ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴄɪɴᴄᴏ
ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴄɪɴᴄᴏ
━━━━━━━━━━━
━━━LOS CELOS...OH LOS CELOS SON ALGO MARAVILLOSO, DESPIERTAN AQUELLOS SENTIMIENTOS MÁS OSCUROS, INCLUSO SI TRATAMOS DE IGNORARLOS.
El sol ascendía lentamente en el horizonte, pintando el cielo con cálidas y áureas tonalidades. El aire fresco de la mañana acariciaba el rostro de Antheia mientras observaba el resplandor del amanecer desde el balcón de sus aposentos. Sus ojos humanos no le permitían distinguir la figura de Apolo en el carro del sol, pero sabía que estaba ahí.
Pronto alguna sirvienta la vendría a buscar para ir con la señora Leto a las festividades. Sería un largo día al lado de Apolo, sin duda, él haría de todo por apartarla, pero estaba dispuesta a llegar a las últimas consecuencias.
—¿Señora?
Se giró ante el llamado, Liria estaba en la puerta, sosteniendo para ella su manto más bonito.
Antheia lo tomó con gratitud y se envolvió en él, preparándose para la jornada que la esperaba. Con un gesto de asentimiento, indicó a Liria que estaba lista, y juntas se dirigieron hacia donde la señora Leto las aguardaba.
No estaba segura de qué esperar. Ella había nacido en Chipre, allí todas las festividades eran en honor a Afrodita, pero la diosa nunca se presentaba allí. Y hasta donde sabía, ellos festejarían en el Olimpo. Hubiera sido entretenido poder bajar a Esparta y celebrar con los demás mortales. Antheia se sentía muy sola en aquel templo.
En cuanto salió, sintió un nudo formarse en su estómago. El camino estaba adornado con guirnaldas de laureles y flores frescas.
«Lo ha hecho a propósito».
Antheia no quería sonar vanidosa, pero que le pusieron laureles justo frente a su puerta, le parecía demasiada casualidad.
—Fue orden de la señora Caliope —informó en voz baja Liria.
—Por supuesto que sí —masculló entre dientes—. Vamos.
El aroma embriagador del incienso llenaba el aire, creando una atmósfera encantadora. Las demás mujeres la miraban con desprecio, pero luego de la reprimenda que la señora Leto les había dado, ahora ninguna se atrevía a decir nada.
A medida que se acercaban al patio principal, el murmullo de la celebración se hacía más audible.
Fuera, Antheia quedó maravillada por la magnificencia del escenario que se desplegaba ante sus ojos.
Habían creado una especie de arena, rodeada por un enorme balcón adornado con finas telas doradas. Había cuatro asientos en la parte más alta, y en el principal, ya estaba sentado Apolo, cuya presencia irradiaba un brillo deslumbrante. Abajo había otro balcón más grande, repleto por una corte de divinidades y mortales, vio a varias de las mujeres del harén ya ahí, otras apenas estaban llegando y le sorprendió otra corte más pequeña de puros hombre. Todos sumamente atractivos.
Levantó la cabeza en alto y se dirigió a la escalera. Allí vio a la señora Leto y la señora Artemisa. La segunda parecía en verdad disgustada ante lo que su madre decía, pero asintió. Luego clavó su mirada en ella.
—Antheia —dijo dándole una sonrisa suave—. Es un gusto verte.
—Mis señoras —saludó inclinándose ante ambas.
—Vamos, pronto comenzarán los juegos —dijo la señora Leto.
Las tres subieron al balcón principal, sintió el amargo sabor de la bilis al ver a esa serpiente de Calíope sentada en el asiento al lado de su esposo.
La mirada de Leto recorrió el balcón principal, su expresión se volvió amarga al ver lo mismo que notó Antheia. Con un tono firme, Leto se dirigió a Apolo, su voz resonando con autoridad en el bullicio de la celebración.
—Apolo, querido hijo —sus palabras eran un mandato disfrazado de cortesía—, escolta a Calíope a su lugar.
El dios frunció el ceño casi imperceptible, una mueca de confusión adornando sus rasgos perfectos mientras miraba alternativamente a su madre y a Calíope.
—Madre —comenzó con voz pausada—, ¿estás segura de lo que pides? Calíope parece bastante cómoda donde está.
La musa sonrió encantadora a la mujer, quizá antes estaba acostumbrada a que una sonrisa le permitiera que sus caprichos se cumplieran. Leto, con los labios apretados en evidente molestia, sostuvo la mirada de Apolo, ignorándola por completo. Ella esperaba nada menos que obediencia de parte de su hijo.
En otras épocas, hubiera estado de acuerdo con que Calíope permaneciera allí, su papel como jefa de las musas le daba n lugar del más alto nivel, pero eso era antes. Antes, cuando Apolo no tenía una esposa.
—Como musa principal, su lugar es con las otras musas —dijo la mujer con una sonrisa suave—, el lugar a tu lado es de tu esposa.
Antheia tenía la certeza de que no toleraría que Apolo la contradijera. Y que esto era solo un aviso, la próxima vez no sería tan cálida. Y quizá él lo sabía porque apartó la mirada, con la mandíbula tensa y los puños apretados.
La idea de que su madre estuviera tomando partido por Antheia no le sentó bien. Sin embargo, se puso de pie con gesto pesado.
—Como desees, madre. —Con gesto rígido, se volvió hacia Calíope—. Por favor, acompáñame —murmuró con frialdad apenas disimulada, extendiendo su mano hacia Calíope.
La musa parecía desconsolada al ser desplazada de aquella manera. Aceptó la mano de Apolo con un gesto casi mecánico, consciente de que el dios nunca negaría nada a su madre.
Antheia bajo la cabeza para ocultar la sonrisa que se plasmó en sus labios. Observó por el rabillo del ojo, complacida, como Calíope no tenía otra opción que sentarse abajo, con las demás de su clase, con la mirada de todos los presentes sobre ella.
Apolo regresó rápidamente, deteniéndose al lado de Antheia.
—Ven, querida —dijo con el mismo tono frío, extendiendo el brazo hacia ella.
Antheia no se perdió la ironía. Aquel gesto podía parecer adecuado, pero a Calíope le había dado la mano, uno mucho más íntimo y cálido que esto. Aún así, lo aceptó.
La condujo a su asiento, luego se giró hacia su madre y hermana con una sonrisa enorme.
La ignoró por completo el resto del día.
De verdad lo intentó, trató como pudo en cada ocasión que encontró poder conversar con él. Se descubrió las piernas gracias al corte que tenía el vestido, se inclinó apoyando una mano en su brazo para llamar la atención y su visión hacia su escote; nada sirvió.
Apolo estaba decidido a fingir que ella no existía.
Suspiró, casi resignada al final de la tarde. Extendió la mano con una copa al sátiro que le había preguntado si deseaba más vino.
«Podría ser peor» se consoló. «Apolo podría haberme obligado a sentarme abajo con las demás».
Disimuladamente, miró hacia abajo. Se encontró siendo observada por las musas, que le dirigían miradas de odio mientras consolaban a Calíope.
El resplandor dorado del sol comenzaba a desvanecerse en el horizonte. Apolo observaba desde su asiento los últimos juegos con semblante indiferente, aunque en su interior ardía como un volcan a punto de erupcionar.
Otros años habría participado, gustoso de recibir los elogios por sus victorias, pero ese día, su madre había insistido en que se quedara en el palco con ellas.
Observó por el rabillo del ojo a la joven.
Antheia era hermosa, digna descendiente del legado de Afrodita. Bella como una flor naciente de primavera, cautivadora y sensual como ninguna. Cada gesto suyo, cada mirada, cada palabra solo hacía que la deseara más.
Los vestidos que usaba siempre resaltaba su apariencia, que sumado a su comportamiento la hacían parecer ya una diosa capaz de poner de rodillas a cualquier hombre, humano o dios.
A Apolo le resultaba difícil apartar los ojos de ella, pero le resultaba aún más difícil mantener las manos quietas.
El solo conocimiento de que ella era suya, saber que tenía todo el derecho a desearla y tomarla, hacía que sus más bajos instintos despertaran. Pensar en que Antheia lo recibiría en su lecho con los brazos abiertos, y también las piernas, era una visión deliciosa.
Y sin embargo, su linaje la marcaba como despreciable, una sombra que oscurecía cualquier posibilidad de retozar con ella.
Se sentía atrapado entre el deseo y el desprecio. La simple idea de sucumbir a los encantos de la descendencia de Eros le resultaba repugnante, una traición a su propio orgullo.
Ah, pero como ansiaba estar a solas con ella, explorar su cuerpo, poder besar cada centímetro de piel y hundirse en una lujuria que lo volvería loco.
Tenerla a su lado y serle indiferente, no poder seducirla como normalmente haría, lo estaba torturando.
Observó como se abanicaba con la mano, hacia demasiado calor en la arena y a diferencia de sus demás invitados, a ella nadie le brindaba una misera corriente de aire fresco. Notó las pequeñas gotitas de sudor bajar con pereza por su cuello y escote, deseando poder lamer su piel. Observó, lo más disimulado que pudo, el subir y bajar de la respiración, como sus senos apretados por el vestido parecian llamarlo con desespero.
Se acomodó mejor en su asiento, tratando de no dejar en evidencia la dureza de su miembro, y como si fuera una extensión de él, Antheia también se reclinó en el suyo, haciendo que la tela del vestido se le subiera aún más, dejando a su vista la suavidad de sus piernas.
Era una tortura.
El último eco de los festejos resonó en el aire, marcando el final de los juegos. Apolo levantó la mirada, sorprendido, el paso del día había sido tan lento, pero por suerte se había acabado y no se había percatado hasta ese momento.
Se puso de pie, listo para retirarse, ansioso por alejarse lo más que pudiera de Antheia. Extendiendo los brazos con una enorme sonrisa hacia sus amantes, que lo llamaban desde el palco de abajo.
Eso era lo que necesitaba. Una buena noche de sexo apasionado con sus amantes y se le pasaría el ardor que su esposa había dejado con su presencia.
Pero antes de que pudiera dar un paso, una mano firme se posó sobre su hombro.
—Apolo, no olvides a tu esposa —masculló su madre por lo bajo—. Escóltala de regreso adentro.
Artemisa, con los brazos cruzados, asintió en acuerdo. Visiblemente contrariado, miró a ambas. Leto mantuvo la mirada firme.
—Creo que ya he pasado bastante tiempo con...
—Tus amantes pueden esperar —espetó Leto frunciendo el ceño—. Tu obligación es para tu esposa. No me hagas pasar vergüenza, Apolo. Te eduqué mejor que esto.
A regañadientes, asintió resignado. Extendió su brazo hacia Antheia con enojo. La joven, sintiéndose victoriosa, aceptó el gesto y se puso de pie.
Caminaban juntos por los pasillos del Olimpo, envueltos en un incómodo silencio. La tensión entre ellos era palpable, como si el aire mismo estuviera cargado con la electricidad de sus emociones encontradas. Apolo se mantenía erguido, con la mandíbula tensa y los puños apretados. Su mirada fulminante se desviaba ocasionalmente hacia Antheia, quien caminaba a su lado con la cabeza en alto, sin desviar la vista del camino adelante.
El silencio se prolongaba, interrumpido solo por el eco de sus pasos sobre el mármol pulido del pasillo. Las sombras de las columnas se alargaban a medida que avanzaban, proyectando una atmósfera sombría sobre la escena.
—Si crees que has ganado porque mi madre ha decidido tomar partido por tí, descubrirás que las cosas solo van a empeorar —murmuró rompiendo el silencio con una voz fría y llena de desprecio.
Antheia se detuvo por un momento, sintiendo el peso de sus palabras.
—No he pedido su intervención, mi señor —respondió con calma, apenas un susurro en el viento—. A mí también me tomó por sorpresa, pero ella entiende mi posición, y aún más importante, reconoce el peligro que es para su reputación que siga despreciándome.
Quería cerrar su mano en su cuello, empujarla contra la pared y apretar hasta que dejara de respirar. Quería levantarla del suelo, apartar la tela de su quitón y enterrarse entre sus piernas profundamente.
Se detuvo, girándose hacia ella con una mirada que podía quemar incluso al Olimpo. Sus palabras escaparon de sus labios con un tono cortante.
—¿Mi reputación? —Sonó como el siseo de una serpiente que le heló los huesos. Apretó la mano sobre su brazo hasta hacerla jadear—. ¿Qué reputación?
Antheia levantó la barbilla, sabiendo que no le gustaría lo que la señora Leto le había dicho.
—Siendo hijo de quién es, qué dirán si no es capaz de yacer con su propia esposa —murmuró.
Una risa gutural se escapó de su garganta, realmente divertido por la idea de que alguien en el Olimpo pensara mal de él por algo así.
—Que mi esposa es incapaz de despertar deseo en mí —masculló con burla.
La joven apretó la mandíbula. ¡¿Cómo se atrevía a insinuar que ella era incapaz de volverlo loco!? Si ni siquiera le había dado la oportunidad, y aún así, sabía que él mentía, cuando estaba cerca suyo, la lujuria y el enojo eran los únicos sentimientos que desprendía.
