El sello de Dantalion (MichellBF)
Tiempo atrás la humanidad tembló por mi presencia, los humanos conocieron el verdadero significado del miedo, y se arrodillaron ante nosotros, pero nuestro objetivo no era lastimarlos, sino enseñarles lo que les habían prohibido conocer.
Hicimos un pacto y cuando les enseñamos lo que sabíamos mostraron su verdadera naturaleza.
La codicia por tener sólo para ustedes el conocimiento, los llevó a traicionar nuestra alianza; les había prometido el dominio sobre todas las artes, pero clamaron a la luz. Fui echado de su mundo, encadenaron a mis legiones y me encerraron con mi propio sello.
Ahora temerán del astro que ilumina las noches, pues bajo la luz fría de la luna llena se abrirá el portal entre dos dimensiones, conocerán el verdadero horror y sus gritos de clemencia nos darán la fuerza para acabarlos; despertaremos en cada uno de ustedes la maldad que esconden con hipocresía y cuando la noche acabe, su mundo será dominado por la oscuridad que subestimaron.
1985
Inmóvil cual piedra, Venatrix fue presa en aquel oscuro escenario, sintió su cuerpo arder por un intenso calor que quemaba desde sus entrañas. Aturdida por los gritos de los condenados que vagaban por los ríos del Infierno, quiso dejar de escucharlos, pero el deseo de callarlos sólo los volvió más intensos.
Mientras más te resistas, más fuerte serán —pensó.
Inhaló una gran cantidad de aire hasta alcanzar el límite de sus pulmones, lo retuvo por segundos para luego exhalar, calmando así los nervios de su cuerpo y aplacando el calor intenso. No dejó de escuchar los lamentos de los que habitan el Infierno, pero si escuchó lejanas sus voces cuando se concentró en mirar las imágenes de un demonio, el mismo que repetía su promesa a la humanidad mientras leía de un peculiar libro. Lo observó de espaldas, cuando quiso ver más éste giró y tomó su muñeca, la presionó y ella llegó a creer que deseaba quebrarla, pero el dolor se hizo menos cuando el ardor se intensificó, extendiéndose por su brazo para adueñarse de su cuerpo.
Un ola de frío se encontró con el calor de su cuerpo y sofocada despertó, removiéndose en la cama hasta alcanzar sentarse. Su visión tardó en adaptarse a la escasa luz del pequeño estudio donde dormía; inconscientemente llevó una de sus manos a la frente para limpiar las gotas de sudor, y por instinto vio su muñeca, justo donde aún podía sentir el dolor causado, la marca descansaba allí, vislumbrando en el color del fuego como recién marcada.
Ya terminó —se tranquilizó.
Aunque sabía que no era cierto, solía animarse diciendo que pronto acabaría, pero tan sólo llevaba dos años sirviendo para Lucifer, restaba toda una eternidad.
Apartó los pensamientos y se obligó a calmarse, miró el reloj para ver que era más de media noche, difícilmente volvería a dormir; las imágenes del demonio y su voz repitiendo la vil promesa persistieron en sus recuerdos como una advertencia.
Sagaz, se alzó de la cama como si su cuerpo no hubiera sufrido daño alguno, y fue a la mesa donde descansaba una colección de libros, buscó entre ellos uno en específico. Titubeó al leer la portada, odiaba ese libro, pero aceptaba que era uno de los pocos que la ayudaba a identificar a los demonios.
Dictionnaire Infernal, leyó con molestia antes de ir a la primera página, y luego rebuscar entre las siguientes, en las ilustraciones que componían el libro no encontró ninguna que tuviera conexión con el demonio de la visión. Cansada, regresó en las páginas hasta caer en una donde el nombre Adramelec podía leerse, releyó para recordar lo que allí se decía de él, no era el demonio que buscaba, pero podía ayudarla.
Un viaje de un par de días la llevó hasta Francia, oscurecía cuando arribó en la ciudad de Mulhouse, sin permitirse descansar se embarcó en una búsqueda por las calles durante la recién llegada noche.
Conociendo el camino llegó a una taberna de fachada desgastada, acomodó la capucha que cubría su cabeza y ocultó bien su rostro mientras se dirigía a la entrada avanzando detrás de un pequeño grupo de hombres, antes de cruzar el umbral, un fornido brazo le impidió el paso; el hombre que medía poco más que ella la vio con recelo, su capucha fue arrebatada desde atrás, y ella giró para enfrentarse a dos hombres más, se vio rodeada y en desventaja; su mano, que había alcanzado una daga, se relajó mientras giraba al primero de ellos.
