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37- Tomar una decisión

La cámara en la habitación de Shura lo capturó caminando de un lado a otro durante varias horas.

Sólo mordisqueaba su almuerzo y cena, dejando las bandejas donde originalmente habían sido colocadas junto a la puerta.

El audio solo captaba murmullos, y algunas veces los monitores mostraban que se sostenía la cabeza como si le doliera.

Pero el propio Aioria le había pedido expresamente al Dr. Odysseus que ordenara que no lo molestaran por ningún motivo que no fuera la comida y el baño, a menos que se volviera indebidamente agitado.

El médico había estado observando a Shura toda la tarde desde la conexión remota en su oficina y había llamado a su esposa para decirle que pasaría la noche en el hospital.

Estaba seguro de que su paciente estaba a punto de lograr un gran avance y quería estar cerca para verlo.

Tampoco quería correr el riesgo de que el hombre se hiciera daño a sí mismo si las cosas tomaban un giro al revés, a pesar de que sentía que la posibilidad era extremadamente remota.

Sabiendo la vida que llevaba su esposo, su esposa colgó el teléfono con la promesa de traerle algunas mudas de ropa.

Al abrir la carpeta de otro paciente en su escritorio, el Dr. Odysseus volvió a su registro.

El resto dependía de Shura.

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Podría hacer el viaje al templo samurai más rápido si corría, pero el viento estaba en su contra, al igual que sus pensamientos.

Las voces estaban de regreso, pero esta vez no se burlaban de él, estaban discutiendo.

¡No tienes idea de lo que estás haciendo! Quédate aquí, a salvo de nuestras voces -dijo la primera voz.

'¿Amas a un caballero? ¿En tu estado? ¿Qué te da el derecho? Ya no tienes amor para dar a nadie '. Esa fue la voz enojada.

La que siempre le hacía reconsiderar cada pensamiento que tenía. La que lo mantuvo en negación y confusión y habló de él como si no estuviera escuchando.

'No les escuches. Conoces tu corazón. ÉL conoce tu corazón'. Esta voz le gustó, pero estaba tan inseguro.

Tantas decisiones. Tantos miedos. Demasiadas posibilidades de volver a estropearlo. ¿Qué camino era el más seguro?

Tenía que llegar al templo para averiguarlo.

Siguió caminando con dificultad, sintiendo como si su mundo estuviera llegando a su fin. Como si todos los terrores y demonios que había logrado eliminar con la ayuda de Leo, hubieran vuelto para llevarlo a la oscuridad una vez más.

El leonino... El leonino era un faro de luz cegadora al que se había aferrado, ayudándolo a navegar a través de aguas violentas, y ahora la luz lo consumía ... y tenía miedo.

Lo que habían hecho juntos en el baño ... estaba bien. ¿Cómo podía causarle daño algo que se sentía tan bien?

Le dolía la cabeza por el torbellino de preguntas sin respuesta. Tenía que llegar a destino, pero primero tenía que dormir.

Rezó a los dioses para que le dieran sueños reparadores para poder enfrentarse a su destino el día siguiente.

***

El sol brillaba cálidamente sobre Capricornio mientras se dirigía al templo samurai.

Los dioses le habían concedido su deseo y su sueño había sido tranquilo, sin pesadillas ni visiones que lo atormentaran.

Cuando entró en los prados del templo, pudo escuchar sus susurros, rezos, parecía que los árboles se comunicaban con el viento y a él, le habían enseñado hace mucho tiempo a escuchar sus voces individuales.

Le dieron la bienvenida, pero al parecer eran las únicas criaturas del bosque. Sin guardias, el templo estaba vacío, no había nadie.

Pensando que era extraño pero no demasiado preocupado, continuó adentrándose en el lugar. Sus pasos eran ligeros y rápidos, como si estar en el templo de alguna manera hubiera disminuido su fragilidad mental y aliviado todo su ser.

"Si eso fuera todo lo que hiciera falta, debería haberlo hecho antes"

Pensó.

Había caminado varios kilómetros antes de detenerse cuando los árboles susurraron su nombre.

-Capricornio, te damos la bienvenida...

Dijo una voz en la brisa que reconoció bien.

Te está esperando un plato de comida, cena conmigo.

Los pies de Capricornio reanudaron su movimiento a un ritmo más enérgico, llevándolo hacia los árboles ensortijados.

Se dirigió rápidamente al gran sauce en el centro y estaba a punto de subir el largo tramo de escaleras cuando una voz lo llamó.

