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Perdernos.


Perdernos

Por: L. W.

—No lo soporto.

—Siempre fui así, si no te gustaba no debiste ilusionarte con cambiarme.

—No, tu no eras así, este no es el tipo que atravesó un océano para venir por mí, tu no eres el hombre que me enviaba flores en mi cumpleaños porque lo tenía en su agenda y no porque su secretaria lo tuviera en la suya, tu no eres el que quería que lo acompañara en la empresa, aunque sea a jugar y comer en el escritorio solo para pasar tiempo juntos. El Seto del que me enamoré, no es este cobarde que solo quiere estar encerrado en su mundo excluyendo a las personas que lo aman.

—En todo caso, te vas por que quieres, nadie te esta corriendo, si vas a hacer algo déjate de dramas y hazlo.

—¿Ves que no eres el hombre que amo? El Seto que amo jamás me dejaría ir, pero tu eres demasiado fuerte, demasiado valiente, no necesitas a nadie, ni suplicas y no luchas por lo que quieres.

Seto quiso responder que no lo era, que lo necesitaba, pero no pudo, no tenía voz y el nudo en la garganta le impidió hablar mientras la última maleta de Joey subía al coche, el aire se le fue y sus cejas se arrugaron dejando ver unas pequeñas arrugas, no de vejez, sino de dolor.

Nueve años después de casarse, a un par de semanas de cumplir su décimo aniversario Joey al fin se hartaba de sus largas noches de ausencia, de sus interminables viajes de trabajo y de su manía de poner a su empresa por encima de su familia.

Mokuba se había ido al cumplir 16 años al hacer unos negocios personales impresionantemente buenos, se había asociado con León Vön Schroeder, amigo de la familia desde niños y habían hecho maquinas médicas interesantes con tecnología basada en los hologramas que ambos manejaban a la perfección, interesante ver como dos chicos listos que no estaban destinados a heredar sus empresas habían hecho algo grandioso para ellos sin apenas aprovechar sus posiciones. El pequeño se lo había advertido, si no se hacía más hogareño Joey iba a terminar por hartarse.

Seto jamás habría pensado que Joey lo dejaría, pasaba tiempo en la familia para disfrutar a Mokuba antes de perderlo, a Joey, siempre pensó, lo disfrutaría en el retiro. Y pensando en el retiro, seis años antes de hoy había adoptado a dos niños, los hermanos Atticus y Alexis Rhodes a quienes les había dejado su apellido como segundo nombre, de 4 y 3 años respectivamente y un año después a Jaden, hijo de una amiga de Joey que estaba enferma y no tenía más familia, antes de morir la chica le había pedido que cuidara del pequeño, ese no se apellidaba Kaiba, pero era tratado igual y no hubo diferencias, aunque el pequeño era algo más rebelde que sus hijos.

La guarda y custodia de los menores no generaba un problema tan fuerte ante un posible divorcio, los tres estudiaban en un costoso internado privado en Tokio, pasarían las fechas importantes con Joey si Seto no estaba demasiado ocupado, ya que en los últimos dos años el castaño se había perdido de absolutamente todas las fechas importantes, navidad, año nuevo, cumpleaños, siempre de viajes de negocios, siempre en juntas importantes.

Joey tenía razón en sus reclamos, los niños en el internado, él trabajando, el rubio se había quedado al frente de la fundación de la corporación Kaiba para apoyar a niños de la calle, el rubio lo hacía por ayudar a niños que habían pasado lo que ellos, Kaiba lo financiaba porque así podía evadir impuestos y tener publicidad gratis.

Ya estaban todas las cosas del rubio en la camioneta que lo llevaría al viejo departamento donde había vivido con su padre, ese que había tenido que pagar para que no desalojaran al tipo, ese que se había quedado solo cuando habían asesinado al hombre, quizás por sus apuestas, siempre supo que era mala idea darle una mensualidad. Esa ocasión Seto también lo había dejado solo, tenia unos papeles que revisar y no era nada importante la muerte de un suegro con el que nunca se había llevado, esa había sido la gota que había derramado el vaso. Joey se había sentido tan solo, vacío y desnudo ante la muerte de su padre, aún con sus amigos e hijos presentes que se dio cuenta de lo parecido que era esto al vacío en que se había convertido su vida conyugal.