—Quiero ver a tu jefe —ordenó con acento francés y sus ojos brillando en carmesí.
Minutos después se hallaba en un despacho de estilo victoriano desde donde tenía una completa visión del interior de la taberna.
—Bienvenue, mon cher! —saludó eufóricamente un hombre de elegante apariencia.
—Bonne nuit, Adramelec —correspondió ella, aunque no con la misma euforia.
El hombre señaló al sofá, invitándola a sentarse.
—Merci —agradeció ella.
—Hace mucho que no nos veíamos. Ya empezaba a extrañarte, Venatrix.
—Lo dice el demonio que prohibió mi entrada al bar.
—No lo tomes personal, pero la última vez que estuviste aquí creaste un gran alboroto que me costó mucho dinero.
—No fue mi culpa. Tu rey me envió por un demonio.
—Sí, por uno —destacó—, pero te llevaste a diez, mataste a tres y destruiste la mitad de mi bar... y te fuiste sin pagar.
Venatrix se encogió de hombros.
—El demonio se resistió, y si la paga es tu problema... ¿cuánto debo?
—El dinero es lo de menos, querida. Me agradas, pero no puedo permitir que los demonios te vean aquí, sería muy malo para el negocio, tienes que irte.
—¡Auch! Creí que nuestra amistad iba en serio después de que dijiste que te agradaba, ¿y ahora me corres? —preguntó con fingida tristeza.
—Lucifer te entrena bien —declaró con una ladeada sonrisa que ella compartió—. Puedes quedarte, pero sólo hasta que me digas qué te trajo hoy a mi bar.
—Fácil: un demonio, uno que estuvo dormido por largo tiempo.
—No he sabido de ningún demonio que haya despertado recién.
—Es bastante fuerte y como todos tiene un profundo rencor hacia la raza humana.
—¿Algo en específico? —preguntó luego de haber negado— ¿Una reliquia tal vez?
—Un libro —dijo luego de recordar—. Se aferra inexplicablemente a un libro.
—No conozco ningún demonio así. ¿Qué te ha hecho interesar por él?
—Prometió algo —Carraspeó—, una amenaza, y... no percibí vacilación en su voz. Necesito encontrarlo, Adramelec.
—Por lo que me dices, él sigue en el Infierno... —Adramelec dejó de hablar cuando escuchó ruidos proveniente de la taberna.
—No por mucho —susurró Venatrix.
Dejó de lado la conversación para seguir a Adramelec luego de oír el creciente alboroto, ambos se asomaron para observar el inicio de un disturbio entre demonios. Adramelec se volvió hacia Venatrix, ella alzó sus manos.
—No ha sido cosa mía esta vez —aclaró.
—Excusez moi, mon cher —se disculpó antes de ir hacia la salida, gritando órdenes a quienes esperaban al otro lado.
Desde la seguridad del despacho, Venatrix observó cómo se formaba una pelea entre un hombre contra un par de demonios de nivel inferior; el hombre dominada una espada con cierta gracia que desconcertó a la cazadora, su persistencia y valentía la hizo dudar de su lugar en aquella taberna, más allá de eso, reconoció la razón de su resistencia. Los demonios se aglomeraban, incitando más pelea, un joven hombre, en cambio, se alejaba lo más rápido posible, no sin antes intercambiar mirada con el hombre de la espada.
En las calles lejanas de la taberna, el joven hombre corrió, mirando de vez en cuando hacia atrás, no podía verlos, pero sentía que era perseguido, la desesperación lo hizo huir más de prisa, sin detenerse a mirar en las esquinas, así llegó a perder el rumbo y terminar en un callejón sin salida. Con su respiración agitada, intentó saltar para alcanzar el borde del muro y treparlo, pero estuvo fuera de su alcance, observó el camino por donde había llegado, quizás podía volver.
Luego de dar los primeros pasos, se detuvo abruptamente cuando una sombra dibujada en el suelo avanzaba hacia él. La vio, expectante, retrocediendo cada paso que la veía dar, deteniéndose sólo cuando la sombra lo hizo; con nervios galopantes, extrajo una daga de su traje y apuntó hacia el origen.
—Baja la daga, ambos sabemos que no tienes ni la menor idea de cómo usarla —Escuchó.
