44- Sacrificio y confesión
Shura se había quedado en el estudio mientras Aioria miraba la televisión en el cuarto trasero debajo de él.
De vez en cuando había escuchado los pasos de Shura en lo alto, pero no había subido las escaleras para confrontar al hombre por su falta de decoro.
¿Cuál sería el punto? Pronto estaría aquí Camus y toda esa farsa terminaría, de una forma u otra.
Quizás una buena ronda de gritos los haría sentir mejor a todos.
Odiaba hacérselo a Camus, pero tenía la sensación de que el otro hombre sabía lo que estaba a punto de suceder. Intentaría advertirle lo mejor que pudiera.
Por supuesto, también existía la posibilidad de que Shura reaccionara completamente tranquilo y despreocupado cuando llegara Camus, pero pensando en su comportamiento anterior, Aioria lo dudaba seriamente.
No, la mierda iba a golpear el ventilador, y pronto.
Llegaron las noticias de la noche y Aioria miró por la ventana para ver que estaba oscureciendo.
Camus debería estar en la puerta en cualquier momento. No había oído hablar a Shura últimamente y se preguntó si el español se habría quedado dormido en el sofá.
Teniendo en cuenta su estado de ánimo, no habría sido una sorpresa.
Decidió que probablemente sería una buena idea tomar un café y se dirigió a la cocina, echando una mirada triste a la habitación de arriba mientras se alejaba.
'El camino está bloqueado'. Aioria rió mientras sus propias palabras sonaban en su cabeza. Las cosas realmente le estaban empezando a afectar.
Tal vez fuera mejor que tome el whisky en su lugar.
Aioria abrió el armario del rincón donde se guardaban las bebidas alcohólicas y no encontró una, sino varias botellas de whisky escocés y varios otros tipos de licor.
Camus no había estado bromeando sobre la embriaguez de Shura. Que las botellas estuvieran llenas era más aterrador que si estuvieran vacías.
Parecía que el pelinegro había estado esperando otra razón para darse un atracón.
Aioria sacó una de las buenas botellas de whisky y la dejó sobre el mostrador cuando sonó el timbre.
Al pasar por la puerta de la cocina, sus ojos se desviaron hacia arriba para ver si el artista aparecería, pero no hubo movimiento ni sonido desde el interior.
-Te ves como la mierda.
-Es bueno verte también...
Sonrió Aioria, extendiendo la mano para abrazar al otro hombre.
Se retiró a la cocina, fijando su atención directamente delante de él mientras pasaba por la puerta del estudio, y Camus lo siguió en silencio.
Camus, que no se andaba con rodeos, habló abiertamente:
-Todavía no te ha hablado de nosotros, ¿verdad?
Aioria se detuvo y lanzó al francés una mirada de asombro ante su percepción.
-No, y el bastardo me está volviendo loco.
Sacó dos vasos de los estantes mientras hablaba, sirviendo un doble para cada uno de ellos.
-Le he dado varias oportunidades y él las ignora.
Bebió un trago de whisky y se apoyó contra la encimera.
-Él tampoco quiere verte.
-No es sorpresa, de verdad. Soy un recordatorio de todo lo que está tratando de olvidar.
Camus sonrió después de tragar el licor ardiente.
-Lástima que nunca me gustó que me olvidaran...
-¿Tienes un plan, entonces?
Aioria no podía contener su sorpresa.
Camus le dio una palmada en el hombro.
-Sí, amigo, tengo un plan.
-No me lo vas a decir, ¿verdad?
Hubo una pequeña risa al final. Debería haber sabido que Camus vendría preparado.
-Probablemente sea mejor que no lo haga. De esa manera tu sorpresa será legítima.
-No le hagas daño, Cam.
Los ojos de Aioria sonreían, pero su tono estaba mezclado con una pizca de advertencia.
La mirada de Camus se posó en la banda de bronce en el dedo de Aioria.
-No hay nada que no haría por ninguno de ustedes. Los amo a los dos. Nunca los lastimaría deliberadamente.
-Lo sé, Cam. Lo siento. No quise insinuar...
Justo en ese momento, meterse debajo de una roca sonó muy bien para Aioria.
