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Epílogo

Según una creencia tradicional oriental, todos nacemos atados a un hilo rojo, el cual nos conecta al amor de nuestras vidas. Este hilo puede estirarse, acortarse, doblarse y dar la vuelta al mundo, pero jamás se corta. Esta bonita manera de graficar el destino de nuestras vidas, nos explica qué tan fuerte son los poderes del amor. Dos personas entrelazadas por el destino, llámese hilo rojo o no, siempre terminarán encontrándose y permanecerán ligadas para siempre.

La primavera estaba llegando cuando ingresó a la cafetería con una expresión de cansancio, estornudando contra su bufanda mientras soltaba un quejido bajo.

A pesar de que hubiera sol, se seguía sintiendo un viento helado que obligaba a todas las personas a salir abrigados para no terminar con un resfrío, y ella no iba a ser la excepción. Siempre tuvo un sistema de salud algo delicado; por otro lado, no podía enfermarse porque tenía que seguir trabajando, no le gustaba dejar sus cosas tiradas por algo tan mínimo como un resfriado.

Odiaba esos primeros días de primavera, cuando eran una mezcla de calor y frío imposibles de combatir.

―¿Qué va a querer, señorita? ―preguntó la cajera.

―Un capuchino de vainilla para llevar ―pidió, extendiendo los billetes para pagar.

―La llamaremos cuando esté listo, ¿cuál es su nombre?

―Danielle Marsh.

La chica asintió y Danielle caminó para sentarse en la barra, mirando por el ventanal hacia la calle.

El día anterior, Rei le envió un mensaje diciéndole que ya no podía seguir en una relación con ella, así que Danielle volvía a estar, "oficialmente", soltera, aunque si era honesta con todo el mundo, tampoco es como si hubiera tenido una relación profunda luego de su fallido matrimonio, cinco años atrás.

Cinco años desde la última vez que vio a Haerin, llorando en la puerta, cerrándola para luego sólo existir el silencio.

Una vez Haerin se marchó, Danielle terminó su relación con Hanni, que le miró con una frialdad enorme y desprecio en sus ojos, pero a Danielle no podía importarle menos, no cuando se sentía perdida y vacía por dentro, como si algo no estuviera bien a su alrededor.

Vivió por cerca de trece años con la presencia constante de Haerin a su lado, ya fuera como amiga, novia o esposa, y las cosas sin ella se sentían extrañas, dolorosas, pero por sobre todo, desconocidas.

Después de eso no tardó en ir a la oficina del gerente de la empresa, presentando su carta de renuncia y, días más tarde, vender el departamento en donde vivió con Haerin por diez años. Se mudó a un lugar mucho más pequeño, con una cama individual donde no sintiera esa constante soledad que le invadió los últimos días desde que Kang se marchó sin mirar atrás, y fue contratada en menos de un mes en una pequeña empresa mobiliaria, donde nadie le conocía ni juzgaría.

Aunque eso no evitó que rompiera a llorar cuando estaba guardando las cajas y encontró ciertos papeles que Haerin abandonó: eran esos papeles de adopción que nunca le mostró a Danielle, porque cuando lo iba a hacer, comenzó el principio del fin.

Danielle lloró, desesperada, leyendo los trámites, recordando todas esas veces que hablaron sobre adoptar, sintiéndose más miserable que nunca por no haber pensado un poco más en el corazón de Haerin. Luego, guardó los papeles al fondo del cajón, prometiéndose que, algún día, los volvería a leer.

De esa forma comenzó una nueva y solitaria vida como soltera, aunque siendo sincera, nunca se quitó el anillo de matrimonio a pesar de que las actas de divorcio ya estaban firmadas, así como Haerin lo quiso.

Hubo un breve instante donde pensó no seguir llevando a cabo el divorcio, después de todo, Haerin se marchó, ¿cómo iba a saber ella que esos trámites nunca se llevaron a cabo? Así, si Haerin volvía, podría volver a insistir en ello, podría...

Pero ese breve pensamiento desapareció cuando, un día, mientras cruzaba por el parque, se encontró con esa mujer a la que Haerin buscó cuando se olvidó de su cumpleaños, jugando con su hijo en el parque.

Minji no le vio, demasiado concentrada en cuidar de su pequeño hijo, y pensó que, un día, Haerin podría encontrar a alguien que le amara, a una persona que nunca le haría lo que ella le hizo, alguien con quien querría compartir el resto de su vida, y Haerin querría casarse, descubriendo que el divorcio nunca se llevó a cabo.

