POSEIDÓN.
Respirar.
Un acto tan simple, cotidiano y común, que solemos olvidar que lo estamos haciendo.
¿Cuántas veces al día se nos viene a la mente el hecho de que estamos respirando?
Ninguna, hasta que sentimos que nos falta el aire. Y justo allí, nuestro sistema entra en alerta por la falta de oxígeno.
Ese efecto está provocando Lena en mí.
La tengo bajo mi cuerpo, entre mis brazos, con toda mi hombría dentro de ella. Oír los suspiros que emanan de sus labios, los cuales rozan tibiamente mi cuello, a la vez que se retuerce de placer pidiendo más de mí. Más; como si fuera eso posible. Ya se lo he dado todo.
Salgo de ella solo un instante para girarla de un solo movimiento, tomarla de la cintura y volver a perderme en su interior. Arrastro mis manos sobre su espalda, mientras con una de ellas acaricio uno de sus senos, con la otra jalo con fuerza su cabello, haciéndola gritar de placer.
Una, dos, tres... Pierdo la cuenta, solo me dejo llevar para llenarla de mí mientras tiembla.
Caemos rendidos. Vuelvo a respirar.
Gira hacia mí aún agitada, con las mejillas rojas y una pequeña sonrisa en sus labios.
―Déjame adivinar… debes irte ―me reclama.
―Sabes que sí, no es conveniente que nos vean juntos, Lena.
―¿Pero por qué? Te juro que trato de entender, pero no puedo.
―¡Ay, Lena! ―poso mi dedo índice en su frente y lo bajo con suavidad hasta sus bellos labios―. Solo estoy protegiéndote. Confía en mí.
―Confío… ―Sé que quiere saber más, aunque calla.
Bajo de la cama, me coloco el bóxer y el resto de mi ropa bajo su atenta mirada. Me desligo el cabello.
―¿Cuándo volverás? ―Su pregunta me desconcierta.
―Cuando pueda hacerlo, pero será pronto.
Salgo del lujoso edificio sin ser visto, acomodo mi chaqueta y comienzo a caminar bajo la oscuridad de la noche. Aún no me acostumbro a ver el reloj, a comprender las tecnologías ni todo lo que el mundo ha cambiado; aunque admito que esto me agrada.
Cómo llegué a esta época, es delirante…
Tres años atrás…
La furia continuaba corriendo por mis venas. Mi pecho ardía y mi cuerpo dolía.
Había logrado, contra todo pronóstico, hacer añicos la última de esas malditas cadenas.
Tratar de recordar cómo llegué a eso era en vano. Solo sé que un día desperté en el fondo del mar, inmovilizado de pies y manos. Mi tridente no estaba a mi alcance, ni siquiera a la vista, y lo único que podía ver era el verde cristalino del agua, algas y peces de colores. Escuché una voz en mi cabeza «He aquí tu castigo; más si logras escapar de esta trampa, obtendrás tu eterna libertad».
Desde ese entonces mi fuerza original había mermado, casi desaparecido en su totalidad. Cada vez que intentaba liberarme, en cada empujón fallido, lograba sentir el temblor de las profundas arenas repercutir en el exterior, allá donde los mortales habitaban.
Ya al fin libre, me moví con rapidez para alcanzar la orilla más cercana, mientras una avalancha apresaba mi pecho.
Cuando estuve fuera del agua, mi cuerpo sintió penetrar el poderoso calor del sol, a la vez que algunas gotas se deslizaron en mí.
Junto a un árbol me esperaba un ser desconocido. Una anciana de largos cabellos grises, ojos oscuros y vestimenta extraña.
―Al fin llegas, Poseidón ―dijo sin expresión alguna en su rostro.
—¿Quién eres? ¿Por qué tuve que pasar por ese infierno? ¿Dónde diablos estoy?
—Muchas preguntas, muchacho. Muchas preguntas. Puedes llamarme Nila, lo que te pasó o dónde estabas escapa de mis conocimientos. Yo solo he estado esperándote, tal como me lo pidió uno de tus dioses. ¿Estás dispuesto a escucharme?
—¿Tengo más alternativas?
—¡Por supuesto! Puedes regresar de donde viniste en este mismo instante y continuar con lo que hacías.
«¿Volver a esas cadenas? ¡Jamás!» Pensé para mis adentros.