-Capricornio, estoy aquí.

La simple vestimenta de los monjes solo servía para realzar la belleza interior de los fieles.

Se sentó en una mesa pequeña, sus cabellos oscuros, mucho más largo de lo que él recordaba, caía sobre su espalda como cascadas.

Capricornio se acercó a la mesa, todavía asombrado por la imagen atemporal.

-Saludos, joven...
¿Dónde se encuentra el monje? Sé que fue su voz la que me habló en las afueras, pero esperaba verlo aquí. Necesito hablar con él sobre un asunto de lo más urgente.

-Mi maestro se fue de estas tierras hace mucho tiempo, Capricornio. Soy todo lo que queda del templo.

-¿Estás aquí solo?

Capricornio cuestionó, su tono suave pero preocupado mientras tomaba asiento a su lado.

-Este lugar no es seguro, incluso aquí puede llegar el poder maligno de Hades.

Los penetrantes ojos azules lo miraron y se rieron.

-No estoy aquí solo, Capricornio. Hay otros. Simplemente quise decir que soy el último miembro de mi familia que queda aquí.

Soltó un suspiro de alivio.

-Entonces me alegran y me entristecen tus palabras.

Sus pensamientos volvieron a sus palabras anteriores.

-Parece que he recorrido todo este camino para nada.

-¿Qué quieres decir?

Preguntó el joven monje, metiéndose una fruta en la boca.

-Tengo preguntas... problemas... que necesitan su consejo.

El joven fingió sentirse insultado.

-¿No tengo oídos, caballero? De acuerdo, no tengo la larga vida de mi abuelo, he vivido pocos años menos que tú, pero tal vez sé una cosa o dos más de lo que tú crees.

Capricornio se avergonzó, sus ojos se posaron en su plato.

-Mis disculpas, Shiryu. De hecho, eres un joven monje sabio, te agradezco especialmente por haber mantenido el rumbo conmigo tanto tiempo como lo has hecho. Estoy agradecido por tu guía y tus oídos.

Comieron en silencio, el joven monje esperando pacientemente a que se sintiera lo suficientemente cómodo como para revelarle sus pensamientos.

Cuando terminó su comida, se puso de pie, estirándose mucho antes de comenzar a caminar alrededor de la mesa.

Aun así, el monje esperó. Él podría haber entrado en su mente, hurgando en los recovecos más recónditos para encontrar lo que lo perseguía, pero en eso era diferente a su abuelo.

Los pensamientos de los demás eran sagrados, y no se justificaba ninguna clase de invasión mental, simplemente para saciar la curiosidad.

El silencio del santo de Athena, sin embargo, lo estaba poniendo de los nervios.

-Capricornio, ven a sentarte. Me agitas con tu ritmo.

A regañadientes, regresó a su silla, apoyando los codos en la mesa y apoyando la barbilla entre las palmas hacia arriba.

-Sabía que este día llegaría...

Dijo, mirando hacia el patio.

-¿Y qué día sería ese?

-El día que me enamoré.

-¿A quién amas, caballero?

Cuando no respondió de inmediato, el monje repitió su pregunta.

-Esta es la razón por la que me buscaste, ¿no es así? ¿Para desahogar tu corazón?

-Buscaba al monje del templo sagrado, mi maestro, para aliviar mi mente... Porque estoy enamorado de otro hombre ... un caballero.

Corrigió.

Sus cejas se levantaron con sorpresa.

-¿Un caballero? ¿Quién?

Tan pronto como preguntó, la respuesta apareció en su mente, transmitida en voz alta desde Capricornio.

-¿Leo?

Él debería haberse dado cuenta. Siempre habían estado cerca. Él había sentido los sentimientos de Leo hacía mucho tiempo, y ahora finalmente estaban siendo devueltos.

-¿Qué te preocupa?

Su voz era tranquila, un susurro tranquilizador destinado a calmar sus nervios y relajar sus pensamientos.

-Yo no sé.

Entonces lo miró, sus ojos dolidos por algo que él no pudo identificar fácilmente.

-Siempre fue mi amigo y confidente, y sin embargo ayer...

Extendiendo la mano, tomó sus manos de donde él las había colocado sobre la mesa, frotando sus pulgares a lo largo de la palma.

-¿Lo llevaste más lejos?

Asintió con gravedad.

-No sé por qué. Había algo en él, algo que sentí casi como un recuerdo, y me asustó y emocionó al mismo tiempo. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, él estaba bajo mis manos, debajo de mis labios... y se sintió maravilloso.

