Capítulo 10
—Bu-buenos días... Mi-mi no-nombre es Kang Ha-Haerin, por fa-favor, ¡cu-cuiden de mí!
Seguido de sus palabras hubo un silencio tenso en el salón de clases mientras las mejillas de la pobre chiquilla se tornaban coloradas por la vergüenza. Entonces, comenzaron las risas.
Haerin tuvo que contener las lágrimas de sus ojos, en tanto la profesora les decía que se callaran. Después, la mandó a sentarse en el único puesto vacío, al lado de una chica de cabello largo y aspecto dormilón, casi aburrida allí.
Mordió su labio inferior, caminando por el salón forzándose a ignorar las risas burlonas, y se sentó al lado de la chica, que apenas le dirigió una mirada.
―Ho-Hola... ―saludó con tono ahogado.
Danielle Marsh le observó sin cambiar su expresión, enarcando una ceja en silencio antes de mirar al frente otra vez, ignorando a la muchacha con frenillos y mejillas regordetas a su lado.
Haerin sabía que ese sería un difícil año escolar.
¿Por qué estás tratando de alejarme?
Dime,
No estás siendo sincera, puedo notarlo.
¿Por qué sigues alejándome?
Puedo sentirlo todo.
¿Por qué no me dices nada?
Las burlas no se detuvieron ese día, claro.
Al principio sólo fueron palabras riéndose de sus frenillos, de sus mejillas, de sus orejas que se asomaban en los gorros que se ponía y su mamá le tejía con cariño, de sus dientes, de sus ojos, de todo. Le dolía, por supuesto, pero podía manejarlo, podía fingir que no era para tanto y creer que tarde o temprano se aburrirían.
Tres semanas después, comenzaron los empujones.
Cuando debía ir a buscar algún examen, cuando debía pasar al pizarrón, cuando salían de clases...
Fuertes empujones que la desequilibraban, seguido de risas maliciosas.
Un día, la empujaron tan fuerte que cayó al suelo, las palmas de sus manos raspándose, sus cuadernos desparramándose, y sabía que le iban a pegar, sabía que ahora comenzarían los golpes.
―Eh, idiotas, ¿qué mierda están haciendo?
Unas delgadas manos la tomaron de los hombros y la pusieron de pie, encontrándose con el enojado rostro de Danielle Marsh.
―¿Te gusta la nuevita, Marsh? ―se burló uno de los agresores, aunque se notaba enojado.
―O la dejan en paz, o les cortaré el cuello con mi navaja, idiotas.
Por supuesto, eso provocó que todos salieran corriendo.
Haerin tembló cuando Danielle volvió a mirarla.
―Tus cuadernos ―gruñó la australiana, soltándola.
Haerin se sobresaltó.
―¿De... De ve-verdad ti-tienes una navaja...? ―balbuceó a punto de llorar.
¿Por qué allí estaban todos locos?
Dani parpadeó.
―Por supuesto que no, idiota.
Entonces, Haerin comenzó a reír con timidez.
Danielle Marsh le miró con extrañeza, soltando sus hombros.
―Um... ―Haerin se removió, queriendo seguir hablando con esa chica que era su compañera de puesto―. Gra-gracias... Unnie...
Haerin sabía que era mayor que ella, escuchó que Danielle estaba repitiendo el curso luego de reprobar por, según lo que contaba todo el mundo, amenazar a un profesor.
A Haerin realmente le asustaba mucho esa muchacha, pero hasta el momento fue la única en defenderla.
La verdad sea dicha, Danielle repitió porque faltaba demasiado a clases, ya que solía quedarse dormida y, cuando despertaba, decidía que no valía la pena asistir al colegio.
―Deberías pegarles ―dijo Marsh con tono plano―. Si sigues dejando que te pasen encima, no van a detenerse nunca.
Haerin normalmente habría asentido, tonta y cobarde, por eso se sorprendió cuando terminó contestándole con tono algo tembloroso:
―Entonces debería enseñarme a golpear, Unnie.