Venatrix mostró su rostro, y el joven se dedicó a examinarla de pies a cabeza, buscando alguna señal de que fuera un demonio, ella lo examinó igual, encontrando que con su otra mano se aferraba a un rosario que apenas dejaba ver.
—Rezar no te servirá —advirtió, sobresaltando al joven.
Éste no debía tener más de veinticinco años, y sin mucha experiencia sobre cómo defenderse.
—¿Qué eres? —preguntó, nervioso.
—Lo mismo pregunto yo.
—Soy humano —replicó—. ¿Puedes decir lo mismo?
En respuesta, Venatrix sonrió.
Asustado, el joven tragó el nudo que oprimía su garganta, y apretó su agarre al rosario, depositando su fe en él. Venatrix lo vio titubear mientras miraba al cielo, queriendo implorar, fue justo entonces donde se aprovechó para arrebatarle la daga y lanzarlo contra la pared, éste aguantó el golpe y apretó sus ojos mientras susurraba alguna oración, al terminar observó a Venatrix detenida a poco más de un metro. Por la luz de la luna vislumbraron sus ojos, mostrando un ligero carmesí que no llegaba a ser original de un demonio.
—No eres un demonio —confirmó—. Pero tienes conexión con ellos, ¿un pacto?
—No como el tuyo, pero sí.
—Yo no mantengo pactos.
—Cierto, lo correcto es devoción ¿no? Devoción a la Santa Iglesia —Miró al joven de pies a cabeza, y se enfocó en el rosario que insistía en mantener—. Eres un sacristán al servicio del sacerdote que dejaste en la taberna... Si sabes que ya debe estar muerto ¿no?
El joven agachó la mirada, pareciendo arrepentido, nunca negó lo que ella decía, fue como si estuviera totalmente seguro de que moriría, incluso mucho antes de que entraran a la taberna.
—¿Por qué irían un sacerdote y su joven sacristán a una taberna? ¿Buscaban una iglesia y terminaron por error en ese lugar?
—Sé lo que es ese lugar, un escondite para los males que corrompen la creación de Dios —replicó con cierto rencor.
Venatrix percibió el tono en su voz, no era así como se expresaría un típico servidor de la Iglesia, había más en el joven; recordó la valentía del sacerdote en la taberna, la confianza con que usaba la espada y la falta de temor ante los demonios.
—Por supuesto —dijo ella, más para sí—. Tu compañero no era un ordinario sacerdote, era un cazador de la Iglesia, y apuesto a que tú eras su aprendiz.
Sorprendido, el joven la vio con dura mirada.
—¿Quién eres? —demandó.
—No sabes mucho ¿cierto? —Esperó— Lo que soy no te interesa, vivir sí, así que te daré un consejo, sacristán: regresa a tu Iglesia, te darán un nuevo sacerdote al que servir. —Se dio la vuelta, dispuesta a dejarlo.
—¡No me iré! —Lo escuchó exclamar, se volvió con gesto confundido.
—¿Por qué gritas? Estoy justo aquí.
—Esos demonios asesinaron a un gran sacerdote y un espléndido cazador que me enseñaba a liberar este mundo de las pestes infernales, no me iré sin que se haga justicia —Respiró con rapidez, y volvió a hablar con un tono de voz más bajo—... y sin que cumpla la misión.
—¿Qué misión? —preguntó Venatrix.
El sacristán meneó su cabeza, negándose a contestar, ella alzó ligeramente sus hombros con desdén y giró sobre sus pies, dejándole ver su espalda mientras marchaba para irse.
—¡Un demonio! —exclamó detrás— El Concilio de las Iglesias Francesas nos enviaron para perseguir un demonio que ha tomado vidas de inocentes.
Interesada, Venatrix giró, el sacristán se mostró agitado.
—No es la primera vez que un demonio asesina a un humano, siempre pasa y la Iglesia no siempre interviene —discutió—. ¿Qué fue tan especial como para intervenir ahora?
—Eran católicos.
—Como muchos —objetó—. Es la presa favorita de los demonios.
El sacristán distinguió lo que Venatrix hacía, buscaba excusas para irse, pero a la vez lo manipulaba para decir la verdad.
No muy lejos de ellos, se escuchó un bululú de voces y pasos rápidos que parecían ir directo a donde estaban, Venatrix miró sobre su hombro, luego observó al sacristán con una ceja alzada, él se entumeció al hallar malicia en su gesto y comprendió el mensaje que transmitía: Habla o muere a manos de los demonios.
