Versión propia y corta del cuento de Mary Shelley

He vivido demasiado. Sí, esa es la conclusión a la que al fin he llegado, a la que me he permitido llegar. Hoy, en mi cumpleaños número trescientos veintitrés, he decidido que el mejor regalo que la vida puede darme, es que ésta acabe para mí.

He vivido demasiado, creyendo que eso era lo que deseaba. Lo que cualquiera en mi lugar anhelaría. La inmortalidad. Eliminar para siempre de mi mente el temor a la muerte, pues esta jamás llegaría a mirarme a los ojos con su oscura y gélida mirada o tan siquiera a rozarme con sus fríos dedos. No experimentar el horror que se pueda sentir al padecer una de esas enfermedades que llegan con la cercanía de la vejez y que hacen peligrar tu existencia. Eso nunca ocurrió para mí. Y, sin embargo, ahora lo busco. Lo ansío de forma inhumana, de forma visceral. Es en lo único que pienso. Para lo único que existo. Vivo para morir.

He vivido demasiado como para imaginar que, algún día, tendría esa clase de pensamientos. Esa clase de ocurrencias que me hacen descender a la locura. Que me atrapan en una vorágine de amargos sentimientos donde lo único que me da algo de alegría y calienta mi longevo corazón, es la simple idea de la calma tras dejar de existir. Eso que yo tanto temía, se ha vuelto ahora el opiáceo que me hará feliz.

He vivido demasiado y he maldecido cientos de veces ese día en el que tomé aquella poción que ahora me ataba a esta condena perpetua. Idiota de mi fui buscando una poción que me hiciera dejar de sentir amor, y como si fuera un castigo por obra divina, es justamente ese sentimiento el que más me ha torturado en mi larga y exasperante vida. Seguir amando a todos aquellos que ya no están. Aquellos a quienes nunca vería en otra vida, pues si la hay, si existe un cielo o un infierno, yo nunca podré ser testigo de ello. Idiota de mi fui buscando dejar de sentir, y ahora lo que busco, anhelo y deseo, es dejar de vivir.

He vivido demasiado, y eso me ha hecho comprender que he perdido más de lo que he ganado. He ganado lustros de vida, pero he perdido a todos en el camino, un camino que era imposible que recorrieran a mi lado. He visto fallecer a mis amigos de mi más tierna infancia cuando su anciano cuerpo ya no podía contener por mucho más su frágil vida, permaneciendo yo joven y fuerte. He presenciado la muerte de todos y cada uno de mis familiares, convirtiéndome en el último de su legado, negándome a tener descendencia por esta misma razón que os cuento, pues esta maldición termina conmigo. He llorado la muerte del amor de mi vida. La he visto crecer, vivir, envejecer y morir junto a mi sin que yo nada pudiera hacer. Fue desde ese entonces donde hice una promesa, a ella y a mi mismo tras sentir como la muerte, esa que parecía ser que nunca me sería otorgada, sería aquello que algún día iba a encontrar.

He vivido demasiado, he visto demasiado y he sufrido demasiado. Por ello, ahora que deslizo con suavidad la afilada navaja de afeitar en la piel de mis muñecas, sé que esta es la decisión correcta. La única decisión. Más soy joven y longevo, pero tras sentir como el caliente líquido carmesí brota sin cesar de mis venas abiertas, tiñendo el agua ya tibia de la bañera, comprobaré si también soy inmortal. Espero y deseo que no. Espero y deseo, al fin poder descansar.