La odiaba, pero también la deseaba más que a nada.
—Así que no te hagas ilusiones, la presencia de mi madre no cambiará nada.
—El destino es caprichoso, mi señor. Quién sabe qué giros nos aguardan en el camino —respondió con una sonrisa enigmática.
Apolo frunció el ceño, incapaz de descifrar completamente la mirada de su esposa.
≿━━━━༺❀༻━━━━≾
Antheia se colocó el collar de oro, caía justo sobre sus senos. Se observó en el espejo complacida. Liria había hecho un magnífico trabajo consiguiendo el vestido tan pronto.
Era de seda roja y traslúcido en las partes correctas, con un tajo en la pierna tan grande que estaba demasiado cerca de su centro.
—Trae mi perfume, por favor.
Liria se apresuró a abrir el pequeño armario incrustado en la pared, donde las pertenencias más preciadas de Antheia estaban guardadas. Objetos que había traído desde el templo de Afrodita o que habían sido regalos de su padre.
Entre ellos, un perfume que le había dado su hermana Hedoné. Contenía un poco de su propio poder, y no dudaba que sería capaz de ayudar a despertar deseo a quién lo oliera.
—Mi señora, ¿no debería usar mejor aceite de palma, menta o quizá rosas?
Antheia sonrió, mientras tomaba el frasco.
Normalmente sí, se solía usar por costumbre un aroma distinto para cada parte del cuerpo, la mejorana para el cabello, el aceite de palma para el pecho, menta para los brazos, tomillo en las rodillas, y así dependiendo de la ocasión. Y si bien había rituales donde ella respetaba ese uso, Afrodita tenía más predilección por los perfumes de rosas, después de todo, era su flor. Así que se había acostumbrado a la idea de utilizar un único aroma, igual que ella.
—El perfume correcto es el que te separa del resto de las mujeres, es lo que marca la diferencia —le había dicho la diosa una vez, cuando tenía quince años—, para que aquellos que lo sientan, incluso cuando no estés presente, solo puedan tenerte a tí en sus pensamientos.
Con el delicado frasco en sus manos, aplicó el perfume con cuidado en su cuello, muñecas y escote. El aroma, embriagador y seductor flotó a su alrededor, era en verdad una fragancia irresistible.
—Es maravilloso —comentó Liria sonriendo—, ¿qué aroma es?
—Una creación de mi hermana, especialmente para mí como regalo de bodas —respondió divertida—, ella lo llamó..."la caída del sol".
Liria abrió los ojos, escandalizada.
—¡¿La caída del sol, señora?! —repitió nerviosa.
—Así es, un perfume hecho por la misma diosa del placer sexual solo puede estar destinado a la perdición de un hombre, Liria —respondió devolviéndoselo—. Y mi único propósito es que mi esposo caiga ante mí. Despertaré en él un deseo tan fuerte que no podrá seguir ignorándolo ni ocultarlo. No se resistirá mucho tiempo a la llamada de su propio corazón. Y cuando eso suceda, será él quien ruegue por mi presencia, no al revés.
—¡Mi señora, si alguien la escucha...!
—¡Él empezó! —exclamó enojada—. Decirme que soy incapaz de seducirlo, que no puedo volver loco a mi propio esposo. ¡Ja! Ya verá lo que puedo hacer. Hasta ahora no me ha dejado acercarme, pero esta noche, gracias a la señora Leto no podrá escapar de ello.
Cuando fue el momento, salió en dirección hacia la habitación privada de su esposo. La señora Leto había organizado una pequeña celebración para él, música, baile y comida por lo que quedaba de noche.
Entró en la habitación, con la luz tenue de las antorchas bailando en las paredes. Su esposo estaba recostado en su trono, su figura esculpida resaltaba contra el fondo oscuro de la habitación. Al verla entrar, entrecerró los ojos.
—Antheia —pronunció su nombre con una mezcla de sorpresa y rechazo, como si no esperara verla allí. Probablemente no sabía que ella estaría ahí—. ¿Qué haces aquí?
—Yo la invité —dijo la señora Leto, sentada en otro asiento a su lado—. Ven, querida, siéntate con nosotros.
Leto señaló unos cojines en el suelo entre ambos asientos. Había sirvientes deambulando por todas partes, pero los demás invitados aún no llegaban.
—Madre...
—Ven, Antheia.
