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Venturus Sum

Coautoría con ShaloUlloa

Christian llegó a los Estados Unidos con la esperanza de encontrar un futuro mejor, lejos de las crisis que azotaban su país. Matthew, el objeto de su afecto, lo había recomendado para que ejerciera como profesor en una prestigiosa universidad, algo con lo que muchos solo podían soñar. Con su maleta llena de ilusiones, Christian abandonó su tierra, emocionado por vivir el sueño americano. Sin embargo, esa alegría no duró mucho. La relación con Matthew pronto se tornó hostil y conflictiva. De un día para otro, Matthew dejó la universidad, cortando todo tipo de comunicación con él y con el mundo.

Christian intentó seguir adelante en ese país sin su amado, porque tenía una madre enferma a quien ayudar en casa, y el salario de la universidad era bueno. Continuó siendo un maestro destacado y, aunque sus logros académicos hablaban por él, pronto se dio cuenta de que, para muchos de sus colegas, seguía siendo el extranjero que no encajaba en el sistema.

Christian siempre se sintió incómodo en esa institución. A menudo notaba las miradas de soslayo de sus colegas y varias veces escuchó comentarios que lo hacían sentirse menospreciado. En las reuniones, sus intentos por participar siempre eran ignorados o interrumpidos. No podía evitar la sensación de que su acento y su origen jugaban en su contra.

Un día fatídico, al terminar su clase, Christian se apresuró a recoger sus cosas para marcharse a casa a descansar, pero recordó que tenía que tomar unos libros de la sala de maestros. Detestaba entrar allí porque siempre sentía las miradas cargadas de prejuicios sobre él. Justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta, las risas que escuchaba se vieron interrumpidas por gritos desgarradores.

Al entrar, se detuvo en seco. La escena lo dejó sin aliento. Sus colegas estaban tirados en el suelo, algunos muertos, otros agonizando en charcos de sangre. En medio de ellos, un hombre con el rostro cubierto por un pasamontaña negro se movía con calma, ejecutándolos con una escopeta, uno por uno. Christian quiso correr, pero no pudo moverse.

El asesino lo miró con frialdad. Se acercó, bajó el arma y sacó una pequeña nota de su bolsillo. La lanzó a los pies de Christian.

—Tú sabes a quién dársela —dijo con voz calmada, pero amenazante—. Entrégasela y todo esto terminará.

Antes de que Christian pudiera reaccionar, el asesino desapareció por la ventana, dejándolo solo en medio de la escena del crimen.

Las sirenas de la policía no tardaron en escucharse. Christian, en estado de shock, recogió la nota sin mirarla y la guardó. Minutos después, el capitán Queen irrumpió en la sala. Al ver el cuerpo de su hermano entre las víctimas, su rostro se contrajo de dolor. Corrió hacia él, quiso abrazarlo, pero lo único que pudo hacer, para no alterar la evidencia, fue quitarse su chaqueta y cubrirle el rostro. Al levantar la mirada, se fijó en Christian, el único sobreviviente.

—¿Tú...? —murmuró con desprecio, acercándose—. Eres el único que queda en pie... Esto tiene que ser obra de alguien como tú.

Christian fue detenido sin más explicaciones. En la comisaría, lo interrogaron sin descanso, negándole la asistencia de un abogado. Queen no disimulaba su odio hacia él. "Un extranjero, un centroamericano", pensaba. Tenía sentido para él: esa maldita plaga de inmigrantes que no se detenía. Christian no mencionó ni al asesino ni la nota. Algo en su interior le decía que no debía hacerlo. Después de largas horas de interrogación, fue liberado por falta de pruebas.

Poco tiempo después, el ayudante de Queen llegó a su oficina con muestras de ADN que señalaban directamente a Christian como el autor de los asesinatos.

—Lo sabía —murmuró Queen con satisfacción. Para él, el caso estaba resuelto, pero ignoraba que las pruebas habían sido manipuladas.

Esa noche, en su departamento, Christian sacó la nota que el asesino le había entregado. "Venturus sum", leyó en voz baja. "Estoy por venir". El miedo recorrió su cuerpo. Sabía que no era solo una advertencia, sino una sentencia. Pero lo que más le inquietaba era lo que el asesino había dicho: "Tú sabes a quién dársela". Solo había una persona en Estados Unidos a quien él conocía íntimamente: Matthew, el hombre que alguna vez fue su amante fiel, el único vínculo que lo había llevado a este país. ¿Sería acaso él? ¿Estaría Matthew en peligro si no entregaba la nota?