—¿Dónde está mi tridente?
—No lo necesitas, créeme. Ahora, cierra la boca y escucha —comenzó a caminar hacia una zona muy similar a un bosque, apoyada en un enorme palo que la ayudaba a mantenerse en pie—. Como te dije, no sé dónde estabas ni que castigo cumplías. Tan solo, alguien me dijo que te esperara aquí y te indicara tu nuevo destino.
»Esta época es muy distinta a la última que viviste, pero eso lo descubrirás a su tiempo. Hoy, aquí, existe una persona, alguien muy poderoso. Y no hablo de un poder sobrenatural, no; hablo de uno mucho más fuerte. Influencias, dinero, mandato, justicia por mano propia. Pienso que a alguien como tú eso no le parece extraño, pero lo que hay en juego es algo grande: la continuidad de la raza humana en la tierra. Ese hombre pretende destruir una de las fuentes de oxígeno más grandes del planeta para edificar cosas que luego entenderás. Tú tienes una misión.
—No estoy entendiendo —admití.
—Ese hombre tiene que caer, y has sido el elegido para que eso ocurra. Si aceptas, te adoctrinaremos. Te enseñaremos todo lo necesario para que puedas llegar a él y acabarlo. Tu recompensa será una vida eterna, como el dios que eres, viviendo libre, fuera y dentro del mar, yendo y viviendo. Libertad, Poseidón. Ahora, si no aceptas, que estás en tu derecho de no hacerlo, volverás a dónde estabas, de donde acabas de venir. Pasa aquí la noche —pidió al tiempo que llegábamos a un sitio armado de hojas y maderas—. Mañana, al amanecer, vendré en busca de tu respuesta.
Recuerdo que a pesar de toda la confusión y sin tener idea de lo que estaba ocurriendo, acepté el trato. Nada podía ser peor que volver al fondo de ese mar, con esas cadenas, con ese dolor.
Durante más de dos años llenaron mi cerebro de conocimientos, libros, tiempos, nueva cultura de la mano de muchos miembros del lugar, y es que al contrario de lo que muchos pueden pensar, en ese sitio habitaban personas muy cultas y con estudios. Supe también que Nila, junto a su tribu, realizaron extraños rituales, en uno de ellos uno de mis ancestros se hizo presente y les indicó la forma de ayudarme a través de oraciones y ofrendas, a salir de esa prisión para poder salvar su aldea, porque era ese el sitio que ese magnate buscaba destruir.
Ya listo y con varias indicaciones, soy otro.
Traje, corbata, mi cabello bien arreglado por negarme a cortarlo, ingreso a aquella fiesta bajo el nombre de Pablo Sáez. Todo lo relacionado con mi falso título de arquitecto, una identidad inventada y mi discurso sobre diseños, inversiones y otro montón de locuras que no sé dónde se originaron, y es que desde el primer momento en que acepté todo esto, solo una cosa ronda mi mente: libertad.
Un hombre que ya conocía por ser uno de los inversores del proyecto, comienza a guiarse por el salón; me presenta mucha gente, todos sin importancia para mí. Mi misión es León Mirasoles, y allí estaba.
—León, querido —dice mi acompañante—. Deja que te presente a Pablo Sáez. Es arquitecto y está interesado en nuestro proyecto en Las Islas Borón.
—Siempre es un placer conocer a gente con ideas nuevas —dice extendiendo su mano para saludarme.
—Y para mí es un placer estar aquí, admito mucho su trabajo —respondo con falsedad disfrazada.
—¡Muchas gracias! —Se ríe, le encanta que le adulen, y se nota.
Junto a otros interesados, comienza a contar las ideas de cómo destruir el lugar, las construcciones, las nuevas atracciones turísticas. Ni él ni nadie, en ningún momento, habla de los actuales habitantes del lugar; hasta que una dulce voz se hizo escuchar.
—Olvidas a los nativos, papá. —Todos giramos la cabeza hacia la dueña de esas palabras—. Siempre olvidas que allí hay familias, hogares, mucha gente que ha vivido de generación en generación. Eso sin contar que estamos hablando de un lugar arbolado, natural, que merece seguir intacto.
Me impresiona, me fascina su forma de pensar, más allá de su belleza indiscutible.
—Señores, ella es mi hija, Lena. Y como se darán cuenta, no está muy de acuerdo con el proyecto. Claro que si me permiten, les daré motivos para que ustedes continúen creyendo que es una muy buena opción.