Obedeció a la mujer, sentándose con gracia y miró a su esposo. La sonrisa que jugaba en sus labios era un desafío peligroso. Antheia sabía que estaba jugando con fuego, y aún así estaba dispuesta a quemarse.
En medio del silencio expectante, la puerta se abrió de golpe, revelando la figura esbelta y traviesa de Hermes.
—¡Hermano! —exclamó, su voz resonando en la habitación—. ¿Me has extrañado?
Apolo frunció el ceño, su expresión endurecida por la intrusión no deseada. Lo último que necesitaba era a Hermes coqueteando con Antheia. Últimamente era para lo único que su hermano lo visitaba.
Antheia mantuvo la compostura, su mirada fija en Hermes, sabiendo que su presencia sólo añadiría más leña al fuego. Lo cual era perfecto.
Hermes se acercó con su típico aire despreocupado, como si no tuviera idea de las tensiones que llenaban la habitación. Con una reverencia exagerada, tomó la mano de Antheia y la besó con demasiada confianza para el gusto de Apolo.
—Encantado de verte, querida Antheia —declaró Hermes, su sonrisa ampliándose con malicia—. Siempre es un placer verte.
Ella retiró su mano con gracia. Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, como si estuviera disfrutando del malestar que su presencia causaba.
—Hermes, querido —intervino Leto con vos duave—, ¿qué te trae por aquí en esta noche tan especial?
El dios mensajero se encogió de hombros con despreocupación.
—Oh, solo pensé en pasar a saludar a mi hermano y, por supuesto, a su encantadora esposa —respondió con una pizca de malicia—. No podía perder la oportunidad de alegrar esta reunión familiar con mi presencia.
Apolo apretó los dientes, luchando contra el impulso de lanzar una réplica afilada. Antheia, por su parte, mantuvo una actitud serena, aunque sus ojos brillaban con diversión.
—¿Entonces vas a quedarte?
—¡Por supuesto que sí! —exclamó sentándose en otro asiento, sin perder la oportunidad de guiñarle un ojo a la joven.
Ella le dio una pequeña sonrisa, y centró su atención en el bullicio de las conversaciones y las risas que llenaban el aire, apenas tapadas por la música. Los sátiros y algunas ninfas pasaban entre los invitados, ofreciendo bandejas con manjares y jarras rebosantes de vino perfumado.
Una de ellas se acercó a llenar sus copas. Antheia sabía que por orden de rango, incluso siendo esposa de Apolo, pues ella aún era mortal, sería la última en ser servida. Esperó pacientemente, primero pasó por la señora Leto, luego a Apolo, luego el señor Hermes, y cuando por fin le tocaba a ella, estiró el brazo con la copa y una sonrisa educada, pero la ninfa pasó por su lado, ignorándola completamente.
Apolo soltó una risa por lo bajo, y su madre lo miró mal.
La joven bajó la copa sintiéndose avergonzada, pero en cuanto la ninfa volvió a pasar de nuevo cerca de Hermes, el dios dejó que el vino cayera al suelo, manchando el largo vestido y los pies de la chica.
—¿Ignoras a tu señora? —cuestionó con una mirada fría.
Antheia lo miró boquiabierta. Sus labios se curvaron en una sonrisa sutil mientras disfrutaba de ser defendida.
—Y-Yo... —Un rubor intenso adornó el rostro de la ninfa.
—¿Cómo te atreves a faltarle el respeto así?
Apolo se enderezó en su trono, con la mirada fija en Hermes. Su ceño fruncido y su mandíbula tensa revelaban su irritación, como si el hecho de que su hermano defendiera a su esposa fuera una afrenta hacia él.
—Hermes, no es asunto tuyo —gruñó, con el mismo tono que el otro dios había usado—. No tienes por qué intervenir en asuntos de mi palacio.
—¿En serio te molestas por mi actuar? —cuestionó enarcando una ceja—. ¿Dónde se ha visto que una sirvienta le falte el respeto a su señora?
El corazón de Antheia se hinchó de gratitud ante esas palabras. Apolo, en cambio, apretó los puños con furia contenida, su mirada fulminante recorriendo a Hermes con un destello peligroso. Sin embargo, antes de que pudiera replicar, la voz suave pero firme de Leto cortó el aire tenso.
—Hijo, no es apropiado discutir en una ocasión como esta —dijo, su tono materno resonando con autoridad. Se inclinó más cerca suyo para murmurar por lo bajo con un tono más duro—. Pero coincido con lo que dice. Empieza a darle a tu esposa el lugar que tú mismo aceptaste que tuviera.