Danielle le observó con el ceño fruncido.
―No seas pendeja ―regañó, girándose para irse de allí.
Sin embargo, Haerin no dudó en seguirla.
Haerin nunca dudó en seguirla.
―¡Unnie! ―gritó sonriendo―. ¡Unnie...!
Dime, ¿por qué todavía me amas?
¿Por qué me amas?
Sabes que no deberías amarme.
Sí, aún me amas, oh,
¿Por qué me necesitas cuando sabes que no me necesitas?
Danielle se dio cuenta de que amaba a Haerin un año después, cuando Haerin dejó de seguirla a todas partes como ese cachorrito que era, cansada de perseguirla cuando sólo recibía escasas respuestas de la extranjera, como si estuviera agotada de ser perseguida.
―Unnie, ¡la invito al cine!
―No tengo ganas.
―¿Vamos a comer algo a un Mc'Donald?
―Llegaré a dormir, Haerin.
―¿Y si salimos a una fiesta?
―No jodas.
De a poco, las invitaciones de Haerin se fueron volviendo más y más esporádicas, con menos ganas, más tímidas y titubeantes, y Danielle no lo notó hasta que llegó una chica nueva al curso llamada Yoo Jimin, mejor conocida como Karina, tan tímida como Haerin que ambas parecieron congeniar enseguida.
Al principio todo pareció seguir su curso normal, donde Haerin arrastraba a Jimin con ella y se sentaban juntas en el comedor a la hora de almuerzo, pero de pronto, Danielle sintió la falta de Haerin cuando levantaba la vista y la veía hablar con su nueva amiga, ignorándola, sin dejar de sonreír.
Cuando salían del colegio y las dos chicas se iban caminando juntas, despidiéndose de ella sin mirarla.
Cuando Danielle la llamó una tarde para sacar a pasear a sus perros juntas como hicieron meses atrás, y Haerin respondió horas después, disculpándose porque estuvo bailando con Jimin y no escuchó su móvil.
―Eh, Rinnie, ¿hacemos el trabajo juntas?
―Unnie, me puse de acuerdo con Jimin.
―Te invito a ver la nueva película de DiCaprio, Hae.
―Oh, pero ya la vi con Karina-ah, lo siento.
―¿Vamos a mi casa más tarde, Rinnie?
―¡Iré a almorzar con Jimin, Unnie, será para la próxima!
Danielle realmente quería matar a esa chica.
Ven aquí, te extrañé,
¿Cómo fue tu día?
Vale, lo hiciste bien.
¿Qué pasó?
¿Por qué me evitas?
Mírame,
Sé que tienes algo que decir.
―No entiendo ―dijo Hyein, luego de que Danielle hubiera terminado de contarle todo―, ¿estás celosa de que la chica de la que tanto te quejabas ya no te sigue más?
―¡No estoy celosa! ―gruñó Danielle, pateando la pared antes de maldecir cuando el dolor recorrió su pie―. ¡Sólo me molesta que Haerin rompa su promesa! ¡Dijo que siempre me iba a perseguir!
―Es normal ―la castaña tenía el ceño fruncido―. Cualquiera se aburriría de tratar de ser tu amiga, Danielle, porque no dices nada agradable al principio.
―Tú no la conoces ―se quejó―, Rinnie es chillona y pegajosa todo el tiempo, le gusta abrazarme y acariciarme el cabello como si fuera un puto perro, además que cuando le digo que me suelte se pone a llorar. Jesús, creo que es la chica más llorona que he conocido, y cuando llora me siento mal, así que debo decirle algo bonito. Tiene una tonta expresión adorable cuando se enoja, Hyein, ¡tú tampoco podrías decirle que no! Y hace aegyo y eso me da asco, ¡mucho asco! Pero es tierno de alguna forma también...
―Danielle ―le interrumpió Hyein entre risas desquiciadas―, ¿te estás escuchando? ¡Esa chica te guuuuuuuuuuuuuuusta!
