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Desperté con una sensación rara en la cara, me estiré y mientras tallaba mis ojos recordé lo sucedido la noche anterior, miro donde se supone que NamJoon se había quedado a dormir, pero me encontré con su bate, tal vez se había ido, entré al baño de mi habitación, cuando me vi al espejo, supe el motivo de la extraña sensación en mi rostro, tenía sangre seca desde mi nariz hasta la barbilla, mi camisa aún estaba rasgada, lavé mi cara, busqué una camiseta limpia y me la puse.

Cuando abrí la puerta de mi habitación un delicioso aroma a tocino, carne -y otras cosas que no podía identificar- invadió mi nariz, era imposible que el delicioso aroma viniera de mi cocina, yo no tenía más que alimentos enlatados y sopas instantáneas. Cuando llegué a mi cocina pude ver a NamJoon revolviendo algo en un tazón para luego verterlo en la sartén, picaba rápidamente tomates y los agregaba a su mezcla, a pesar de traer sus guantes todo lo hacía bastante fácil.

Me moví lentamente, el sonido de mis pasos fue amortiguado por la alfombra que cubría todo el piso de mi departamento, creí que no me había escuchado, pero dejó de picar las papas que había apenas tomado, aun con sus movimientos raros giró su cabeza en mi dirección.

—Bu...Buenos di...días— dijo.

—Buenos días— me acerque a él, pude ver algunos panes recién hechos, tocino frito, jugo de naranja al parecer natural pues había cascaras en mi cesto de basura. — ¿De dónde sacaste esto? — pregunté.

—Mi ca...casa— dijo concentrado en la papa que picaba en fajas.

Después de unos minutos de sólo observarlo cocinar puso un plato frente a mí.

— ¿Por qué tartamudeas? — pregunté de la nada, el clavó su penetrante mirada sobre mí, incluso con su cabeza moviéndose sus ojos seguían fijos.

—Te...Tengo si...síndrome d...de To...Tou...Tourette— Muy bien Jimin, piensa en qué diablos puede ser eso.

—Ya veo— dije finalmente.

—Co...Come— dijo empujando más cerca de mí el plato.

—Come conmigo—le sonreí, el negó rápidamente.

—N...No le gu...gusta co...comer so...solo— dijo.

No me dio tiempo de preguntar a qué se refería -ya que jamás había visto salir a nadie más de su departamento- pues salió a prisa.

—De...Deberías ca...cambiar la ce...cerradura— asomó su cabeza por la puerta una vez más, para luego marcharse.

Probé el desayuno hecho por mi raro vecino, sabía demasiado bien. Aunque de nuevo una pregunta se cruzó por mi mente.

¿A quién no le gustaba comer solo?


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