Apolo gruñó, pero asintió sin ánimos.
—Sírvele —ordenó con dureza—. Y no vuelvas a ignorar a tu señora —agregó a regañadientes.
La ninfa se disculpó torpemente, su voz temblorosa por la vergüenza, antes de marcharse a cumplir la orden.
Esto era exactamente lo que pedía. Buen trato. Era todo.
La fiesta transcurrió con bastante tranquilidad después de eso. Excepto quizá porque el insensible de su marido no paraba de coquetear con cada mujer y hombre que se le acercaba, tampoco dejaba de mirar a las bailarinas con deseo.
Sus ojos se posaron en la figura serena de la Señora Leto, quien parecía cada vez más cansada de las actitudes de su hijo.
—Antheia, querida —dijo con dulzura inclinándose hacia adelante para poder verla mejor—, he oído sobre tus maravillosas destrezas en la danza. Afrodita parece especialmente orgullosa de ellas.
Antheia sonrió con suavidad, el plan estaba saliendo tal como quedaron.
Se encontró con la mirada de su esposo, buscando algún indicio de aprobación, o al menos curiosidad, en él. Sin embargo, lo que encontró fue una mueca de desdén.
—¿De veras crees que ella puede danzar? —se burló con arrogancia—. Es solo una muchachita sin gracia que no sabe hacer otra cosa más que pavonearse.
Antheia sintió cómo la rabia ardía en su pecho. Sus ojos destellaban con indignación, estaba por responderle cuando la voz de Hermes la detuvo.
—Tuve el placer de bailar con ella en la boda —dijo mirando a Apolo—. Fue toda una delicia.
—Bailar acompañado no es lo mismo que bailar solo —replicó—. Y lo único que yo vi en la boda, fue a una joven impertinente bailando ebria.
Esas palabras la golpearon como un látigo en el rostro, dejándola sin aliento por un momento. Sintió cómo la humillación se apoderaba de ella, convirtiendo su indignación en una furia abrasadora que amenazaba con consumirla por completo.
—Los nervios hacen estragos en las novias —la defendió Leto—. No se la puede culpar por tratar de encontrar alivio en un poco de vino.
—¿Un poco? Debe haber probado un barril entero de vino —espetó frunciendo el ceño—. Sí no sabes beber, no debes tomar sin control.
—Pues yo la veo bastante bien ahora —dijo Hermes, mirándola con tranquilidad—. ¿Cómo te sientes para bailar, querida?
Antheia se acomodó mejor en su asiento.
—Perfectamente.
—Ya ves, hermano. No hay problema alguno. Estas doncellas son las mismas de siempre con sus mismos bailes de toda la vida —dijo señalando a las jóvenes con aburrimiento—. Deja que nos deleite un poco con su talento.
Apolo le sostuvo la mirada con molestia, luego miró a su madre y al final, asintió.
—Bien —dijo a regañadientes, antes de mirarla con burla—. Espero que al menos valga la pena.
Antheia le sostuvo la mirada, desafiante. Le mostraría de lo que era capaz.
Apolo enarcó una ceja. ¿De verdad pretendía impresionar a todos como si fuera una experta en la materia?
Para él, era evidente que estaba destinada a hacer el ridículo frente a todos. Su esposa no tenía el refinamiento ni la elegancia necesaria para competir con ninguna de sus mujeres. Era solo una mortal cualquiera. Sus doncellas, en cambio, eran bailarinas experimentadas, preparadas por las mismas musas, diosas de las artes.
Ninguna otra podía igualar su talento.
Las demás se abrieron paso, dejándola todo el espacio para ella sola, sentándose a los costados. Las musas lo miraron, preguntando si de verdad debían tocar para ella.
Asintió, con una sonrisa burlesca y ellas soltaron risitas, comprendiendo su misma línea de pensamiento.
Se recostó en su asiento, esperando que ella comenzara a bailar, sonriéndole burlonamente, con los brazos cruzados.
Se paró en medio de la sala, dándoles la espalda, esperando que alguna melodía comenzara a sonar. Antheia sonrió, sintiendo su mirada ardiente sobre ella.
Casi se atragantó con la saliva al ver que el vestido tenía toda la espalda descubierta. Recorrió todo su cuerpo, odiando cada imagen que su mente recreo de sí mismo pasando la lengua por aquella piel.
