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31- De la desesperanza a la ilusión

Aioria se secó el torrente de lágrimas de su rostro, llamando suavemente a la puerta del Dr. Odysseus y esperó una respuesta.

Camus le había hablado del médico anterior de Shura, el doctor enano de mal genio y el griego esperaba que el cambio de médico fuera para mejor.

Una voz cansada pero firme llamó "Adelante" y Aioria entró en la oficina convencional.

El médico no levantó la vista de su papeleo mientras le indicaba al joven que se sentara.

Tomando la silla frente al escritorio, se sentó tranquilamente al principio, pero cuando pareció que no sería reconocido más, comenzó a juguetear con el dobladillo de su chaqueta.

La voz aguda que rompió el silencio de la habitación hizo que Aioria se sobresaltara.

-¿Quién empezó eso? ¿Usted o el Sr. Valladares?

-¿Perdóneme?

Aioria preguntó, sin entender de qué diablos estaba hablando el doctor, ya que el Dr. Odysseus ni siquiera lo había mirado desde que había entrado en la habitación.

-Juguetear con el dobladillo de tu camisa, o en este caso la chaqueta. He visto al Sr. Valladares hacerlo también. Me preguntaba de quién sería ese comportamiento aprendido.

El Dr. Odysseus levantó la cabeza y miró a Aioria con un par de curiosos ojos azul verdoso.

Confundido por la línea de investigación, pero algo avergonzado de haber sido sorprendido inquieto, el griego respondió:

-Shura lo sacó de mí. Yo nunca he podido quedarme quieto por mucho tiempo, en cambio él es tranquilo y cuando algo lo estresa, fuma. Me alegro que haya tomado este nuevo hábito.

Asimilando la información con un movimiento de ceja, el Dr. Odysseus cerró el archivo en el que había estado escribiendo y lo miró directamente a los ojos.

El comportamiento instantáneamente serio del médico le inundó de terror.

-No ha mejorado desde el episodio, señor Leoni

Dijo el Dr. Odysseus simplemente, su ligero acento italiano se hacía más claro cuanto más hablaba.

-Y para ser franco, me temo que su visita de hoy podría haberle causado un revés adicional.

Aioria sólo pudo asentir con la cabeza.

-No tenía idea de que sería tan terrible. Ese no es el hombre...

Su voz se quebró cuando las lágrimas que se avecinaban, amenazaban con derramarse.

Los doloridos ojos verdes se cerraron mientras se inclinaba hacia adelante, acunando su cabeza entre sus manos, las lágrimas espontáneas aparecieron de nuevo.

-Nunca esperé esto, independientemente de lo que me mostraron...

Lloró.

El Dr. Odysseus se levantó silenciosamente y rodeó su escritorio, sacó un pañuelo de papel de la caja y se lo entregó al joven angustiado. Con voz suave, comentó:

-Los problemas de salud mental nunca se tratan y curan fácilmente, Aioria. Especialmente cuando se trata de un amigo cercano o un miembro de la familia.

Apoyó una mano en el hombro del muchacho

-¿Y supongo que el Señor Valladares es considerado un miembro de la familia para usted?

Aioria asintió con la cabeza, el desaliento en sus ojos cuando miró hacia arriba pesó demasiado sobre el buen doctor.

-No puedo prometerte ningún milagro, Aioria. Mi sugerencia es que regreses en unos días, ¿tal vez el viernes? E intentes otra visita. Le daremos un sedante suave antes de que llegues y tal vez sea capaz de realmente verte, en lugar de pensar que todavía está viendo tu fantasma.

Aioria asintió rápidamente, la luz de la esperanza volvió a encenderse en sus ojos.

-Gracias, Dr. Odysseus. Ha sido muy amable.

Se levantó rápidamente, abrazó al médico en un casto gesto y dejó caer el pañuelo en la papelera al salir por la puerta.

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Las palabras fueron un consuelo para él.