Seto vio a su esposo caminar a la camioneta sintiendo como su pecho latía desbocado, estaba helado y temblando rogando por un milagro que lo despertara, que lo hiciera moverse, que despertara aquel joven impetuoso que no aceptaba un "no" por respuesta y que no se permitía perder sin exigir una revancha, tenía un vaso de whisky con hielos casi derretidos en la mano, no había probado licor mientras los sirvientes ayudaban al señor Joseph con sus cosas, solo llevaba un par de maletas, algunos juegos de sabanas y ropa de cama para cambiar las que estaban en la casa del difunto, su computadora personal, algunos de sus juguetes y cosas personales, bien podía llevarse todo, hasta el dueño pues todo era suyo, pero no se llevaría mucho más. El rubio se quedó parado casi dos minutos frente a la puerta de la camioneta, no había prisa, nadie lo apuraba a irse, pero tampoco a quedarse, la servidumbre era testigo como ese hombre que había entrado radiante como una estrella se había ido opacando poco a poco en medio de la desolada mansión, al final su trabajo como presidente de la fundación jamás sería tan exigente como el del presidente de una corporación.

La garganta del castaño se secó, una esperanza renació y poco a poco sentía como ese sol que era Joseph tal vez cambiaría mágicamente de opinión, sintió como la sangre le volvía a sus músculos poco a poco mientras el rubio se giraba en lugar de entrar a la camioneta y caminaba hacia él, todos se quedaron sin aliento, las mucamas, el chofer, el chef que había ido a ver por ultima vez al joven esposo, incluso los jardineros que acostumbraban cortar dos rosas para el buró de los amos estaban ahí, era difícil no querer a Joey cuando era un joven tan trabajador, atento y sencillo.

Ahí estaban, Seto y Joey de frente, ambos con los labios secos, ambos queriendo hablar, Seto imposibilitado, Joey deseando escucharlo, ninguno decía palabra, Seto imponente como su dragón favorito, tan hermoso, poderoso y elegante, Joey con los ojos rojos como el suyo, tal vez la comparativa resultaba injusta, de cerca se notaban los surcos de las lágrimas que había derramado en la anterior pelea, el peso sobre los hombros al cargar con la culpa de darse por vencido en donde no quería hacerlo, sus labios temblaban pidiendo una señal, una mueca que lo hiciera retractarse, no quería volver a quedarse solo pero es que ya lo estaba, solo necesitaba sentir que su esposo estaba para él ¿era mucho pedir? Aparentemente para Seto la respuesta era sí.

Después de esperar el tiempo suficiente Seto estaba por abrir los labios, no sabía que decir y apenas pudo esbozar un —Joey —Cuando el rubio agitó las llaves en su mano y las dejó en la mesita del recibidor.

—Te dejo esto, creo que ya no me hará falta. —y tragando saliva se dio la vuelta y caminó sin darse cuenta que había estropeado el único instante en que su esposo había reunido una pizca de valor para retenerlo y la había quebrado.

Pero no era su culpa, había esperado tantos años, había perdido la fe, había perdido hasta las ganas de vivir, tenía muchas personas que lo amaban, pero la más importante de todas, bien, parecía ya no amarlo y le dolía demasiado solo pensarlo.

Así Kaiba volvió a quedarse sin voz, sin sangre en las venas, sin calor en su cuerpo viendo como la única persona que había entrado a lo más íntimo de su alma se marchaba para no volver, ni siquiera podía parpadear.

—Señor, haga algo, no deje que se vaya, ordene que cierren las puertas.

Se escuchó decir a la mucama, pero nada pasó y el coche salió llevándose un poco de él dentro del pasajero. Antes de media hora Seto se fue a su amplio dormitorio preguntándose que había pasado ahora. No era la primera vez que tenían esta clase de problemas, pero Joey siempre aceptaba la culpa por los dos, esta vez había amenazado con no ceder más si no hacía algo, no lo hizo y Joey era un hombre de palabra, cumplió, eso fue todo.

La cama era tan grande, demasiado para una sola persona, demasiado vacío para una persona, húmedas y calientes lagrimas salieron por sus azules ojos sin poder detenerlas, no podía con esto, llevaba dos minutos en la cama sin Joey y tuvo que salir de ahí, era demasiado.

Levantó el teléfono para comunicarse con su servidumbre —Preparen mi coche, debo salir. —Ordenó y salió casi corriendo, esto no podía terminar, ¿qué había hecho? No era fuerte, no era valiente, no era toda esa basura que había dicho ese tonto rubio, solo era un hombre demasiado trabajador que había cometido un grave error y que en pocos días cumpliría diez años de casado, no iba a perderse su festejo, llevaba dos años cometiendo error tras error, era cierto, pero no podía cometer otro peor. Antes de darse cuenta estaba en la calle conduciendo como si no hubiera un mañana esquivando los demás autos, las señales de alto, metiéndose en sentido contrario, lo detuvo un tránsito y muy en contra de su costumbre y la del oficial terminó sobornándolo, le tomó cinco intentos llegar al precio del hombre y contarle su historia, al final el oficial lo dejó ir con una amonestación.

