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ᴘʀᴏʟᴏɢᴏ

ᴘʀᴏʟᴏɢᴏ
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━━━Siglo XVII a.C. Monte Olimpo, Grecia.

━━━LOS RELATOS DE LA MITOLOGÍA GRIEGA ERAN PARTE DE LA TRADICIÓN ORAL. Muchos nunca fueron transcritos, y, a lo largo de las épocas, algunos se perdieron. Este es uno de esos relatos.

En el Olímpo, el aire estaba cargado de tensión y se temía que en cualquier momento estallara otra pelea entre dioses.

Se habían congregado para presenciar el juicio de Eros, acusado por Apolo de haberle disparado una flecha dorada que lo había llevado a enamorarse perdidamente de una ninfa de nombre Dafne a quien había hechizado para odiarlo.

Apolo estaba visiblemente furioso. Sus ojos lanzaban destellos de ira mientras acusaba a Eros, quien se mantenía con una sonrisa burlona en su rostro, como si disfrutara de la situación.

La diosa Artemisa intentaba calmarlo, pero sus esfuerzos eran en vano. El resto de los dioses observaba la escena con gran interés y expectación, murmurando entre ellos.

—Silencio —ordenó Zeus, su voz resonó en todo el salón y los demás presentes obedecieron. Miró con enojo a ambos dioses por el caos que habían creado—. Apolo, solicitaste un juicio justo, pero no puede ser posible si solo continuas gritando que Eros sea castigado. 

Luego se giró hacia el más joven, ignorando la mirada indignada de su hijo.

—Eros, lo que hiciste debe ser castigado. —Pocos notaron como el rey se estremeció ligeramente al ver a los ojos del dios del amor. Aquel le parecía un ser antinatural, alguien que no debería haber sido concebido. Su temperamento cruel y travieso lo hacían alguien peligroso. No quería que los demás se dieran cuenta, pero le aterraba lo que era capaz de hacer. Apolo era la prueba de ello—. Aún así, sé les dará a ambos la oportunidad de presentar su defensa.

Apolo no le dio tiempo al otro dios de reaccionar rápido, se apresuró con gesto serio a dar su versión de los hechos. Habló del amor no correspondido que Eros había impuesto en la ninfa y en él, de cómo ahora sufría como si tuviera un corazón sangrante al ver  el árbol de laurel en que se había convertido.

En todo el tiempo que habló, Eros se mantuvo impasible, le daba completamente igual y le divertía como Apolo intentaba mostrarse como el inocente ser que creía ser.

Cuando acabó, se adelantó con andar despreocupado, con las manos en la espalda, dijo que el otro dios lo había ofendido y él solo estaba defendiendo su orgullo.

Apolo se mordió el labio inferior mientras escuchaba, claramente disgustado con la aparente falta de remordimiento de Eros. Artemisa, a su lado, le agarró la mano para tranquilizarlo, pero él permaneció rígido.

Algunos dioses se miraron entre ellos, comprendiendo el motivo detrás del actuar del más joven, pero aún así...

Zeus desplazó su mirada de una a otro, intentando escucharlos, aunque cuando Eros acabó, Apolo, indignado por tal insolencia, explotó de furia, acusando a su enemigo de ser un monstruo y jurando obtener venganza, mientras Eros solo le devolvió una sonrisa burlesca.

—¡Suficiente! —gritó Zeus poniéndose de pie. Un trueno resonó en la sala ante la voz del rey de los dioses, sacudiendo los cimientos del Olimpo—. Este juicio se llevará a cabo con dignidad y respeto. Apolo, es suficiente, entiendo tu enojo, pero guarda silencio. Y Eros, deja de provocarlo, sé serio por una vez.

El dios del sol se quedó en silencio, su mandíbula apretada, pero asintió en señal de acuerdo. Eros, por su parte, contuvo las ganas de poner los ojos en blanco. Al amor no le gustaba nada ser contenido, pero terminó asintiendo a regañadientes.

—Muy bien, hemos escuchado ambas versiones —declaró Zeus con firmeza tras retomar su lugar en el trono—. Los dos tienen argumentos sólidos, pero no podemos permitir que esto cause estragos en el Olimpo. ¿Alguien propone una solución?