Después de todo lo que habían pasado, él sabía que no debía pensar mal del hombre que estaba frente a él.
Camus continuó, sin inmutarse.
-Shura necesita ver lo que está justo frente a él, y tengo la intención de que lo agarre con ambas manos.
Dio un fuerte abrazo a Aioria.
-No te preocupes. Todo estará bien pronto.
Con un beso en la cabeza del rubio, Camus se volvió hacia las escaleras.
La casa se volvió mortalmente silenciosa, como si respirara profundamente, esperando a que se desarrollara la escena de arriba.
Una vez que Camus entró en la habitación, Aioria no supo qué hacer.
Una parte de él quería estar fuera de la puerta y escuchar, y una parte de él quería salir para no escuchar nada en absoluto.
Se conformó con algo intermedio, sentándose en el asiento de la ventana de la sala de estar mientras la noche se tragaba la ciudad.
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Camus probó la puerta y, para su sorpresa, la encontró abierta. Echando un vistazo abajo, pudo ver los pies de Aioria manteniendo al joven a salvo en la cocina.
Con un suave empujón en la puerta entró, solo un suave clic sonó cuando la cerró detrás de él.
Shura estaba dormido en el sofá, acurrucado en posición fetal. Camus se agachó ante él y apartó los caprichosos mechones de cabello verdinegro del rostro de Shura.
Su corazón dio un vuelco al recordar tanta ternura de su breve tiempo juntos. Lo que habían compartido siempre sería especial para él, y algún día esperaba que Shura pudiera mirar hacia atrás sin vergüenza.
La voz ronca por el sueño de Shura susurró, sin abrir los ojos:
-¿Aio?
Camus se atragantó. No pudo evitarlo. Habría dado casi cualquier cosa por que Shura lo llamara de esa manera alguna vez...
Pero no renunciaría a sus amigos por razones tan egoístas, especialmente cuando sabía que el objetivo era, en el mejor de los casos, inútil.
En voz baja respondió:
-No, no soy Aio.
Los ojos azul violaceos chocaron con los verde oscuros, muy abiertos, como si Camus le hubiera abofeteado.
Shura se incorporó rápidamente, manteniendo las piernas estiradas como para protegerse del intruso. Como si sólo tocarlo fuera un pecado capital.
-¿Qué quieres?
El tono era enojado, amenazador incluso por su falta de intensidad.
-Te quiero, obviamente, Shura. Vengo a reclamar lo que es mío.
Camus se puso de pie y le dio la espalda al hombre abatido.
-No te quiero.
Las palabras le fueron escupidas con veneno.
-No es cierto. Podrías haberme engañado pero Aioria dice que sigues haciéndolo a un lado, así que sólo puedo asumir que eso significa que has decidido que yo seré el afortunado...
Con la gracia de una pantera, Camus volvió a estar frente a Shura, con las manos como corchetes a ambos lados del rostro del español, fingiendo disfrutar de la expresión de pánico que cruzó los rasgos afilados.
-Aléjate de mí...
Respiró Shura, sintiendo el aire a su alrededor succionado de oxígeno.
-No le has hablado de nosotros, ¿verdad?
La voz de Camus estaba mezclada con lujuria depredadora.
-Sabías que regresaría para reclamar lo que era legítimamente mío...
-¡No soy tuyo! Lo que hicimos fue... fue...
-Fantástico. Primal. Sintiéndote debajo de mí, joder, me pongo duro de sólo pensar en eso.
Camus extendió la mano como para agarrar la de Shura, pero el hombre lo empujó hacia atrás inesperadamente, lo que hizo que el francés perdiera el equilibrio y aterrizara con un ruido sordo en el suelo.
-¡No!
Shura gritó en agonía, saltando del sofá y moviéndose hacia el rincón más alejado de la habitación donde se agachó contra la pared.
-Fue hermoso, y estuvo bien, por el momento, pero no puede ser de nuevo. Amo a Aioria. Él tiene mi corazón y mi alma...
