34- Fuera de esta realidad
Era una maravilla que no ganara algunas multas por exceso de velocidad en su camino al hospital.
Ni siquiera podía recordar el viaje; todo se volvió borroso y se convirtió en un único pensamiento después de colgar el teléfono: 'algo anda mal con Shura'.
La rapidez con la que la recepcionista le indicó que pasara le hizo creer que lo estaban esperando.
Esquivando a los enfermeros mientras se dirigía al ascensor, Aioria dijo una ferviente oración.
La oficina del Dr. Odysseus estaba vacía, por lo que Aioria deambuló por los pasillos hasta la habitación del español.
Tan pronto como hubo doblado la última esquina, lo escuchó.
-¡Leo! ¡¡¡LEO!!!!!
Shura gritaba preso del pánico a todo pulmón.
-¿Dr. Odysseus?
La voz del griego sonaba pequeña en comparación con la ráfaga que venía del interior de la celda acolchada. El médico se dio la vuelta, sin haber oído a Aioria acercarse.
-Me alegra que hayas llegado tan rápido.
La mirada de aprensión en el rostro de Aioria le pidió que continuara.
-Cuando te fuiste, estaba durmiendo. Cuando se despertó, llamó a Leo. Como no estabas aquí para responder, comenzó a llamar más fuerte. No se puso violento, pero como puedes escuchar, está bastante ansioso.
-Necesito entrar
Aioria dijo resueltamente mientras se dirigía hacia la puerta.
-Esperaba que dijeras eso.
Avanzando, el Dr. Odysseus pasó su tarjeta por el lector y la puerta chirrió. Casi instantáneamente cesó el alboroto desde el interior.
Aioria entró en la habitación a oscuras y la puerta se cerró con un susurro.
-Shu-Capricornio!
Maldiciendo mentalmente su error, Aioria dio otro paso.
-Capricornio...
Llamó de nuevo, esta vez con el tono firme de mando del León.
La voz suave, cansada y asustada que saludó sus oídos hizo que a Aioria le doliera el corazón.
-¿Leo?
-Sigue hablando para que pueda encontrarte.
Aioria escuchó murmullos en la oscuridad y se detuvo cuando su pie golpeó la pierna del español.
Inclinándose, sus manos rozaron el cuerpo del hombre en busca de signos de lesión, pero todo lo que sintió fue un intenso temblor a través de la ropa.
Cuando sus manos alcanzaron los hombros del otro caballero, el menor se detuvo.
No haría el primer movimiento para tocar al pelinegro, fuera de la forma en que el Santo de Leo normalmente lo haría.
Cuando Shura estuviera listo, él sería quién se acercaría de una manera más íntima.
-¿Estás herido, amigo?
¿Por qué no encendían ya las malditas luces? Ayudaría si pudiera ver al otro hombre con más información de la que sus dedos podían reunir.
-No más de lo que me haría mi miedo.
Respondió Capricornio con voz ronca, un escalofrío lo recorrió.
Leo se sentó junto a su compañero de armas, reticente a sostener al hombre en sus brazos y brindarle el consuelo que él mismo ansiaba.
Capricornio tomó el deseo y lo hizo realidad, palpando las piernas extendidas de Leo y luego colocando su cabeza suavemente sobre ellas sin decir una palabra.
La indecisión peleó dentro de Aioria. Necesitaba tocar a Shura.
¿Leo tocaría a Capricornio de esa manera? ¡Por supuesto que lo haría! Aún inseguro, Aioria pasó tímidamente los dedos por los mechones cortos y oscuros, que parecían más largos en la oscuridad.
Cuando Shura hizo algo parecido a un ronroneo, el miedo de Aioria disminuyó. Aplicando más presión para que sus dedos peinaran a través de la melena, Aioria se relajó y tomó el pequeño placer que pudo del momento.
Mientras pudiera, protegería a Shura de la tormenta.
-Quédate conmigo, Leo...
Las palabras fueron casi susurradas, pero Aioria no se perdió la súplica debajo de ellas.
-No te dejaré por mi propia voluntad, compañero.
Respondió. Continuando con los suaves movimientos, Aioria sintió que Shura finalmente se relajaba y se empezaba a dormir.
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Tenía que orinar. Y sus piernas estaban dormidas. ¡Pero, oh dioses, tenía que orinar!
¿Cómo se las había arreglado Shura allí? Nunca lo había pensado antes, pero tenía que haber algún medio para que pudiera hacer sus necesidades.
Al mirar su reloj, descubrió que era medianoche. Esperaba que el guardia no estuviera dormido en su puesto.
De repente se dio cuenta de que se habían encendido las luces y de que podía ver al hombre acurrucado en su regazo.
Era una vista hermosa, incluso si Aioria no podía reclamarla de la manera que deseaba, Shura todavía lo estaba tocando... necesitándolo... y se sentía bien que lo necesitaran de nuevo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al considerar cuánto había echado de menos el simple contacto con Shura.
