Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

V

Pasó la noche.

Cuando al rayar el alba Miri ya sacaba fuera su manta y se aprestaba para partir, que bien temprano era, me encontró ya preparado y de pie junto a su motoreta.

—¿Qué haces ahí? —me dijo—. ¡Quítate de en medio, que tengo prisa!

—Voy con vos —la contesté plantándome delante como la tarde anterior. Ella dio un respingo, sorprendida, y después soltó una sonora carcajada.

—¡De eso nada! —exclamó—. ¡No tengo tiempo para andar protegiendo estultos en el vojo! ¡Que eres pasto de krímulos, abollado, conque aparta! ¡Vamos! ¿No me has oído?

—Os he escuchado, Miri —contesté, muy probado de nuevo en mi paciencia—. ¡Hasta en los infiernos os han oído de tan alto que habláis, muchacha del demonio! En cuanto a mi seguridad, me apaño solo, y ahora lo veréis... —dije, y señalé el cuchillo que me había prestado Tiñas para tallarme la pipa y que me había anudado a un fleco del poncho.

Lo desanudé y lo lancé de repente desde el costado, como una centella. Pasó rozando la cintura de la muchacha, quien dio un respingo, y se hundió en algo detrás suya que no era tierra; se escuchó de repente un cascabeleo que se fue apagando poco a poco y Miri se volvió, muy a su pesar. A la naciente luz del alba vimos cómo mi cuchillo se había hundido en el nacimiento de las dos cabezas de una serpiente deforme y ladina.

La muchacha se volvió entonces de nuevo y me miró de nuevo, con rabia redoblada. No había quedado convencida y mucho menos impresionada, ¡no! Fue a decir algo, pero entonces se escuchó la voz de Tiñas, desde la arcada.

—¡Mi desayuno! ¡Te doy gracias, Pálido! Hala, me considero con eso pagado por mis curas. Venga, vete con ella y así de paso la acompañas, que el vojo es peligroso.

—Ni en sueños va a venir este viro conmigo, Tiñas —contestó Miri sin quitarme ojo—. ¿Por qué quieres venirte a Bocaverno, Pálido? ¿A dónde vas? Si no recuerdas ni quién eres...

—No, en efecto —la respondí con una sonrisa y una reverencia—. Pero sé que estoy buscando algo y aún no sé qué es. Iré contigo al menos durante un tiempo, y si me lo permitís.

Ella fue a responder algo de nuevo, pero otra vez la voz de Tiñas nos sorprendió a ambos.

—Llévatelo, Miri. Aunque no es mala compañía conmigo no pinta nada aquí, en esta chabola. Sabe tallar y creo que algo sabe también sobre metales: ha arreglado el filo de ese cuchillo que yo usaba para trancar la puerta por las noches hasta hacer que corte más que la lengua de un paki.

—Vaya, os doy gracias, maljuna —le contesté al anciano, en chanza—. Algo sé en efecto de fuelles y forjas, pues vengo en parte de familia de espaderos, según creo. He visto forjar acero desde Algeciras al Iapam —añadí entonces, pero ni yo mismo sabía qué es lo que estaba diciendo.

—¿Lo ves? —repuso el viejo—. No tengo ni idea de lo que habla pero llévatelo. Empieza a recordar cosas según parece; le hará bien andar por el vojo. Hazlo por mí o nos moriremos los dos aquí de hambre y lo sabes bien, Miri. Yo solo tal vez sobreviva un par de docenas de tagos más, pero juntos será aún menos...

—Cállate, Tiñas —le respondió la chica—. No digas eso que no me gusta, ya lo sabes...

—¡Pues llévatelo entonces, fika! Llévaselo a Cachocarne, que seguro que podrá darle buen uso y hacerle ganarse la manduca con él. Y de paso que te acompañe a Bocaverno a ver lo de tu partnero perdido. ¡Que no me gusta ese urbo, te lo repito! Me quedaré más tranquilo si te acompaña. Sí, no sé de qué agujero ha salido el Pálido, y sí, no sabe casi nada de lo que se arrastra por estos mundos, ¡pero tiene los testos bien puestos, que yo lo he visto, y un raro sentido de lo que está bien o mal que ya no abunda por ahí!

—Pero... —Miri se volvió y me retó de nuevo con la mirada—. ¿Así que quieres que me lo lleve? ¡Míralo, si no lleva más que ese remendado poncho! ¡Se torrará al sunon! Y por lo que me has contado ni sabe que uno debe apartarse cuando alguien saca hierros... ¡Le hicieron un boquete en el pecho de un kuglazo! ¡Es pasto de...!

—De krímulos, ya lo habéis dicho, Miri —la atajé, a punto de perder la paciencia de nuevo.