Y Danielle no podría soportar verla volver para exigir la separación, buscando compartir su vida con otra persona que no fuera ella.

Así que llevó a cabo todos los trámites al día siguiente, sin necesidad de que Haerin estuviera presente porque los papeles ya estaban firmados.

Dos años después, se encontró a Hanni a lo lejos, saliendo con otra trabajadora de la empresa donde trabajó, ambas tomadas de la mano con bolsas de compras, riéndose, metidas en su propia burbuja. Si mal no recordaba, se llamaba Kazuha.

También perdió contacto con Jinni y Sullyoon, lo normal, considerando que la mejor amiga de Haerin trató de golpearla con un palo cuando Haerin se marchó, siendo sólo detenida por su novia. Sabía, porque también las veía a veces (pero se ignoraban mutuamente, tensión floreciendo apenas se acercaban), que ahora estaban casadas y Sohyun tenía una hermanita menor de cuatro años que adoptaron, Choi Ruka.

Hyein fue otra en contraer matrimonio, pero contrario a lo que todos esperaban, no fue con Eunchae (su relación terminó meses después), sino con otro chico que conocía desde su infancia, Changhyeon. Contrajeron matrimonio unas semanas atrás, así que en ese instante estaban en luna de miel, disfrutando de su nueva vida juntas.

La única que parecía haberse quedado estancada fue Danielle, que nunca pudo lograr mantener otra relación más allá de unos meses, donde lo principal siempre fue lo carnal y no lo sentimental: nadie lograba causar aquel revuelo en su corazón como lo hizo otra persona de años atrás, nadie podía provocar que las palabras salieran de su boca en alguna conversación profunda que ayudaría a que los sentimientos florecieran, nadie causaba que de su garganta lograra salir un simple "Te quiero", y todas se alejaban porque podían notar el distanciamiento entre ellas.

Danielle no las retenía, ¿para qué iba a hacerlo? Nunca fue capaz de forzar sus propios sentimientos para sentir algo por personas que le eran, tristemente, indiferentes.

Durante mucho tiempo, también, pensó en volver a buscar a Haerin, pero siempre descartaba aquel pensamiento cuando recordaba que si Haerin se marchó, fue por cuenta propia, y si deseaba volver también lo haría por su deseo personal. Aprendió, con el pasar de los días, de las semanas, de los meses, que Haerin tenía razón sobre sus sentimientos: era momento de repararlos, de construirlos otra vez, de no seguir presionando, o habrían terminado rotas, odiándose por no ser capaces de sentir lo que al principio las unió con tanta fuerza.

Pero eso no significaba que no le iba a extrañar, porque era mentira si lo decía: Danielle Marsh seguía extrañando un montón a Kang Haerin, tanto como el primer día que se marchó.

―Danielle Marsh ―llamó uno de los chicos que atendía en la barra.

Danielle se puso de pie, suspirando y tomando el vaso de capuchino. Salió de la tienda a paso apresurado, pensando en las compras que debía hacer ese día para la semana.

Había avanzado una cuadra cuando escuchó un grito lejano, alguien pronunciando su nombre, pero pensó que se confundieron porque, ¿quién la iba a llamar para hablar con ella?

No, sólo cuando una voz conocida la llamó, tomándola del hombro, se detuvo.

―Danielle, Danielle, ¿eres tú?

Apenas consciente de sí misma se giró, encontrándose con esos tiernos, amables ojos que tanto amó.

Kang Haerin le observaba frente a ella, sonriendo enormemente, su cabello teñido de castaño claro oculto bajo un gorro de lana.

―¿Haerin? ―preguntó con la voz titubeante.

―¡Danielle! ―saludó Haerin sin dejar de sonreír, abrazándola de golpe―. ¡Ha pasado mucho tiempo, ¿no crees?!

Asintió, aunque sabía que Haerin no tuvo que haberla visto, así que se obligó a aclarar su garganta.

―Sí, cinco años, para ser exactas... ―contestó, humedeciendo sus labios.

―¡Te llamé en la cafetería, pero no me notaste! ―habló Kang, haciendo un puchero―. ¿Cómo has estado? ¿Es mi idea, o has crecido unos centímetros?

Sin poder evitarlo soltó un bufido, rodando los ojos.

―Vaya, eres tan divertida ―gruñó con ironía, causando que la sonrisa de Haerin aumentara un poco más―. Bien, ¿y tú?

