Humano y Fae
En la nación de Vesta, tres reinos han aprendido a coexistir, viviendo en paz y en equilibrio: el Reino Fae, el Reino Élfico y el Reino Humano. Sin embargo, no siempre fue así.
Hace muchos siglos, Avaloria, el reino de los faes, y Verdatia, el reino de los humanos, libraron una guerra que costó muchas vidas. Verdatia, en su ambición por el poder, quería obtener la magia de los antiguos faes; invadió sus bosques, lagos y praderas, capturando y encarcelando a la mayoría de las criaturas. Querían forzar a los faes a realizar hechizos mágicos en su beneficio. Sin embargo, los faes permanecieron en silencio en los calabozos. Desplegaron sus hermosas alas y, con ellas, se abrazaron a sí mismos hasta que gradualmente dejaron de brillar.
Debido a esto, tanto el reino fae como el reino humano quedaron sumidos en una terrible oscuridad que se prolongó por muchas centurias. El sol jamás volvió a brillar, y la vida se volvió triste y sombría.
Con el tiempo, los humanos comprendieron su error y pidieron perdón al reino de Avaloria. Habían nacido reyes justos que deseaban hacer lo correcto. Los faes aceptaron la disculpa y, al volver a abrir sus alas, la luz regresó. La oscuridad fue encerrada en lo más profundo del bosque mágico mediante un poderoso hechizo. Los faes pusieron una sola condición para mantener la paz y el equilibrio entre ambas comunidades: cada generación de la realeza debía enviar a una princesa como rehén, y ellos harían lo mismo. Cada princesa aprendería las costumbres, historias y habilidades del reino vecino. Con esto, sellaron una paz que se extendió por muchas generaciones.
Astra era una fae que tenía el cabello plateado y largo, que le caía en ondas hasta el suelo. Sus ojos eran de un negro como la noche salpicada de estrellas. Sus alas, traslúcidas y delicadas pero veloces, le permitían revolotear por todo el bosque mágico. Era una niña preciosa y valiente de tan solo siete años. Tenía muchos amiguitos que jugaban con ella en el árbol ancestral, pero su preferido era Fenn, un niño de cabellos oscuros, cortos y desordenados, de un profundo marrón que casi parecía negro. Sus alas eran color esmeralda, y sus ojos de un verde intenso como las hojas del bosque, ávidos y curiosos, siempre alertas.
Astra fue la princesa de la décima generación, primogénita del rey Oberón, elegida para ser educada en Verdatia como parte del pacto de paz. Verdatia, a su vez, envió a la princesa Amy, la única hija del rey Astlan, una hermosa niña noble y de buenos sentimientos, de pelo rubio dorado y ojos azules, curiosos y brillantes.
Astra y Fenn se despidieron con lágrimas en los ojos, a la sombra del bosque mágico y bajo el arrullo de los pájaros cantores. La pequeña princesa fae fue llevada al castillo en un carruaje que Fenn siguió con la vista, encaramado en la copa del árbol ancestral. Estuvo triste muchos días, hasta que la princesa Amy llegó. Al principio, Fenn la rechazó, pues odiaba que ella reemplazara a su querida amiga Astra. Pero con el tiempo, se dio cuenta de que había bondad en el corazón de la princesa. Se hicieron amigos y, durante los siguientes años, Fenn le enseñó todo lo concerniente a su magia y sus costumbres.
Diez años pasaron, y Amy aprendió todo acerca de los faes, mientras Astra hizo lo mismo en el reino humano. Cuando llegó el momento de que ambas princesas regresaran a su respectivo hogar, Amy se negó, pues se había enamorado profundamente de Fenn.
Astra volvió, pero Amy no. El rey Astlan exigió al rey Oberón que su hija fuera devuelta o, de lo contrario, rompería los acuerdos de paz y desataría otra guerra cruenta, como en la antigüedad. Sin embargo, los faes no pudieron encontrarlos porque Fenn y Amy habían huido al reino élfico y pedido asilo.
El reino élfico, neutral en los conflictos entre humanos y faes, decidió proteger a la pareja. Los elfos valoraban el amor verdadero y la libertad individual, y vieron en Amy y Fenn lo que el reino humano y el reino fae no podían ver debido a sus rencillas. El amor entre Amy y Fenn representaba un símbolo de unión y paz entre razas. Los jóvenes encontraron refugio en la ciudad oculta de Lysantria, un lugar donde la magia fluía libremente y todas las criaturas vivían en armonía.
Mientras tanto, en Verdatia y Avaloria, la tensión crecía. Los consejeros de ambos reinos presionaban a sus respectivos monarcas para tomar medidas drásticas. Sin embargo, el rey Oberón, sabio y compasivo, decidió enviar a su hija Astra como embajadora al reino humano para negociar una solución pacífica.
Astra, que había aprendido mucho sobre la humanidad durante su estancia, aceptó la misión con valentía. Se presentó ante el rey Astlan con una propuesta: en lugar de desatar una guerra, debían buscar a Amy y Fenn y escucharlos. Quizás había una razón más profunda para su huida, algo que ambos reinos podían aprender.
El rey Astlan, aunque furioso, accedió a regañadientes. Una delegación de faes y humanos, liderada por Astra, emprendió el viaje al reino élfico. Gracias a la magia y sabiduría de Astra, lograron encontrar la entrada secreta a Lysantria.
En la ciudad élfica, Amy y Fenn explicaron su decisión. No solo se habían enamorado, sino que también habían descubierto un antiguo pergamino mientras vivían en Lysantria, que hablaba de una antigua profecía: un amor entre un fae y un humano traería una nueva era de paz y prosperidad a ambos reinos. Los elfos confirmaron la autenticidad del pergamino y su mensaje.
Conmovidos por la historia y el valor de Amy y Fenn, los reyes Oberón y Astlan aceptaron su amor y la profecía. Regresaron a sus respectivos reinos con un nuevo acuerdo: ya no habría princesas rehenes, sino intercambios culturales y diplomáticos voluntarios para fortalecer la paz y el entendimiento mutuo.
Astra, habiendo cumplido su misión, se convirtió en una heroína tanto para los faes como para los humanos. Amy y Fenn, por su parte, vivieron felices en el reino élfico, sirviendo como embajadores de la paz entre los tres reinos.
Así, la nación de Vesta no solo mantuvo la paz, sino que encontró una manera de prosperar y florecer, unida por el amor y la comprensión. La profecía se cumplió, y el sol brilló más radiante que nunca sobre los reinos fae, humano y élfico.
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