La mayor parpadeó por la incredulidad, dándole un golpe a su mejor amiga en la nuca y causando que soltara un quejido en voz alta.
―Sabía que eras tonta, pero no creí que tanto ―dijo Danielle irritada.
Hyein soltó un bufido, cruzándose de brazos y rodando los ojos. Luego de unos segundos, se puso de pie.
―Mira, aprecias a Haerin y la quieres como amiga —dijo la más alta, tomando su mochila―, pero si no se lo dices, entonces vas a perderla. No vale de nada sentir algo si al final te quedas callada o no se lo demuestras, Danielle.
Después de eso, Hyein se marchó alegando que tenía cosas que estudiar, y Danielle se echó en su cama, suspirando. Cubrió su rostro con la tonta almohada que Haerin le regaló el año pasado de un canino Golden Retriever, y recordó de pronto que el cumpleaños de Haerin sería en una semana más.
Su mente comenzó a maquinar el regalo perfecto para la chica, algo que haría que recuperara su atención.
En mis sueños tristes,
Quiero tenerte presente,
Incluso si dices que no
(Lado azul...)
En mis ojos te tendré...
(... Volver al lado azul...)
Para asegurarse de que Haerin estaría con algo de tiempo libre para ella ese día, Danielle se aseguró de preguntarle días atrás si podía acompañarla a su casa esa tarde para devolverle una sudadera que dejó meses atrás. Ignoró a propósito su cumpleaños, viendo su mueca triste cuando fingió no saber que ese día era especial para ella.
Haerin estuvo enfurruñado todo el camino, pidiéndole que se apuraran porque más tarde saldría con la estúpido de Karina, y Danielle se prometió patearle el culo a esa idiota el otro día.
Mientras Haerin fue arriba, dando tumbos por la molestia, Danielle se removió con nervio unos segundos, hasta que se sentó frente al piano, sus dedos picando por la ansiedad.
―Hey, Rinnie... ―llamó titubeante.
―¿Qué ocurre, Unnie..?
Haerin se quedó callada cuando Danielle comenzó a tocar la tonada de Feliz Cumpleaños en el piano, sin atreverse a mirarla porque no quería ver su expresión, porque temía que no le gustara, o la detuviera y dijera que tenía que irse con su nueva amiga.
Así que cuando acabó, comenzó a tocar otra tonada, Rue des Cascades, prosiguió con L'absente, y cuando llegó a Summer 78, se puso a llorar.
Humedeció sus labios, tembloroso.
―Si-sigue siendo mi amiga... Rinnie... ―farfulló cuando interrumpió la composición, sin girarse.
Al no obtener respuesta, temió que Haerin se hubiera ido, haber quedado en ridículo al mostrarle esa parte tan íntima suya, pero sollozó con más fuerza cuando la menor la abrazó por detrás, su perfume invadiendo su nariz, su corazón latiendo de forma desbocada.
―Eres tan tonta, Danielle ―regañó, sollozando también―, ¿cómo puedes pensar que ya no quiero ser tu amiga? ¡Voy a llamar a Karina y me quedaré contigo el resto de la tarde! Podríamos ver películas o jugar videojuegos o incluso un juego de mesa que...
Danielle observó a Haerin, que seguía parloteando frente a ella como si nada, y se dio cuenta, entonces, que con Haerin no necesitaba las palabras, porque Haerin podía entenderle de una forma que nadie pudo equiparar.
Porque nadie era como Haerin en la vida, se dio cuenta esa tarde.
Entre tanta mierda, dime,
¿Dónde estabas tú?
—No.
Danielle lloró con fuerza, negándose a soltar a Haerin e ignorando sus palabras, ignorando su alrededor.
Negándose a creer la respuesta de Haerin.
―No, Danielle.
¿Cómo Haerin podría responder eso, cuando era la persona que le amó de forma incondicional, la persona que le comprendía como nadie en la vida, la persona con la que compartió la mitad de su existencia?
