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20- Volver a casa

Había pasado una semana y Shura estaba libre.

O al menos lo estaría, tan pronto como terminaran sus papeles de alta y Camus llegara a recogerlo.

No había sido fácil, y Dios sabía que no había sido divertido, pero había logrado convencer al Dr. Odysseus de que lo peor había pasado y estaba listo para reanudar su vida. Incluso si iba a ser sin Aioria.

Suspiró cuando el último pensamiento le pesó en el corazón. Sus ojos amenazaban con derramar lágrimas, pero quiso contenerlas cubriéndose con pensamientos de su inminente liberación.

Había sido más o menos cómo había funcionado durante toda la semana.

«Aleja los pensamientos para pensar en ellos algún otro día». Ese había sido su mantra.

Pero no había engañado al Dr. Odysseus. Oh no. El hombre pequeño había dejado que Shura pensara que tenía la ventaja durante las primeras dos reuniones, y luego lo atacó con armamento pesado en la tercera visita, dejándolo temblando y sollozando.

Shura había comenzado a pensar que Doc lo había disfrutado demasiado.

"Bastardo sádico", murmuró mientras los pensamientos de esa tercera sesión se abrían paso hacia la superficie.

-¡Ah, Shura! Entra, siéntate-, invitó el Dr. Odysseus con una sonrisa mientras terminaba de regar sus violetas africanas.

Shura obedeció, tomando el único asiento frente al enorme escritorio de caoba.

Había querido preguntarle al médico qué tanto pesaba uno de esos escritorios; Shura calculó unos buenos trescientos kilos.

El médico continuó sonriendo mientras abría su historial y garabateaba su firma en algunas páginas antes de comenzar.

Su comportamiento indiferente adormeció a Shura con una falsa sensación de seguridad. Él se había desempeñado bastante bien, si la actitud del médico hacia él era una indicación.

Parecía haberse ganado su favor, ya que le quitaron la vigilancia de prevención de suicidio y le permitieron una habitación normal con ducha privada e inodoro después de sólo dos sesiones.

Shura comprendió que los lujos comunes tenían un precio muy alto.

-Entonces, Shura...- comenzó el Dr. Odysseus a la ligera,

-Cuénteme acerca de esas pesadillas que sigue teniendo sobre Aioria.

Tan pronto como hubo terminado su oración, el médico captó y sostuvo la mirada del español con los ojos abiertos.

Se sentía como un ratón atrapado fuera de su agujero por el feroz gato doméstico.

No había ningún lugar al que acudir, ningún lugar al que huir, y el médico esperaba una respuesta.

Ahora.

-No estoy seguro de saber de qué estás hablando.

Había contrarrestado Shura, sus palmas comenzaban a sudar.

Había sido todo lo que pudo hacer para mantener el temblor fuera de su voz.

-Mis cámaras de seguridad cuentan una historia diferente, Shura. Seguramente ya no estás dando vueltas sobre los problemas. Si no, puedo reproducir el video por ti. Aunque la calidad del audio no es a la perfección, es entendible.

Shura lo interrumpió con un gesto de la mano.

Bien, entonces su mente inconsciente no estaba a la altura para actuar.

Mientras el Dr. Odysseus esperaba una respuesta, el español se dio cuenta de que la farsa había terminado. No iba a salir de esto sin un serio enfrentamiento emocional.

Frotando sus palmas en sus jeans, su cabeza cayó a su pecho con resignación.

-Es el mismo sueño que tenía antes de esto,

Dijo, agitando las manos en el aire para ilustrar su encierro.

-Estoy persiguiendo un grial a través de un bosque, desnudo y con mucho frío. El grial es Aioria. Lo entiendo. Simplemente no puedo atraparlo.

Un escalofrío recorrió su columna y miró al médico.

El Dr. Odysseus respiró hondo.

-Tienes que aceptar que no vas a atrapar ese grial, Shura. Siempre estará fuera de tu alcance.

Cruzando las manos sobre el escritorio, continuó:

Sólo una vez que puedas soltarlo, comenzarás a sanar. Perseguir lo inalcanzable es una ocupación noble pero ingrata.

Ese fue el punto donde comenzaron las lágrimas. La opresión en su pecho amenazaba con sofocarlo sólo con la constricción de su órgano vital.

No sabía cómo soltarse y se lo dijo al médico.

