Parte 1 "Lograré que las personas comprendan, lograré que nos acepten"
El momento había llegado. Había pasado tres años en el extranjero, tres años lejos de su familia y amigos cercanos. Por más que hubiera hecho un par de viajes para vacaciones, la realidad es que no era lo mismo que estar regresando a casa para quedarse. Aunque no iba a regresar a casa de sus padres, él era otra persona y era algo que todavía tenía que informarles.
Había mucho que contarles.
Mojó su rostro y se miró en el espejo del baño del aeropuerto. Sus ojos marrones se notaban desesperados, el estrés de los últimos días se mostraba en ojeras y arrugas en su rostro. Era un hombre de veintiocho años, graduado de ingeniería, con un trabajo que lo esperaba el lunes siguiente. Todo su esfuerzo y viajar al extranjero le había traído una vida de la cual estaba orgulloso, esperaba que sus padres también lo estuvieran.
Pero había también un par de cosas que no podía asegurar les fuera a gustar.
Cosas que no podía controlar.
—¿Te encuentras bien?
La voz a su espalda le hizo dar un salto, lo miró con sorpresa por el espejo. Sus ojos negros, su cabeza rapa y el pequeño hoyuelo al lado izquierdo de su boca. Una corriente de tatuajes corría por su cuello hasta su brazo izquierdo, tenía unos aros en su ceja derecha.
El estereotipo de chico malo. Estaba seguro que eso sería lo primero que sus padres verían. No verían que era un bailarín profesional o que había dejado su vida en su país por venirse con él, ellos no verían el que fuera vegetariano y que adorara a los animales a tal punto que habían tenido que hacer un escandalo para poder traer a sus tres perros con ellos.
Un hombre.
Su prometido.
Ellos no...
—¿Marcos? —Sus grandes manos se posaron en sus hombros, intentando relajarlo, tranquilizar lo que sabia era uno de sus primeros ataques de pánico.
Forzó una sonrisa, por más que sabía que no iba a creérselo, lo conocía muy bien.
—Yo... solo tengo miedo —aceptó. —No importa que sepa que ellos no estuvieron en contra de mi primo, no es lo mismo, soy su hijo y... y...
—Entiendo —dijo mientras tiraba de él a sus brazos, sosteniéndole mientras sentía que todo su cuerpo estaba a punto de colapsar. —Si pudiera quitarte la incertidumbre, lo haría, pero sé... sé que esto es más grande que nosotros, es tú familia, son tus padres. Sin embargo —tomó su rostro entre sus grandes manos—, si quieres que este a tu lado, lo estaré. Si quieres que tomé tu mano y hablé con ellos, haré lo que quieras... lo que necesites, me tienes. Me tienes y no voy a ir a ninguna parte, ¿entiendes?
Un hombre tan dulce.
—Te amo, Gus —murmuró mientras restregaba sus ojos, negándose a llorar. Podía estar pasando un duro momento por hablar con sus padres, pero eso no significaba que estuviera menos feliz de haber tomado una decisión, formar una vida de pareja, ser feliz.
—Yo también, te amo, tonto. —Dejó un pequeño beso en sus labios, ambos ignorando al grupo de hombres que entraba y salían del baño público. —Ahora, vamos, tenemos que ir por nuestros bebés.
Hace mucho que habían aprendido que ignorar a aquellos que no podían aceptarlos era la única forma de vivir en paz, el aceptar que algunas veces la gente creía tener el derecho de juzgarlos y que eso no debía molestarlos. Ellos tenían el mismo derecho que el resto, vive y deja vivir.
Por eso salieron del baño con las manos tomadas, ignorando los murmullos y sonriendo a aquellos que como muchos los miraban como un par de jóvenes enamorados que estaban luchando por su lugar en el mundo.
Marcos tenía miedo de lo que iba a pasar, pero del lado del hombre que amaba, sentía que no estaba solo en ello.
