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Capítulo 06

―Hola, Minji, ¿cómo estás?

Kim Minji le sonrió a Haerin como si nada, sentándose frente a ella con Changmin en sus brazos. El niño sorbió por su nariz llena de mocos, mirándola con ojos llorosos.

―Changmin no ha mejorado mucho desde la última vez que nos vimos ―dijo su madre con pena en su voz―, ya me está poniendo nerviosa, ¿y si empeora, Haerin?

―Oye, tranquila, Min ―trató de consolarla, poniéndose de pie―. Vamos, Changmin, ¿confías en la tía Hae?

―Sí ―lloriqueó Changmin, dejando que Haerin lo tomara en brazos.

Silenciosamente, Haerin comenzó a revisar al niño con el ceño fruncido en concentración, preguntándole dónde era que le dolía más y consultándole también a Minji ciertas cosas. Luego de diez minutos examinando al menor, Haerin suspiró y le dijo a Minji que al parecer la amigdalitis de Changmin derivó a una pequeña sinusitis bacteriana aguda.

―Tendrá que tomar antibióticos por una semana y media ―le dijo, anotando los nombres de los remedios en la receta―, luego lo volveré a evaluar. Ya te vas a poner mejor, Changmin, y podrás corretear en el parque.

Kang hizo amago de caminar hacia la puerta para abrirla, sin embargo, antes de poder hacerlo, Minji tomó su brazo deteniéndola en el acto. La miró, con una ceja enarcada por la intriga, antes de sentir su garganta seca al notar los ojos suplicantes de Minji.

―Hae, um... ―comenzó a decir Minji con timidez―, yo... Te quería preguntar sobre lo que ocurrió con tu exesposa. Sé que no debo meterme, pero...

―Oh ―Haerin se removió, incómoda, mordiendo su labio inferior―. Bueno, Danielle y yo... Nos estamos dando una nueva oportunidad...

La mirada de Minji pareció apagarse ante sus palabras y, sin saber por qué, se sintió algo culpable. Quería que Minji no se hiciera ilusiones con ella, que no la esperara, pero tampoco se sentía capaz de intervenir en su corazón de esa forma porque, por mucho que quisiera que Minji no la mirara de esa forma, ella no podía decidir por su amiga.

―¿Estás segura? ―levantó la vista ante el serio tono de la mayor―. Tú dijiste que Danielle ya no te amaba. Entonces, ¿estás segura de que vale la pena darle una oportunidad a alguien que dejó de amarte?

Sabía que Minji no lo hacía con mala intención, que debía estar preocupada por ella, que no quería verla pasándola mal –eran, después de todo, las mismas palabras que Sullyoon y Jinni le dijeron dos días atrás–, pero eso no lo hacía más fácil.

Todo el mundo creía que Danielle no la merecía, y puede que tuvieran razón, sin embargo, el mundo no se trataba de dar oportunidades a personas que realmente lo merezcan y quitárselas a quienes no valían la pena.

No, Danielle no merecía que estuviera haciendo esto por ella, pero Haerin la amaba con tanta fuerza, con tanta desesperación, sentía un amor tan inmenso, un apego tan enorme por esa mujer, que sentía que debía hacerlo.

Por ella. Por Danielle. Por esos ocho años que estuvieron juntas, como novias, casadas, compartiendo días, semanas, meses; compartiendo sueños y anhelos; compartiendo risas y gritos y llantos. Por esos trece años que llevaban desde que se conocieron.

Y Danielle estaba poniendo de su parte, eso lo podía jurar por su vida, porque su esposa la estaba yendo a buscar todos los días, le preguntaba cómo le había ido, desayunaban y cenaban juntas, conversaban y no permitían que el silencio entre ellas se instalara. ¡Incluso salieron dos veces el fin de semana pasado! No sólo fueron al cine y luego a cenar, sino que el día domingo decidieron ir al zoológico a ver un show de pingüinos recién inaugurado, y si bien no se besaron, hubo un breve momento en el que ambas se quedaron observando en silencio, a punto de fundirse en un beso. Sin embargo, terminaron desviando la vista, avergonzadas, como dos adolescentes tontas en su primera cita.

Hae podía sentir que el amor estaba volviendo, ¿por qué el resto no la podía apoyar un poco más?

―Minji, por favor, eres mi amiga y aprecio tu opinión, pero te pido que en esto no te metas ―le pidió amablemente, con tono triste―. Si no resulta, entonces está bien, al menos lo intenté. Pero si llegara a resultar, entonces... ¿No habrá valido todo esto la pena?

La pelinegra desvió la vista, apenada, negando con la cabeza y terminó por suspirar.

―Sólo no quiero verte llorando, eso me rompe el corazón ―murmuró.

Haerin le sonrió con dulzura.

―Está bien si lloro, eso nos hace humanos, Minji.

Su amiga asintió a regañadientes.

―Supongo, entonces, que no vale la pena invitarte a que salgamos el día de los enamorados o cuando cumplas años ―habló con tono irónico.

Haerin sacudió la cabeza.

―Danielle y yo siempre celebramos las dos fechas juntas con una cena ―recordó la más bajita, de pronto emocionándose al pensar en eso.

Sólo quedaba una semana para su cumpleaños, así que debía ir reservando el restaurante al que iban a ir, ese viejo lugar donde tuvieron su primera cita, donde iban a cenar cada fecha especial, y donde Danielle le pidió matrimonio también. Ese pequeño restaurante era su pequeño refugio personal y privado.

Minji soltó un quejido, resignada.

―Espero que la pases bien, Hae, porque te lo mereces.

Haerin sólo pudo sonreírle, contenta, sintiendo que por fin la vida le estaba sonriendo.

***

Danielle terminó de guardar un informe en su bolso cuando sintió la conocida presencia de alguien más en la oficina.

Levantó la vista, tranquila, chocando con la triste mirada de Hanni.

―¿Ocurre algo, Hanni? ―le preguntó con calma, aunque podía sentir como su corazón se rompía cuando su asistente negó con la cabeza.

―Sólo... Te extraño ―murmuró la vietnamita con la voz rota.

La menor cerró sus ojos un momento, apoyándose en la mesa, y no se movió cuando de pronto Hanni la abrazó por la cintura, enterrando el rostro en su hombro, aferrándose a ella con una desesperación casi dolorosa.

Llevaban dos semanas sin estar juntas, desde que Danielle aceptó el trato de Haerin, y sabía que la separación le estaba afectando a Hanni un montón, en especial porque Danielle estaba cumpliendo su palabra de mantenerse alejada de ella ese tiempo.

Se sentía culpable, se sentía como una hija de puta, se sentía como una bastarda por estar jugando con una persona tan hermosa por su maldita indecisión.

¿Y lo peor? Es que no sabía si estaba jugando con Haerin o con Hanni.

Porque cuando veía a Hanni, su corazón parecía acelerarse, no podía evitar bufar y sonreír ante sus chistes y sentir un calorcito recorriendo su cuerpo al tener cerca a su asistente. Pero, cuando pasaba a buscar a Haerin, se encontraba con sus ojos gatunos, y sus labios le sonreían con esa preciosa sonrisa que poseía, podía sentir como todo parecía iluminarse a su alrededor, su cuerpo reaccionaba inclinándose hacia su pareja y quería estar todo el día acurrucada contra ella.

No sabía qué hacer en esa situación, no sabía qué hacer con Haerin, con Hanni, porque dos semanas atrás estaba segura de su decisión y sus sentimientos, pero en ese instante, su seguridad parecía haberse ido a la mierda.

―No quiero perderte ―susurró Pham, mientras le acariciaba el cabello.

Quiso decirle que no lo haría, que eso jamás iba a ocurrir, pero Danielle no quería mentirle tampoco, porque ahora todo estaba confuso para ella.

Empujó con suavidad a Hanni, alejándola y tratando de mantener la calma.

―¿Ordenaste mi agenda para la próxima semana? ―le preguntó con suavidad.

Hanni asintió, desviando la vista.

―La reunión con los inversionistas de Japón se fijó para el miércoles, a las siete de la tarde ―respondió, mordiendo su labio inferior―, no querían otro horario, y como dijiste que coordinara según lo que ellos pidieran...

―Está bien ―le dijo asintiendo―, no tienes que preocuparte por eso ―le tomó de las mejillas, llamando su atención―. Ahora anda a casa, Hanni, tienes que descansar. Te has estado exigiendo mucho estos días, ¿crees que no lo he notado?

―Pásalo conmigo, te necesito.

Danielle negó en silencio.

―Sabes que no puedo ―le recordó.

Hanni retrocedió, haciendo una mueca.

―Eres una maldita cobarde, Danielle ―soltó con furia en su voz, saliendo de la oficina a paso presuroso.

¿Crees que no lo sé?, pensó con amargura.

Horas más tarde, mientras cenaba con Haerin, que no dejaba de parlotear sobre su día, fue cuando le hizo aquella pregunta que durante tantos días la estuvo atormentando:

―¿Por qué me amas?

Hae enmudeció, volteándose a mirarla con la sorpresa pintando su rostro, aunque su expresión se suavizó cuando notó los ojos tristes de su mujer.

Suavemente, le tomó su mano y le dio un apretón.

―¿Por qué no hacerlo? ―su voz era cariñosa―. Bebé, te amo porque simplemente puedo hacerlo. Lo que siento por ti es tan natural como respirar o pestañear, ¿sabes? Porque todo puede ir mal, todo puede estar derrumbándose, pero si me miras, si me sonríes... Entonces sé que todo va a estar bien.

Danielle se sintió miserable, sus ojos llenos de lágrimas.

―No, no lo entiendes ―sollozó―. ¿Por qué todavía me amas? ¿Por qué dices necesitarme cuando no me necesitas? ¿Por qué no me odias? ―Haerin quiso hablar, pero ella continuó―. No deberías amarme, no cuando te desgarré, te rompí, cuando te hice llorar por mis acciones y te he dicho que ya no te amo. Y aun así, aún después de todo eso, tú... Tú sigues llamándome bebé como si no hubiera hecho nada malo...

Haerin se puso de pie y la abrazó con fuerza, permitiendo que enterrara su rostro en su pecho, que llorara como una niña herida. Le acarició el cabello, dejando pequeños besos en su frente con un infinito amor que la estremeció por dentro.

Porque no sabía qué era lo que sentía, y eso le asustaba un montón.

―No hiciste nada malo, Danielle, sólo hiciste lo que creías correcto. Y está bien, está bien, mi amor, lo prometo. No importa lo que hagas, Danielle, yo jamás podría odiarte, ¿está bien? ―la mencionada asintió, hipando, y Kang agregó con broma en su voz―. Anda, bebé, deja de llorar. Limpia esas lágrimas feas y dale mejor un besito a tu Rinnie.

Danielle soltó una risa entrecortada, observando la sonrisa de Haerin, y lo hizo.

Danielle la besó.

Y, por un instante, las cosas se sintieron bien.

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