Finalmente, una de las musas se sentó ante la lira y comenzó a tocar la primera melodía. Apolo deseó que ella tropezara y cayera al suelo lo antes posible.
Antheia comenzó a moverse lentamente, dando suaves bamboleo de cintura de un lado a otro, levantando los brazos al ritmo de la música, como si estuviera en perfecta armonía con el universo a su alrededor.
Se giró, con las manos sobre la cabeza, sin dejar de mover las caderas de un lado a otro, con bamboleos firmes. Una quedó en alto, la otra bajó en ondas siguiendo la figura de su cuerpo, antes de volver a subirlas; y volver a repetir el mismo movimiento pero con la otra mano.
La sonrisa burlona de Apolo se desvaneció gradualmente, reemplazada por una expresión de incredulidad y molestia.
Avanzó hacia él con pequeños pasos, moviendo como olas el vientre, girándose de costado con la pierna flexionada, permitiendo que el tajo del vestido revelara su pierna. Bajó las caderas en ondas mientras sus manos delineaban la figura de su cuerpo, subiendo por entre sus senos.
Dio un pequeño salto para quedar nuevamente de frente,, separando las piernas y girando las caderas en un gran círculo, continuó moviéndose en bamboleos, poniendo el peso de su cuerpo en cada pierna.
Un escalofrío de placer recorrió el cuerpo de Apolo mientras la veía moverse sensualmente frente a él. Tragó saliva, intentando ignorar el fuerte deseo de tomarla entre sus brazos y quitarle aquel vestido que no dejaba nada a la imaginación.
Antheia giró con gracia, sus ojos encontrando los de Apolo. Sus manos se movían hacia arriba y abajo, luego las llevó hacia el vientre, subiendo en una lenta agonía sobre su cuerpo hasta los senos y luego hasta elevar los brazos sobre su cabeza, bajando por los costados y repitiendo el movimiento uno y otra vez.
Apolo no podía dejar de mirar su cuerpo. Era como una escultura tallada por los mismos dioses. Su respiración era dificultosa y el corazón le latía con fuerza, podía sentir la sangre en sus venas arder de deseo.
La joven le dio la espalda, continuando con su baile, bajando lentamente hasta el suelo. Contuvo un jadeo que amenazó con delatarlo.
Verla con las manos en el suelo, y todo su cuerpo expuesto y cerca de su alcance, fue demasiado. Se aferró como pudo a su trono, tratando de contener las manos y lo mucho que quería echar a todo el mundo de allí.
Casi podía saborear su piel, su aroma, todo en ella lo llamaba como el canto de una sirena, rogándole que la poseyera.
Estando a un par de metros de él, Antheia sabía que Apolo estaba en su límite. Todo en él ardía de deseo por ella, pero aún seguía conteniéndose. Necesitaba algo que lo hiciera explotar.
Entonces desvió la mirada, apenas un instante lejos de él y supo cómo lo conseguiría.
Apolo notó el momento exacto en que Antheia dejó de prestarle atención. Fue casi imperceptible, pero ahí estaba. Sus ojos centrados en Hermes.
Miró a su hermano por el rabillo del ojo, y no le hizo falta leer sus pensamientos para saber que el muy traidor se imaginaba a su esposa entre sus brazos.
Apolo apenas podía contener su furia mientras observaba a Antheia, sin ninguna vergüenza, bailar para Hermes. ¿Qué estaba tramando esa mujer?
Y como si fuera poco, Hermes no era el único. Salvo su madre, que parecía divertirse con todo esto, los demás miraban con lujuria a la hija del dios del deseo.
Apolo apretó los puños. Esa mujerzuela, entrenada por Afrodita, había logrado seducirlos a todos en menos de un par de minutos.
La rabia ardía en su pecho. No permitiría que su esposa se burlara de él de esa manera delante de todos.
Sus movimientos se volvieron más audaces, más seductores, como si estuviera desafiando a la misma gravedad con cada movimiento.
Pero nada de eso era para él. No cuando la muy sinvergüenza no quitaba sus ojos de Hermes. Y el muy traidor, a su lado, le faltaba poco para empezar a tocarse allí mismo.
Cosa que al menos aún mantenía la decencia, si hablábamos de otros de los presentes que ya ni ese cuidado tenía.
Era como si en el momento en que comenzó a bailar, un hechizo hubiera descendido en la habitación. Inundando los sentidos de todos. Miró a sus musas, las nueve pérdidas en algún trance, con las miradas nublados de deseo.