Todos se apartan tras las palabras de León, mientras yo me pierdo en la decepcionada mirada de la chica.
—¿No irás con ellos? —me pregunta seria.
—Ya escuché todos sus motivos para destruir el lugar, ahora quisiera oír los tuyos para saber por qué te opones.
Una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro, me lleva afuera del lugar y comienza a hablar. Me cuenta todos los motivos que ya conozco de memoria, por los cuales la idea de su padre es pésima, aunque contadas por alguien más suenan más convincentes. La pasión que le pone a cada palabra, a cada uno de esos motivos, hace que mi sangre comience a hervir con una fuerza que hacía mucho no sentía. Realmente sabe de lo que habla. Y yo sé que ya me perdí en ella… y que esto no saldrá bien.
Con sus piernas rodeando mi cintura, entro y salgo de ella con desesperación, sellamos nuestro propio acuerdo, un pacto de silencio. Yo no le diría a su padre que ella trataba de sabotear su proyecto y ella no le diría que yo era un infiltrado. Y es que de forma muy hábil me realizó preguntas para las cuales nadie me preparó y eso la hizo arder de deseo; comprendió que estaba de su lado. Lo que nunca podría confesarle era sobre los negocios ilegales de su padre, la pondría a ella en un peligro innecesario.
Beso su cuello hasta hartarme y cuando siento que ambos estamos llegando al clímax, paso mi boca a la suya para ahogar los fuertes suspiros.
Retornamos al salón como si nada hubiera pasado, cada cual por su lado. Nadie había notado mi ausencia, y lo que continúo escuchando es la misma historia: la estupenda idea, el dinero que se ganará, los atractivos…
Después de varios días, León, cuatro hombres más y yo, firmamos los contratos. Lena ignora que lo hice, cree que me salí del trato y hemos continuado viéndonos a escondidas por semanas, así como hoy.
Continúo mi paso tranquilo, con la confianza de León en un bolsillo y la tranquilidad por tener las primeras pruebas de sus fraudes, aunque no puedo dejar de pensar en lo que Lena sufrirá, a pesar de ser una mujer fuerte e independiente.
Ya en la aldea les muestro a Nila y a quienes están con ella varios documentos que incriminan a León Mirasoles. Sobornos, estafas, evasión de impuestos, entre otras cosas.
—Lo estás haciendo muy bien, muchacho —me dice la anciana—. Y estoy sorprendida por la rapidez con la que estás actuando. Ahora falta la prueba final, esa con la que no volverá a salir de prisión, nunca.
—Pronto la tendré, Nila. Quédese tranquila. Ese hombre tiene los días contados en la calle y ustedes continuarán viviendo en paz en este lugar.
—Y tú tendrás tu libertad; serás otra vez el rey de los mares. —Comienzo a imaginar cómo será. No igual que antes, eso es seguro, pero sé que lo disfrutaré—. Nadarás libre en las profundidades, recorrerás todo sin límite alguno. Me lo dijo tu ancestro.
—Muero de ganas por entrar al agua —admito mirando hacia ella.
—Hazlo, solo que con cautela. Recuerda que en este momento eres un simple mortal, no debes dejarte llevar hacia donde puedas peligrar.
Siguiendo sus instrucciones voy hacia la orilla del mar, donde me quito toda mi ropa para adentrarme en él. Me dejo llevar, nadando de un lado a otro, viendo un verde fluorescente en las olas. Jamás me había detenido a observar la belleza desde el exterior, siempre observé la profundidad como lo único existente, cuando de este lado también existe un paraíso.
Los siguientes días han sido bastante rutinarios. Pasar el día escuchando los proyectos de León Mirasoles, visitar a Lena en las noches, haciéndola mía una y otra vez, para luego volver a la isla y andar por largas horas.
Han pasado diez semanas desde que todo el plan se puso en marcha; diez semanas desde que juego a ser detective y he juntado más pruebas. Diez semanas desde que conocí a Lena.
Lena.