Los dioses se miraron entre ellos con dudas. En realidad, era difícil pensar en algo que calmara a Apolo sin despertar la ira de Eros contra ellos.

 Una risa melodiosa resonó entre los dioses, y todas las miradas se centraron en la diosa sentada con elegancia en su trono, hermosa como ninguna, Afrodita se acomodó un tirabuzón de su cabello y sonrió con diversión, poniendo a todos en alerta.

Si Eros era un monstruo era por la diosa. Afrodita había creado a un ser tan cruel como ella.

—Todos están siendo tontos, hay una solución muy obvia —dijo mirando a su hijo.

Eros le devolvió la mirada con furia contenida. Su madre aún no le perdonaba haberse casado con su amada Psique un año antes, y se dio cuenta que al parecer había encontrado una manera de castigarlo.

—Adelante, Afrodita —dijo Zeus señalando el centro del salón—, tienes la palabra.

Ella se levantó de su trono con gracia y caminó hacia ambos dioses, y miró a cada uno con picardía.

—Apolo, tu amor no correspondido por Dafne te ha causado un gran dolor. Eros, tu travesura ha tenido graves consecuencias y por ende, debe haber un castigo. —Apolo apretó la mandíbula con enojo, solo ella podía llamar travesura a los actos de su hijo—. Y yo tengo la solución perfecta.

—Deja la palabrería, Afrodita —espetó Artemisa con tono seco.

Afrodita la ignoró, girandose hacia Zeus con seriedad.

—Eros ha ofendido a Apolo con un amor que no puede tener,  propongo que entonces lo compense con uno nuevo.

Eros se tensó visiblemente al escuchar las palabras de su madre. Sus ojos rojos, generalmente chispeantes de picardía, la miraron con frialdad, sabía que algo peligroso tramaba. Después de todo, su manera de ser la había heredado de ella.

Artemisa y Atenea intercambiaron una mirada preocupada. Sabían que Afrodita tenía un gusto especial por manipular el amor y las pasiones hasta causar estragos, y temían lo que esto podría significar.

Zeus observó la situación con atención, indeciso sobre si esta solución propuesta por Afrodita sería adecuada o si debería intervenir. Los demás dioses murmuraban entre ellos, anticipando el giro que tomaría el juicio.

—Explicate, Afrodita —ordenó.

La diosa sonrió con malicia mientras se acercaba a su hijo. 

—Hay una doncella en mi templo, hermosa como la primavera misma, con un corazón bondadoso, una inocencia difícil de encontrar entre los mortales, no hay ninguna otra mujer en la tierra como ella. —Afrodita continuó con una voz melodiosa, tejiendo una imagen de belleza y encanto en la mente de todos los presentes. Incluso el mismo dios del sol caía en sus palabras, escuchándola atentamente, casi complacido con tal descripción—. Estoy segura que su ternura podrá aliviar el corazón herido de Apolo.

Las palabras de Afrodita resonaron en los oídos de todos los dioses presentes. La descripción de la belleza y gracia de la joven dejó a muchos de ellos impresionados. Sin embargo, por cada palabra de ella, el rostro de Eros se endurecía. Cada palabra pronunciada por su madre parecía martillear en su corazón. Sabía perfectamente de quién hablaba.

Las diosas miraron a Eros con preocupación, notando como su enojo crecía más y más.

—Antheia es una joven que ha sido criada en mi templo, entrenada desde la cuna por mis sacerdotisas, yo misma he supervisado su educación —continuó hablando, ignorando como los ojos de su hijo resplandecían de una ira silenciosa que amenazaba con desatar una catástrofe. La tensión en la sala del Olimpo aumentó aún más cuando Afrodita se volvió hacia Apolo con una sonrisa seductora—. Creo firmemente que ella te hará feliz como ninguna otra criatura.

El dios del sol, aunque fascinado por aquella descripción, la miró con cautela. No confiaba en Afrodita, eso sería una locura.

Zeus, sintiendo la tensión en la sala, intervino con voz firme.

—Eros, ¿qué opinas de esta solución?

Eros cerró los puños con tal fuerza que sus uñas se clavaron en las palmas de las manos. 

—Madre, ¿cómo osas sugerir algo así? —cuestionó con resentimiento, luchando por mantener la calma—. Antheia está fuera de todo límite. ¡No lo consiento!