No podía recordar dónde las había aprendido, o por qué significaban tanto para él, pero necesitaba decirlas de todos modos.

Algo en su fluidez aliviaba su alma, y ​​por el más breve de los momentos casi pudo pensar con claridad.

Recordaba quién era y por qué estaba ahí.

Voces ... el constante diluvio de voces en su cabeza ... a veces lo asustaban. Eran duras y amargas, por lo general.

Pero en su noche más oscura, cuando finalmente apagaron las luces infernales y aumentaron la temperatura lo suficiente como para estar cómodo para dormir, en esas raras noches en las que los demonios de su alma tomaban vuelo, aunque sea brevemente, escuchó una voz suave y melódica hablando con él.

No pudo descifrar el género en su memoria, sólo que las palabras y el tono tenían significado y consuelo.

Había pensado que había terminado con las pesadillas. No había tenido una en mucho tiempo.

Había orado fervientemente por el fin de su tormento.

Aparentemente, estaba tan perdido como decían y los medicamentos que le inyectaban de forma rutinaria, habían alcanzado su máximo potencial de rehabilitación.

Apoyó la cabeza contra la pared acolchada con un suspiro.

Su mente confusa le picaba con un recuerdo. El recuerdo de una voz.

¡Le había hablado! ¡Nunca había hablado antes!

¡Dios mío, no estaba mejorando, estaba empeorando!.

Los sollozos destrozaban su alma, pero su cuerpo seguía por demás inmóvil. Había aprendido a llorar sin ser escuchado. Lo hizo todo el tiempo.

Era fácil parecer neutral por fuera mientras las visiones le destrozaban por dentro.

Los recuerdos fueron una bendición mixta. Cortaron su corazón en tiras, el filo de sus dedos como navajas, casi un bálsamo en comparación con lo que le hicieron a su mente.

Shura se acurrucó de costado en posición fetal e intentó dormir, la inquietante melodía aún flotaba en sus labios.

Desde donde había estado mirando por la cámara de seguridad, el Dr. Odysseus vio la gama de emociones cruzando el rostro de Shura.

Estaba seguro de que había captado una sensación de reconocimiento pasando por encima del español en un momento dado.

¿Había despertado algún recuerdo la visita de Aioria? Tendrían que esperar hasta el viernes para ver.

Dejó órdenes al personal nocturno que prescribían un sedante en caso de que Shura se agitara durante la noche y luego se dirigió a su propio centro de cordura: su esposa y su hogar.

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Aioria entró en su casa, arrojó las llaves sobre la mesa de café y se paró junto al sofá, con los ojos desenfocados.

No recordaba el viaje a casa. Apenas recordaba haber entrado por la puerta principal hacía treinta segundos.

Sus pensamientos volvían a la mirada horrorizada en el rostro de Shura cuando le había hablado. Su adoración lo había reconocido, eso era seguro, pero como una pesadilla o un demonio... no como el amante que había regresado para traerlo a casa.

Se sentó en el sofá y trató de quitarse el cansancio de la cara. Eso era demasiado para asimilarlo en un día.

La visión de la histeria de Shura, el pánico, el dolor, le rompía el corazón.

Al ver el teléfono a su alcance, lo descolgó y marcó.

Una voz tranquila respondió:

-¿Hola?

-Fue horrible, Argol.

Aioria entonó en el auricular.

-¿Aioria? ¿Fuiste a ver a Shura? Pensé que le ibas a dar más tiempo!

-No habría hecho ninguna diferencia...

Declaró con resignación, recogiendo sus llaves de la mesa.

-Amigo, nunca imaginé...

Su voz se fue apagando cuando escuchó el grito resonante de Shura en su cabeza por enésima vez.

-¿Estaba desconectado de este mundo?

Preguntó Argol y Aioria podía escuchar el agua correr de fondo.

