Noche Eterna, Dulce Muerte - Recuerdos de una vida pasada (III)
Recuerdos de una vida pasada – Ludovico Monfort – (tercera parte)
Año 3.098 – 44 años
Nunca volví a dormir tranquilo. Con la llegada del nuevo orden a Solaris, nuestras vidas cambiaron radicalmente, obligándonos a convertirnos en las personas que jamás imaginamos ser. La época del ejército y de los chicos duros había vuelto, con la diferencia de que no lo habíamos elegido nosotros. El enemigo nos obligó a dar el paso, nos obligó a defendernos, y después de tanto tiempo luchando por ser felices, no estábamos dispuestos a perder aquella batalla.
Ni aquella, ni ninguna.
Nuestra necesidad de proteger nuestras vidas y nuestras familias nos convirtió en férreos defensores de los derechos de los humanos. Desde el primer día de su llegada teníamos claro que no íbamos a permitir ni una concesión, y si bien durante los primeros meses intentamos mantenernos firmes en nuestra postura con buenas palabras, no tardamos en descubrir que aquellos monstruos no querían entender.
Atrás quedaban los años de paz y concordia. El enemigo estaba intentando arrebatárnoslo todo, dándonos caza cada noche en nuestras calles, y no estábamos dispuestos a permitirlo. Ni nosotros, ni muchos otros compañeros y vecinos.
La Valkiria y la Olimpia nacieron de nuestra inconformidad. De nuestra rabia y nuestra ansia por defendernos. Los demonios campaban a sus anchas, multiplicándose día tras día y sembrando el terror.
Día tras día su huella era más profunda y letal... hasta que decidimos rebelarnos.
Hasta que decidimos salir a las calles y empezar a darles caza nosotros mismos.
Jamás había matado a nadie. Había disparado con arma en muchas ocasiones en el ejército, pero nunca me había visto obligado a acabar con la vida de un ser humano. Por suerte, incluso con su llegada, tampoco me vi obligado a hacerlo. Aquellos seres eran abominaciones: monstruos que no merecían otra cosa que morir, por lo que en el fondo no estaba acabando con vidas humanas. Mataba demonios, sin más.
Los buscaba de noche, los perseguía y cazaba, pero por muchos que mataba, otros tantos nuevos aparecían. Cada vez eran más en número, y nuestra causa no parecía tener fin. Por suerte, aprendimos a no rendirnos. Los nuestros también morían, pero a diario otros tantos se unían a la causa. Hombres y mujeres que servían fielmente hasta la muerte.
O como en el caso de mi hijo Lucian, hasta verse obligado a escapar de la ciudad.
—Yo me encargo de sacarlo, Ludo, no te preocupes —me aseguró Lucius. Por suerte para mi pequeño, mi buen amigo había logrado evitar que cayese en una trampa de la que no habría logrado salir con vida—. Estará bien, le he explicado en detalle todo lo que tiene que hacer. Si es mínimamente inteligente, y ambos sabemos que lo es, logrará escapar.
—Lo conseguirá, sí.
Por el bien de toda la familia, pero sobre todo el suyo, tenía que conseguirlo.
—Puedes quedarte tranquilo, lo ha hecho bien, Ludo, de veras. Todos estos meses...
—Lo sé, lo sé, ha sido un magnífico agente, pero...
No fui capaz de acabar la frase. Los ojos se me llenaron de lágrimas de pura desesperación y no pude más que alejarme unos pasos para intentar controlarme. No quería que Luc me viese llorar. Por desgracia, él no se iba a rendir tan pronto. Estaba decidido a salirse con la suya, y no iba a parar hasta conseguirlo.
—Te lo pido por favor —insistió, apoyando la mano sobre mi hombro—, no le tortures. Se va a ir y es probable que no vuelvas a verle jamás, despídete de él al menos.
—¡Pero es que si me hubiese obedecido nada de esto habría pasado!
