Estoy a punto de quebrarme, los pelos que rodean mi cuerpo se están erizando por el miedo de perder algo que nunca tuve; por la casuística quizá, o por el absurdo tópico mental que mis memorias fabrican.

Así es como el príncipe cayó ante la espada del verdadero rey, del hombre dueño de las tierras y la gente; el sujeto que tiene el verdadero tesoro en su poder.

Que en mi alma escriban mis restos, porque mi corazón ya no es un órgano vital, solo un saco de sustancias incoloras que despilfarran dolor.

El colmo de los colmos para el pusilánime más destacado, para el bufón contemporáneo, que trata de interpretar la obra más excelsa de Mozart, pero sin el oído de un músico.

Que dejen caer mis cenizas por los valles de hierva amarga, sé que a la vida no le importará mucho recoger esos polvos, el significado de su algarabía y abundancia.

Tratando de interpretar por la literatura, lo que en mi espíritu crece como angustia y desesperanza; solo una muestra alcanza para darse cuenta de mi sumisión.

Un vago escribano sin renombre alguno, que no pudo interponerse en su ser, que no pudo penetrar en la flor más bella de los campos; un torpe humano que juega a ser Dios...