-Se podría decir eso. Estaba murmurando en japonés una canción de animé cuando entré allí, y cuando me vio...

Aioria suspiró profundamente y arrojó las llaves sobre la mesa.

-Mierda, amigo, cuando me vio gritó como un maldito asesino fuera de sí!

El silencio en el otro extremo fue estresante a medida que se alargaba.

Escuchó un fuerte chapoteo y preguntó si Argol se encontraba bien.

-¡Seiya! Oh, lo siento, Aio... no quise gritarte al oído. Sólo estaba poniendo al niño en la bañera y él decidió que yo también necesitaba mojarme.

Aioria pudo escuchar la sonrisa en la voz de su amigo y viajó a través de la línea hasta su propio rostro.

-Bueno, esperaba mejores noticias sobre Shura, amigo. ¿Hay algo que necesites? ¿Quieres que vaya de visita? Marin ha estado buscando una razón para regresar a Tesalónica por un tiempo.

Agregó, casi como un idea tardía.

-Argol, sabes que siempre eres bienvenido aquí, pero no creo que puedas hacer nada más que ser una buena compañía para mí. Sin embargo, no puedo garantizar que yo sea una buena compañía para tí.

Se quitó los zapatos debajo de la mesa y se tumbó en el sofá.

-Esto llevará algún tiempo, si lo que piensa su médico es cierto.

-¿Cuándo lo volverás a ver?

Argol preguntó mientras Seiya salpicaba alegremente de fondo.

-Seiya, deja el agua en la tina, hijo.

-Viernes. Parece tan lejano, ¿sabes?

-Me lo puedo imaginar. Pero estará aquí antes de que te des cuenta.

Hubo otra pausa y el sonido de hurgar en un botiquín.

-¿Dijiste que Shura estaba hablando en japonés?

-Sí, susurrando la Canción de Saint Seiya, Amor inmortal. ¿Por qué?

Aioria se sentó entonces, un hilo de anticipación creciendo en su corazón.

-Tal vez puedas responderle. Ya sabes, di algunas frases, sigue su pensamiento y ve si responde positivamente.

-¡Argol, eres un maldito genio!

Prácticamente gritó en el auricular.

-Oh dioses, tengo que sacar mis DVDs del animé para seguirlo. Mi mente está en blanco...

Se levantó de un salto del sofá y casi corrió a la habitación trasera.

La suave risa de su amigo resonó en el teléfono.

-Cálmate, Aio. Tienes unos días. Planea lo que quieres decirle. Y sobre todo: RELÁJATE.

La última palabra salió como un suave soplo de aire, destinado a infundir calma.

Ahora que tenía un plan, Aioria era como un perro con un hueso.

-Gracias, amigo. Te debo mucho por esto. Besa a la familia por mí.

-Lo haré. Duerme un poco, Aio. Vas a necesitar de todo tu ingenio sobre ti.

La línea se cortó y el griego dejó caer el teléfono al suelo mientras comenzaba a hurgar en un gran cofre de cedro que almacenaba su colección de películas y animés favoritos.

Veinte minutos de búsqueda y re-búsqueda frenéticas no arrojaron resultados. Había encontrado los guiones junto a los anexos de las ediciones especiales de BT'X, Black butter, Attack on Titans pero no Saint Seiya.

-¡Maldita sea!

Gritó a la habitación. ¿Dónde se habían ido los DVDs? Siempre estuvieron ahí. A no ser que...

A pesar de que acababa de limpiar la casa, la registró de arriba a abajo en un período de dos horas sin suerte. Quería arrojar algo; gritar a todo pulmón la injusticia en todo aquello.

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Mañana de viernes. No creía que pudiera pasar esas largas horas hasta el día de la visita, pero se las había arreglado para llenarlas de manera productiva.

Después de caer en la cama la noche que fue a ver a Shura, recordó sus compañeros de rol y cosplay.

