Sonrisas vacías, tan faltas de color en su matriz, tan faltas de armonía en su composición, tan faltas de origen genuino en sus expresiones; así son las sonrisas de un hombre sin dirección que busca proliferar sus ideologías superfluas en el meollo de la sociedad cuando su nulidad le sitúa en la periferia.

Creer en Dios y entrar en la conversión teológica del homúnculo, adular la belleza de una mujer desde el corazón de su alma y no desde la pared de las personas: allí reside su perfecta sincronía. Los matices plasmados por el pincel del autor de la vida, como en el tiempo, se inclinan a las lecciones de elevar con una disciplina vertiginosa y metafórica los cortes espirituales del cosmos; se resume el ciclo en palabras monólogas que no detienen su incesante tortura en las masas mortales de la existencia.

El espejo, dueño es de esos lamentos, de esas lágrimas concretadas por la infertilidad del amor, no florece como un clavel en el jardín del Edén: como un ángel con alas rojas, dado ese tinte de la sangre que prospera enferma dentro de él. Se reproducen secuencias iónicas, como el viento del caldero: ardiente y fructífero; hijo del odio entre la gente, de esa intención nefasta engendrada en el perdón. Con grilletes que adolecen las manos, y manos vetadas de aplaudir, de acariciar, de consentir; de forjar un lazo único entre tú y yo.

Nacido el sentimiento, la visión indecorosa también ve su concepción egoísta; la carga del pecado como artificio astral del intelecto, una muestra bizarra de afecto da a luz a la danza de las sombras: intermitente y de pasos atroces. Quería el ente una atención continua, pues ambiguas eran sus aclaraciones; preso de las injurias colectivas de quienes no reciben del ritual una mistificación. Como el demonio de los miedos, se apoderó de ti; como fuente de las maldiciones, te consumió; como cuadro de Van Gogh, distorsionó tu realidad; hija de la casuística infernal, que recorre la cuna primordial de la libertad: ese es "El dilema de Ed".