Hace pocas horas estuve en su cama, luego de cenar una de sus raras comidas con gustos extraños, que de igual modo engullo. Después de eso y una copa de vino, fueron cuestión de minutos para estar desnudos entre las sábanas, sintiendo sus labios tibios en mi masculinidad, rodeándolo con delicadeza y fuerza a la vez. Con su lengua áspera moviéndose de abajo hacia arriba, provocando mi locura, abriendo nuevamente su boca para introducirlo todo. Ya al borde del delirio, y conociendo sus intenciones, no le permito seguir. La tomo de sus brazos obligándola a subir, invadiéndola sin miramientos. Nuestros movimientos son tan sincronizados que parecemos dos piezas de un mismo puzle.
Ya uno al lado del otro, mirándonos fijamente a los ojos, acariciando nuestros rostros, nuestros cabellos, habla al fin.
—¿Qué es lo que está pasando? Necesito saberlo.
—Lena… —advierto en tono de réplica.
—Si no puedes darme detalles, lo entiendo. Pero al menos explícame por qué sigues al lado de mi padre si no estás de acuerdo con el proyecto en el que trabajan.
—Trato de buscar la forma de que ese proyecto no se lleve a cabo.
—¡¿Lo vas a sabotear?! —Comienza a reír a carcajadas, tanto que me las provoca a mí también.
—Escucha —pido, ya más calmados—. No es un sabotaje, pero no puedo decirte más nada.
—Ya, entiendo. Ahora todo tiene más sentido. —Se sienta en la cama—. ¿Y luego?
—¿Cómo luego?
—¿Luego de acabar con eso ya podremos formalizar nuestra relación? Supongo.
Mi gesto cambia. «¿Cómo se lo digo?»
—Luego… luego debo irme… a donde pertenezco.
—¿Qué? —Suena furiosa y confundida—. ¿Y esto? ¿Y nosotros? ¡Yo te quiero!
—No lo hagas más difícil, por favor. Tengo un lugar a donde debo regresar.
—¡Ah, ya! Tienes mujer e hijos. ¿Es eso? Yo solo he sido tu entretenimiento mientras haces tu trabajo acá —intenta levantarse de la cama, pero no se lo permito.
—No, Lena. No tengo esposa, ni hijos, ni ningún tipo de familia. Solo tengo una vida, una que no entenderías.
—Tal vez si me explicas, lo comprenda.
—Debo cuidar un lugar. Allí estoy solo, sin compañía. Se trata de recorrerlo y ver que todo esté bien.
—¿Y esa es tu vida? —Ríe con sorna.
—Sí, esa es. Así vivo.
—¿Y a eso le llamas vivir? Vivir es jugar, dar largas caminatas, cerrar los ojos mientras la lluvia golpea tu rostro; es sentir que el alma se te desprende de dolor cuando alguien te traiciona, es llorar hasta dormirse y dejar de creer en el amor aunque sepas que algún día llegará alguien que te hará cambiar de opinión. Vivir es reír hasta que llega la tristeza y llorar hasta que retorna la alegría... Eso es vivir. De lo contrario, solo respiras.
—Lo siento, Lena. Créeme que lo siento. Ojalá que allá me encuentre a alguien que me hable de amor, así yo podré hablarle de ti.
—Vete. Por favor, vete.
Hago lo que me pide, y siento que algo se rompe en mi interior cuando al atravesar la puerta la oigo romper en llanto.
Sábado por la noche y aquí estoy, en una de las tantas fiestas que León suele realizar para agasajar a sus inversores, o mejor dicho, a sus víctimas. Y es que junto a su contador siempre se las ingenian para disfrazar los estados de cuenta y hacerles creer a los socios que las ganancias son inferiores a las reales. Una de sus tantas artimañas, pero hoy es el día.
Ya entrada la madrugada están todos con demasiado alcohol en sus cuerpos como para saber con exactitud qué es lo que pasa. Dejo mi copa sobre una pequeña mesa en la esquina de la sala y subo las escaleras rumbo a la habitación Mirasoles. El segundo piso está completamente vacío, por lo que el acceso es demasiado fácil. Comienzo a buscar cajón por cajón, carpetas, hasta en el cajón de su ropa interior. Las hojas que veo son cosas sin importancia para mí o más de lo que ya tengo. Pero cuando casi estoy por darme por vencido, veo encima de un escritorio una computadora, varios papeles y un pendrive. Presiento que es esto lo que necesito.
Enciendo la pc, coloco el dispositivo y… «¡Eureka!» Todo lo que hacía falta.