—Eran comisionados eclesiásticos —Tragó al escuchar que aumentaba la velocidad con que la turba se acercaba—. Algunos capellanes, clérigos, sacerdotes, incluso sacristanes —Venatrix se mostró impasible a lo que escuchaba, no la convencía y el sacristán temió por ello, pues ya veía las sombras de los demonios asomarse por el callejón—. Mon Dieu! La Iglesia ocultó todas las muertes, treinta de ellas, no quieren que la comunidad católica conozca lo que sucede, la fe se vería en peligro si llegaran a saber que los profetas de Dios en la Tierra son asesinados por un demonio que promete venir a este mundo y despertar en cada uno de nosotros la maldad que escondemos.
—¿La maldad que escondemos? —cuestionó, con su mirada fría.
—Lo escuchaste, también te mostró su visión —afirmó con ansiedad—. Conoces al demonio, sabes de lo que es capaz.
Escuchó el festejo de los demonios cuando tuvieron visión del sacristán, éste palideció en segundos y su mano buscó desesperada la daga que Venatrix le había arrebatado; sin más nada, se aferró al rosario, aunque nunca rezó, le faltaba el aliento y lo que restaba lo usó para dirigirse a ella.
—Aide moi... s'il vous plait —rogó.
Pero ella permaneció inmóvil, con su mirada fija en él.
Los bramidos de los demonios envolvieron al sacristán y éste cerró sus ojos, varios segundos pasaron con aquel ruido, luego se escucharon golpes contra el suelo, después nada. Tembloroso, el sacristán abrió sus ojos, encontrándose con una alfombra de cuerpos humeantes en el suelo, y entre ellos, de pie, Venatrix.
—¿Qué más sabes? —preguntó ella mientras cubría una de sus manos, ocultando algo.
—Las muertes han sido sacrílegas —contestó, paseando su vista entre los demonios, algunos se quejaban muy bajo—, lo suficiente para impedir que sus almas vayan al cielo.
—¿Encontraron algún sello que lo identifique?
—No.
—¿Dónde está el centro de investigación? —El sacristán la observó— Conozco el proceso: una amenaza a la fe aparece y la Iglesia envía a sus hombres para exterminarla, se esconden en algún refugio y desde allí investigan todo antes de actuar. No me hagas repetir la pregunta, mañana habrá luna llena y conoces lo que pasará... «Temerán del astro que ilumina las noches».
El sacristán desvió su mirada al suelo, cansado y aun sudando por los nervios, tras pensarlo volvió a mirarla e inclinó su cabeza una única vez.
Dichoso sea el día de mi llegada; desde la salida del sol podré caminar entre los humanos, y al llegar la luna recitaré el ritual para traer a mis legiones, con ellos avanzaré sobre los humanos durante la larga y roja noche.
Venatrix entreabrió sus ojos, cegada por la nueva luz del sol.
—Hay que darnos prisa —alertó al joven, recordando la anunciación del demonio—. Se acaba el tiempo.
Durante horas viajaron hasta el refugio: un cobertizo aparentemente abandonado.
El sacristán apresuró el paso, cruzando la hierba alta que lo separaba de la entrada, Venatrix lo siguió, mirando el lugar donde daría sus siguientes pasos. A poco de llegar, una corriente de aire provino desde el norte, golpeándola de lado y provocándole un estremecimiento, con su instinto en alerta, alcanzó al sacristán y lo detuvo antes de que pisara la tierra despejada.
—¿Qué? —preguntó él, viendo su expresión— No hay peligro aquí, es tierra santa.
—Ya no más —dijo ella muy bajo, con el olor del azufre impregnando su nariz.
Los nervios del sacristán despertaron nuevamente, se zafó del agarre para correr a la entrada, lanzándose sobre la puerta que cedió al mínimo toque. El interior del cobertizo lo recibió con gran vacío de vida y desorden entre los escasos muebles.
—Estuvo aquí —anunció Venatrix tras entrar.
El sacristán avanzó por el lugar mientras pronunciaba algunos nombres sin respuesta; al no hallar pista de su equipo, revisó con afán entre los libros, libretas y demás hojas, los informes sobre el demonio habían desaparecido, igual que los libros donde esperaban encontrar su nombre.
—¡Se lo llevó todo! —exclamó.
Frustrado, dejó de revisar sobre las mesas para ver debajo de cada mueble, no había mucho lugar donde buscar, pero igual insistió en hacerlo.