Era imposible.
―Suéltame, Danielle, por favor.
Danielle no quería soltarla nunca más en la vida, pero eso no evitó algo cuando Kang la tomó de los hombros, echándola atrás y obligándole a devolverle la mirada. Lágrimas nuevas cayeron otra vez al notar la mirada calmada, pero decidida de la más baja.
Comprendió que ya no había nada más qué hacer, que perdió, que su historia con Haerin llegó a su fin, que su última oportunidad murió por su incapacidad para ver más allá de sus propios deseos personales, de su confusión, de sus sentimientos y corazón.
Y, oh, dolía tanto, dolía ver como la persona que más amaba se escapaba de sus manos, así como el agua se deslizaba por sus dedos.
¿De esa forma se sintió Haerin cuando le pidió el divorcio?
Entonces se merecía sentir eso, porque si Haerin se sintió así, ella no tenía perdón de Dios por haber sido la persona que le causó tanto daño.
―¿Ya no... Ya no me a-amas...? ―balbuceó, en un último intento desesperado de recuperarla.
Una triste sonrisa curvó los labios de la persona frente suyo.
―Siempre estarás en mi corazón, pero ya no en mi vida, Danielle ―respondió la chica suavemente.
Danielle nunca se sintió tan miserable como en ese instante, y quería abrazarla, rogarle, pedirle, humillarse, hacer algo para que las cosas no acabaran de esa forma, para que Haerin le sonriera y prometiera que todo estaría bien, que nunca iba a dejarla, que no le abandonaría en ningún momento como prometieron cinco años atrás frente al altar.
Aunque ella hubiera sido la primera persona en romper esa promesa.
―Pe-pero te amo... ―sollozó.
Haerin le acarició el cabello, sin perder esa expresión dulce de su rostro.
―Yo también te amo, Danielle ―admitió―, pero ambas estamos heridas y rotas y no podemos seguir de esta forma, porque tarde o temprano volveremos a acabar así, y eso hará que todo esto duela más ―le tomó de las mejillas―. Ambas necesitamos repararnos, Danielle.
―Yo te necesito a ti ―gimió la australiana con los labios temblando.
―No, no lo haces ―corrigió―, así como yo no te necesito a ti para ser feliz ―limpió las lágrimas de sus ojos con los dedos, tranquilamente―, nuestra relación... Nuestro amor está roto, pero aún podemos mantener el cariño por la otra vivo antes de que el odio nos gane ―Haerin besó su húmeda mejilla, llorando también―. No dejemos que nuestro apego se rompa, Danielle. Dejemos que permanezca entre nosotras, pero para eso, tenemos que romper nuestros lazos.
Danielle sintió, queriendo llorar otra vez, pero controlándose lo suficiente para no quebrarse una vez más.
―Si... Si nos volvemos a encontrar más adelante... ―aventuró la mayor titubeante.
―Entonces vamos a ver si las dos tenemos ese hilo rojo del que la gente tanto habla ―concedió Haerin, abrazándola.
Y Danielle sintió, que ese sería el último abrazo que le daría a Haerin en mucho, mucho tiempo, sino el último que era.
Así que le devolvió el abrazo, aferrándose a esas últimas sensaciones, al sentimiento de tener a la persona más importante de su vida junto a ella una vez más. Se aferró a ese abrazo como nunca hizo con otro, su corazón rompiéndose en miles de pedazos, mientras sollozaba contra el hombro del amor de su vida.
Haerin se alejó, inclinándose, y la besó en los labios, corto, superficial, pero para Danielle fue lo suficiente como para destrozarla una vez más.
―Te amo ―lloró, su garganta apretada, su estómago contrayéndose por el inevitable final, retrocediendo mientras sus hombros se sacudían por el llanto.
―Yo también te amo ―respondió Haerin, antes de cerrar la puerta.
Y cuando la puerta se cerró, todo acabó.
Fin
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