Una nueva familia
Enrique y yo acompañamos a Claudia al aeropuerto, no dejó de darme consejos e insistir en que tenia esperanzas. Valentino llevó a Antonella al parque como todas las tardes, mientras Enrique me acompañó a la panadería.
Mis padres habían detallado los problemas de Lorena y su estado de salud. El psiquiatra fue franco al decir que lo sucedido con Frank alteró su comportamiento y aumento los síntomas. Lorena había sufrido bastante en manos de Frank, quien aprovechó su estado mental para usarla.
No era eso lo peor, ni siquiera saber que tendrían que irse. Para el psiquiatra, mi cercanía era un recuerdo de Frank y le alteraba. Antonella y yo deberíamos alejarnos de ella, por ende, también de mis padres.
—Se que es difícil para ti, pero confiamos en que sabrás entendernos.
La débil voz de mi padre me trae de vuelta a la realidad. A pesar de todos los problemas que hemos tenido, nunca han hablado de vender la panadería. Tampoco me han pedido algo tan descabellado. Miro a Enrique que tiene los labios apretados y vista al frente. No ha dicho nada, pero su rostro es el reflejo de la rabia en este instante.
—Piensa que es por tu hermana—alega mi madre —ese hombre no ha sido encontrado y su vida peligra.
Mi presencia altera a Lorena, vivir cerca de mí impediría el éxito de su recuperación. Eso y la amenaza latente de Frank los hizo tomar la decisión. Solo los tengo a ellos, he perdido todo en esta vida ¿Por qué me dan la espalda? Asiento sin decir nada y me incorporo de la silla en la que estoy. Gracias a Dios Antonella se quedó con su tío y Enrique quiso acompañarme.
—Entiendo —hablo mirando a mi madre.
Mamá es el cerebro detrás de todo esto, simplemente lo sé. Sonrío a mi padre y le abrazo, puedo sentir su cuerpo tenso al hacerlo.
—No te preocupes por mí, estaré bien —susurro en su oído —lo importante es que ella se recupere y que no corra peligro.
—Tú también estas en peligro cariño —aprieta sus manos con fuerza y me acuna en su pecho —siento que he fracasado como padre y culpable por lo que les sucede a ambas. No debí ser tan estricto o insistir en que tu hermana fuera como tú.
Sonrío alejando mi rostro de su pecho y limpiado sus lágrimas. Ha sido un excelente padre, nos educó y dio lo mejor. Estaba en una edad en que debería estar recibiendo los frutos y no seguir cuidando de nosotras. Sus ojos negros están tristes cuando los veo, intentar devolverme la sonrisa se convierte en una queja llena de dolor.
—No tienes la culpa por nuestros errores papá o nuestra escasa comunicación. —comento —tampoco es tu deber cuidar de mí, hiciste lo que tenias que hacer. En adelante, soy yo la que debo cuidarte y vigilar que todo salga bien.
—No tienes donde vivir ¿Cómo ...?
—Vivirá con nosotros señor Gómez, puede quedarse el tiempo que desee—habla Enrique. —Antonella aun no se acostumbra a nosotros, ambas se necesitan.
—Te aseguro que nos duele esta decisión, pero esta en peligro la salud y vida de tu hermana. —afirmo a mi madre sin verla.
He llegado a un punto en mi vida en donde nada parece afectarme. Me ha pasado de todo y he sobrevivido, puedo seguir adelante con esto. Si al final de todo esto, Lorena logra llevar una vida normal y es cierto que soy yo la que lo impide.
Me sentiré satisfecha.
—No se marcharán todavía, asi que puedo disfrutar un poco más de tu compañía —afirma sonriendo genuinamente por primera vez. —tampoco es para ponernos sentimental, no te vas del país solo de estado y existen las vacaciones.
Sigue siendo mi padre, estoy segura de que ha buscado otros medios siendo este el mas efectivo. Miro a mi madre que sigue sentada frente a mí y baja el rostro. No hemos hablado de lo que me pidió al estar en prisión y no deseo lastimar heridas que aun no sanan.
—¿Cuándo entras a trabajar?
—Debo presentarme mañana papá, mis antiguos clientes fueron entregados a otros. Stephany aseguró me asignarían otros. —mi padre asiente mirándome preocupado.