Venatrix caminó por el espacio vacío, prestando atención al eco de sus pasos, hasta que un sonido diferente la hizo detenerse. Observó a sus pies: una gota había caído al suelo y era ésta de color carmesí; ladeó su cabeza mientras la examinaba, siguió con la mirada el origen de ella, terminando por ver hacia lo alto del techo.
—Ehm... creo que encontré algo —dijo, y el sacristán siguió su mirada, cayendo de rodillas luego por la impresión.
Rezó mientras observaba los cuerpos suspendidos en el aire. Venatrix retrocedió para obtener un ángulo de frente, logrando distinguir que la forma en que habían sido dejados se asemejaba a una cruz invertida. Con un látigo que portaba, se ayudó para atraer uno de los cuerpos, aquel bajo el cual cayó la gota de sangre; al tenerlo a su alcance, notó lo oscuro de su piel, entre negro y morado, con las venas brotadas, y en su garganta un bulto extraño diferenciaba aquel cuerpo de los demás.
Arrugó su expresión mientras alcanzaba su daga y realizaba un corte recto, insertando luego dos de sus dedos para sacar una hoja arrugada.
—Léela —ordenó mientras entregaba la hoja al recién acercado sacristán.
—Agotareis la mente, la clave o el signo, Salmo 71 —leyó con voz pausada.
Venatrix siguió examinando el cuerpo, hallando ausencia de heridas que explicaran el derrame de la gota, finalmente encontró el origen cuando alcanzó una de sus manos, ésta, a diferencia de la otra, se apretaba en puño con rigidez, y se asomaba de su interior el atisbo de un rosario. Con rudeza, logró abrirla para retirar el rosario, la sangre provenía de una extraña herida en la palma.
—Necesito un pañuelo blanco y algo de agua —habló al sacristán, y éste se apresuró a buscarlo.
De regreso con ambas cosas, Venatrix usó el agua para limpiar la herida, borrando la sangre y dejando sólo la más fresca, con el pañuelo blanco presionó ligeramente y luego vio la mancha que había dejado en este.
—Es un sello —reconoció el sacristán luego de verlo dibujado en el pañuelo, Venatrix afirmó mientras se levantaba—. El demonio lo obligó a tragar esta hoja y lo marcó con su sello... ¿para qué?
—No ha sido cosa del demonio —corrigió ella, señalando luego al cuerpo—. La marca se la hizo él mismo y la ocultó con el rosario para que el demonio no pudiera tocarlo. La hoja la tragó mientras que el demonio no veía, quería que tú lo encontraras.
—Pero no tiene sentido, ¿Agotareis la mente, la clave o el signo, Salmo 71? En ningún punto del Salmo se menciona algo parecido.
—Para ser sacristán no sabes mucho de la iglesia —reprochó—. La Iglesia siempre ha temido que los demonios se infiltren entre ellos, por eso escriben sus mensajes más importantes de una manera que quien los reciba deba descifrarlos, un demonio no es capaz de leer un anagrama, eso es lo que tienes en tu mano.
Venatrix dejó de mirar el cuerpo para ir por la nota y un lápiz olvidado, jugó con cada letra, creando palabras al azar, hasta encontrar las que juntas cobraban sentido.
—Agotareis la mente, la clave o el signo, Salmo 71 se convierte en Ars goetia 71, Lemegeton clavicula Salomonis —comunicó—. La llave menor de Salomón —El sacristán mostró su desconcierto y ella bufó—. ¿En serio eres sacristán? El ars goetia contiene los demonios que el Rey Salomón invocó, entre esos debe estar el dueño de este sello —Alzó el pañuelo—, justo en el puesto setenta y uno, ¿ahora si le ves sentido?
—¿Y dónde hallaremos el libro?
—Esperaba que tú respondieras eso —contestó ella, arrugando su entrecejo.
—Busquemos una iglesia —dijo él.
La voz del sacristán se escuchó mientras dejaba la iglesia, Venatrix miró a la puerta justo cuando se despedía de una hermana y avanzaba hacia ella con un libro entre sus manos.
—Lemegeton —anunció él, moviendo el libro para entregárselo.
Venatrix usó un barril como mesa, pasó con velocidad las páginas hasta hallar lo que buscaba, el sello del demonio encabezaba la página junto a su nombre, compararon con el dibujado en el pañuelo y confirmaron la identidad.