Para empezar, podría pedir prestada la copia de los guiones a Kanon, que se los había hecho tipo libro, e incluso podría contactar al mismo Kurumada, si se veía en la necesidad.

El hombre bien podría vivir del otro lado del mundo pero Aioria no escatimaría gastos ni esfuerzos con tal de sacar a Shura de ese hoyo negro.

Comenzaría con pequeños diálogos de la serie. Si tuviera que hacerlo, podría memorizar el anime completo, pero sabía que las sagas favoritas de Shura eran las de Hades y Soul of Gold.

Aprendería algunas de las líneas, lo haría entrar en diálogos y continuaría desde allí.

Cualquier cosa para que su adoración le hablara.

Si tan sólo pudiera convencer a la mente de Shura de que el sueño era de hecho, una realidad... No sería fácil y seguramente podría ser contraproducente, pero estaba decidido a que funcionaría con el tiempo suficiente.

Al llegar al hospital, Aioria estacionó su auto y entró, encontrando al Dr. Odysseus esperándolo dentro de la entrada del Subnivel Dos.

El médico lo saludó con un apretón de manos y le preguntó si le importaba que observara desde las cámaras de seguridad.

-Deberías mantener esta visita breve como antes. Le han dado algo para calmarlo, pero parece sumamente lúcido. Te aconsejaría también si puedes evitar tocarlo.

Aioria sonrió. No tenía planes de tocar al español con otra cosa que no fuera su voz.

-Quizás debería decirle lo que tengo en mente para esta visita.

El Dr. Odysseus asintió, conduciendo al más joven al centro de control de cámaras.

Sus ojos se agrandaron con interés mientras escuchaba a Aioria exponer su idea.

-Eso en realidad podría funcionar. Lo hemos escuchado cantar esa canción una y otra vez, y nunca pensé en incluirla en su plan de tratamiento.

Es casi una canción de cuna para él. Si se pone nervioso, comienza a cantarla, también la canta antes de dormirse. Sí, Aioria, creo que tu idea es buena.

Le dio una palmadita al griego en la espalda mientras le indicaba al guardia que dejara que Aioria regresara a la sala de contención.

-Recuerda tomarlo con calma...

Le insistió, pero Aioria no tenía deseos de apresurar esto. Bueno, honestamente sí quería, pero sabía que era mejor no presionar la frágil mente del pelinegro.

Al escuchar el susurro de la llave de la tarjeta y el posterior clic de la cerradura cuando se abrió, Aioria se preparó para lo que pudiera ocurrir.

Una vez que entró y la puerta se cerró detrás de él, no supo por dónde empezar.

Shura se sentó acurrucado contra la pared del fondo como antes, pero a pedido del griego, las luces se habían atenuado con la esperanza de calmar al español aún más.

Sabía cómo se sentía bajo una iluminación tan intensa, solo podía imaginar que Shura sentía lo mismo.

Decidiendo mantener la distancia por el momento, se paró junto a la puerta y miró a la luz de su mundo.

Los ojos de Shura estaban desprovistos de emoción. Su rostro era una pizarra en blanco. La manera en que tensaba su mandíbula, lo hacía lucir aún más como ese personaje con el que tanto se identificaba y todo lo que Aioria pudo hacer fue reprimir una risita.

Todavía no estaba seguro de cómo comenzar una conversación, pero las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pensar en detenerlas.

-Buen día, Shura de Capricornio, el caballero de Leo solicita permiso para atravesar su templo.

Algo cruzó por el rostro del español. Fue tan rápido que Aioria estuvo casi seguro de que se lo había imaginado, pero cuando Shura inclinó la oreja como para escuchar con más atención, el chico se llenó de alegría.

Le vino a la mente otra línea que le pareció apropiada.

-Te ves terrible, caballero.

Su corazón se aceleró tres veces cuando una suave sonrisa se dibujó en el rostro de Shura.

-No peor que tú, chico de fuego.

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