—¿Y los prestamos?
—Un paso a la vez papá, planeo pagar todo no te preocupes. —le calmo alejándome de él — te veré el domingo.
Termino por despedirme y doy media vuelta saliendo del local con Enrique siguiendo mis pasos. No puedo llegara a la casa de mis padres por miedo a los Hernández y mis padres corren el mismo riesgo cada noche al llegar a casa.
—Gracias por salirme al paso —agradezco deteniéndome cerca del auto y sintiendo su presencia detrás —Se que no le gusta mentir, pero fue por una buena causa...
—No mentí Alejandra —toma uno de mis hombros y me obliga a verle —Antonella te llora algunas noches, yo tengo la custodia absoluta, pero solo por tus problemas legales. Era necesario esperar que salieras libre para iniciarlo.
—Es tu hija Enrique y yo solo su tía. —le recuerdo y abre la puerta del auto sonriéndome —no te rías.
—Si pretendes que te crea que la vez como sobrina o que ella a ti igual...has fracasado cielo.
Ese apodo tan cariñoso le sale tan natural y lo dice de una manera tan suave que acabo por sonreír. Las palabras de Claudia dan vuelta en mi mente mientras nos alejamos de casa y observo su rostro de perfil.
—¿En serio me permitirás vivir con ella? —pregunto y afirma.
—Te dije que no planeaba separarlas. —él sigue concentrado en la vía y me permito detallar su rostro.
Me gustaría tener el poder de inmortalizar su rostro con pinceladas. Seria magnifico poder lograrlo, siempre he destetado la barba en los hombres, pero a Enrique se le ve magnifico. Nariz perfilada, labios carnosos y aquel mechón de cabello que muero por hacer a un lado.
—¿Alejandra? —parpadeo varias veces hasta tener el control de mi cuerpo y voz.
—Lo siento —me excuso —¿Qué decías? —niega divertido y señala frente a nosotros.
Hemos quedado en un embotellamiento, la larga fila de autos frente a nosotros es grande. No saldremos en varios minutos de allí, baja el vidrio de su automóvil y aprovecho ese gesto para ver el resto de su anatomía.
Saca la cabeza por la ventanilla y le escucho hablar con el auto del frente. Ese gesto hace que las piernas se tensiones, observo maravillada lo duras y gruesas que se ven. ¿Se sentirán igual? me pregunto y aprieto las manos para evitar tocarlas. Sigo el camino de sus piernas deteniéndome en esa parte de su anatomía.
—Hay un accidente —dice regresando su cuerpo al auto.
Alejo rápidamente la mirada de su entrepierna y me concentro en sus ojos. Nota ese movimiento e inclina la cabeza interrogante al tiempo que sus labios esbozan una sonrisa. Mis mejillas arden al ser sorprendida en ese acto tan bochornoso, pero el solo sonríe.
—¿Tienes apetito?
—Mucha... me comería lo que sea —respondo tan rápido que mi cerebro no logra coordinar una respuesta adecuada y su ceja oscura se alza divertida. —Es decir, si tengo... de comida tu sabes.
Aprieta los labios divertidos y se cruza de brazos viendo mis intentos por explicar el tipo de apetito que tengo. No deja de verme con rostro risueño.
—No quiero que creas que soy abusiva, se que es mas que suficiente con darnos alojo a Antonella y a mi...
—Alejandra —dice alzando la mano en mi dirección. —no tienes que dar tantas explicaciones cariño, la comida en prisión es horrible siendo solo superada por la de un hospital.
Suelto el aire violentamente al darme cuenta de que no ha notado mi mirada lujuriosa "¿Hace cuánto tiempo no estas con un hombre Alejandra? ¡Por Dios! Si hasta parece que le saltaras encima".
—Lo siento—me excuso y afirma avanzando un poco — todo esto me tiene febril... digo nerviosa.
¡Mal-di- tasea!
La vergüenza mas grande se da al descubrir que esa maldición la dije en voz alta y él rojo de la risa observa como cubro mi rostro.
—Eres toda una cajita de sorpresas —comenta divertido viéndome de reojo —pero no sientas vergüenzas Ale, yo también me siento ¡Febril! a tu lado.