Mis pensamientos no divagan aquí como lo hacen en otros lugares. Puedo enfocarme y concentrarme en lo que quiero decir.

Afuera, más allá del templo, las voces siguen arrastrándome de un lado a otro, negando quién soy y que incluso existo en absoluto. Es bastante aterrador experimentarlo.

Y sin embargo, aquí, contigo, estoy en paz. Por primera vez en meses me siento tranquilo.

Sólo una persona más me da ese centro... ese enfoque...

-Leo.

Capricornio asintió.

-Siento como si hubiera algo que me falta. Algo que está justo ante mis ojos y, sin embargo, no puedo verlo...

-Vemos lo que elegimos ver, caballero. Leo... ¿alguna vez te ha llevado por mal camino?

Capricornio negó con la cabeza suavemente. Su chico de fuego nunca lo había puesto en peligro. Pero las voces le mentirían...

-Las voces discutían en mi viaje hacia aquí...

-¿Cuántas voces hay?

-Tres. Tres voces distintas. Una está enojada y habla como si yo no estuviera presente. Habla de mí como si fuera un ser humano sin valor.

La segunda no quiere que me aventure lejos de lo seguro, de lo conocido. Sería feliz si me quedara aquí contigo para siempre, donde podría tener compañía sin sentirse amenazada.

-¿Y la tercera?

El monje se puso de pie y se colocó detrás de Capricornio, pasando sus largos dedos por su cabello.

Era una táctica que tranquilizaba a la mayoría de las personas, y no le sorprendió oírle gemir de placer.

-La última voz quiere que confíe en mí mismo. Que confíe en lo que veo, oigo y siento.

Él se acercó y detuvo sus manos, recostándose para sentarse en su costado.

-Pero tengo miedo.

Capricornio apoyó la cabeza en su pecho y lloró. Shiryu lo acunó allí, arrullando suaves palabras de consuelo en su oído para aliviar su dolor. Él besó su cabeza cuando sus lágrimas se calmaron y preguntó

-¿Desde cuándo el miedo se interpuso en el camino del santo de Capricornio?

Levantó la cabeza, lo miró y lo vio por el hombre sabio que era y por los cambios que lo habían obligado a convertirse en el monje increíble que había llegado a ser.

-Realmente eres el nieto de mi maestro. Él te ha transmitido su sabiduría. Si no te quisiera y confiara tanto en tí, te temería.

Shiryu se rió, un rico tintineo que hizo eco en los árboles que a su vez compartían su risa y felicidad.

Capricornio, te he extrañado. Pero creo que Leo te habrá extrañado más aún, cuando regreses con él.

Shiryu le besó la frente y le pellizcó la nariz en un gesto de bendición y cariño.

-Vas a volver con él, ¿no es así?

Él asintió con la cabeza en su respuesta, abrazándolo fuerte mientras le agradecía por su conocimiento.

-No he hecho nada, amigo. Simplemente te dejo expresar tus sentimientos sin juzgar. Sentimientos que te has reprimido y negado por demasiado tiempo.

Shiryu se levantó de su lado y lo arrastró para que se pusiera de pie.

-Ahora, bebe conmigo bajo las estrellas de Grecia. Puedes regresar con tu chico de fuego mañana...

Dijo, y pronto su mente se llenó de una alegría inmensa para desterrar cualquier temor oculto que quedara.

¤~¤~¤~¤~¤~¤~¤~

El Dr. Odysseus se frotó los ojos.

Había visto a Shura reír y caminar alrededor de su habitación durante una hora y, hasta cierto punto, juró que podía escuchar la voz de otra persona hablándole.

Si se cumplía lo que dijo Aioria, Shura "regresaría" al día siguiente desde donde sea que hubiese ido.

Por lo que pudo ver en el monitor, el viaje parecía haber sido un éxito.

Se había preocupado durante un tiempo en el que Shura había llorado tan abiertamente, como si su corazón se partiera en dos y se esparciera a los cuatro vientos.

Finalmente se había calmado, y una expresión más serena se había apoderado del rostro de Shura.

Shura había mirado a la cámara entonces, y el Dr. Odysseus supo que iba a estar bien.

Queriendo llamar a Aioria y darle la noticia, pero mirando su reloj y descubriendo que era tarde, decidió que sería prudente esperar hasta la mañana.

No tenía sentido que el chico se asustara por nada.


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