—Dantalion. Es un duque del Infierno, tiene treinta y cuatro legiones a su servicio; conoce y declara los pensamientos de hombres y mujeres, los cuales manipula a su gusto. Se dice que es un hombre con muchos rostros y que siempre lleva un libro consigo donde guarda los secretos de las personas. Puede ser invocado durante el día desde el amanecer, aunque debe hacerse su ritual en un lugar resguardado donde apenas llegue la luz del sol, o ésta lo ceguera a su llegada —leyó.
—¿Un lugar resguardado?
—Sí, un espacio encerrado, un cuarto, un sótano...
—Una cripta.
—Una cripta funcionaría —afirmó ella, y vio al sacristán que mostraba una expresión de revelación—. ¿Qué?
—La primera víctima fue hallada a las afuera de una cripta abandonada, no hallamos pistas, por lo que declaramos que sólo era un lugar más, pero sí es la cripta donde fue invocado...
—Explicaría por qué fue hallado allí, lo mató al salir. ¿Dónde está esa cripta?
—En el cementerio, al otro lado de la ciudad.
La noche había caído sobre ellos cuando llegaron a la cripta, su entrada de piedras y enredaderas le daban un ambiente tétrico, y el túnel por el que cruzaron lo fue más con su frialdad y el único sonido producido por el viento. Venatrix alcanzó un umbral donde vio marcado el mismo sello, señaló para el sacristán.
Está aquí —quiso decir.
Un rastro de manchas oscuras guiaron al interior de la cripta, desde un espacio oscuro vieron un sello que supera sus tamaños, pintado en sangre e iluminado por el resplandor de la luna que atravesaba un tragaluz. De un extremo surgió un hombre de gran altura, aunque delgado, con un traje peculiar y un libro en sus manos. Venatrix realizó señas al sacristán, indicándole que cruzarían para esconderse en una media pared a unos metros de ellos, ella fue la primera en ir, siendo seguida por él.
—¿Viste las paredes? —preguntó él en susurro, y ella se asomó.
—Crucifijos de cabeza —reconoció ella.
—Sí, y pertenecen a las víctimas. Cuando fueron encontrados ninguno traía su crucifijo.
—¿Cuántos dijiste que habían muerto?
—Treinta.
—Más tres que trabajaban en esto —añadió ella, contando los crucifijos y recordando un número que susurró para sí—. Treinta y cuatro legiones. Usó los sacerdotes como tributo, uno por cada legión.
—Mujer inteligente —Escucharon—. Si sabes sumar, ya sabrás que falta uno.
Venatrix maldijo para sus adentros mientras se pegaba a la media pared.
—¿Cómo supo que estábamos aquí?
—Contaba con que viniéramos —contestó ella—. Eres su última víctima.
Tras advertir las intenciones de Dantalion, abandonó el refugio de la pared para enfrentarse al demonio que preparado yacía en el centro de la cripta.
—¿Dónde está él? —preguntó Dantalion con voz socarrona.
Venatrix movió su espada, dejándola visible.
—De acuerdo —accedió el demonio mientras resguardaba su libro.
Ambos corrieron al encuentro, Venatrix lanzó su espada contra él, pero la detuvo con el brazo, bajándola para alejarla de su rostro y aprovechando la cercanía para golpearla, ella giró por el suelo, quedando boca arriba, en su visión apareció Dantalion quien se le fue encima, posicionó su espada como obstáculos entre ellos, el demonio inclinó todo su peso sobre la espada, Venatrix resistió lo suficiente para poder mover sus piernas, llevando sus pies al torso del demonio para empujarlo lejos y poder levantarse.
Giró con su espada, alcanzando a rozar uno de sus brazos, Dantalion se quejó por la herida, y mientras la examinaba ignoró a Venatrix que se acercaba con un frasco en sus manos, cuando se volvió su rostro fue empapado por un líquido que empezó a quemarlo; con la ardiente sensación, dejó de verla, la sintió golpear la parte trasera de sus piernas, obligándolo a arrodillarse, su cuello fue envuelto con una cadena que también quemaba.
—Ad ínferos Dantalion —La escuchó decir, provocando que una grieta se abriera debajo.
Venatrix repitió sin cesar la misma oración, mientras luchaba por retener al demonio, pero éste llevó sus manos hacia ella, tomándola por los brazos para alzarla por encima de él y hacerla caer en frente, impactando con fuerza contra el suelo.
Adolorida, lo vio levantarse sin daño, su semblante fue abandonado de la piel calcinada y tomó una nueva identidad, su cabeza giró mostrando el rostro de una mujer, repitió la acción y fue un hombre, luego un niño.
—Aun no es tiempo de volver —había dicho, cada palabra con una voz distinta.
La alzó sin esfuerzo alguno para aventarla contra las paredes de rocas, pareció inconsciente al caer al suelo, el demonio sonrió y tomó la espada que ella había dejado caer mientras avanzaba.
Su cabeza fue girando, mostrando cada vez nuevos rostros, la velocidad con que lo hacía se incrementó al punto de que no pudo controlarlo, entonces cesó el paso al mismo tiempo que gruñía.
Una voz inquietaba sus muchas identidades, como un zumbido que quemaba sus oídos y alteraba su sistema; provenía desde atrás, giró para ver al sacristán arrodillado, rezando con un rosario en sus manos.
La furia de Dantalion se incrementó, con pasos firmes fue hacia el joven, y éste no hizo nada cuando lo vio venir; fue tomado del cuello y alzado hasta que sus pies no tocaron suelo, aun así se esforzó por continuar la oración, pero Dantalion presionó en torno a su garganta para ahogarlo.
—Un monaguillo no será capaz de detenerme.
—Lo sé. Sólo ganaba tiempo.
Con desconcierto, Dantalion volteó su rostro cuando vio al sacristán mirar más allá de él, Venatrix lo miraba desafiante mientras alejaba su mano quemada del último crucifijo, el demonio, con cólera, vio como todos habían sido girados para dejarlos al derecho.
—De esta cripta no saldrás —advirtió ella.
Enfurecido, volvió a ver al sacristán, encontrándose con el cegador resplandor del crucifijo que éste mantenía al frente; abrumado, dejó ir al joven y trastabillo hacia atrás. El sacristán volvió a su anterior posición, de rodillas rezó con empeño, su voz quemó en los oídos de Dantalion.
Venatrix observó como de cada crucifijo descendía la silueta nebulosa de cada sacerdote, sus almas rodearon al sacristán y junto con él empezaron a rezar. Treinta y cuatro voces que sólo ella y Dantalion pudieron escuchar, para ella fue como un coro, para él fue un martirio.
Con un último esfuerzo, el demonio se abalanzó hacia el sacristán, antes de llegar un escalofrío recorrió su columna con tanta violencia que lo obligó a arquearse, cayendo luego de espaldas; se retorció en el suelo mientras sus muchas identidades gritaban de manera desgarradora, giró hasta poder ver la causa de su última dolencia, no muy lejos de él la vio: arrodillada como el sacristán, con un rosario quemando entre sus manos, Venatrix rezaba para dañarlo. De su nariz surgía un hilillo de sangre que ignoró, entonces Dantalion comprendió lo que era y eso lo enfureció, se posicionó de rodillas y con ayuda de sus manos intentó gatear hacia ella, pero entre más se acercaba, mayor era el dolor en sus oídos que empezaba a recorrer su cuerpo como descargas eléctricas.
Pronto se le hizo difícil sostenerse y a la vez llevar el libro, en medio de otro ataque dejó caer su reliquia, Venatrix corrió para tomarlo, mojándolo con agua bendita luego y lanzándolo para verlo arder en llamas.
—¡No!
Con el fuego consumiendo el libro se abrió un portal justo donde el sello se alojaba, fue en principio luminiscente, con colores llameantes que poco a poco se opacaron con la entrada de la oscuridad, en forma de garras fue tras Dantalion, quien intentó huir sin lograrlo.
—Bon voyage, Dantalion —Escuchó a Venatrix—. Inferno.
La oscuridad se hizo potente luego de su voz y con ímpetu arrastró al demonio hacia el portal, cerrándose luego de haber sido consumido por el Infierno.
Venatrix, cansada, vio el portal desvanecerse y dejar en su lugar el sello de Dantalion, más desgatado que antes. Escuchó los pasos del sacristán y giró para verlo, él fue a decir algo, cuando fue anunciada la llegada de un grupo que rezaba desde la entrada a la cripta.
—Padre celestial, que tu luz opaque la oscuridad aquí presente —rezaba el primero de ellos; al ver al sacristán elevó sus brazos y luego los extendió hacia él—. Y bendice a este valiente muchacho que detuvo al demonio.
—No he sido sólo yo, el... —Se había girado para señalar a Venatrix, pero ya no estaba.