Entonces escuchamos caer algo pesado a la tierra. Nos volvimos y vimos que Tiñas se había metido en su cabaña y que había regresado y tirado un pesado fardo al suelo. Parecían ropas pesadas, de color encarnado.

—Ea, eso ya está resuelto, Miri. Chamarra, botas y turbano para él, y mi cuchillo ya lo lleva encima, que le dará mejor uso que yo. Cógelo, Pálido —me dijo.

Sonreí a aquel anciano desde el corazón.

—Tiñas... Todo eso es vuestro y no sois precisamente rico. No puedo aceptarlo.

—¡Pamplinas! —repuso él—. La chamarra me queda grande, que me pagaron un sacamuelas con ella hace tres lustros y no sabía ya ni qué hacer con ella. Y el turbano ese me sobra, como todo lo demás, con que ya está todo hablado. ¡Iros ya, antes de que el sunon apriete de veras! ¡Venga, va!

No acostumbro a aceptar presentes del que tiene poco, pero en verdad que no podía hacer otra cosa si quería sobrevivir en aquella tierra apenas un solo día —o «tago», como ellos decían—, así que me vestí rápidamente con las buenas ropas que el viejo me había regalado. Me puse la chamarra —era esta prenda una especie de sobretodo grueso de buen cuero, muy prieto y usado por todo suerte de gentes en aquellos lugares— sobre el poncho, y después Tiñas me ayudó a hacerme el turbano como era debido.

—Mírate, pareces un krímulo del vojo, amigo mío —me dijo el viejo al terminar con esa sonrisa desdentada suya.

—Quedo en deuda por siempre contigo, hermano —le dije, y estreché su mano entre las mías de muy buena gana. Tiñas era un buen hombre, así que sentí mucho cuando le pasó después todo aquello, lo de La Pared, aunque eso debe quedar para otro cuento.

—Vuelve un día de estos si no te abollan la sesera o te meten otro kuglazo —me dijo echando otro gargajo de los suyos al suelo—. ¡Bueno, o vuelve en especial si te pasa algo de eso, que tal vez pueda hacerte otro remiendo! ¿Quién sabe? Tal vez hasta recuerdes algo de ti mismo para ese entonces y puedas entretenerme con alguna historia un rato. Leí una vez, cuando era junulo, que a veces la memoria perdida se recupera al cabo de un tiempo... —Palmoteó entonces la chamarra azotando mi antebrazo, en gesto de camaradería—. Mírate... Buena chamarra, ¿eh? Cuero bien curtido; te protegerá de algún mal trallazo de un pincho. ¡Pero guárdate de los kuglos por mucho que me hayas demostrado que estás hecho a prueba de ellos, no me seas estulto! ¡Anda, vete!

Estreché de nuevo la mano de aquel viejo escuálido, desdentado y maloliente. Cuando me volví Miri ya me esperaba sobre su motoreta, con cara de pocos amigos.

—¿Ya habéis terminado de daros besitos? Vamos, monta ya, Pálido... —escupió poniendo en marcha aquella máquina con un estruendo de mil demonios—. Y tú, Tiñas —añadió, volviendo la mirada al viejo a nuestro lado—. Ten cuidado. Volveré a visitarte cuando se me acabe el antisunon.

—Trataré de no estirar la pata, no te preocupes —contestó el anciano.

—Más te vale.

Yo me planté entonces junto a la rugiente motoreta.

—Voto a Dios... Esta cosa... ¿Es segura? —le pregunté a Miri.

Ella me observó, con chanza.

—Claro que no. Los manguitos rezuman benzina y las bujías chispan a veces a destiempo. En realidad podría explotar en cualquier momento, ¿pero qué quieres? —contestó, y se encogió de hombros—. ¡Pero va, monta ya, te digo!

Eché la pierna por detrás del asiento de aquella máquina para montarla, tal y como le había visto hacer a ella, y cuando me acomodé tomé a Miri con fuerza y algo de descaro por la cintura, afianzándome en mi asiento tras su espalda.

La escuché bufar.

—Vengo de ver a un maljuna y me encasquetan este otro. ¡Maldita sea mi suerte! —protestó. Entonces quise llamar su atención con un golpecito en su espalda. Ella se volvió y me dijo—. ¿Qué pasa ahora? ¿Qué quieres ya, hombre, si no hemos ni tomado aún el vojo? ¿Ya te quieres parar a mear?

—No. Sé qué significa eso de «maljuna», jovencita, y no me gusta —le contesté—. En verdad que por edad podría ser vuestro padre, y precisamente por ello me he propuesto cuidar de enseñaros buenos modales durante este viaje, que buena falta os hace. ¡Y voto a Dios que lo haré! —le dije, y eché a reír, y bien me podéis creer que aquella risa se me murió en los labios en cuanto Miri espoleó aquella motoreta suya del carajo y la encabritó como un potro, enfilándola a toda velocidad loma abajo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro