EL HOMBRE
Cuando veo el Sol, mis ojos se ruborizan, pierden su postura y se cansan; son víctimas del exceso de luz.
Ser egoísta y mirar para sí, sin escrúpulos ni atisbo de duda; en consecuencia, ser individualista, de concepción evolutiva.
Las palabras que se pronuncian en charlas intensas, las frases que se fabrican en la mente, las ideas que, a consciencia, pierden vigor; el expresionismo verbal de nuestra función: la vida.
El resorte que nos estanca tiene fecha de caducidad, este está en las antípodas del alma, en la interiorización del inconsciente, en la búsqueda de respuestas: "¿Qué hacer con nuestros días en la tierra sí somos infelices?", "¿Habrá algún sentido que eleve nuestra esencia instintiva al origen causal de la existencia?", "¿Es la muerte el motor que nos enciende, o solo un desenlace de la imperfección?"
Las nubes grises en el cielo siguen un patrón regular y predeterminado; el aire en movimiento, al cual llamamos viento, toca nuestros rostros con su perpetuo destino.
Se ven las estrellas y paso a retirarme, a reflexionar en un tópico hedonista, en la fragancia del ambiente veraniego, con la garganta seca de impunidad; en la fricción constante de mi psique y la barbaridad.
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