EL SACRIFICIO DE FAUSTO
Sombra, caerás, morirás por la luz. Viento, rozas mi rostro; qué pérfido actúas frente al mar.
Atended al frizado soñador, en aquel burdel de Murcia; en las calles de "El Africano" dadle amor.
El tornasol abrasó sin piedad su curtida piel, así que amaneced despreocupado; aquel de quién temías se extravió en el Erebo del malvado.
Indicad a las nubes que el relato de María no fue dado a la cata de Dios ni al abad de sus señores, que esta magna justa sea borrada de los fautores.
Enteraos también, que algún tirano el juez reparó sin miramientos en el teatro; en la tarima de la virtud supo darles sepultura.
Es esa plenitud de la que tanto se jactan, reforzando su desdén y apatía al morador; sirven al necio, que, con el agua de la virgen, se envenenó.
La corriente de hierro, en víspera del rayo azul, iluminó con su arenga el alegato del pagano; irradió en paz al cadáver del profano.
Tan fiel tormenta se resignó al desierto, el vértigo le desahució le llevó a un enjerto; tan meliflua voz le encantó como ninguna, tan antiquísima arte le emendó de toda hambruna.
¡Con el atrevimiento, clamad en intervalos! ¡No habrá vetados, la viuda me lo ha probado en apaciguantes llantos! ¡Escuchad los quejidos, atended los amparos, resignad sus visiones al sacrificado!
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