apariencias
En su reflejo solo podía ver defectos, nunca encontraba nada bueno en su apariencia pues sus razgos tan únicos en la familia Imperial lo hacían sentir fuera de lugar, excluido, siempre tan diferente a sus padres, nadie se cansaba de resaltar eso último.
Su cabello era de un tono negro azulado, no tenía el cabello negro carbón tan distintivo de los Vikt ni el rubio dorado de los Trovi.
Sus ojos tan claros como el cielo, su mirada combinada en un celeste grisáceo, a diferencia de su madre que tenía unas esmeraldas por ojos y su padre que ostentaba la plata.
Destacaba mucho no solo por su altura y su presencia, era más hancho y fornido que su padre haciendo que quisiera retraerse cada vez que estaba a su lado.
Su piel era excesivamente pálida, no podía usar colores cálidos porque destacaban mucho y terminaban por darle un toque enfermizo.
Su expresión siempre asustaba a la gente, le temian más a él que a los gobernantes pero no porque fuera un príncipe, no porque los mirara mal.
Le temian a su apariencia.
No había cruzado más de una palabra con un puñado de sirvientes sin que estos salieran huyendo al verlo a los ojos.
Decían que mirarlo fijamente era como ver a un cadáver.
A sus espaldas murmuraban.
Sobre su legitimidad.
Sobre que tal vez estaba maldito.
Decían que la Condesa Sophia había maldecido al legado del emperador, aun si fuera absurdo, las personas lo creían y eso era lo que más le dolia.
Eran su pueblo, deseaba tanto poder decirle que él realmente no estaba maldito, que no quería asustarlos, que lamentaba ser así pero que no era su culpa.
Todas y cada una de las noches, miraba a la Luna, su padre una vez le contó que si se lo pedía a ella su deseo seria concedido pero habría un precio que pagar.
Solo deseaba que su corazón dejara de doler.
Poder hablarle a la gente sin que lo vieran con esos ojos aterrados.
Solo quería...
Dejar de sentirse tan solo.
—no importa el precio que tenga que pagar, te lo ruego Luna, ya no quiero vivir en soledad...
¿La luna se veía más brillante o era su imaginación?
De repente se sentía tan entumecido, exhausto.
Trato de aferrarse a las ramas del árbol donde estaba, pero sus manos enguantadas no lo lograron, cayendo en el duro suelo del bosque donde su padre y él se habían asentado para cazar.
Sus ojos se cerraron débilmente aún fijos en la luna.
Su poca vista fue obstruida, borrosa solo podía apreciar una cabellera larga que brillaba con el cielo estrellado.
Oh ¿la Luna había cumplido su deseo?
¿O era ella quien bajo para hacerle compañía?
No importa.
De todos modos, su mano se sentía tan calida.
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