Emprendí mi viaje, bajo el cobijo de la luna. El campo me resultaba familiar; lo había visto antes, antes de que la maldición de la bruja sumiera a ese pueblo en un profundo sueño. Continué, atravesando montes y valles, con un propósito fijo: encontrar al dragón multicolor.

Decían las leyendas que era un ser muy especial y que quien lograra montarlo se haría con el reino de Astorys y derrotaría a la bruja, la misma que había mantenido al continente sumido en un sueño del que nadie despertaba. No era más que un simple plebeyo, pero soñaba con el día en que me convirtiera en príncipe, y quizás, después, en rey. Aunque del reino ya no quedaba nada y yo era el único sobreviviente.

Solo cuando encontré al dragón muerto, me di cuenta de que estaba viviendo una pesadilla. Al ver mi rostro reflejado en el charco de sangre, comprendí que también estaba soñando, y que había tenido el mismo sueño durante los últimos cien años.