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Capítulo 08

Haerin llegó diez minutos antes de las ocho de la noche, tarareando en voz baja mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de su silla. Saludó al dueño del restaurante, el señor Kim, que le devolvió el saludo con una sonrisa dulce, y Haerin miró la carta con desinterés, pensando en lo que podría comer ese día con Danielle.

Ya tenía algo de hambre, así que ordenó una copa de vino junto a algún aperitivo para hacer la espera más amena, y se puso a juguetear con su móvil, leyendo los mensajes de felicitación de sus amigos más cercanos, de sus familiares y algunos padres de sus pequeños pacientes.

A las ocho y cuarto, suspiró porque se dio cuenta de que Danielle venía atrasada, y no era la primera vez, así que le hizo un gesto al viejo camarero del lugar. Lo saludó alegremente mientras le ordenaba brochetas de cordero, porque a Danielle le encantaba comer eso, ¡siempre comenzaban con ese plato antes de comer algo más profundo! Además, así las brochetas estarían listas para cuando la mayor llegara.

A las ocho y media, arrugó el ceño, mirando su móvil y dudando si marcar el número de Danielle o no, pero decidió no hacerlo, porque de seguro su esposa sólo se había atrasado más que nunca, ¿no era así?

Un cuarto para las nueve de la noche, su pie comenzó a moverse de forma errática sobre el piso, un viejo tic nervioso que nunca pudo eliminar.

A las nueve de la noche, las brochetas de cordero estaban frente suyo, y Yoo, el camarero, le preguntó si iba a querer algo más. Haerin sacudió la cabeza, tragando saliva mientras podía sentir algunos ojos puestos en ella.

Su dedo, otra vez, se deslizó sobre el número de Danielle, queriendo marcar para preguntarle dónde estaba, pero una parte suya no quería oírla, pues temía su respuesta.

Danielle no se pudo haber olvidado de su cumpleaños, ¿cierto?

A las nueve y media, Haerin tuvo que sacar la primera servilleta para limpiar sus ojos húmedos.

A las diez de la noche, Haerin se encerró en el baño del restaurante, ocultando su rostro entre sus piernas mientras se derrumbaba por completo, sintiendo como el llanto atascado en su garganta salía por fin.

A las diez y cuarto, volvió a sentarse y pidió la cuenta, fingiendo no ver la mirada de compasión y pena del señor Kim.

Cinco minutos después, estaba saliendo bajo una torrencial lluvia que empapó por completo su cabello y ropa, pero no le podía importar menos, porque había un entumecimiento en su cuerpo que no podía explicar. Que no podía procesar bien debido al llanto que escapaba de su boca.

Por lo que comenzó a caminar bajo la lluvia, sin pensar siquiera un poco en tomar algún taxi que le dejara fuera del departamento, ya que no quería llegar allí tan pronto.

No quería abrir la puerta, entrar a esas frías habitaciones y tratar de auto-convencerse de que no importaba que Danielle hubiera olvidado su cumpleaños, la chica aún le amaba.

Danielle aún le amaba, aunque eso no era más que una tonta, estúpida y patética mentira que se repetía cada día, porque enfrentarse a la dura realidad era algo que rompía su corazón en miles de pedazos.

Pero ya no podía negarlo. Ya no podía seguir mintiéndose de esa forma, pues si seguía actuando así, lo único que iba a provocar era terminar rota y herida, y con un vacío tan enorme en el corazón que no podría repararlo en mucho, mucho tiempo.

Su historia con Danielle acabó, llegó a su fin, era un hecho.

Y, aunque la siguiera amando, ya no podía hacer nada, sólo resignarse a firmar esos papeles, concederle el divorcio y luego desearle lo mejor, a pesar de que se sintiera miserable y humillada por perder a quién consideraba el amor de su vida.

Se apoyó en la pared, sollozando.

Dolía tanto, tanto...

Y todo el mundo se lo dijo, se lo advirtió, diciéndole que al final sólo sería peor, pero Haerin no quiso verlo, trató de negárselo porque amaba demasiado a su esposa, y cosas como el orgullo, como la dignidad, no valían la pena para ella si lograba hacer que Danielle volviera a quererla como antes.

Tener el amor de Danielle, para Haerin, era mil veces más hermoso que conservar una dignidad que, a fin de cuentas, no le traería nada más que un breve momento satisfactorio.

Limpió sus ojos, forzándose a dejar de llorar, pues ahora sólo tenía que asumir las consecuencias de sus actos y aceptar que todo se acabó. Ya no había más Danielle y Haerin, era el momento de seguir adelante, aunque sólo quisiera volver atrás, a esa época en donde su mujer le sonreía con total amor y le murmuraba al oído cuánto le amaba.

Pero esa época no iba a volver más, claro que no.

Veinte minutos más tarde estaba entrando al departamento, pensando en sus ropas empapadas, y se encontró frente a Danielle, que lucía brevemente perdida ante ella.

Hubo un instante pequeño en el que se imaginó a la más alta acercándose, pidiéndole perdón por dejarla plantada para después decirle que la amaba, que quería seguir toda su vida frente ellal, sin embargo, aquella imagen desapareció cuando su esposa habló.

―¿Haerin? ¿Bebé? ―preguntó, aturdida.

No, Danielle seguía sin acordarse.

Eso dolió un poco más porque años anteriores Danielle nunca se habría olvidado a pesar de su volátil memoria. Pero Danielle Marsh solía recordar las fechas más importantes y significativas para ella, y que lo haya olvidado, que no supiera que día era...

