Nunca le habían gustado las fiestas, la verdad las detestaba, de joven tuvo algunos problemas con sus vecinos ya que el ruido de la música para él era insoportable, por lo que siempre acababa llamando a la policía...si, era un amargado y qué.

Con el paso de los años aprendió a tolerar el escándalo, al menos un par de horas ya que siempre terminaba marchandose antes de que la celebración terminará.

Contuvo un bostezo de aburrimiento y pesadez, cómo desearía estar en su habitación, acostadito en su cama con una rica taza de café y leyendo alguna novela, pero No, tenía que ir a esa ridícula fiesta y ser más sociable (inserte voz burlona) "eres un amargado y antisocial, te van a salir raíces si sigues quedándote en casa".

Muy a su pesar, ya que el bicho le arrastró, no le quedó de otra más que subir a la enorme terraza que había en el techo de su edificio y convivir con los vecinos. En principio no creyó que fuera tan molesto ya que la mayoría eran personas mayores  y cultas, estaba seguro que sería algo refinado y moderado...se equivocó.

¡Estos ancianos eran más escandalosos que unos adolescentes!

Solo una hora y todo se convirtió en un safarancho, de dónde salió la enorme consola no lo sabía, como tampoco se imaginó que el viejo Arles fuera un DJ, se quitó la protección de la piscina y las enormes pelotas de playa aparecieron, así como uno que otro degenerado anciano que se paseaba solo en boxer, o las "refinadas" vecinitas del cuarto piso que no tardaron en creer que estaban en una playa nudista, gracias a Dios solo se quitaron la parte de arriba sino...🤢.

Pero ahí estaba él, aguantando todo ese mirlote por...por...¡Maldita sea, por complacer a ese tonto bicho!

Zaphiri le había arrastrado a la fiesta de aniversario del edificio, obligándolo a convivir con los vecinos.

Ya se había hartado de escuchar historias de antiguas conquistas, recetas de cocina, conocer el árbol genealógico de cada vecino, los gustos de sus hijos y nietos y cosas así, algo extraño ya que como escritor eso debía de gustarle, podría darle ideas para sus novelas, pero no, estaba harto.

Estaba harto de sus vecinos, harto de escuchar esa música tan estridente, harto del refresco y los cócteles baratos, pero sobre todo estaba harto de ¡Ese miserable pelirrojo que coqueteaba con su compañero!

A mitad de la fiesta un nieto, de quién sabe que vecino, había llegado. Un atractivo pelirrojo de cabello ondulado, finas facciones y ojos brillantes, con un buen físico y vestido de manera casual, pantalón de mezclilla que dejaba apreciar su redondo trasero y una camisa de malla azul que marcaba su perfecto torso.

Lugonis, como se llamaba esa sabandija, había hecho buena amistad con Zaphiri casi en el acto, en poco tiempo se encontraron bromeando como si fuesen amigos de toda la vida, jugaron a la ruleta un rato y ahora bebían animadamente mientras platicaban sobre películas de acción. Krest sentía su sangre hervir al ver como ese intruso se robaba toda la atención de su bicho, dejándole a él relegado en un rincón.

No aguanto más, furioso mando todo al diablo, dejo con la palabra en la boca a el señor Capriles, un apasionado de las espadas que le narraba la historia de una mítica katana o algo así, molesto se encaminó hasta las escaleras y se retiró a su casa.

Sus hijos perrunos se asustaron un poco al oír el fuerte portazo, Krest avanzó hasta su cuarto, ignorando a los Canes que veían una película tumbados en el sillón, como aprendieron a prender y cambiar el televisor...nunca lo sabría.

Llegó a su cuarto y prácticamente se arrancó la ropa enojado, se metió a la cama mientras ponía el seguro a su puerta, sentía una fuerte presión en el pecho y sus ojos comenzaban a picarle, deseosos por llorar ¿Porque le dolía tanto el ver a Zaphiri con alguien más?

La fiesta continuó hasta entrada la madrugada. Krest se colocó sus audífonos para mitigar el ruido, intentando ignorar el ajetreo, intentando ignorar el dolor en su pecho, intentando ignorar el llamado a su puerta por parte del bicho, odiaba las fiestas...de verdad las odiaba.