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I

Estoy nerviosa. Este lugar es tan viejo como toda alcaldía de pueblo. Techo de arcilla, baldosas rojas. Me quedo sin aliento mirando alrededor (también por el montón de escalones). Cuanta luz y  silencio. Escucho mis pisadas como si llevara zapaticos tap. Es eterno el camino hasta esa puerta negra de madera; apuesto que chirría. Sí, chirría.

—Buenos días —les digo a mis nuevas compañeras con una gran sonrisa—. Soy la nueva asistente de Hacienda mi nombre es Marta, pero me dicen Tica, por Martica.

Saludan muy formales y siguen en sus asuntos. No se ven muy amistosas, siempre es así; cuando me conozcan bien, me querrán.

Kely es la secretaria de Inés; trae unos zapaticos..., tal vez prestados por su abuela, lo mismo el bolso; ese pelo, tan largo y en degradé, ya pide corte. Inés es abogada de Hacienda; es una señora muy elegante. Se ve que compra todo muy caro, hace que mis cosas parezcan baratas, y con lo que me costaron.


Han pasado dos semanas largas y el ambiente sigue tenso, no les agrado, no sé por qué, siempre le caigo bien a todos.

El teléfono chilla, así suena ese viejo aparatejo.

—¡Tica! —gruñe Inés, así habla esa vieja bruja—. Es para usted, que vaya por los documentos que dejó tirados cuando fue a sacar copias.

Lo que faltaba, como este cuchitril no tiene fotocopiadora, siempre tengo que ir a otra oficina.

Me las entrega Freddy, un gordito simpático que siempre me anda coqueteando. No le hago caso, le digo Caña de pescar (pero él no sabe); porque siempre anda tirando el anzuelo a ver qué atrapa. Me alegra que haya sido él y no otra persona.

Voy por el pasillo muy contenta y campante de regreso a casa hasta que escucho la voz odiosa de Kely: «La jefe la necesita». Tengo un mal presentimiento.

La regañada no fue cualquier cosa, la Caña me ha sapeado. Saliendo de la alcaldía, veo a Inés y Kely. «¡Hola jefecita!», dicen en coro a la energúmena que viene tras de mí. Son unas lame suelas de primera; jefecita esto, jefecita aquello. Inés le mira con disimulo la ropa y el bolso nuevo; si no cierra la boca se le van a salir las babas contemplando el carro último modelo en el que se va, no le despega la mirada hasta que dobla en la esquina. Cierra la boca y se sube a una camioneta como modelo 2015, y yo, yo le sigo en la moto del raspón modelo 2010.


Dos de la mañana y no me duermo aún, ni con el sonido de lluvia sobre el tejado que descargué en mi celular. Me duele la cabeza. Tres de la mañana, ahora sí se me cierran los ojitos, los vuelvo abrir y la luz que se cuela en la ventana los lastima. Siete y veinte, qué  suerte la mía.

Media hora tarde. Pero no hay moros en la costa. Subo rapidito los cien escalones, cruzo el pasillo a toda carrera, la oficina tiene seguro, abro con mi llave, ¡Bingo! No están las Brujas.


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