Relato 2 - El grimorio de Nerelet
—Estamos buscando en el sitio equivocado.
Nyathera chasqueó la lengua mientras continuaba observando con sus ojos azules los volúmenes que había en la biblioteca. Su cabello largo y negro permanecía fuera de su rostro gracias a la coleta alta que llevaba. No quería seguir escuchando a Daithi, todo eran pegas.
—Estamos buscando en el sitio correcto. Ahora, cállate —le espetó mientras seguía buscando.
Maldijo la hora en que le pidió ayuda. Aunque, ahora lo que pensaba, en realidad nunca le pidió ayuda, sino que se ofreció él. Nyathera frunció el ceño y fue sacando libros, uno a uno, mientras intentaba buscar el grimorio.
—Durassard, aquí no está —se quejó Daithi, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en una de las estanterías—. ¿Quién, en su sano juicio, dejaría un libro en un museo? Es demasiado estúpido hasta para ti.
—Orbflame... Cállate, en serio.
¡Qué pena que no tuviera a mano ningún hechizo silenciador! Como mucho podía echar mano de algún hechizo de agua, pero en el museo, con tantas piezas delicadas, prefería no arriesgarse.
—Solo estoy señalando lo evidente. Además, ¿para qué quieres ese grimorio? Tú ya tienes tus poderes, no necesitas ninguno más —Y quizás le hubiera dado la razón si no fuera porque era una misión de la cabeza visible del aquelarre—. A menos que haya algo que no me quieras contar, en cuyo caso, me parece muy feo teniendo en cuenta que somos compañeros de clase.
Nyathera agitó los dedos en el aire y creó una gran burbuja de agua que le lanzó a Daithi, atrapándole la cabeza en ella. El chico abrió sus ojos castaños, asombrado, y comenzó a boquear dentro de la propia burbuja, empezando a faltarle el aire.
—Si cierras el pico y me ayudas a buscar, te libero —le dijo con una sonrisa macabra, el brillo de la maldad brillándole en los iris azules—. Tic, tac, Orbflame. El oxígeno se acaba.
Daithi asintió varias veces y Nyathera chasqueó nuevamente los dedos, deshaciendo la burbuja de agua y empapándole la ropa. Los cabellos pelirrojos, casi anaranjados, del chico, caían sobre su frente y ojos, ocultando su mirada de odio.
—Andando.
Una sonrisa de superioridad se formó en su rostro, girándolo para que Daithi no lo viera. Pero el gruñido que se escapó de la garganta del chico, bastó para hacerle saber que lo había visto, perfectamente. Eso solo le hacía celebrar aún más su victoria.
—¿Puedes decirme para qué buscas el grimorio de Nerelai?
—El grimorio de Nerelet, no Nerelai —le corrigió Nyathera antes de seguir buscando, pero estaba siendo imposible. No había ni rastro del grimorio. Solo libros sin importancia, pergaminos de alguna excavación y sin ningún valor mágico para ellos.
Daithi miró por encima de las mesas algo que pudiera servirle, pero su expresión aburrida bastaba para saber cuál era su estado mental. Por el contrario, cogió una caja de madera con tallas intrincadas y barnizada con un delicado lacado negro. La giró en varias direcciones antes de abrirla. Dentro, había un pequeño colgante con un nudo Dara en oro.
—¿Sabes cómo es?
—¿Cómo es qué? ¿El grimorio? —preguntó Nyathera, apartando la mirada de una estantería y fijando sus ojos azules en el chico—. ¿Qué es eso?
—Un colgante —respondió, acercándose hasta él y tendiéndoselo para que lo viera.
Nyathera lo tomó entre sus manos y lo contempló en completo silencio, analizándolo por si podía servirles de algo. Lo único que recordaba de los nudos Dara es que eran nudos que simbolizaban la realeza y la eternidad. Nerelet era una antigua princesa y sacerdotisa del Imperio, que juró ser virgen y servir a su patria, protegiéndola. Murió torturada y quemada viva.
—¿Te dice algo? —preguntó Daithi, acercándose demasiado a Nyathera. Un escalofrío le recorrió al sentir el aliento cálido del chico contra la piel desnuda de su cuello y le apartó con un chasquido de dedos, salpicando con un poco de agua—. ¡Eh!
—¡No te acerques tanto! ¡Me pones nerviosa! —se quejó la chica antes de darle la vuelta al colgante. No tenía ninguna inscripción a la vista. Quizás necesitaban encontrar alguna otra cosa.
—¿Te pongo nerviosa? —La sonrisa en los labios de Daithi era tan insoportable que le revolvía el estómago. Le devolvió una mirada hastiada y peligrosa y el chico soltó una carcajada. Nyathera lo agarró de la cabeza y empezó a apretar con fuerza—. ¡Basta, basta, basta! Me estás haciendo daño, ¡loca!
Nyathera le soltó y se dio la vuelta, alejándose lo suficiente como para poder observar mejor el colgante. Pero por más que lo miraba, no encontraba nada que le pudiera servir para encontrar el grimorio. Al final, no lo encontraría y no le dejarían entrar en el aquelarre. Y deseaba, en lo más profundo de su alma, entrar en aquella sociedad tan secreta y elitista. Si quería ser alguien en ese mundo, tenía que entrar.
Podía escuchar por detrás a Daithi, quejándose y maldiciéndola, soltando sapos y culebras por la boca. Lo habría ignorado completamente si no fuera porque su grito la alarmó. Nyathera se giró bruscamente solo para abrir sorprendida los ojos azules. Daithi estaba ardiendo. No metafóricamente, sino literalmente. De su cuerpo nacían llamas rojizas y estas se habían contagiado a los libros a su alrededor.
—¡¿Pero qué haces?! —exclamó Nyathera, ahogando un grito. Los ojos alarmados de Daithi le hacen saber que no tiene ni idea de lo que está sucediendo.
—¡No me grites! ¡Ayúdame!
—¡Pero controla tus poderes! —gritó Nyathera.
—¡¿Qué poderes?! ¡Si no tengo! —le gritó de vuelta, intentando extinguir las llamas de sus brazos.
—¡¿Pero cómo no vas a tener...?! Espera, ¿qué?
Pero no le dio tiempo a decir nada más o a recibir una respuesta, porque las alarmas del museo empezaron a sonar con fuerza. Daithi se acercó hasta Nyathera y la miró suplicante. La chica chasqueó los dedos y una ola de agua le cubrió por encima, apagando las llamas al instante. No había grandes desperfectos, más que la ropa hecha jirones y algún que otro mechón chamuscado. Una pena que no pudiera decir lo mismo de los libros.
—¡¿Quién anda ahí?!
Ambos escucharon las voces de un grupo de hombres y, tras sentir cómo la sangre les abandonaba el rostro, compartieron una mirada de auténtico terror. Había que salir de allí, cuanto antes. Si les pillaban robando en el museo, estaban muertos. No solo estaban las represalias sociales, sino que les expulsarían a ambos de la Academia.
—¡Corre! —Nyathera agarra a Daithi de la muñeca y ambos salen corriendo de esa sala, dejando atrás un montón de libros al borde de la carbonización.
Tienen dos opciones: quedarse y que les pillen o huir y esconderse. Por supuesto, la segunda opción es mucho más atractiva.
Sus pasos resonaban por los pasillos de mármol mientras los gritos de los hombres los seguían. Sus sombras se alargaban cada vez que se acercaban y Nyathera no podía sino acelerar, agradeciendo que Daithi también pusiera de su parte y estuviera corriendo a la par. Pero pronto se encontraron en un callejón sin salida. No porque no hubiera una salida, sino porque no podían seguir corriendo eternamente.
Antes de darse cuenta, Daithi la metió dentro de una exhibición con maniquíes y figuras vestidas como si estuvieran en el salvaje oeste. Se escondieron dentro de una tienda tipi y se cubrieron con unas mantas. Daithi se puso un dedo en los labios y le pidió silencio y Nyathera no se atrevió a contradecirlo.
—¿Dónde están? —escucharon decir mientras pasaban corriendo de largo.
Cuando los ruidos y las voces cesaron, ahogadas por la distancia, ambos se miraron a los ojos y empezaron, con mucho cuidado, a moverse. Daithi se asomó al exterior del tipi y, tras no ver absolutamente a nadie, le hizo una señal a Nyathera.
—Creo que ya se han ido.
—Tenemos que salir de aquí—respondió Nyathera, recolocándose la larga falda y mirando a su alrededor.
Daithi salió de la exhibición y le tendió una mano a la chica para ayudarla a bajar. Nyathera la aceptó y bajó, mirando el lugar por donde habían desaparecido todos aquellos hombres. Salieron del museo de la manera más silenciosa posible y bajaron la larga escalinata de piedra.
—Siento que no hayamos encontrado el grimorio —comenzó Daithi, metiéndose las manos en los bolsillos—. Quizás si se lo explicas a Verelli...
—No, da igual.
—Pero entonces no entrarás en el aquelarre.
Nyathera lo miró sorprendida.
—¿Conoces el aquelarre?
—No es lo único que conozco —respondió encogiéndose de hombros, restándole importancia.
Ambos volvieron a sumirse en un silencio extraño. Nyathera sacó el colgante de Nerelet y lo observó bajo la luz de las estrellas. Daithi se acercó y lo tocó con un dedo, alzándolo para verlo con mayor detalle.
—¿Te lo has llevado?
Nyathera esbozó una sonrisa.
—No es lo único que nos hemos llevado.
—¿A qué te refieres?
Lo señaló con un dedo, pinchándole la nariz.
—El despertar de tus poderes, Calcifer —exclamó con una carcajada antes de meterse el colgante en el bolsillo de la chaqueta y poner rumbo a la Academia.
Reto de Escritura de NelyHernndez1MS
Palabras: Museo, libro y personaje basado en el fuego
Número total de palabras: 1505
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