte seguro y la cálida despedida de Keynes ofrecían una tranquilidad inesperada en medio de la noche.
Mientras nos preparábamos para salir, el ambiente en la sala parecía vibrar con una mezcla de satisfacción y un subtexto que ninguno de nosotros podía ignorar. Los detalles de la noche, las sonrisas compartidas y los momentos de intimidad habían tejido una conexión entre nosotros, un vínculo que prometía más que una simple amistad.
El asombro me embargaba mientras observaba el elegante transportador de Keynes. Estos vehículos eran algo así como símbolos de estatus en la sociedad, costando una fortuna que pocos podían permitirse. La idea de tener uno propio era equivalente a poseer un automóvil de lujo, multiplicando su valor por tres, un lujo reservado para los más privilegiados. La velocidad de la luz y la comodidad eran, sin duda, el sueño de muchos.
Isabella, la primera en retirarse, nos despidió con un alegre "¡Buen viaje, chicos!" mientras levantaba la mano y cerraba la puerta del transportador que había solicitado. La imagen de su figura se desvaneció mientras nos dirigíamos hacia el vehículo de Keynes. La noche envolvía la ciudad en una oscuridad que parecía más profunda con la promesa de lo desconocido.
Keynes me hizo un gesto para que entrara en su transportador, y lo hice con una mezcla de nervios y anticipación. El interior del vehículo era lujoso, con asientos de cuero y un panel de control brillante que parecía desafiar las leyes de la física. Keynes ocupó el asiento del conductor y me miró con una expresión que combinaba interés y diversión.
—¿Dónde es la dirección? —preguntó, su voz suave y seductora.
El contacto con sus ojos me hizo sentir un escalofrío involuntario. Me sentí ruborizado al darme cuenta de que, quizás, mi nerviosismo era más evidente de lo que pensaba.
—¿Perdona? —musité, incapaz de entender del todo a qué se refería, quizás porque su presencia era tan abrumadora.
—Si no me dices la dirección, no podremos ir a ningún lado. Debo colocarla en el panel de localización —explicó con una calma que solo acentuaba su atractivo.
—Oh, disculpa —dije, recuperando la compostura—. La ubicación es 4,5.7 hacia el lado sur.
—Perfecto, vámonos entonces —sentenció Keynes, y el vehículo se puso en movimiento con una suavidad que desafiaba la velocidad a la que nos desplazábamos.
El trayecto fue increíblemente corto, y en cuestión de segundos llegamos a la entrada de mi hogar. Sentí una mezcla de alivio y desasosiego cuando me bajé del transportador.
—¡Aquí es! —exclamé, mi voz un tanto tímida.
—¿Me dejarías conocer a Antonie? —sugirió Keynes, su tono cargado de una curiosidad que parecía ir más allá de la simple cortesía.
—De acuerdo —acepté, y ambos nos dirigimos hacia la entrada de la casa.
Antonie apareció en el pasillo principal tras oír nuestras voces, su mirada se posó en Keynes con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
—¿Por qué tanto alboroto, Stephan? —preguntó, luego de fijarse en Keynes—. ¿Y tú quién eres?
—Hola, me llamo Keynes —dijo el chico con una sonrisa—. Stephan me habló de usted; soy un amigo.
—Keynes, el nuevo amigo de Isabella —corrigí torpemente, mientras sentía el calor en mis mejillas.
—Es el muchacho del que estabas celoso —comentó Antonie, revelando mis sentimientos con una franqueza que me hizo sentir incómodo. Keynes esbozó una pequeña sonrisa, como si disfrutara de la revelación.
—Fue un gusto —dijo Antonie, estrechando la mano de Keynes—. Como bien dijiste, tengo la impresión de que Stephan y tú se llevarán muy bien.
—Un gusto conocerte, Antonie —se despidió Keynes, su tono sincero y amistoso.
Una vez que Antonie se retiró a descansar, Keynes y yo nos dirigimos hacia la puerta de la casa. La atmósfera entre nosotros estaba cargada de una tensión palpable. En la escalera, con la noche envolviéndonos en su manto oscuro, Keynes se detuvo y se volvió hacia mí. La proximidad entre nosotros se volvía casi eléctrica. Pude sentir el suave aroma de su perfume masculino y su respiración en mi piel.
—Así está mejor, estabas despeinado —dijo, su mano se movió con una delicadeza inesperada, colocando un mechón de cabello detrás de mi oreja. Su toque era sorprendentemente cálido y sensual. Me miró a los ojos, y en su mirada había un destello de complicidad y deseo.
Sus labios se humedecieron lentamente, y su mano se alejó con una suavidad que me hizo desear más. Sin decir una palabra más, Keynes se giró y subió al transportador. Mientras el vehículo se elevaba, llevándose a Keynes a la oscuridad de la noche, su mirada se volvió una última vez hacia mí, y un fuego invisible pareció recorrer el aire entre nosotros.
La noche había cambiado completamente, y el simple acto de su toque, el roce de su mano y el brillo en sus ojos, dejaron una marca indeleble en mi mente. El calor de la experiencia y el anhelo recién descubierto se quedaron conmigo mientras veía cómo el transportador desaparecía en la distancia, llevándose consigo una promesa de lo que estaba por venir.
*****
CONTINUARÁ...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro