Ya no importa nada, sinceramente pasa a segundo plano, son esas miradas que atraviesan el corazón como espinas a la piel. Y aunque mi alma intente tapar, en su herida sanguinolenta, ella no podrá rellenar aquel socavón, no podrá darle un bien sustituto, porque este afecto es inelásticamente perfecto.

Llorar no puedo, pero no porque no quiera, sino porque las lágrimas en mis cuencas y mis retinas son inexistentes. Qué me olvide de una utopía es como pedirle a un socialista que acepte la verdad del mercado: al igual que alguien así, mi terquedad es inmutable.

Intenté darle valor agregado a lo que siento, pues cogí la guitarra y jugué a ser santo. Qué no sepa el sabio de sus desdichas, porque él no entenderá su perdición; no es tozudez, más bien orgullo espiritual.

Tu valor sigue siendo el mismo si te despojas de tus barreras, al menos para mí, el arte de tus versos no se devaluará nunca.  Quedan residuos de tolerancia, es mi excedente; de corte pretendiente, de una Pisa que enderezó.

Ni en Salamanca ni en León se concibieron tantas respuestas de la filosofía, coronarias, elamitas, que guían a Compostela. Un camino del más devoto, yo lo debo recorrer, es así como pienso resolver, esta punzada en el pecho.

No te hagas pamento, créeme, no lo lamento, era ello necesario para alejarme de ti. En la sombra comprendí lo frágil de mi esperanza y de mi razón, porque a Dios le pido con fervor, sacarte de mí subconsciente.

Decía: "No quiero perderte", pero no puedo tenerte; ya va siendo la hora de detenerte, roto armazón. Adiós al "Campo Santo", del bosque saldré pronto, para dejar de ser torpe, por la dulzura de tus pétalos... Flor de canela.