La forma en su regazo se agitó y Aioria se secó las lágrimas que habían logrado caer a sus mejillas.
A Capricornio no le haría bien ver llorar a Leo. Estaba demasiado cansado para tratar de explicárselo.
Shura se incorporó y miró a Aioria, su mirada confusa momentáneamente antes de quedarse en blanco.
-Buenos días, Leo...
Murmuró, y el leonino captó una vez más el destello de memoria en sus ojos.
Aioria asintió una vez, haciendo una mueca de dolor mientras movía las piernas hasta el pecho.
Los ojos de Shura registraron la expresión y preguntó por el bienestar de Leo.
-Una vez que me ponga de pie y estire mis extremidades, estaré como nuevo.
Con esas palabras se levantó, estirando su espalda junto con el resto de él.
-Debo hacer mis necesidades también. Regresaré con prisa...
Agregó, viendo la expresión de desesperación pasar por el rostro de Shura.
Aioria llegó a la puerta y llamó la atención del guardia. No se perdió las palabras que Shura pronunció al salir:
-Por favor, date prisa.
Dirigiéndose al baño más cercano, Aioria buscó en su billetera la tarjeta de presentación del Dr. Odysseus con su número de teléfono fuera del horario de atención.
Después de ocuparse de sus asuntos, marcó el número de su celular y esperó. Y esperó. El teléfono siguió sonando varias veces y luego se encendió un contestador automático.
No quería dejar un mensaje, pero no creía que tuviera muchas opciones. La línea emitió un pitido indicando que era hora de hablar con la máquina.
-Dr. Odysseus, soy Aioria. Lamento molestarlo tan tarde en la noche, pero quería informarle que me quedaré con Shura hasta la mañana, y tal vez más si es necesario. Está muy inquieto e indefenso en este momento...
Estoy... bueno, no estoy seguro de lo que le está pasando. Está asustado, eso lo puedo decir. Voy a tratar de hablar más con él y ver si puedo descubrir algo.
A menos que escuche de usted antes, lo veré en la mañana.
Aioria regresó a la habitación para encontrar a un auxiliar que se marchaba.
-¿Qué ha pasado?
Preguntó con una voz teñida de pánico.
-Nada, señor Leoni. Era hora de que usara las instalaciones.
El asistente señaló la habitación contigua a la de Shura y Aioria comprendió.
-¿Así que esto es algo programado? ¿Tiene horarios específicos en los que puede usar el baño?
El ayudante asintió y se preparó para irse. Aioria lo agarró del brazo, un poco enojado por haber sido despedido abruptamente.
-¿Y qué pasa si tiene que usarlo en un horario no programado? ¿Lo dejas mojarse y ensuciarse?
-Puedo asegurarle, señor, que el Sr. Valladares nunca está en peligro.
Las cámaras que lo monitorean nos dicen lo que necesitamos saber. Si comienza a inquietarse, sabemos que necesita atención.
Recibe una ducha cada dos días. No está descuidado.
Aioria retrocedió, su ira se desinfló.
-Lo siento. Nunca se me ocurrió cómo se manejarían esas cosas con él en esta habitación. No quise insinuar que no estabas haciendo tu trabajo.
El ayudante asintió y sonrió.
-Que se preocupe tanto por él me dice mucho, Sr. Leoni.
Sonriendo cortésmente, el ayudante se dio la vuelta y volvió a sus deberes.
Aioria se volvió hacia el guardia, agradecido de que el que inicialmente lo había dejado entrar para ver a Shura ya no estuviera empleado allí.
Con una sonrisa cansada de ambas partes, Aioria regresó a Shura.
Las luces estaban atenuadas como antes, y el griego vio al español agachado en la esquina.
-¿Capricornio?
Shura se llevó un dedo tembloroso a los labios, pidiendo silencio. Aioria se arrodilló a su lado, curioso por saber por qué sentía la necesidad de estar tranquilo.
-¿Qué es?
Sus palabras salieron apenas audibles.
Shura cerró los ojos con fuerza y se llevó las manos a la cabeza como si sufriera un gran dolor.
-Espectros.
Dijo entre dientes.
¿Qué iba a hacer contra los asaltantes mentales? ¿Cómo podría luchar contra algo intangible? Tenía que hacerle saber a Shura que lo ayudaría de cualquier manera posible.
-Ponte de pie y lucha contra ellos, Capricornio. Estoy a tu lado como siempre. Podemos derrotar a los espectros de Hades, tan eficientemente como siempre, pero debes luchar. No huyas.
Huir no estaba en la naturaleza de Shura ni de Capricornio, pero Aioria no estaba seguro de que Shura lo recordara.
Un quejido de dolor y un grito moderado de angustia vinieron de Shura, y Aioria se sobresaltó cuando la mano del pelinegro voló repentinamente para agarrar la suya y se la llevó a un lado de la cabeza.
Aioria se tensó ante el movimiento, pero se relajó cuando comprendió lo que su compañero necesitaba.
Exhalando pesadamente, los ojos de Shura se abrieron, desenfocados.
Aioria esperó, incapaz de determinar si Shura había tenido éxito o no. Lentamente, los ojos verde oscuro se volvieron hacia los suyos, sonriendo de alivio.
-Se han ido por ahora. Muchas gracias, Leo.
-De nada, Capricornio. Deberíamos alejarnos del hedor de los espectros, que pueden atraer a más de ellos. Ven.
Aioria giró su mano para agarrar la de Shura, lo puso de pie y caminaron hacia el centro de la habitación.
-El aire es mucho más fresco aquí.
Shura inhaló el aire y asintió. Se sentó pesadamente, exhausto por la batalla contra sus enemigos.
Aioria estuvo atento a cualquier cosa fuera de lo común, sea lo que sea. Esta era una nueva experiencia para él, algo que esperaba no tener que repetir nunca.
El sonido de la risa de Shura lo sorprendió.
-Aunque es música para mis oídos, no entiendo lo que te divierte. ¿Te importaría iluminarme?
-Tú, amica mea...
Su sonrisa se amplió mientras continuaba.
Tú me cuidas como si fuera un aspirante a caballero en su primera patrulla.
Aioria empezó a negarlo, pero Shura levantó su mano libre.
-No hay vergüenza en cuidarme, y no me molesta. Debería pensar que lo necesitaba últimamente. Mi mente no es la que solía ser.
Estoy envejeciendo quizás y mis achaques de batallas me alcanzarán mucho antes de lo pensado. El tuyo incluso ha comenzado.
Una sonrisa irónica se extendió por el rostro de Aioria.
-Tu ingenio te mantiene joven, y nunca podría pensar que eres viejo.
Hizo una pausa, sonriendo ante sus próximas palabras.
El patriarca, por otro lado ... ¡él sí es viejo!
Shura le devolvió la sonrisa, sus ojos brillaban por primera vez desde que Aioria había regresado. Su sonrisa vaciló momentáneamente y el rostro del menor se quedó en blanco.
Algo en la expresión de Shura sugirió que estaba al borde del descubrimiento. O de un enorme barranco.
-Deberías sonreír más, Leo...
Fue todo lo que dijo.
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Despertar para encontrar que Leo se había ido, había destrozado la tierra bajo sus pies.
El juez de las almas lo había arrojado a una celda oscura, y Capricornio estaba seguro de que regresarían pronto para torturarlo.
Tenía que escapar, pero su única esperanza era el regreso de Leo.
¿Por qué se había ido? ¿También lo habían capturado?
Y luego él estaba allí, ya a Capricornio no le importaba una explicación de su paradero. Sólo saber que estaba a salvo era suficiente. Necesitaba tocarlo y asegurarse de la presencia del leonino.
Actuando por instinto, se acurrucó en el regazo de Leo, un lugar que le sirvió a la memoria, como un respiro seguro y reconfortante de la agonía y angustia que significaba estar solo, luchando solo contra todos.
El sonido de una suave respiración lo despertó, y al principio temió haber sido recapturado.
Sus ojos se adaptaron a la tenue luz y notó que las piernas de alguien se extendían debajo de su cabeza. Estaba con Leo. Estaba a salvo.
Ahora todo lo que tenía que hacer era pasar los siguientes minutos mientras Leo respondía al llamado de su cuerpo.
Leo mantuvo a raya a los espectros. Le temían, y con razón. Capricornio nunca se había sentido tan absolutamente inútil en toda su vida. Dejar que Leo peleara sus batallas no era su manera, pero últimamente ayudaba más de lo que su orgullo admitiría.
¡Más enemigos! ¡Malditos sean! Siempre sabían dónde encontrarlo. Sus burlas y ataques lo llevaron a gritar a los rincones más oscuros de su mente.
Oh, Leo, ¿dónde estás? Vuelven por mí.
Tan pronto como pensó en las palabras, Leo estuvo una vez más a su lado, su voz siempre suave mientras preguntaba por la angustia de Capricornio.
Incluso con la mano firme de Leo, tomó todas sus fuerzas para eludirlos de nuevo, pero una vez que lo hizo, sintió una paz que no había estado sobre él en mucho tiempo.
El leonino estaba bromeando con él, y por el más breve momento, Capricornio podría haber jurado que vio los ojos verde claros de su compañero, volverse como el color de las esmeraldas. Cuando volvió a parpadear, volvieron a estar igual.
¿Un truco de la luz o alguna otra razón? Decidiéndose por lo primero, Capricornio se deleitó con la sonrisa del Santo de Leo.
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