De pronto la vista de la vía me resulta muy atractiva, cierro los ojos sin dejar de reprenderme por mi estupidez. En mi defensa, Antonella siempre era mi escudo y en prisión el cristal que nos dividía. Es la primera vez que lo tengo tan cerca, sin la distracción de mi hija.
Solo él y yo.
Guardo silencio mientras el busca por donde salir. La vergüenza de ser sido pillada me obliga a mantenerme callada hasta llegar a un restaurante en donde se detiene.
—Tampoco me eres indiferente Alejandra —le escucho decir y sigo viendo el letrero en letras doradas frente a nosotros — no quiero que te veas obligada a aceptar por agradecimiento.
—Sería yo quien deba pensar eso —hablo al fin —te sientes en deuda, sientes que todo cuanto viví fue por mantener junto a mi a tu hija.
Siento los movimientos suyos al retirar el cinturón y cuando creo esta por bajar del auto sus manos en mi mejilla me hacen verlo. Me quedo sin aliento al ver su cuerpo inclinarse hacia mí y sus ojos fijos en mis labios.
—Definitivamente esa boca debe ser callada de alguna manera —lo dice tan cerca a mis labios que siento el aroma a menta.
Cierro los ojos ante la calidez de sus labios rozar los míos y lanzo un sonido de satisfacción cuando tras retirar mi cinturón y pasar sus manos por mi cintura me atrae hacia él. Apoyo mi mano en su pecho sintiendo los latidos de su corazón que laten en sincronía con el mío.
Me atrae de una forma poderosa, su cercanía altera mis nervios y anula mi capacidad de razonar. La delicadeza de ese beso llega a sorprenderme, por las emociones que causan.
El frotamiento de nuestros cuerpos o sus gemidos me encienden. Tomé la iniciativa, en honor a aquel consejo que Claudia me dio en la cárcel y que lo repitió al acompañarla al aeropuerto. Muerdo su labio inferior al tiempo que mis manos inquietas viajan a esa parte de su anatomía que ha llamado de atención.
El gruñido de deleite que sale de su garganta una vez mi lengua encuentra la suya y mis manos ha capturado a su creciente erección me hace sonreír. Acaricio con una de mis manos mientras mi lengua hace movimientos rítmicos con la suya.
—Lo siento... me dejé llevar —me excuso al verle alejar sus labios y apoyar la frente en la mía.
Por largo tiempo ninguno de los dos dice nada y solo esperamos que nuestra respiración se regule. Agitada y con temperaturas bastante altas observo sus ojos oscuros viendo el deseo en ellos. Acaricia mi rostro suavemente dejando en ellos besos fugaces.
—Soy un hombre anticuado Alejandra —habla al fin y paso saliva sin dejar de ver su rostro.
—Cometí un error —hablo evitando su mirada.
Me alejo del todo de su agarre o lo intento porque sus manos siguen sosteniendo mi cintura regresando a sus brazos otra vez.
—Me gusta el cortejo, regalar rosas, salir a cine —enumera y sonríe al ver que mis mejillas se enrojecen — un paso a la vez, sin prisa... esas cosas. —enarco una ceja el no entender lo que quiere decirme y sonríe algo apenado—lo que intento decirte es que... no deseo solo esto de ti —nos señala a ambos y sonríe —sí. Es importante, pero no vital. Me gustaría conocerte, saber más de ti, interactuar contigo y con la niña, conocer sus mundos. ¿Crees que puedas hacerme un puesto entre ustedes?
Por alguna razón su pregunta me resulta tierna, siendo yo quien acaricie su rostro y lo observe cerrar los ojos al sentir mis dedos en su mejilla.
—Estaré allí hasta que Antonella se acostumbre —comento y me mira sin decir nada —no deseo abusar de su hospitalidad, me sentiré más cómoda en mi espacio.
Asiente alejándose, dejando en el sitio en que estaba sus manos cierto vacío. Tengo el presentimiento que lo herí de alguna manera y no sé por qué. Hasta que lo descubro, el hizo una pregunta y yo respondí algo distinto.
—Hay cupo para dos —confieso y alza su rostro hacia mi —no pienso dejar a un lado a Valentino.
—Es que él hace parte del paquete —me aclara viéndome con ternura —ya te darás cuenta de que somos uno solo.
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