―¡Maravillosamente bien! ―contestó la menor con entusiasmo.

Danielle le observó en silencio, notando su cabello brillante, sus ojos sonrientes, su sonrisa mostrando sus dientes. Podía notar su piel un poco más oscura, pero sana también, y le era imposible no rememorar la última vez que le vio, toda llorosa y encorvada, pálida, ojerosa, quebrada.

Pensar en eso provocó un estremecimiento poco notable, porque no pudo evitar culparse por haber destrozado a esa hermosa persona frente suyo.

Haerin seguía hablándole, así que se obligó a escucharla:

―... ¡Estuve viajando por muchas partes! Hace un año estaba en la India, ¡¿puedes creerlo?! Luego decidí hacer un tour por Europa, ¡vi un montón de cosas hermosas! Dios, ¡me habría encantado llevarte conmigo!

Asintió, sonriendo y no pudiendo evitar sentir su estómago contraerse cuando la mirada de Haerin se suavizó.

―¿Estás de paso, entonces? ―preguntó Danielle titubeante.

Deseaba invitarla a un café, a su departamento pequeño, a la plaza, a algún lugar donde pudieran hablar con calma, donde pudiera estar a su lado sin que nadie les molestara, donde pudiera decirle todo lo que no pudo decirle cinco años atrás.

―Sí, vine a ver a mi hermano y a mamá ―contestó Haerin―, la siguiente semana partiré a recorrer América, ¡ya lo estoy ansiando!

Volvió a asentir, su garganta apretándose mientras trataba de forzar a las palabras a salir.

―Tú... Uh... ¿Tú... Querrías...? ―la ahora castaña clara le miró, inquisitiva, y Dani deseaba hacerse pequeñita, desaparecer de allí―. ¿Eres feliz?

A último minuto no pudo evitar cambiar su pregunta, sintiendo ganas de llorar porque Haerin se veía tan contenta, tan satisfecha, que sintió que ella no hacía falta en su vida, ya no más.

Después de todo, ella fue el culpable de romperle su corazón, de quebrarla, de destrozar sus sueños.

¿Cómo podía volver a pedirle otra oportunidad cuando se comportó de esa forma con Haerin?

La chica, frente a ella, lucía un poco decepcionada.

―Lo soy ―afirmó.

Entonces estaba bien. Si Haerin era feliz, todo estaba bien.

―Me alegro por ti ―contestó Marsh educadamente―. Ya debo irme, Haerin-ah, tengo cosas que hacer y...

―No te preocupes ―asintió, retrocediendo―, debo volver a la cafetería, ¡dejé a la esposa de mi hermano sola! Oppa me matará si se entera de eso ―Haerin hizo amago de inclinarse para darle un beso, pero pareció pensarlo mejor porque se echó hacia atrás, su sonrisa titubeando―. ¡Fue un gusto verte, Dani! ¡Espero que estés muy bien!

Danielle asintió, forzándose a sonreír.

―Espero que tú también, Hae.

Se giró, dando unos pasos, su alma cayendo a sus pies mientras se forzaba para no romper a llorar mientras caminaba. Trató de no girar para gritarle a Haerin que le quería, que no le dejara, que le perdonara, pero sabía que todo fue dicho años atrás, que Haerin era ahora feliz y eso era lo único que bastaba.

¿Qué le importaba su propia infelicidad si Haerin por fin logró ser feliz?

A nadie, ni siquiera a ella.

Ni siquiera-

―¡Danielle!

Haerin le giró, agitada, sus mejillas coloradas, y se inclinó, dándole un beso fugaz en la mejilla antes de tomarle la mano libre, sintiendo una pequeña hoja de papel contra su piel.

Le miró, perdida, enamorada de esos ojos tan hermosos y dulces.

―Te dejé mi número de teléfono ―balbuceó Haerin avergonzada y alejándose, sin perder el rubor de su rostro―, sí... Sí quieres, mañana podemos salir por un café y... Y bueno...

―Me encantaría ―dijo, y sin poder evitarlo, sonrió también, sus dientes mostrándose por completo, sus ojos convirtiéndose en dos medialunas.

Haerin le correspondió su sonrisa, agitando su mano mientras comenzaba a correr.

―¡Espero tu llamada, Danielle!

Por primera vez en su vida, Danielle Marsh sintió que esos primeros días de primavera no eran tan malos como pensó al principio.

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