La reina Hera, quien se había mantenido en silencio durante todo el juicio, inclinó la cabeza pensativa. Miró a Afrodita y luego a Eros, era claro para ella que esa muchacha Antheia jugaba un papel importante para la madre y el hijo, pero no lograba desentrañar cuál.

—¿Qué tiene de especial esta doncella? —Su voz atrajo la atención de todos, pero ella sólo miraba a ambos dioses—. ¿Por qué ella sería ideal para castigar a Eros?

Afrodita, cuyos ojos destellaban de confianza, respondió a la pregunta de Hera con una expresión que sugería que había estado esperando este momento.

—¿Quieres responder tú, hijo mío?

Eros estaba al borde de la explosión. Su madre había tejido una narrativa impecable alrededor de Antheia, y no podía soportar la idea de que ella fuera utilizada como un peón en su juego retorcido.

—Es...mi hija —admitió con la voz temblando furia.

El silencio se apoderó de la sala del Olimpo. Las palabras de Eros resonaron como un trueno en la mente de todos los dioses presentes. Las miradas de sorpresa se cruzaron entre ellos, mientras Afrodita sonreía con suficiencia.

—¿Tu hija? —repitió Hera, con una mirada aguda en su dirección—. ¿Explica eso, Afrodita?

La diosa se pasó la lengua por los labios, disfrutando de la expresión en el rostro de Eros.

—Es el secreto celosamente guardado de mi templo, la madre de la chica es mortal y tras su nacimiento la entregó como ofrenda para mí —explicó con simpleza—. Fue encomendada para ser una de mis sacerdotisas, la he criado para ser la mejor de todas, pero creo que podría tener un mejor destino como esposa de un dios. 

Las miradas se posaron en Eros, temiendo que desatara su ira contra los presentes, pero a Afrodita no parecía preocuparle mucho porque le devolvió la mirada.

—Además, creo que ella es la oportunidad perfecta para enseñarle a mi hijo sobre las consecuencias de sus acciones —agregó con frialdad.

Apolo, frunció el entrecejo al considerar las palabras de la diosa. Su mirada se posó en Eros, notando como la sola mención del nombre de la chica era suficiente para exaltarlo.

Zeus, con una mirada de incredulidad en su rostro, volvió a tomar el control de la situación.

—Esto cambia significativamente las cosas —murmuró—. Apolo, ¿qué piensas...?

—¡Antheia no se casará con nadie! —exclamó Eros interrumpiendo al dios del rayo. Apuntó a su madre con un dedo—. Acepté que fuera una sacerdotisa, acepté que la volvieras una hetera, pero no consiento que la entregues como una yegua de cría para tus planes retorcidos.

Afrodita se río, dándole una mirada burlesca.

—Es tu hija, pero ella es mía —siseó—, su vida me fue encomendada a mí, yo soy quien decide su futuro.

La tensión en la sala del Olimpo era palpable, y los dioses observaban con atención la disputa entre Afrodita y Eros. La diosa del amor mantenía una sonrisa desafiante, mientras que Eros estaba visiblemente furioso, sus alas temblaban de ira.

—¡Basta! —gritó Zeus con voz atronadora, haciendo que todos en la sala se sobresaltaran—. Esta discusión no nos lleva a ninguna parte. Afrodita, Eros. —Los llamó. Ambos se giraron hacia Zeus, sus rostros reflejando su disgusto mutuo. El rey de los dioses continuó con seriedad—. Eros, si es cierto que Antheia fue encomendada a la tutela de Afrodita, ella tiene total autoridad sobre su destino. No puedes interferir en los dominios de otro dios.

Eros apretó los dientes con furia, pero sabía que no podía desobedecer nuevamente considerando como estaban las cosas en su contra. Sin embargo, su mirada ardía de desafío mientras miraba a su madre, quien se regodeaba en su victoria momentánea.

Afrodita, complacida por la decisión de Zeus, se acercó a Eros con una sonrisa triunfante. Su voz era suave y melódica mientras hablaba con él en un tono que solo él podía escuchar.

Zeus miró a Apolo, quien había estado observando la discusión con atención. 

—Hijo, tú tienes la última palabra.