Joey miró lo diminuto del departamento, no podía creer que antes le pareciera normal, le había tomado dos minutos recorrerla, una sala polvosa de un lado, una cocina sucia del otro, dos dormitorios y un solo baño (pensar que había compartido baño con su padre le perturbaba) el baño era diminuto, apenas cabía de lado y la regadera era para una sola persona, luego se acordó que eso era lo normal, con Seto a veces se bañaban juntos en la mañana, su baño era amplio, limpio, con una enorme tina, una regadera donde se podía hacer el amor sin problemas y entonces empezó a pensar que tal vez se había equivocado, Seto estaba ausente pero todo era para darle una vida llena de lujos y atenciones, tal vez si se tomaran unas vacaciones, tal vez se había adelantado, además su único trabajo en los últimos años era la fundación, si su esposo se volvía a casar seguro querría darle la presidencia de la misma a esa otra persona, era su trabajo, él la había iniciado, le había costado trabajos y penurias, había puesto su alma en que cada yen que Seto había aportado en ese proyecto valiera lo máximo, el que Seto tomara importancia a sus ideas era una muestra de su amor, ¿y si había cometido un error? La idea de pensar en Seto con otra persona le hizo llorar, no podría con eso, ¿y si le pedía perdón?

Después de darse un baño fue a la cama de su padre, pero pensar en dormir en su colchón le puso nervioso, fue a su viejo dormitorio, todo estaba como lo había dejado, estaba limpio y ordenado, ¿sería que su padre lo había extrañado? Siempre le decía de broma que limpiara su habitación por si quería volver, pero no pensaba que el viejo le hubiese hecho caso, él se había ido sin mirar atrás una tarde en que Seto había tocado a su puerta y le había propuesto irse juntos a América, su padre le había dado una paliza la noche anterior y estaba secretamente enamorado del ricachón engreído, había sonado buena idea en ese momento.

—En verdad fue buena idea, nos casamos, volvimos a Japón como pareja, promovimos el cambio de leyes de adopción y acceso a seguridad para parejas del mismo sexo, hicimos muchas cosas y luego... —suspiró mirando a la nada— ya no quedaba nada que hacer, ya no lo hicimos por nosotros, nuestras metas se convirtieron en trabajos y nuestros trabajos en monotonía, cambiamos a los niños al internado en Tokio para poder trabajar... ¡oh, por los dioses! Primero ellos y luego nos abandonamos uno al otro, pero antes que ellos, incluso a Mokuba y Serenity los dejamos de lado.

De pronto toda una racha de recuerdos le caían como pesadas lozas sobre los hombros, poco a poco los dos habían empezado a poner sus proyectos como prioridad, no solo Seto, también él, los viajes para promover su fundación eran cada vez más largos y comunes, la fundación en poco tiempo había hecho mucho por los niños de Japón y pronto de otros lugares del mundo como los movimientos que promovía en otros países como niños sin fronteras donde buscaba ayudar a los niños afectados por la migración que a veces quedaban abandonados, había hecho tanto por los niños del mundo y a cambio había abandonado a su cuñado, su hermana, sus hijos, su esposo.

La puerta sonó tan fuerte que parecía que la querían tirar sacándolo de sus pensamientos.

—No soy tan fuerte como crees, sé que he estado mal, que por centrarme en mis proyectos me he olvidado que el proyecto más importante de todos es mi proyecto de vida y ese no funciona si no estás a mi lado —Seto estaba parado con la misma ropa con la que lo había dejado hacia menos de una hora en su casa.

—No eres el único que se equivocó, me alejé, pero no quise admitir que era parte del problema y cuando mi papá murió y no estuviste, todos te culparon y pensé que era cierto, pero ¿Cómo ibas a saber que te necesitaba si siempre te mantuve lejos de mis proyectos?

Ni bien habían pasado dos minutos y ya estaban abrazados pidiéndose perdón, era la primera vez que llegaban tan lejos en el tema de separación y había sido un infierno lleno de culpa y dolor.

—¿Y si nos tomamos un año sabático como regalo de aniversario? —Preguntó el castaño sin poder soltar la cintura del rubio.

—Me parece la idea más sensata que he escuchado, solo debo... —quiso apartarse y revisar su agenda para adelantar proyectos, pero Kaiba lo detuvo.

—Qué tu secretaria se encargue, no más trabajo, tenemos mucho que arreglar y no quiero pensar en la palabra con "D"

—¿Diversión?

—Divorcio.

—Cierra la boca, no digas tonterías y ayúdame a sacar mis maletas, quiero volver a mi hogar.

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