—¿Qué haces aquí? —Me giro para descubrir a uno de los guardias personales de León, viéndome desde la puerta. Quito el pendrive con rapidez y lo meto en el bolsillo de mi pantalón—. No saldrás vivo de aquí.
—Eso está por verse —respondo; y casi de inmediato se me viene encima.
Comenzamos una lucha a golpes. Logro esquivar el primer puñetazo, aunque no el segundo, con el cual logró sentir la sangre correr por mi labio inferior. Lo tomo del cuello de su camisa para lanzarlo al piso, me pongo a horcajadas sobre él y le proporciono varios golpes hasta que pierde el conocimiento.
—Nada personal, hermano —le digo, aunque no pueda oírme.
Salgo de la casa por la parte trasera.
En pocos días los titulares de periódicos y noticieros no hablaban de otra cosa.
«El famoso empresario, León Mirasoles, preso por estafa, desfalco y varios delitos más».
«Caso Mirasoles: de hombre ejemplar a estafador y presunto asesino».
«Fuertes pruebas acusan a León Mirasoles como provocador del accidente donde falleció su segunda esposa para así cobrar su herencia».
«Champagne y fraude: crónicas de una estafa maestra».
Todos los proyectos, incluso la deforestación de la isla, fueron a prisión junto con él. La felicidad de toda la comunidad fue indescriptible.
Mis pensamientos, de forma inevitable, viajan hacia Lena. En las noticias informaban, que tanto ella como su madre ―la primera esposa de Mirasoles―, se negaron a hablar con la prensa. Logré saber en algún momento que ella continuaba viviendo en el mismo sitio y realizando el mismo trabajo.
Los días, las noches, la eternidad en el mar…
«No quiero una eternidad sin ella».
—¿Y entonces? —pregunta Nila, atenta a mis palabras.
—Me enamoré de esa mujer; me enamoré como un loco —admito.
—Pero es una mortal.
—Antes eso no era un impedimento, ¿por qué lo es ahora?
—Las reglas no las pongo yo, muchacho.
—Pero tú lograste traerme hasta aquí, sacarme de mi cautiverio, intenta algo, te lo suplico.
De la misma forma que lo hicieron para pedir ayuda en un principio, lo hacen otra vez para interceder por mí.
La sorpresa casi me petrifica al descubrir que quien aparece ante nosotros es Cronos, mi propio padre.
—Ésta ya no es nuestra época, ni es nuestro mundo. Si quieres ir tras una mortal, deberás ser uno de ellos tú también. ¿Estás dispuesto?
Pienso en Lena, en su sonrisa, en su olor… en que es ella lo único que necesito.
—Entrego mi tridente, abandono mis poderes, renuncio a mi inmortalidad por estar con esa mujer.
—Pues si es tu deseo, ya no perteneces al Olimpo.
Una fuerte luz me rodea y comienza a girar en torno a mí. Me eleva, y luego de varios destellos, todo desaparece; me desplomo sobre la arena. Una de las nietas de Nila me acerca algo para beber.
—Ya puedes ir tras ella, espero que la traigas y podamos conocer a la mujer que te hizo abandonarlo todo.
—La traeré Nila, ustedes ahora son mi familia.
Voy en su búsqueda lo más rápido que mis piernas me permiten. Llego a su casa, nadie responde. Me siento en los escalones fuera del edificio esperando a que llegue. Tal vez me deteste, debe saber que fui yo quien entregó a su padre, y la última vez la dejé destrozada. Quizá esto no sea una buena idea. Me pongo de pie para marcharme cuando escucho su voz.
—Pablo… Tú… volviste.
—Volví por ti, sí. Estoy aquí porque lo quiero todo. Quiero el cine y quiero libros. Quiero una caminata, un picnic bajo el árbol del parque y un sinfín de helados en la orilla de cualquier vereda. Quiero café, postres y hasta esa ensalada que sabe mal. Quiero abriles y diciembres, inviernos y primaveras. He regresado porque quiero todo lo que te incluya a ti.
—Es todo lo que he querido escuchar en mucho tiempo. —Me sonríe.
Me extiende su mano para guiarme hacia su apartamento. Y ya adentro, rodea mi cuello con sus brazos para besarme.
—Una cosa más… No me llamo Pablo. Mi nombre es Poseidón.
Y me adueño de sus labios, esos que ya nunca pienso soltar.
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