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Cuidado con lo que deseas

En un lugar muy lejano existía una aldea de cristal, no sólo sus construcciones eran de este material, sino que sus habitantes también lo eran. Tan frágiles que con sólo saltar se podían romper. De estos seres se dice que fueron dotados de vida por la diosa Gea, la cual moldeó arena y la calentó en los hornos de Hefesto hasta convertirla en cristal. Y así es como estos seres han existido durante años. Ocultos de miradas indiscretas en la isla llamada Crystalea, dotada de tal nombre por el material del que está compuesta. Y así, la isla completa es de cristal, salvo sus cimientos, ya que Gea los sujeta para que no se hunda en el mar.

Una niña de la aldea llamada Anya, ya estaba cansada de esta situación. Así que decidió ir a un pozo que se decía que concede deseos para que se cumpliese el suyo: "Ser fuerte y resistente" esas fueron las palabras exactas empleadas por la niña. Al ver que su deseo no se cumplió, probó suerte con otros medios que atraían a la fortuna: Hechizos, pociones, probó con todo tipo de sortilegios y supersticiones. No obstante, ella seguía siendo igual de frágil.

Pensó que, a pesar de sus esfuerzos, su deseo jamás se vería cumplido y en su casita lloró desconsolada durante horas:

–¡Qué desdichada soy! –dijo mientras suspiraba lentamente–. No podré saber lo que es jugar, ni saltar, ni correr jamás. Puedo ver cómo los niños humanos de las islas vecinas lo hacen y ellos no se rompen. Me encantaría ser como ellos–. Pues a Anya, a veces, le gustaba curiosear en secreto y ver lo que hacían los niños humanos.

Su madre que la estaba escuchando la animó diciéndole:

–No te preocupes, cariño. Si tanto lo deseas... ¿Por qué no vas al templo de la diosa a prestarle tus oraciones? Seguro que ella te ayuda, dicen que es buena y misericordiosa, y a veces escucha a las personas y les cumple sus deseos.

Anya hizo caso a su madre y tras una gran caminata, llegó hasta el templo de Gea. Éste era el único edificio que no estaba hecho de cristal en toda la isla. Algo que llamó la atención de la niña. En lugar de ser de cristal era de roca. Anya entró y vio una estatua de una mujer, entrada en años, hecha de piedra también. La escultura estaba reclinada sobre la tierra, rodeada de escultura de infantes. La niña se le acercó y le dijo:

–¡Oh diosa madre y creadora de todo! Te pido que escuches mis plegarias: Me gustaría tanto ser fuerte y resistente. Me dijo mi madre que quizás podrías ayudarme, ¿sería posible correr, brincar y jugar sin miedo a romperme?

–Por supuesto, querida –resonó la voz de la diosa en la mente de la niña. Era una voz dulce y suave como el de una madre protectora. Aún así Anya pegó un respingo al escucharla.

–No tengas miedo pequeña. Querías que tus plegarias fueran escuchadas y así ha sido, pero antes he de advertirte un par de cosas: debes tener cuidado con lo que... –Anya no dejó terminar de hablar a Gea y dijo muy alegre:

–¡Si, si! Tendré cuidado, pero, por favor, hazme más fuerte y resistente. Cuánto antes mejor, así podré jugar con los niños humanos.

–¡Cómo quieras pequeña, así se hará! –la diosa envolvió a la niña en un manto de luz y le dijo–: deseo concedido, pero tardará un poco en hacer efecto. Mientras tanto, te recomiendo que...

Pero Anya estaba tan contenta que se fue sin escuchar las ultimas palabras que tenía que decirle la diosa. 

La chica volvió a su aldea, pero no notó nada diferente en su cuerpo. Recordó que Gea le había avisado de que no notaría los cambios de inmediato. Así que se fue a su cama de cristal a dormir sin siquiera hablar con nadie de lo ocurrido.

A la mañana siguiente, cuando despertó, se dio cuenta de que algo había cambiado. Su cuerpo se había hecho roca y ahora era muy resistente. Al levantarse de pronto, rompió el techo de su casa. No sólo su cuerpo era de roca, sino que también había crecido. Se asustó tanto que quiso salir corriendo, pero se tropezó y cayó sobre otra casita.

En tan solo un momento el pueblo había sido arrasado como si un terremoto hubiera sacudido el lugar. Anya no podía controlar su fuerza, así que desesperada se arrodilló sobre los fragmentos de cristal de lo que fue su aldea y suplicó piedad por los suyos durante un día y una noche.

Gea, a pesar del ultraje que había recibido por parte de Anya al no querer escucharla, comprendió que ya su venganza estaba cobrada, se apiadó de ella y su desdicha. Así que contestó una vez más a sus súplicas, convirtiéndola en una hermosa estatua de piedra para que pudiese descansar en paz junto a sus seres queridos.

Hoy en día, se puede ver una estatua de piedra de una niña con sus manos entrelazados como si estuviese rezando. Los pedazos de cristal que quedaron de su aldea, se tornaron bellas flores de pétalos transparentes, que reposan en los pies de la niña. Allí descansará Anya para siempre, junto a todo lo que un día amó.



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