Era bastante claro lo que significaba para Haerin.

―Oh, ¿qué pasa?

Y Haerin era una cobarde, porque no se sentía capaz de derrumbarse frente a Danielle.

Pero también, una parte de ella, no quería decirle a la extranjera la verdad como una forma de castigo, porque Haerin la conocía mejor que nadie, y sabía que si comenzaba a llorar y le contaba lo que ocurría, Danielle se sentiría mal, se sentiría culpable, y pediría perdón.

Haerin no quería su compasión, quería que se diera cuenta sola, cuando no estuviera frente suyo.

―Nada ―Danielle se acercó―, sólo... ¿Dónde estabas?

Se tomó su tiempo para responder, pensando en alguna mentira piadosa, y a su mente llegó a esa invitación que le hizo Sullyoon.

―Estaba comiendo en casa de Sullyoon y Jinni, se me hizo algo tarde, lo siento mucho ―agregó como si nada―. ¿Acabas de llegar, también?

―Sí, el trato con los inversionistas japoneses se extendió bastante ―hubo un breve momento de pausa―. Haerin, ¿por qué lloraste?

Claro, sus ojos.

Sus tontos, hinchados ojos llorosos.

Una sensación de cansancio se extendió por su cuerpo, de agotamiento por toda la situación que estaba pasando, y sintió deseos de acurrucarse al lado de Danielle, llorar en su pecho, decirle cuánto la amaba, y quedarse allí todo el día.

Entonces, Haerin se permitió ser débil una vez más.

―Peleé otra vez con Sullyoon, insiste en que tú no me amas y eso me puso triste, Dani ―sus ojos parpadearon, poniéndose llorosos―, porque es mentira, ¿no es así? Tú me sigues amando a pesar de todo.

Miénteme, miénteme, por favor, Danielle, te lo ruego.

Hiéreme una vez más, no me importa, pero si me hace feliz un instante, lo aceptaré con gusto.

―Por supuesto que sí, Rinnie.

Sus labios se curvaron en una sonrisa honesta antes de besar suavemente a Danielle.

―Vamos a la cama. Ha sido un largo día para las dos, ¿no es así? ―le miró, su mano apretando la suya―. Oh, a todo esto, ¿cómo te fue?

―Bien. Cerré el trato y los inversionistas se fueron satisfechos.

Danielle era tan inteligente, tan astuta y hermosa.

―Felicidades, Danielle ―dijo, y la beso una vez más.

Sus ropas pronto cayeron al suelo, ambos cuerpos encontrándose esa noche una última vez.

***

¿De cuántas formas amaba Haerin a Danielle?

Haerin no sabía con exactitud, así que, muchas veces, trató de contarlas.

Haerin amaba la forma en la que Danielle se reía, sus labios separándose, mostrando sus dientes pequeños y brillantes, sus ojos cerrándose mientras sus mejillas se elevaban en un lindo gesto que podía admirar todo el día si eso significaba tenerla riéndose a su lado.

Haerin amaba cuando Danielle se sentaba frente a un piano, su rostro carente de expresión, aunque sus ojos reflejaban un amor devoto y absoluto ante el instrumento que la difunta madre de su esposa le enseñó a tocar, dejando que la pasión la llenara y tocara canciones capaces de hacerla llorar porque había un montón de sensaciones que la invadían cuando Marsh tocaba.

Haerin amaba las manos suaves de Danielle, la manera en la que sus dedos le acariciaban el rostro en mitad de un beso, cuando la agarraban de la cintura y la sostenían cuando hacían el amor, el instante en el que sus manos le tocaban como si fuera algo frágil y fácil de romper.

Haerin amaba las noches en las que solían hacer el amor, la forma en la que se miraban, como si estuvieran en su propio mundo, en su burbuja personal, y nadie pudiera interrumpirlas, nadie pudiera ingresar a ese pequeño lugar que tenían, tocándose con total y absoluta devoción, con tanto amor, que a veces no eran necesarias las palabras para poder decirse realmente lo que sentían por la otra.

Danielle siempre le murmuraba las gracias a Haerin por enseñarle a amarla y demostrarle que eran la una para la otra, pero la realidad era que fue Danielle quien le mostró a Haerin que ambas se pertenecían.

Fue Danielle quien salvó a Haerin.

***

A la mañana siguiente, Haerin despertó cuando Danielle estaba arreglando su maletín para irse a trabajar.

Envuelta en una bata, se acercó hacia la australiana y, sonriendo, le dio un beso en los labios, sintiendo como le decía mil cosas con ese gesto.

―Ten un buen día, Danielle ―le murmuró, observando sus hermosos ojos marrón claro―. Te amo, adiós.

Danielle asintió, algo urgida porque iba atrasada, y le dio otro beso.

―Nos vemos, Rinnie.

Y cuando salió, quedando sola en ese departamento, Haerin volvió a llorar.

Una hora más tarde, estaba terminando de hacer su maleta con todo lo necesario para irse de allí, incapaz de enfrentar directamente a Danielle, y antes de salir del departamento, buscó la copia de los papeles de divorcio que su mujer dejó semanas atrás.

Con las manos temblando, sin leer lo necesario, y observando la firma de Danielle, Haerin firmó en el espacio que le correspondía. Los dejó sobre la mesa del comedor, saliendo sin mirar atrás.

Tampoco miró atrás cuando tomó un taxi, porque si lo hacía, no iba a irse, finalmente, nunca de allí.

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