Antheia giró con elegancia. Estiró la cabeza hacia atrás y sus manos se deslizaron con anhelo sobre sus senos.
Solo bastó un gemido bajo para que llegara a su límite.
—¡Es suficiente! —Su bramido sacudió las paredes enteras del palacio.
La música se detuvo y la mirada asombrada de todos los presentes se centró en él.
Se levantó de su trono, su mirada fija en Antheia mientras ella lo observa fingiéndose inocente, como un cervatillo frente a la flecha de un cazador.
—¿Ocurre algo malo, hijo? —preguntó Leto con una sonrisa traviesa.
Apolo supo que ese había sido su plan desde el inicio. La amaba profundamente, pero no era ningún tonto. Sabía bien quién lo crió.
—Salgan —ordenó con voz fría.
Los murmullos ansiosos se apagaron abruptamente. Hubo un momento de vacilación, un instante en el que los presentes intercambiaron miradas inciertas.
—Vamos, Apolo... —intentó decir Hermes con desfachatez.
—¡Salgan todos! —gritó, su tono helado y autoritario cortando el aire como un látigo—. ¡Ahora mismo!
Con gestos apresurados, los invitados se pusieron de pie, murmurando excusas y disculpas a medias mientras se apresuraban hacia las puertas.
—¡Tú no te muevas! —Apuntó a Antheia, la muy descarada había intentando escapar entre los invitados.
Leto se acercó a Apolo con una sonrisa forzada, intentando calmar los ánimos antes de que la situación empeorara.
—Apolo, querido, ¿no crees que estás siendo un poco drástico? —preguntó con tono conciliador.
Pero él no estaba de humor para las palabras tranquilizadoras de su madre. Su ira seguía ardiendo en su pecho.
—Madre, por favor, sal.
Leto miró a Antheia, quizá ahora de verdad preocupada por lo que seria de ella si los dejaban a solas.
La mujer quería que Apolo se sintiera tan tentado que no pudiera seguir resistiéndose, y al inicio le divirtió en sobremanera las caras que su hijo hacia a medida que Antheia lo sorprendía con sus movimientos. Pero la muchacha había cruzado un límite al haber coqueteando con Hermes abiertamente delante de todos.
No que la culpara. El dios mensajero estaba resultando mucho más agradable que su hijo, pero si en algo había salido igualito a Zeus, era que Apolo no toleraria burlas, mucho menos de su esposa.
Por eso Hera no tenía amantes. Por eso Antheia no debía tener amantes.
Una broma estaba bien. Los celos ayudan a mantener un poco la pasión.
Pero tal como estaban las cosas entre ellos, quizá habían forzado un poco demás las cuerdas de Apolo.
Antheia asintió, bastante segura de lo que estaba haciendo. Leto quería confiar en que la joven sabía lo que hacía, pero ella conocía el temperamento de su hijo.
—Apolo...
—Sal.
La mujer desplazó su mirada de él a su joven nuera, indecisa, pero algo en los ojos de Antheia le dijo que todo estaría bien.
—Como desees.
Se retiró, esperando que por la mañana, la muchacha aún estuviera viva.
Hermes intentó acercarse a ella. Quizá qué palabras de aliento intentaba darle.
—Hermes, no intentes colmar mi paciencia —siseó tomándolo del brazo con fuerza—. Sal de aquí. Ahora.
—Hermano, creo que estás exagerando un poco...
—No pedí tu opinión. Vete.
Ambos dioses se sostuvieron la mirada, pero fue el menor el que decidió apartarla primero. Asintió, sabiendo que no era buena idea seguir molestando alguien como Apolo.
Esperaba que Antheia también se hubiera dado cuenta de eso.
En cuanto se quedaron solos, un pesado silencio se instaló entre ambos.
LAMENTO MUCHO LA TARDANZAAAA
Me costó el tema del baile, la última vez que yo bailé...tenía 8 y fue el lago de los cisnes XD
Tuve que ver vídeos, series, coreos, todo lo que pudiera darme alguna idea de cómo plasmar el baile de Antheia, y este fue el resultado, disculpas si quedó chafa por más que se intentó.
Decidí cortarlo acá porque sentí que sino quedaba muy largo, no se preocupen, el siguiente se viene por fin la nochecita de bodas.
Les recuerdo a quienes ya saben, y a quienes no leen Caprichos, que ahora tengo un canal de difusión por WhatsApp.
Pueden pedírmelo por mi ig: flor.reinoso1
Meme time
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro