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"El Secreto" de Adal14Torres

En algún lugar del litoral argentino.

Emanuel llegó a la casa ni bien el sol fue visto en el horizonte. Afortunadamente los vecinos más cercanos estaban a más de diez metros de distancia, por lo que no se preocupaba de que algún chismoso o chismosa del pueblo lo viera llegar a esas horas a la casa de su abuela.

Bostezando caminó hasta la última pieza al fondo de la pequeña y vieja, pero cálida y bonita, estructura que él llamaba hogar.

Ema se caracterizó siempre por su buen humor y positivismo constante, sin importar qué tan desalentador fuera el panorama ante él, el pibe trataba de tomarse los quilombos con la mejor onda.

—¡Qué Jeremías de mierda! —gruñó para él mismo en la soledad de su reducido espacio de descanso.

Lo había visto.

Jeremías Mendoza había presenciado en primera fila ese lado suyo que Ema intentaba mantener oculto desde que lo había descubierto. Y ahora el pibe más raro de la escuela y seguramente del pueblo lo sabía.

¿Por qué, Dios? ¿Por qué Jere, de todas las personas en el mundo y en ese pueblo, había sido quién lo descubrió?

Emanuel tenía mucho miedo de que Jeremías corriera a contarle todo a su mamá y ella al resto de la chusma del pueblito. Con ese pensamiento se quedó dormido, más la idea de que al despertar capaz se encontraba con todos los vecinos afuera de su casa a punto de lincharle al enterarse de su condición.

[ . . . ]

Unas cuantas horas antes.

Excursión.

Acampar.

Explorar.

Eran actividades que Jeremías recordaba con gran cariño, las solía considerar divertidas también. Pero ahora se daba cuenta de que no era la actividad en sí lo que le gustaba y divertía, sino el realizarlas en compañía de sus papás.

Antes, hace mucho tiempo cuando su vieja y su viejo todavía se querían y no amenazaban con matarse el uno al otro, cuando no se basureaban cada vez que se veían, hace mucho mucho tiempo.

Jere suspiró, mitad por el cansancio, mitad por los sentimientos que sus recuerdos le causaban. Pero él no quería llorar, no en aquel momento. Tenía cosas más graves de las que preocuparse.

Como por ejemplo de que su celular hace rato que se había congelado. Jere le dio un par de golpes, lo reinició, lo apagó y volvió a prender varias veces. Al principio estaba convencido de que el problema era el celu en sí, pero en realidad el aparato comenzaba a fallar cada vez que abría el GPS.

—¡Qué aplicación de porquería! —Sus quejas se oían por el monte desolado a gran volumen, después de todo era el único ser vivo en kilómetros.

O eso creía él.

Jeremías subió el cierre de la campera azul que llevaba puesta. Era lo primero que alcanzó antes de salir de la casa a puntita de pie para no despertar a su vieja.

Los primeros dos kilómetros los hizo en bici, hasta que llegó a una parte del extenso monte donde pedalear se volvía cada vez más complicado. También estuvo escuchando música corta-venas un rato, antes de darse cuenta que por aquel lugar y a aquellas horas le convenía estar alerta y no distraído con música por si a algún bicho o animal potencialmente peligroso decidía atacar.

Eran casi las una de la madrugada, según su reloj de muñeca. No sabía para qué lo tenía si igual podía ver la hora en el teléfono, pero bueno, fue uno de los últimos regalos que su papá le había hecho.

Caminó y caminó por veinte minutos, calcula, su GPS había muerto directamente y él no tenía ni la más puta idea de cuál era el sendero que tenía que seguir para volver a la dirección que lo llevaría otra vez al pueblo.

Estaba perdido y jodido.

—¡NOO! —Una serie de gritos y quejidos comenzaron a escucharse a pocos metros suyos y Jere no pudo evitar sentir miedo.

Pero acompañado del temor también venía la curiosidad, misma que lo condujo a seguir las quejas y lamentos. Se dijo a sí mismo que si alguien estaba en problemas él no intervendría, sólo iba a irse corriendo a cualquier parte lejos de ahí.

Emanuel.

Lo conocía. Jere conocía a ese chico que estaba de rodillas entre los yuyos, escondido por los arbustos, el chico se agarraba de la cabeza y estiraba el largo cabello negro con fuerza, mientras gruñía con dolor y aparentemente enojo. Sus ojos cerrados con fuerza.

—¡Andate! —rugió cuando, perdiendo todo miedo, Jeremías pretendió ir en su ayuda aunque no tenía idea de lo que le pasaba.

Emanuel, al que llamaban solamente Ema, era el pibe más simpático y educado del pueblo, también uno de los más lindos según había escuchado y él mismo podía confirmar porque lo veía siempre en la escuela y también cuando iba a comprar al almacén de su abuela, doña Lucía.

Pero en aquel instante cualquier vestigio del chico alegre y buena onda que lo caracterizaba parecía haber desaparecido, dando paso a uno más bien asustado, rabioso y hasta adolorido.

—¿Qué te pasa? —Su voz tembló, pero no retrocedió ni un poco.

Entonces pasó eso.

Eso que resultaría la perdición de Jeremías.

Ema alzó la mirada. Lo quedó viendo fijo por unos breves segundos.

Segundos que para Jeremías fueron eternos.

Su mundo se frenó, se redujo a Ema, a esos ojos y a la mirada que le regaló.

Porque para Jere esos ojos resultaron un regalo, uno que él aceptó gustoso. Sabía que nunca más iba a poder escaparse de esos ojos ni de Emanuel, pero tampoco querría hacerlo.

¿Por qué? Si esos ojos amarillos eran únicos, eran extraños, como salidos de un cuento, lo fascinaron y desde esa noche Jeremías se sintió hechizado por la mirada de Emanuel, pero también por el resto de lo que el chico representaba.

[ . . . ]

Algunos meses después.

Jeremías no le contó a nadie su secreto, Emanuel estaba muy agradecido por eso.

Jere tampoco dejó de hacer sus excursiones nocturnas en el monte, más las veces siguientes ya no necesitó del GPS.

Él se perdía a propósito. Para llegar hasta donde Ema hacía su transformación cada vez que la luna estaba llena y brillante.

La mirada amarilla casi dorada le encantaba, pero también las garras, orejas, pelaje y todo lo que significaba que Emanuel fuera algo así como un hombre lobo.

—Que no soy un hombre lobo. —Estaba harto de esa conversación.

Los dos chicos caminaban por el sendero que conducía al pueblo aprovechando los primeros rayos de luz. Hacía media hora que Ema había vuelto a su estado normal.

—Según Wikipedia, sí —refutó Jere tratando de seguirle el paso, Ema caminaba muy rápido. —Te volvés mitad perro cuando hay luna llena.

—No. —Frenaron, porque a los dos les gustaba parar a veces a apreciar el amanecer.

Se sentaron encima de un tronco caído, en silencio por unos minutos.

—Ya te conté la leyenda que...

—La leyenda que tu abuela te contó, y la que le contó su abuelo y el abuelo de ese abuelo. —Repitió el castaño y, desganado, bostezó.

—Sí, es porque soy el séptimo hijo varón, nada más.

Lobizón. Era el término correcto según Ema, pero a Jere le gustaba pensar más en su definición.

Jere se acomodó para estar casi encima de Ema, para abrazarlo y dejarse abrazar él también.

—Gracias —le dijo el pelinegro tras unos minutos de sólo oír sus respectivas respiraciones y el sonido tranquilo de la naturaleza. Jere alzó su mirada azulina, cuestionando sus palabras—. Gracias por guardar el secreto, gracias por estar conmigo y gracias por todo lo demás —aclaró en un largo suspiro.

Jeremías se separó un poco para levantarse y quedar parado enfrente de su chico. Ema lo miró expectante, sus ojos aún amarillos, ese detalle siempre tardaba más en irse tras concluir la transformación y a Jere le gustaba más cada día.

—Gracias a vos —habló en voz bajita, agachándose para besar la frente de Emanuel—. Gracias por hacerme feliz. Muy, muy feliz —remarcó, ahora rodeando el cuello de su novio para besarlo debidamente.

Sin importar lo que uno o el otro fuera, se querían tanto, más que eso, ellos estaban muy enamorados y eso era inevitable. Nunca intentaron ir en contra de sus sentimientos ni cambiarlos, pues sería inútil. El corazón quiere lo que quiere.

El corazón de Jeremías anhelaba a alguien como Ema, lo necesitaba y una vez que lo halló no lo iba a soltar por nada.

El corazón de Emanuel se había convencido de que la maldición que cargaba con él nunca le permitiría enamorarse, vivir una historia de amor. El chico estaba tan feliz de haberse equivocado. Jere fue, es y será siempre lo mejor que le pudo haber pasado.

{Fin}.

❤️GRACIAS POR HABER PARTICIPADO Y ENHORABUENA POR TU RELATO Adal14Torres

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