Christian se preparó para ir a buscarlo, esperando que aún viviera en la misma dirección. De pronto, unos golpes en la puerta lo alertaron: la policía había llegado con la temida orden de aprehensión. Christian tomó algunas pertenencias y escapó por la ventana. Mientras corría bajo la oscuridad de la noche, el eco de las palabras en latín seguía resonando en su mente: "Estoy por venir".

Cuando llegó al departamento de Matthew, lo que encontró decía mucho más que cualquier explicación. El lugar estaba descuidado, con platos sucios, papeles desordenados y un aire cargado. Matthew había estado escondiéndose durante meses, aterrorizado desde que algunos de sus colegas comenzaron a desaparecer misteriosamente.

—¿Christian? —preguntó Matthew, perplejo.

—Sé que me dijiste que no volviera —dijo Christian con pesar—, pero tengo algo que quizás es para ti.

Matthew vaciló unos segundos, pero lo dejó entrar. Christian le mostró la nota.

—¿Sabes lo que esto significa, Matthew? Un misterioso hombre me dijo que te la diera a ti.

Al leerla, Matthew palideció, aterrorizado.

—Tenemos que irnos, ahora —exclamó.

—¿Por qué, Matthew? —preguntó Christian confundido—. ¿Qué tienes tú que ver en todo esto?

Matthew no respondió. Corrió a su habitación. Llenó una maleta con apenas una muda de ropa, luego tomó unas carpetas llenas de documentos y una pistola de su caja fuerte.

—Te dije que nunca volvieras a buscarme —murmuró—. Ahora sabe dónde encontrarme. Has firmado mi sentencia de muerte.

En ese momento, coches policiales rodearon el edificio. Queen irrumpió en la sala con su equipo.

—¡Al suelo! —gritó Queen, apuntando a Christian—. ¡Sabía que eras tú, maldito latino!

Antes de que pudiera decir una palabra, el asesino emergió de las sombras, pero esta vez no usaba el pasamontaña. Era un hombre maduro, como de unos treinta años. Apuntó con su pistola a Matthew y luego a Queen.

—Al fin los encuentro juntos —dijo el asesino con frialdad.

—¿Qué quieres? ¿Quién eres? —preguntó Queen, sin apartar la vista del joven.

—¿No me recuerdas? —respondió el asesino, apuntándole a la cabeza y mirando brevemente al resto de los policías—. Si me disparan, lo mataré antes —advirtió.

Queen levantó una mano, calmando a sus hombres.

—Jamás te he visto —dijo con nerviosismo.

—Prometí volver, Queen, y aquí estoy —respondió el hombre.

Al ver sus ojos, Queen lo recordó todo. El muchacho había terminado en prisión juvenil tras una redada en un burdel donde ofrecía servicios sexuales. En su momento, el joven explicó que era una víctima de una red de trata de personas, pero Queen, con sus prejuicios contra los latinos y homosexuales, no le creyó.

—Yo no te hice nada —agregó Queen, pero el joven lo ignoró y dirigió su mirada hacia Matthew.

—En cuanto a ti... Hoy, por fin, sabrán quién eres en realidad —continuó el asesino—. Este hombre, junto con el hermano del capitán Queen, era uno de los líderes de una red de trata de niños, conformada en su mayoría por miembros del profesorado de la universidad de Pennsylvania. Nos vendían, nos explotaban, nos ultrajaban... Pero yo logré escapar. Les dejé una nota: Venturus sum. Les aseguré que el día en que volviera, lo haría para vengarme.

Queen lo miraba, incrédulo, luego dirigió la mirada a Matthew, incapaz de procesar lo que estaba escuchando. Comprendió que su hermano no había sido una víctima al azar, él también formaba parte de la red. Por eso habían preparado la trampa para Christian: alguien en la policía intentaba encubrir a los verdaderos responsables, entre ellos su propio hermano.

Sin que nadie pudiera reaccionar, el joven disparó hacia Matthew, hiriéndolo de gravedad. Queen intentó devolver el disparo, pero el joven fue más rápido, alcanzando a Queen en el hombro. Lo que siguió fue un despliegue de detonaciones en la habitación: el asesino era diestro en el manejo de armas y, tras matar a varios policías, resultó ileso. Parecía que había entrenado durante años para este momento. Antes de huir, sacó unos documentos de las carpetas con las que pretendía huir Matthew y lanzó el resto de papeles a los pies de Queen.