—¿Qué decías, muchacho?
—Que no he sido sólo yo —repitió, dubitativo—. Dios ha ayudado.
El sacristán fue rodeado por el grupo de hombres eclesiásticos, muy pronto fue sacado de aquella cripta mientras se le prometía una recompensa por su sacrificio esa noche. Desde las sombras, un par de ojos carmesí observaron cómo dejaban la cripta, cuando ya no estuvieron abandonó su escondite y bajo la escasa luz Venatrix se permitió sonreír.
El joven sacristán tendría un gran futuro.
El lugar seguía siendo tétrico, en penumbras y con telarañas en los rincones, el polvo cubrió con una densa capa las manchas de sangre de aquel día. Venatrix recordó la batalla, incluso pudo imaginarla mientras veía el lugar, el sello de Dantalion se fragmentaba en la pared que luchaba por mantenerse y no derrumbarse.
—Y cinco años después, aquí estás —Escuchó detrás—. Encontrarte no es fácil.
—Esa es la idea —contestó ella, girando para ver al sacristán. Los años sin duda pasaron por él, desde su voz hasta su contextura demostraban su madurez, y un traje negro destacaba su logro—. El negro te queda bien. ¿Cómo debo llamarte ahora? ¿Sacerdote, padre...?
—Louis. Tú puedes llamarme Louis —Tendió una de sus manos al frente, ella lo vio con recelo y desvió su mirada—. Pues, un gusto conocerte, Venatrix.
—Ahora sí sabes.
—La Cazadora de Lucifer. No eres un demonio, pero posees habilidades como uno... Sí, sé mucho sobre Venatrix, pero me resulta más interesante Camille —Ella se congeló—. De la familia Delacroix, originaria de Francia, asentada en Roma. Católicos desde el primero en la línea de sangre, hasta que se detuvo por un pacto con Satanás. Les atribuyen cultos satánicos y traición a la Iglesia... además de parricidio.
—Infamia —murmuró.
—Lo sé. Con mentiras Lucifer evitó que la Iglesia se entrometiera, condenó a tu familia al olvido, pero la Iglesia nunca olvida. Los recuerdan y saben que algo más pasó esa noche.
—Lucifer los mató, eso pasó.
—¿E hiciste el pacto para sobrevivir?
—No —contestó con dureza—. No me importaba mi vida.
—Entonces, ¿por qué aceptaste? —Ella agachó la mirada y calló, Louis esperó por muy poco antes de entender que nada obtendría— Entiendo. Sea cual sea la razón, espero que sea lo suficientemente valiosa como para servir a Lucifer.
—Lo es —contestó; ambos guardaron silencio hasta que ella volvió a hablar—. Noté que siguen rodeando el lugar con más cruces que antes, ¿no son suficientes ya?
—No —contestó con frialdad—. Investigué todo esto: la cripta, el sello, Dantalion. Encontré informes que datan de décadas atrás, antecedentes de un demonio que de la misma forma intentó pasar a nuestro mundo, treinta y cuatro víctimas entonces. El demonio fue detenido por un grupo de cazadores, creyeron que lo habían encerrado por siempre.
—Pero no fue así —dedujo Camille.
—No. Lo encerraron en esta cripta e intentaron destruirla, pero una fuerza mayor la protegía —Con inquietud, Camille observó a su alrededor—. Al no poder demolerse, la rodearon con todas esas cruces, esperando que fuera suficiente para mantener el mal aquí adentro, pero no resultó. Dantalion consiguió otra forma de salir, fue así que escapó...
—No me digas, ¿volverá a escapar?
Louis asintió.
—Es un demonio que no muere, sólo se debilita; regresa cada treinta y cuatro años, desde su última visita ya han pasado cinco —informó—. Estamos ahora en una cuenta regresiva, por eso vine a pedir tu ayuda.
—¿Mi ayuda?
—Además de nosotros, sólo tú conoces lo que pasó en este lugar. Y si estoy en lo cierto, para cuando Dantalion vuelva no quedará ninguno, sólo tú.
Venatrix examinó la expresión de Louis, intentaban mantenerse sereno e incluso fuerte, pero lo que decía lo afectaba, sentía miedo y desesperación. Dantalion lo había marcado, y ahora Louis deseaba evitar que marcara a alguien más.
—¿Y cuándo volverá?
Louis le entregó una hoja doblada, con recelo la aceptó para leerla; tanto espacio para sólo una oración: una fecha.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro