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28- Enfrentando miedos y verdades

Se alegraba de que alguien hubiera recuperado su automóvil del aeropuerto después de su desaparición.

No creía que pudiera soportar haber conducido la camioneta de Shura después de su reciente descubrimiento.

¿Shura realmente lo había traicionado, o Kanon estaba repitiendo algo que Shura había dicho en su estado? ¿Se había metido Camus en la cama de su pareja a través de algún juego mental, cambiando sutilmente las percepciones del español sobre los eventos, hasta que éste se hubiera olvidado por completo de él?

¡Oh, todo eso era basura! ¡Tenía que ser!

Shura nunca renunciaría a que Aioria regresara con él, y Camus jamás le robaría al hombre que amaba.

Camus era un buen amigo. ¿No lo era acaso?

Aioria gruñó golpeando el volante con impotencia, mientras navegaba por la sinuosa carretera hasta la casa de Camus.

Sin embargo, eso explicaría por qué Camus no respondía a sus llamadas hoy.

Si Kanon había visto la noticia, entonces era lógico que Camus también lo hubiera hecho y estuviera evitando la confrontación que estaba a punto de tener lugar.

Furioso ante la idea de que Camus se encogiera de miedo en lugar de enfrentarse a él como un hombre, Aioria comenzó a rechinar los dientes mientras se detenía en el camino de entrada de la casa del francés.

Cerró de un golpe la puerta del coche, subió los escalones y golpeó la entrada principal.

Era una pura futilidad intentar calmarse ahora.

Obviamente, Camus tenía la culpa de la situación de Shura. No había otra explicación.

Incluso si Shura hubiera renunciado a encontrarlo, nunca habría traicionado el recuerdo de lo que compartieron tan fácil y rápidamente.

Cuando no recibió respuesta en la puerta, tocó el timbre y volvió a golpear. Al menos golpear la puerta estaba disminuyendo su agresión hasta cierto punto.

Justo cuando estaba a punto de dar media vuelta y regresar a su auto, escuchó una voz ahogada que gritaba "espere un maldito segundo", y toda la rabia que Aioria había reprimido se apoderó de su mente.

Todo lo que vio fue rojo.

Camus nunca había instalado una mirilla en la puerta, ya que rara vez estaba allí el tiempo suficiente para recibir muchas visitas.

Si lo hubiera hecho, podría haber reconsiderado abrirlo.

-¿Qué diablos es todo este jodido alboroto?

Fue todo lo que pudo decir antes de que un dolor agudo le atravesara la mandíbula.

Mientras se tambaleaba hacia atrás, fue lo suficientemente consciente como para escuchar un amortiguado
¡FUCK! de quién lo hubiera golpeado.

Volviendo la cabeza para ver si el idiota que lo había agredido todavía estaba cerca, porque definitivamente le patearía el trasero si lo estaba, los ojos de Camus se desorbitaron ante la aparición ante él.

¿Podría ser?

Era prácticamente imposible, pero el joven que apretaba y flexionaba los dedos mientras se frotaba los nudillos de la mano era de hecho su viva imagen. Solo el pelo largo le hizo detenerse.

El corazón de Camus se detuvo incluso cuando se esforzó por latir más rápido, las gotas de sangre de su labio inferior partido se borraron inconscientemente mientras se acercaba.

-¿Aioria?

-Sí, ¿quién más podría ser?

Preguntó, su irritación solo se atenuó por el hecho de que su mano lo estaba matando, y frotarla no estaba ayudando realmente. Probablemente se había roto los nudillos.

'Siempre se ve tan tranquilo, no parece alterarse...'

Pensó, sus ojos volviéndose duros de nuevo cuando cayeron sobre la mandíbula abierta y ya hinchada de Camus.

-¡Jesucristo! ¡Aioria!

La incredulidad de la situación pareció desvanecerse y Camus se abalanzó sobre el joven, atrayéndolo en un fuerte abrazo.

-Nunca pensé que volvería a verte... pero aquí estás... eres tú...

Declaró, con un toque de lágrimas coloreando sus palabras.

Momentáneamente distraído, Aioria se dejó abrazar, e incluso le devolvió el abrazo hasta que volvió a recordar la razón por la que estaba allí.

Todavía enojado, pero en un grado mucho menor desde que había golpeado al francés, le dio al hombre un firme empujón.

-No, apuesto a que era lo último que esperabas ver.

Impulsado de nuevo por su desdén por el otro joven, Aioria entró en la casa.

Camus cerró la puerta principal y siguió al griego a la pequeña pero ordenada sala de estar, su expresión era una mezcla de asombro por tenerlo ahí en su casa y confusión por las palabras y la ira con que fueron dichas.

-¿Esperaba verte? ¡Por supuesto que esperaba verte-

Aioria se dio la vuelta para mirarlo.

-Ahórrame, Camus. Sólo ahórrame las mentiras.

-Aioria, ¿de qué estás hablando? ¿Mentiras?

-¿Cuánto tiempo esperaste antes de hacer tu movimiento? ¿Y cómo lograste que él se olvidara de mí, que dejara a un lado lo que teníamos y se volviera hacia ti?

Las lágrimas llenaron los ojos de Aioria, pero las mantuvo bajo control por el momento.

De repente, todo encajó para Camus. Esta no iba a ser una reunión feliz. Al menos ahora entendía por qué el griego había tratado de darle una paliza cuando abrió la puerta.

Se vio obligado a admitir su culpa, su mano y su juego en todo este desastre.

Exhalando pesadamente, pasó junto a Aioria y entró en la cocina sin mirar atrás.

-¿Quieres una cerveza?

Ofreció antes de sacar una de la nevera.

-¡Quiero respuestas, idiota! ¡No una maldita cerveza!

Aioria exigió mientras seguía la espalda de Camus.

El peliagua tomó otra de todos modos y la puso sobre la mesada.

-¿Quieres hablar de esto aquí o en la otra habitación donde podamos sentarnos cómodamente?

Nunca había esperado tener que responderle a Aioria sobre todo lo que había sucedido, pero como no había forma de evitarlo, se lo iba a dar al joven directamente, sin tonterías, y se lo dijo a Aioria.

El truco más grande ahora era mantener la calma frente a la ira del griego.

Aioria se desinfló un poco, agarró la botella y regresó a la sala de estar.

Se dejó caer en el sofá sin gracia, girando la tapa de su cerveza y sosteniéndola en su mano.

La sensación de los bordes dentados contra su palma le dio algo en lo que concentrarse además de Camus y sus emociones en guerra.

El francés se sentó en el otro extremo del sofá y Aioria esperó expectante a que comenzara.

-Nunca te lo robé...

El griego abrió la boca para protestar, pero Camus le lanzó una mirada que lo hizo callar rápidamente.

-Lo que sucedió entre nosotros tardó mucho en llegar. No voy a negar que amo a Shura, o que lo amo desde siempre, pero nunca me interpuse entre ustedes, y nunca hubiera dejado que sucediera, si hubiera tenido la más mínima noción de tu supervivencia.

Sólo una palabra salió de los labios de Aioria, y fue tan suave que Camus no estuvo seguro de haberla escuchado, hasta que los ojos del griego se posaron avergonzados en su propio regazo.

-¿Me llamas mentiroso? ¿Tienes alguna puta idea de todo por lo que pasó ese hombre porque le fallé? Porque 'moriste' y yo no estaba allí para consolarlo como amigo, hasta que fue demasiado tarde.

Y para cuando supe lo que estaba pasando por su mente, ¡ya estaba al límite!

A Camus se le quebró la garganta y le dio un largo trago a su cerveza.

-¿Tienes la más mínima idea de cómo fue para mí encontrarlo tirado en un charco de su propia sangre? ¿De tener que limpiar ese desastre? Tuve pesadillas durante semanas después de eso, Aioria!.

Camus se detuvo el tiempo suficiente para ordenar sus pensamientos e intentar controlar su temperamento con un pellizco firme en el puente de la nariz.

-Porque después de ti, fui su mejor amigo, y le fallé. Dejé que ese hombre se hundiera en una depresión tan profunda que casi le cuesta la vida. Y nunca me perdonaré por fallarle de esa manera...

Aioria miró entonces hacia arriba. Ver el remordimiento en los ojos de Camus fue difícil, pero todavía estaba demasiado herido para confiar en lo que veia allí.

-Así que pensaste que te ayudaría co-

Aioria se detuvo. Camus estaba siendo muy adulto con esto, y él también lo intentaría. No había ninguna razón para ser grosero.

- ¿Te ayudaría dormir con él?

Golpeando la botella contra el extremo de la mesa, con suficiente fuerza para hacer que Aioria saltara, Camus se puso de pie, sus dedos enterrándose en su cabello mientras trataba de no gritarle al hombre más joven.

¿Cómo podía Aioria pensar que él era tan insensible? Tenía que hacerle ver que no era el único que había tenido sentimientos rotos.

-¡No quería! Me suplicó que lo ayudara a sanar, Aioria. Estaba cansado de sufrir, ¡y todo lo que quería era que el dolor de perderte se fuera!

Traté de alejarlo, lo hice. Tres oportunidades le di para que cambiara de opinión, porque tenía un presentimiento de lo que sucedería si no estaba seguro. Pero me juró que era lo que quería...

Los ojos de Aioria miraron hacia otro lado mientras Camus continuaba.

-Tal vez no debimos haberlo hecho. Tal vez debería haberlo alejado esa noche. Pero no podía correr el riesgo de lo que le haría a su mente, alejarme de él nuevamente.

Independientemente de lo que piensas de mí, no soy tan insensible...

Aioria miró hacia la pared del fondo donde colgaba un cuadro y se acercó a él, olvidando la botella de cerveza en la mano.

Las figuras posaban alegremente disfrazadas de caballeros del zodíaco, Capricornio, Leo y Acuario, sonriendo como si el mundo estuviera a sus pies.

