El sol brilla con todo su esplendor.

Las personas abren sus sombrillas o se echan kilos de bloqueador para no broncear sus pálidas pieles de fantasmas mientras caminan hacia el trabajo o en busca de un restaurante donde van a gastar casi ¼ de su sueldo en un pedazo de pollo picante y un café latte demasiado simple, pero elegante.

Las flores destilaban ricos olores y lucían sus brillantes colores.

Los perritos aprovechan para revolcarse en el suelo mientras las estudiantes de instituto se tiraban en el pasto y hacían boca de pato para la selfie en grupo. Los estudiantes de instituto se sentaban lejos de ellas y señalaban sin nada de disimulo sus piernas, cuchicheando con sus amigos.

Una pareja enamorada, adornados con sweaters de pareja, caminaban de la mano mientras observaban las flores en las copas de los árboles, ahí donde los nidos de las aves se escondían entre sus colores.

Los pajaritos cantan.

Pero sus cantos se pierden en medio de los rechinidos de las llantas, los pitos de los conductores que necesitan llegar al baño o que no alcanzaron a almorzar y tienen que llegar al trabajo. Se camuflan con las canciones de grupos idols que salen de los altavoces de varias de las tiendas que rodean el parque.

Por allí suena Exo, por allá Mamamoo... ¿esas son BlackPink?

Un poco más allá un señor promociona un nuevo motel en la esquina, prometiendo 8 horas por la mitad de precio y se le enciman dos condones y un sobrecito de lubricante con sabor a banana. Dos estudiantes de instituto le reciben el folleto y corren como pingüinos mientras se cubren las caras y ríen.

En el fondo, la torre Namsan surca el cielo azul y es adornada por las esponjocitas nubes. Unas con forma de ositas, un por allá tiene la cara de un dragón, esa tiene la forma de un pene, la otra de un cerdito y esa otra también parece un pene, pero gordo... un cielo tranquilo como el día normal que vive Seúl.

Así que el sol brilla, los pájaros cantan y en mitad del parque, sentado en una banca junto a la caja de arena y los columpios, con un perrito orinándole la pierna y dos señoras mirándolo cómo sí estuviese loco, está Jeon Jungkook.

Jeon Jungkook, quien (junto con su colegiala y su emo interior) solloza mientras abraza su teléfono celular donde se reproduce a todo volumen la canción Friends de Justin Bieber. Una y otra vez, como si fuese la única pista que tiene en su celular.

En medio de sus sollozos (que eran una mezcla de hipidos y la letra desafinada de la canción) pide una oportunidad de viajar a Estados Unidos para entrar a una iglesia gritando "Yo me opongo" y secuestrar a Justin amor de mi vida Bieber.

¿Podía alguien cumplir su deseo? ¿Podía alguien decirle que no era verdad la noticia?

¿Podía alguien decirle que todas las historias que había leído en las que iba a un concierto y Justin se enamoraba de él tras verlo en la multitud, eran verdad?

El sol brillaba, los pájaros cantaban y Jeon Jungkook lloraba.

Y a su lado, Kim Aerum comía un poco de tierra.