Apolo contuvo una sonrisa perversa. La propuesta de Afrodita le ofrecía una oportunidad que, aunque controvertida, era demasiado tentadora. Viendo la reacción de Eros, era la oportunidad perfecta para vengarse.

Consideraba que esta podría ser una gran oportunidad, y que si jugaba los movimientos correctos, podría salir todo a su gusto.

—Acepto la propuesta de Afrodita —declaró mirando fijamente a Eros. 

Había una chispa maliciosa en sus ojos dorados, una determinación feroz en su expresión. Aunque la idea de tomar por esposa a la cría de ese hijo de puta le producía asco, su odio y orgullo era más grande y quería ver a Eros retorcerse de arrepentimiento.

La sala del Olimpo quedó en un silencio tenso, roto solo por la respiración agitada de Eros, que miraba a Apolo con furia y sorpresa, no esperaba que aceptara algo asi, pero ahora sabía con certeza de que el dios del sol desiquitaría su enojo con su preciosa Antheia.

Zeus, observando la dinámica entre los dos dioses, asintió con seriedad.

—Muy bien, entonces. El trato está hecho. Antheia será prometida a Apolo como su esposa. Eros, esto servirá como una lección para ti. Afrodita, asegúrate de que esto se lleve a cabo de manera adecuada.

La diosa asintió con satisfacción, sabiendo que había logrado su cometido.

—Un momento —intervino Eros dando un paso adelante—. Antheia tiene trece años, aún es una niña. Si no puedo evitar esta boda, al menos que se le permita llegar a los dieciocho antes de casarse.

Zeus miró a Apolo, quien parecía momentáneamente contrariado por la súplica de Eros. Esperar a que cumpliera dieciocho para casarse era una tontería, la mayoría de las mujeres de la edad de Antheia ya estarían casadas o en preparativos de celebrar la unión. 

La tensión en la sala era palpable, y todos los ojos estaban sobre el rey de los dioses mientras consideraba la petición.

—Es una petición razonable —declaró finalmente—. La joven Antheia será prometida a Apolo, pero la boda no se celebrará hasta que alcance dicha edad.

Artemisa se acercó a su hermano y le habló en voz baja, tratando de calmar su furia y recordándole la importancia de manejar esta situación con cuidado. Apolo, aunque contrariado por la espera, asintió con resignación. Sus planes de venganza se desplazarían unos años, pero eso no le importaba. Estaba dispuesto a esperar si eso significaba que podría hacer sufrir a Eros y asegurarse de que su nuevo matrimonio fuera un tormento.

—Muy bien, si este asunto quedó terminado, pueden retirarse.

Los dioses asintieron, poniéndose de pie y la sala se vació gradualmente, dejando a solas a los principales involucrados.

Eros se volvió hacia su madre con una mirada de súplica en los ojos, pero Afrodita solo le sonrió con un aire de triunfo. Estaba decidida a enseñarle una lección por desafiarla.

La diosa se echó el cabello hacia atrás del hombro y salió de la sala con paso firme y sensual, sin importarle haber herido a su propio hijo o haber condenado a su nieta.

Apolo observó a Eros con una mirada fría, se acercó al dios del amor, sus pasos eran lentos y deliberados, como un león acechando a su presa.

—Has causado mucho dolor, Eros —dijo con voz firme, aunque su tono era bajo, como si temiera que alguien más escuchara—. Ahora, finalmente, pagarás por ello.

Eros lo miró con desafío, pero había un destello de inquietud en sus ojos. La sonrisa burlona que solía adornar su rostro había desaparecido.

—No sabes lo que estás haciendo, Apolo —susurró Eros.

Apolo se detuvo frente a él, tan cerca que podía sentir la calidez del aliento de Eros en su rostro. Sus ojos dorados ardían con intensidad.

—Oh, lo sé muy bien —respondió Apolo con una sonrisa retorcida—. Esto será solo el comienzo.

Bueno, como dije en la Introducción, esto no será una historia feliz y dulce como la de Darlene y Apolo. Antheia no es ninguna santa, ha sido criada por la propia Afrodita así que la relación de ella con Apolo será un poco turbia.

Esto va para largo, no sé cuantos libros tenga, y la trama de Percy Jackson tardará un poco en empezar, lo más probable es que sea en el siguiente libro, así que....paciencia.

EL PRIMER MEME DEL FIC:

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