El más mínimo indicio de una sonrisa apareció en los labios de Aioria.

Eran tiempos felices. Sintió la presencia de Camus a su lado pero no lo alejó.

El suave acento francés del peliagua irrumpió en sus pensamientos.

-Lo que no daría por tenerlo de regreso de esa manera otra vez.

Las lágrimas picaron una vez más en los ojos de Aioria. Parecía que todo lo que hacía últimamente era llorar, y estaba malditamente cansado de eso.

-Quiero odiarte.

Confesó, dándole la espalda a Camus, mientras caminaba de regreso al sofá.

-Sería mucho más fácil si pudiera odiarte; si pudiera echar toda la culpa a tus pies y nunca mirar atrás.

Sintiendo a Camus detrás de él, se volvió y lo miró directamente a los ojos.

-Pero no puedo hacer eso. Porque en mi corazón sé que eres un buen hombre. Y sé que Shura no se ha alejado de mí, ni siquiera buscando consuelo en tus brazos. Simplemente no puedo superar el miedo de que lo hallamos perdido para siempre, Camus...

Con la pronunciación del nombre del otro hombre, la voz de Aioria se quebró y soltó un torrente de lágrimas.

El francés le quitó la botella aún llena al griego y la dejó a un lado, apresando al joven entre sus brazos. Era bueno tenerlo en casa, incluso si las circunstancias en las que se encontraban apestaban como huevos podridos.

Envuelto en las emociones que rebotaban como una corriente eléctrica a través de la habitación, Camus se sorbió sus propias lágrimas.

-Sólo quería honrar tu memoria cuidándolo, Aio. Eso es todo lo que me propuse hacer. Nunca quise lastimar a ninguno de los dos, y lo siento mucho por hacerlo. Por favor, perdóname...

Dos hombres jóvenes pero adultos, en el centro de la sala de estar, se encontraron en un fuerte abrazo, rindiéndose por fin al dolor que se había instalado dentro de ellos durante meses, hasta que finalmente la marea de emociones retrocedió y se separaron.

Aioria fue el primero en hablar, intentando aligerar el sombrío estado de ánimo.

-Hombre, te ves como una mierda!

Sonrió mientras se limpiaba las lágrimas restantes de sus mejillas, y Camus soltó una carcajada.

-¡No te ves mejor, amigo! ¿Y podemos hacer algo con ese cabello? ¡Sigo pensando que debería llamarte 'chica'!

El corazón de Camus se enterneció al ver una verdadera sonrisa en el hermoso rostro del griego.

-Sí, supongo que debería ocuparme de un recorte. ¿Crees que Hyoga todavía me atenderá?

Bromeó mientras recogía su cerveza.

Hyoga, su peluquero-barra-esteticista, era un joven alto de una belleza insondable, con cabellos rubios y brillantes como el sol, una personalidad encantadora y una sonrisa cautivadora que rivalizaba con la suya.

Se tomaba su trabajo muy en serio, y "disgustado" era una buena forma de expresar a cómo reaccionaría al ver el nido de ratas en que se había convertido su cabello.

Al ver la mueca de Aioria ante el comentario, Camus se dio cuenta de la propia ternura facial del griego.

-¿Quieres un poco de hielo para esa mano?

Preguntó, volviendo a la cocina.

-Si tu mano duele la mitad de lo que me duele la mandíbula, la vas a necesitar.

~¤~¤~¤~¤~¤~¤~¤

Unas horas más tarde, Aioria se dirigía a casa.

Camus y él habían llegado a la conclusión de que era mejor dejar lo pasado atrás y volver a la amistad. No podían cambiar el pasado, y lo único que aliviaría la conciencia de ambos era ver a Shura restaurado a su antiguo yo.

No iba a ser fácil. Por lo que Camus le había dicho, Shura no respondía.

Como Camus no era de la familia, no le dieron más información. Los intentos de contactar a cualquier miembro de la familia de Shura habían fracasado, por lo que el francés quedó a la deriva sin obtener más noticias del estado del español.

Fue bueno que Aioria estuviera de regreso, ya que tenía un poder notarial para actuar en nombre de Shura en momentos como ése, del que Camus no estaba al tanto.

Que el personal del hospital hubiera pasado por alto esa información era algo de lo que Camus se alegraba.

Aioria se sintió sobrecargado de información. Necesitaba saber qué había sucedido en su ausencia, pero había un límite que el cerebro humano podía digerir.

Especialmente cuando dolía tanto pensar en ello.

Lo primero que debía hacer, pensó mientras se detenía en el camino de entrada, era llevar el poder al hospital y hablar con los médicos.

Sin saber en qué estado se encontraba su pareja, no había forma de que pudieran planificar su tratamiento.

Entrando en la quietud de la casa, Aioria cerró la puerta detrás de él y fue directo rumbo a la cama.

El último pensamiento que cruzó por su mente antes de que se durmiera, fue la oración silenciosa para que pronto pudiera ver a Shura.




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