—Tómala, capitán. Ahora lo sabrás todo —dijo el joven con calma.

Queen, herido y aturdido, hojeó los documentos. Su expresión de horror lo decía todo: fotos y pruebas incriminaban a su propio hermano como líder de la red de trata, junto con Matthew y otros poderosos miembros de la universidad. Las pruebas eran irrefutables.

El asesino, antes de desaparecer por la ventana, se dirigió brevemente a Christian.

—Tú no tienes la culpa de nada —dijo en voz baja—. Pero esta era la única manera de atrapar a estos monstruos. —Señaló a Matthew, agonizante en el suelo, y a Queen, que seguía en shock—. Recuerda mis palabras: hay más como ellos. Esto no ha terminado. "Venturus sum"

Y con la misma calma con la que había entrado, desapareció en la oscuridad de la noche.

Christian, aún muy confundido, supo que tenía que actuar rápido si quería salir con vida. Con el sonido de los disparos aún resonando tras la silueta que desaparecía por la ventana, se dejó caer al suelo, cubriéndose con la sangre de otros cuerpos para fingir estar muerto.

Queen, todavía procesando la información, miró los documentos y comprendió que toda su vida había sido un peón en una conspiración mucho más oscura de lo que jamás imaginó.

—Deténganlo —ordenó a sus hombres, señalando a Matthew, pero ninguno de sus subordinados le obedeció.

—¡Esposen al hombre! —repitió, pero sus palabras cayeron en saco roto.

Un silencio tenso se apoderó del ambiente cuando Queen notó que los puntos de los láseres rojos, que deberían haber estado apuntando a Matthew, se concentraban en su propio pecho. Confundido, intentó dar un paso atrás, pero lo siguiente que escuchó fue un estruendo ensordecedor. Queen cayó al suelo, su cuerpo sacudido por varios disparos. Mientras caía, su mente se llenó de imágenes borrosas: el joven al que envió injustamente a prisión y el rostro de su hermano, ahora desenmascarado por la verdad.

Qué estúpido había sido. Creyó ciegamente en su versión de la justicia, pero nunca vio el monstruo que su hermano en realidad era. Quizás él también era un monstruo, lleno de odio y prejuicios. Tal vez merecía morir.

Los policías restantes, que habían sobrevivido al ataque, se miraron entre sí sin decir palabra. Ya no respondían a Queen; todo había sido revelado. Eran parte de la red que el capitán nunca descubrió. Sabían que ahora debían destruir toda la evidencia.

Uno de los agentes caminó hacia Matthew, que seguía respirando con dificultad. Sin pensarlo dos veces, le disparó.

Christian, inmóvil, observó cómo la vida de su amado se apagaba ante sus ojos. Mientras los oficiales quemaban fotos, rompían papeles y eliminaban cualquier rastro de los crímenes, Christian permaneció en el suelo, conteniendo la respiración. Sabía que cualquier movimiento significaría su final. Solo cuando los policías terminaron su trabajo y abandonaron el lugar, Christian se levantó con lentitud y escapó.

El silencio que quedó tras la masacre era abrumador, pero Christian había sobrevivido.

Tiempo después, Christian regresó a su país natal. Dejó atrás el caos de Estados Unidos, las traiciones, los prejuicios y las muertes. El aire cálido de su tierra le devolvía algo de paz, aunque las sombras de lo que vivió lo seguían persiguiendo.

Un día de verano, Christian caminaba solo por la playa de su pueblo, escuchando las olas romper en la orilla, recordando todo lo sucedido: las miradas de desprecio en la universidad, la violencia, el asesinato de Matthew y la infame red que fue destruida, pero a un costo terrible.

Ahora estaba en su patria, donde siempre se sintió amado y aceptado, lejos del rechazo, la traición y los prejuicios. Pero, a pesar de estar en su hogar, las cicatrices del pasado seguían frescas.

Miró al horizonte, donde el sol se ocultaba. En la bruma que se levantaba sobre el mar, le pareció distinguir una figura que se acercaba con lentitud hacia él, con un arma en las manos, apuntándole.

Christian parpadeó, pero la imagen permanecía allí, persistente. Permaneció inmóvil, preguntándose si algún día el ciclo de violencia terminaría o si las consecuencias de su pasado lo seguirían persiguiendo hasta el final de sus días, mientras las olas continuaban rompiendo en la orilla, indiferentes a sus dudas.

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