-¿De verdad? Pero ya no confías en él. ¿Y qué es, Shura, una relación sin confianza? Conozco tus secretos. Sé qué engaños alberga tu corazón, qué traición hay dentro de ti. ¿Quién mejor para quedarse contigo? ¿Quién te conoce mejor que yo?
-¡Aioria lo hace!
Fue la vehemente respuesta.
-Él me perdonará... eventualmente... lo he lastimado tan profundamente. Él también ha sufrido, y no tienes derecho a interferir en nuestra relación o pensar que ya tienes un lugar en nuestra vida.
Shura se levantó en toda su estatura y habló con la voz inquebrantable del hombre que una vez fue:
-¡Vete, Camus. Vete ahora!
La ira hirvió en los ojos de Shura y Camus se puso de pie con prisa, bajó las escaleras y salió por la puerta principal como si los demonios del infierno lo siguieran.
Normalmente, a Camus le encantaba interpretar al malo en un guión de las obras de teatro, pero cuando las lágrimas calientes cayeron sobre el pavimento, supo que ese papel era uno que nunca querría repetir.
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Aioria vio al joven francés pasar volando sin decir una palabra y se volvió sorprendido para ver a Shura resoplando de furia en lo alto de las escaleras.
Trató de mantener su rostro inexpresivo, pero era difícil hacerlo con el tema tan cerca de su corazón.
-¿Shura? ¿Qué fue todo eso?
Descendió lentamente, como si el cansancio lo hubiera dominado.
Manos manchadas de pintura apartaron el cabello verdinegro de su rostro y se posaron sobre sus hombros, lo que se sumó a la apariencia demacrada.
Todavía no estaba listo para enfrentar esto, pero no había otra manera de explicar la apresurada partida de Camus que se le ocurriera.
Aioria se levantó del alféizar de la ventana y siguió a Shura hasta la cocina, en silencio, mientras su amante vertía un trago en el vaso de la encimera y lo bebía.
Si Shura necesitaba una dosis de coraje líquido para ayudar a aliviar su carga, que así fuera.
Se paró contra el mostrador en el mismo lugar que Aioria había ocupado, sus ojos viajando desde el vaso en su mano, hasta la expresión atónita y preocupada de su pareja, luego hacia la botella de whisky escocés mientras contemplaba otra bebida.
Otro trago no le ayudaría a encontrar la voz. Suspirando, rozó la figura tensa de Aioria y se paró en el centro de la sala de estar, esperando ver si su mundo colapsaba a su alrededor como temía.
-Shura, lo que sea que esté pasando, puedes decírmelo. Te amo. Confía en mí como solías hacerlo. Nunca nos hemos ocultado cosas el uno al otro, y mi corazón se rompe al verte devorarte a ti mismo con esta oscuridad...
Shura levantó una mano pidiendo silencio. Sus palabras fueron un susurro lastimero.
-No... por favor no lo hagas. Lo siento, no puedo... Las palabras... es sólo... no lo hagas... no.
Se sentía tanto como un tonto torpe como sonaba.
El silencio reinó momentáneamente antes de que su frustración alcanzara su límite.
Lanzó las manos al aire con exasperación antes de mirar a Aioria.
-No tienes idea de lo que está pasando por mi cabeza. ¡Me está destrozando!
-Sí, Shura, lo sé. Lo sé. Lo sé...
Los ojos de Aioria suplicaban comprensión, que Shura comprendiera el significado subyacente de sus palabras, aunque ya no lo miraba.
Quería extender la mano y tocar a su amante, pero temía que la acción detuviera cualquier progreso que estuviera en marcha.
-Quiero decirte...
Shura se secó los ojos, la ira se convirtió en lágrimas, irritado por su debilidad y falta de fe en el amor de su pareja.
Girando su cuerpo, vio a Aioria abrazarse a sí mismo como si un viento frío hubiera entrado en la habitación.
-Lo sé, Shura.
Las lágrimas de Aioria caían libremente ahora, sus ojos ya no podían contenerlas.
El doble significado de las palabras se perdieron en el mayor, al parecer. El peor miedo de Shura se hizo realidad cuando escuchó a Aioria murmurar:
-A la mierda, no puedo hacer esto más.
La declaración sacudió a Shura hasta la médula, la afirmación de que Aioria iba a salir de su vida de nuevo lo suficiente como para incitarlo a confesar.
Dos voces expresaron su dolor común al unísono.
-Aioria, me acosté con Camus.
-Sé lo que pasó entre tú y Camus.
Cualquiera podría haber oído caer un alfiler. Ninguno de los dos respiró mientras se extendía el silencio.
¿Qué? ¿Aioria lo sabía?
Vio y sostuvo los ojos de Aioria, buscando intensamente esa pizca de duda, la más mínima esperanza de haber imaginado lo que había escuchado.
Pero no se podía negar la tristeza en los ojos de Aioria, los riachuelos de agua que corrían por la piel tostada dejando rastros que manchaban sus ojos de rojo.
-Oh Dios.
Aturdido, las rodillas de Shura cedieron y se hundió bruscamente en el suelo, la alfombra amortiguó su caída.
Ver caer a su amante sobresaltó al griego, quien corrió a su lado y también se tiró al suelo, tratando de que Shura lo mirara, pero el español se negó.
-Sabías...
No había ninguna duda en las palabras, ninguna acusación, solo una declaración de hecho sin tono.
Incapaz de mirar a los ojos a su amante, se centró en cambio en el collar que adornaba su cuello.
-Todo este tiempo. Todo este dolor lo he mantenido escondido en mi interior, preocupado por cómo lo tomarías, torturándome sobre lo bueno que vendría de decirte ...
Su voz vaciló cuando su garganta se apretó. Tragó saliva alrededor del nudo que había en ella.
-Temiendo que me odies y que nuestra vida juntos se acabe...
Se detuvo y finalmente miró a Aioria a los ojos. Estaban brillantes por las lágrimas que se habían derramado y estaban tristes. Amaba los ojos de Aioria. Podía leer todo en ellos.
Aún así, tuvo que preguntar:
-¿Hemos terminado? ¿Me odias por lo que he hecho?
No hubo vacilación en la respuesta del joven.
No, Shura. No, no, no...
Dedos temblorosos rozaron ligeramente la mejilla de Shura.
-No hemos terminado. No quiero perderte nunca, jamás... nunca más.
Aioria hizo un gesto entre él y Shura.
-Mi miedo es que me odies por guardar el secreto de lo que sabía. Lo que no pude decirte. Y que nunca me perdones por dejarte herir tan innecesariamente.
Tienes que saber que no lo hice por voluntad propia, quiero decir que esto fue idea del Dr. Odysseus. Finalmente tuve suficiente de ver cómo tu alma se desvanecía. Lo siento, Shura. Lo siento mucho. ¡Por favor, perdóname!
No tenía ningún deseo de estar enojado con el hermoso hombre de rizos rubios.
Ya había habido suficiente ira en su vida. Perdonaría, porque su compañero lo había perdonado sin pensarlo dos veces.
Shura extendió la mano y agarró a Aioria por la nuca, tirándolo hacia adelante para darle un beso profundo.
Aioria sintió que la frustración y la ira reprimidas se liberaban, liberando a cada uno de ellos de su tormento y dejando fluir la energía pura de su amor.
Había una urgencia debajo de todo, una necesidad y hambre de compartir todo, un anhelo de resincronizar sus almas.
El calor creció lentamente, ascuas latentes durante mucho tiempo reavivadas por una suave caricia a lo largo de la espalda, el lento deslizamiento de los dedos a lo largo de los pómulos, el agarre vacilante sobre una cadera a medida que su pasión crecía, feroz y exigente en su resurgimiento.
Estaba dolorosamente duro, y Aioria sabía que una vez que comenzara, nunca sería capaz de controlar su cuerpo.
-Shura...
Suspiró entre besos y besos en los labios carnosos de su amante.
-Tenemos que detenernos ahora o tomarlo hasta el final. Te deseo tanto que duele.
Shura movió la cabeza para mordisquear el cuello de Aioria.
-No quiero que te detengas, ni ahora ni nunca. Te necesito, bebé...
Sus ojos se cruzaron.
-Hazme el amor, Aioria.
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