No fui justo con Lucian. Mi hijo mayor había crecido viendo a sus padres enfrentarse a la muerte prácticamente a diario, ocultando sus rostros tras máscaras. Nos había visto dejar de ser personas de ciencia para intentar vencer al enemigo y recuperar el control de la ciudad, y llegado el momento, como era de esperar, había querido unirse a nosotros. Había decidido dejarlo todo de lado para convertirse en un pro-humano más...
Y yo, estúpido de mí, se lo había permitido. Había intentado disuadirle al principio, pero cuando él había asegurado estar decidido, no le había hecho cambiar de idea. No le había protegido lo suficientemente bien, y ahora todos cargábamos con las consecuencias de nuestros actos. Lucian había sido descubierto por el enemigo y la única manera que había de mantenerle a salvo, tanto a él como al resto de nosotros, era sacándolo de la ciudad.
Apartándolo del tablero de juego.
Y era doloroso, muy doloroso. Era por ello por lo que, cuando tuve que despedirme de él, no me vi con fuerzas para hacerlo. Estaba furioso con él, pero sobre todo conmigo mismo por no haber estado a la altura. Por no haber estado a la altura. Al fin y al cabo, ¿de qué servía proteger a toda la maldita ciudad si no era capaz de asegurar el bienestar de mi propio hijo?
Por suerte, él nunca me lo tuvo en cuenta. Lucius me convenció para que me despidiese de él y fue lo mejor que pude hacer.
Jamás podría dejar de agradecérselo.
—Perdóname, papá —se lamentó Lucian en nuestra despedida, abrazándome con fuerza al verme llegar. Hundió el rostro en mi pecho y rompió a llorar—. Lo siento mucho, de veras, yo solo quería ayudar. Yo solo...
—Tranquilo, lo has hecho bien —aseguré, incapaz de reprimir más lágrimas—. Pero a partir de ahora vas a tener que ser fuerte, ¿de acuerdo? Ahí fuera no voy a poder ayudarte.
—Lo sé... soy consciente de ello... encontraré la forma de volver, te lo aseguro. Cuando pasen unos meses...
—¿Meses?
Se me rompió el corazón al ver la esperanza apagarse en los ojos de Lucian. El muchacho me miró, ansioso por recibir mi apoyo ante su plan, pero no se lo ofrecí. Tenía que irse de la ciudad, no quedaba más remedio, y no iba a poder volver en mucho tiempo.
En demasiado tiempo.
—Esto va para largo, cariño —le dije con tristeza—. Vas a tener que esperar mucho más antes de volver. Deben olvidarte... debes desaparecer hasta que nadie sepa de ti. Hasta que te den por muerto. Después, cuando eso suceda, podrás volver, pero hasta entonces... hasta entonces tendrás que ser fuerte.
Lucian lloró amargamente mientras se alejaba de su ciudad y de su vida, dejando atrás a unos padres rotos y a una hermana hundida que jamás sabría qué había pasado con su hermano. Me consolaba diciéndome que una vez atravesara las puertas y saliese al exterior se convertiría en el hombre que todo sabíamos que podía ser, pero por desgracia tardaría mucho en poder comprobarlo. Atrás quedaba el niño: a partir de aquel día, los Monfort perdíamos un hijo, pero la causa pro-humana conseguía a un nuevo aliado.
Un aliado que, con el tiempo, lo cambiaría todo.
—No dejes que le pase nada a Cat —recuerdo que me dijo antes de partir—. A ella no, por favor.
—A ella no —le aseguré, y le dediqué una última sonrisa—. Cuídate, Lucian.
Año 3.112 – 58 años
Protegimos a Cat durante años. Lo hicimos ocultándole nuestra otra identidad y lo que hacíamos, convirtiéndonos así en una caricatura de quién realmente éramos. Ella nos veía como un par de idiotas que vivían aislados del mundo, sin ser conscientes de toda la mierda que les rodeaba. Que no nos importaba la guerra entre pro-humanos y demonios: que simplemente estábamos ahí, sobreviviendo y fingiendo que la vida nos sonreía. La verdad, sin embargo, era totalmente distinta. Nadine y yo nos habíamos convertido en las figuras de más alto rango dentro de la Valkiria, y no había noche que no saliésemos de caza. A veces lo hacía ella, otras lo hacía yo, pero no parábamos la actividad. Ni durante los años en los que Cat fue una niña, ni tampoco después, cuando se independizó.