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La casa seguía siendo la misma. Casi podía verse corriendo por el patio junto a sus hermanos, peleando y riendo mientras trataban de escalar el árbol al lado de la casa, intentando llegar a su habitación.
Era como un shock enfrentar su vida actual con la vida de su infancia.
—Llegamos...
Decir lo obvio no suavizó el silencio pesado que había entre ellos. Gus lo miraba con una expresión suave, sus mascotas se habían quedado en el apartamento por lo que solo eran ellos a punto de enfrentar a su familia. Todos sabían que iba a llegar a casa en esos días, no había querido ser especifico para tener algo de tiempo para instalarse en su nuevo hogar y prepararse mentalmente para el enfrentamiento.
Deseaba pensar en que las cosas no iban a ser de esa manera, que sus padres iban a ser receptivos. La realidad es que no tenía idea.
—Estacionare al frente, por si tenemos que salir corriendo —comentó sin poder ver a su novio, no quería ver el miedo que le estaba contagiando, aunque estaba seguro de que Gus era por mucho más positivo que él.
Detuvo el auto y se movió para quitarse el cinturón, entre más rápido lo hiciera, más rápido tendría la respuesta de cómo sería su vida familiar. Una vez su madre lo supiera, lo sabría toda la familia. Sus hermanos, seguro serían los primero, luego sus abuelos. Estaba preparado para lo peor, no iba a mentir diciendo que los conocía lo suficiente, porque la realidad es que no. Sus padres iban los domingos a la iglesia, dos de sus hermanas estaban casadas, una en una relación y sus hermanos menores aún buscaban a la "indicada" entre el sinfín de prospectos de la universidad.
—Oye, mírame —el tono insistente y la mano sobre la suya lo hizo volverse. —Todo va estar bien, incluso si las cosas salen mal... todo estará bien.
Respiró profundo.
—Quiero que lo entiendan, soy un tonto ingenuo —bufó—, pero quiero que lo acepten. Que nos acepten, que vean que yo te escogí más allá de tu sexo... que eres un hombre maravilloso y que estoy tan feliz de que me hayas escogido.
Gus se inclinó sobre la palanca de cambios y le dio un pequeño beso en los labios.
—Puede que sea difícil o puede que no, pero eso no es lo que importa. Lo importante es que te debes y le debes a tus padres la verdad no solo sobre tu orientación sexual, sino sobre quién eres realmente.
Marcos asintió. Se lo debía, así como a sus padres. El viajar, conocer otras personas y lugares lo habían hecho encontrarse. Descubrir quien era y que deseaba de la vida. No había compartido nada de ello con su familia y eso le dolía, porque ellos no lo conocían.
Tomó el rostro de Gus y lo besó con fuerza. Acarició sus mejillas y lo miró fijamente. Su madre posiblemente fuera a estar escandalizada, pero una vez que pudiera conocer a ese gran hombre... entonces ella caería por él, porque las apariencias engañaban y había elegido a uno de los buenos.
Gus lo hacía feliz.
—Vamos, tenemos que tomar a toro por los cuernos.
Gus se carcajeó mientras salían del auto. Se encontraron frente la casa, tomados de la mano mientras pasaban la rejilla del patio delantero. Caminaron a través de las rosas, los juguetes de sus sobrinos, sobre las baldosas manchadas de tiza.
Su vieja vida era un recordatorio de lo feliz que fue, pero también, un bálsamo para el hombre que se había convertido. Más allá de su orientación sexual, de su color de piel o del hombre que había elegido como pareja, estaba feliz del hombre en el que se había convertido.
Tocó el timbre y espero.
Les mostraría a todos que, a pesar de todos los cambios, debajo de esa piel de veintiocho años, seguía siendo el hijo, el hermano, el nieto... que todos conocían.
Ellos lo entenderían y aceptarían, sino en ese instante, en algún momento.
Y eso estaba bien, podía esperar por ellos.
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