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El castillo de San Felipe

En un día de junio, súper caluroso, por cierto, mis amigas y yo habíamos decidido emprender nuestro primer viaje juntas. Necesitábamos despabilar de aquellas jornadas laborales que nos dejaban exhaustas, y qué mejor que ir a un lugar tropical para dicha travesía. Margarita iba con su iPod escuchando sus rolas preferidas, como siempre, Caro estaba sumergida en alguno de sus mundos fantásticos de sus libros y yo iba al volante, tratando de ir concentrada en manejar, ya que acababa de sacar la licencia de conducir.

Llegamos sin novedad al famoso lugar, Río Dulce y nos dispusimos a comer los deliciosos platillos que llevaban el sabor del mar. Degustamos unos sabrosos enrollados de canela y como plato fuerte no podía faltar el tradicional caldo de mariscos, que venía cargado de variedad y mucho sabor.

Luego de eso nos dispusimos a buscar la playa y al llegar disfrutamos aquella despampanante vista del mar, pero solamente duró unos segundos, ya que Caro, sin perder tiempo, se había hecho amiga de un guía turístico. Ella estaba tan emocionada que casi nos obligó a levantarnos para ir a ver, el tan mencionado por ellos, "Castillo de San Felipe".

Margarita y yo nos preguntamos un tanto disconformes: ¿Qué podría ser más interesante que el mar?, además ya eran casi las cuatro de la tarde, no nos podríamos tardar más de lo estimado, pero dejamos de refunfuñar y seguimos al guía turístico hasta un atraque de lanchas, el cual nos llevaría a nuestro destino. Nos colocamos nuestros chalecos salvavidas y aquel vehículo comenzó a hacerse paso en las aguas del Río Dulce.

Margarita, Caro y yo nos quedamos embelesadas con aquella vista, llena de vegetación en los alrededores, eso sumado a la suave brisa que llegaba a nuestros rostros, tan refrescante y llena de vida. A unos metros más del recorrido, se podía apreciar la imponente imagen del castillo.

El guía, llamado Carlos, atracó la lancha y nos ayudó a bajar a cada una con cuidado. De inmediato comenzamos a bromear entre murmullos y risitas sobre la "amabilidad" de él, ya que presentíamos un posible interés del joven por nuestra amiga Caro.

Nos dispusimos a pagar la entrada al lugar, monto que no nos molestó cancelar, ya que el castillo nos había robado el corazón a primera vista. Fue hermoso entrar por aquel sendero pedregoso, en el que apreciamos las palmeras, los árboles que adornaban el lugar y al fondo la vista del apacible lago.

Carlos nos explicó un poco de la historia del lugar; realmente estábamos por llegar a una antigua fortaleza y prisión, que protegió esta región de ataques piratas. Nos quedamos sorprendidas por dicha información y Margarita un tanto asustada por el término "piratas", Caro y yo solo nos reímos de su reacción.

La vista por dentro del castillo fue deslumbrante, aquella estructura era de piedra, sus pasillos arqueados, que en su mayoría eran anchos, tenía muchos cuartos y una chimenea en el comedor. Salimos al patio que, dejaba ver el despejado cielo, el cual parecía saludarnos con su color tan intenso.

Cuando volteé a ver, Caro no estaba con nosotros, nuestro guía estaba explicándonos datos de interés y Margarita estaba tan embelesada con la vista que cuando le dije, de inmediato se asustó y comenzó a teorizar cosas absurdas, como un rapto o la presencia de espíritus chocarreros de piratas; Carlos y yo solo nos volteamos a ver escépticos, aunque él confirmó que, en efecto, existían rumores de "espantos" dentro del castillo.

Fuimos gradas arriba y la vista desde esa torre era magnífica, el aire acariciaba nuestros rostros y los rayos del sol iluminaban todo el panorama, desde allí se podía apreciar una hilera de cañones antiguos.

Cuando giré la mirada, allí estaba Caro, estática viendo hacia el horizonte, se veía serena y pensé que simplemente quiso un momento de soledad. Margarita corrió hacia ella para preguntarle si le pasaba algo y que "nos" había asustado al desaparecer de esa manera.

Lo que Caro nos contó fue que, de alguna manera se sintió llamada a ir a la parte alta de la torre y que no podía explicarlo mejor, pero que cuando subió, escuchó un sonido filoso, chocante que surgía de ningún lugar. Ella terminó diciendo, que dejó de escuchar tal ruido cuando comenzó a recitar plegarias a Dios en su mente.

Me quedé estupefacta al escuchar de mi amiga tal anécdota y ni hablar de Margarita, quien al procesar aquellas palabras ya no quería estar en aquel lugar. Carlos confirmó que muchas personas habían jurado percibir sonidos de espadas, gritos y hasta ruidos de cañones por las noches, definitivamente el castillo albergaba cosas inexplicables.

Tuvimos que dejar pronto el lugar, debido a la insistencia de Margarita y también a que ya iban a cerrar dicho sitio. Emprendimos el regreso a la playa y en el camino comentamos todo lo que nos llamó la atención acerca del castillo y su estructura.

Al bajar de la lancha, nos despedimos de Carlos, le agradecimos y cuando nos alejamos unos pasos, Margarita y yo nos dimos cuenta que Caro y Carlos estaban intercambiando números, era de esperarse ya que ellos se habían agradado al instante. Ella se dirigió a nosotras con una sonrisa de oreja a oreja y la comenzamos a molestar, como buenas amigas que somos. Definitivamente ese día, sería para recordarlo por siempre.

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Relato que participó en el desafío "Dinámicas" de Editorial Nebun

¡Gracias por leer! ;3

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