Jamás dejamos de luchar.
Pero tampoco dejamos de fingir.
A veces nos preguntábamos si no nos habríamos equivocado con ella. Teníamos dudas. Por suerte, Lobo siempre nos daba la respuesta que necesitábamos escuchar. Todos nos ocultábamos tras las máscaras para protegerla, y así debíamos seguir haciendo hasta el final.
Hasta que todo acabase.
Y así hicimos. Mantuvimos nuestras identidades ocultas durante la guerra, hasta que no tuvimos más remedio que sacrificarnos por el futuro de la ciudad. Nadine y Ludovico Monfort se habían convertido en una carga demasiado pesada que nos impedía actuar con libertad, así que nos tuvimos que acabar con ellos. Tuvimos que inmolarnos con ellos... y aunque Cat sufrió enormemente por ello, lo hicimos para salvarla.
Para protegerla.
A ella y a todos.
Gracias a ello pudimos ocultarnos en las sombras y esperar al mejor momento para armarnos y dar el golpe final. Un golpe en el que la propia Cat se vio envuelta, y que gracias a su valentía nos permitió acabar con dos décadas de oscuridad. Lobo la puso en el candelero: puso su vida en riesgo, pero únicamente porque sabía que lo iba a hacer bien. Cat llevaba el movimiento pro-humano en la sangre, por lo que no podía ser otra quien llegase hasta el Voivoda.
No podía ser otra la que nos abriese las puertas al infierno.
Y por fin logramos liberar Solaris gracias al sacrificio de todos. No negamos a vivir sometidos y nos rebelamos contra una nueva especie, pagando un alto precio por ello. Perdimos a muchos amigos y compañeros, pero sobre todo a nuestros hijos. A ellos los perdimos en vida, y aquella herida fue algo que jamás logramos cerrar.
Sin embargo, teníamos que hacerlo. El enemigo seguía acechando en las sombras, y aunque habíamos logrado sacarlo de Solaris, no podíamos bajar la guardia: seguía oculto en algún punto del continente, esperando el momento de volver a atacar.
El momento en el que volviésemos a bajar la guardia...
El momento de volver a sufrir aquella pesadilla.
Y fue precisamente por ello por lo que, cuando todo acabó y Solaris fue liberada, tomamos la decisión más dolorosa de todas.
—¿Pero entonces no le vais a decir la verdad? ¿No le vais a decir que seguís vivos? —nos preguntó Lobo con sorpresa tras acordar con él que sería la propia Cat quien nos haría la última entrevista antes de dejar la ciudad para siempre—. Me parece muy duro, la verdad. Vuestra muerte la destrozó.
—Por suerte, poco a poco se está recuperando —respondió Nadine, incapaz de disimular la tristeza que le provocaba aquella determinación—. Además, ahora te tendrá a ti. Tú cuidarás de ella.
—Por supuesto, lo haré, pero... pero...
—Es la única manera de protegerla, Lobo —sentencié, ocultando las lágrimas tras la máscara—. El día en el que desaparezcan definitivamente, entonces podrá saberlo, pero mientras haya una posibilidad de que puedan llegar hasta ella por nuestra culpa, no nos arriesgaremos. No hemos luchado tanto durante todo este tiempo para echarlo todo a perder ahora.
—Pero los tres sabemos que eso no va a suceder nunca —murmuró Lobo con amargura—. Jamás podremos erradicarlos.
Nadine y yo nos miramos, plenamente conscientes de que nuestro hijo tenía razón, y por un instante dudamos. Tan solo un segundo en el que los sentimientos afloraron y nos tentaron, haciéndonos creer que podríamos llegar a volver a ser una familia.
A que podríamos recuperar el tiempo perdido.
Por suerte, fue solo un segundo. Éramos una familia, siempre lo seríamos, y como padres íbamos a proteger a nuestros hijos hasta el final.
A pesar de todo, costase lo que costase.
—Entonces jamás lo sabrá.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro