Hoy me atacó la soledad, desde la brisa tenue del témpano.
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Hoy me acarició la muerte, con esas garras pútridas, en un pensamiento de inmolación.

Hoy caminé en una cuerda floja, tras la caída me esperaba Cerbero y su dueño: "El Rey del Inframundo".

Hoy la guillotina de mi sombra hizo inerte al espíritu; fui Luis XVI, preso de los iracundos.

Hoy mis reflejos quedaron perplejos y añejos, secos en la cuenca de mi río neuronal.

He luchado contra ese ente fantasmagórico, aquel que indisciplina a las masas y las somete, dejándolas sin "libertad".

"¿Libertad?", qué concepto tan raro, ambiguo y ufano como este servidor.

¿Serán mis vestidos prueba de inconsútiles?, con matices inverosímiles; mi hipérbole se camufla en los anónimos, en los volátiles, en los escenarios ficticios.

Una aurora boreal es mi teatro dantesco, solemne y monumental para el hombre corriente; para el perspicaz, sin embargo, son tormentas solares.

Qué piezas tan neutrales componen mi holograma, ¿es esta red programada por un niño egoísta, o por un vagabundo sin acceso al nombre y la identidad?

Se apagan las cenizas en esta danza austera, impugnante corteza el hombre fabricó; el vacío le dio una receta secreta.

Soledad, soledad, hoy volviste a mí, a tu morada: mi mente.

Soledad, soledad, has blasfemado de mí, exoneraste de ti el suspiro de un cobarde.

Soledad, soledad, ten paciencia de mí, yo longevo comprendí el deceso de Heracles.

Soledad, soledad, me despido de ti y de tu maltrecho sendero, ten en tus noches mi ego y forja en él la maldad: las migajas de "El Príncipe" de la perversidad.