El Dr. Odysseus no intentó apaciguarlo; su profesionalismo y rigidez solo parecieron intensificarse cuando los ojos de Shura suplicaron piedad en su dolor.

Esta no tardó en llegar.

Eso fue hace cuatro días. Las siguientes dos sesiones había llorado considerablemente, pero no tanto como en ese primer avance.

Había hablado y hablado hasta que no pudo soportar oír su propia voz. Sin embargo, el Dr. Odysseus nunca se cansaba de eso.

Por el contrario, fue bastante alentador con los arrebatos emocionales, la rabia y la calma después de la tormenta.

Según el médico, Shura finalmente se puso en contacto con su dolor de una manera saludable.

Los últimos dos días, el buen médico hizo que el español realizara asociación de palabras con imágenes, y parecía que Shura debía haber pasado con gran éxito, porque el médico finalmente le dio la noticia que había estado esperando desde que despertó en la UCI: iba a casa.

Así que ahora estaba sentado en su cama, vestido con la ropa que Camus había dejado a las enfermeras un par de días antes (por si acaso) y esperando los papeles del alta, al igual que a Camus.

No había forma de saber cuál llegaría primero a este punto.

Había estado esperando a que la enfermera le trajera sus papeles durante las últimas dos horas.

Camus había dicho que estaría allí tan pronto como terminara de hacer algunos recados por su trabajo.

Shura se consideraba un hombre paciente, pero esto estaba poniendo a prueba incluso sus límites.

A las tres en punto, un ligero golpe en su puerta anunció una visita, y Shura se alegró de ver entrar a su enfermera favorita.

-Lamento la demora en su liberación, Sr. Valladares.

Se disculpó, sacando un bolígrafo de su chaqueta médica mientras tiraba de la mesa de la bandeja al lado de la cama.

-No podía dejar que se fuera sin decirle adiós y buena suerte. Espero que no se enoje conmigo por hacer que retengan su papeleo hasta que llegué a mi turno.

La mirada de duda en sus ojos marrones derritió su corazón mientras se mordía el labio inferior en un movimiento con el que él estaba muy familiarizado.

-No hay forma de que pueda estar molesto contigo en lo más mínimo, Jessica. Me has tratado con nada más que amabilidad durante mi estadía aquí, y estoy en deuda contigo.

Sus suaves palabras hicieron que sus mejillas se sonrojaran mientras sonreía.

-Bueno, entonces sólo necesita firmar esta montaña de papeles y revisar sus órdenes de alta y es libre de irse.

Le entregó el bolígrafo a Shura y, mientras él firmaba documento tras documento, miró expectante a su alrededor:

-¿Tiene alguien que lo lleve a casa, Sr. Valladares?

Con una sincronización impecable, una voz suave pero grave anunció:

-En realidad no diría que lo llevaré en brazos, pero lo llevaré a su casa de todos modos.

La cabeza de Shura se dio la vuelta y una gran sonrisa se plasmó en su rostro.

-¿Qué sabes de mis dos personas favoritas en una habitación juntas?

Levantándose de la cama tan rápido que casi volcó la mesa, atrapó a Camus en un abrazo feroz.

-Cam, creo que ya conoces a mi enfermera favorita, la señorita Jessica.

-Ni deberías decirlo...

Dijo, sonriéndole y dándole un guiño que provocó otro sonrojo.

Sr. Verseau, es un placer volver a verlo. Y en circunstancias mucho más agradables esta vez.

La sonrisa de Jessica continuó mientras recogía los papeles firmados.

-Los llevaré al escritorio y conseguiré una silla de ruedas.

Cuando casi había salido por la puerta, se dio cuenta de lo que había dicho y los ojos de Shura se agrandaron.

-¿Una silla de ruedas?

Después de explicarle que era política del hospital y que Camus podía llevarlo escaleras abajo y hasta la entrada principal, el pelinegro se calmó.

-No quisiera irritar a los jefes...

Sonrió inocentemente. Cuando ella salió de la habitación, Camus tomó a su amigo en otro abrazo de oso.

-Maldita sea, Shura, parece que ha pasado una eternidad desde que te traje aquí...

Susurró contra la mejilla del otro hombre. Shura asintió con la cabeza, su mejilla recién afeitada estaba irritada por la incipiente barba de unos días del rostro del francés.

Sin considerar sus acciones, Shura se echó hacia atrás y agarró el rostro de Camus entre sus palmas, luego se inclinó y plantó un firme beso en los labios de su amigo.

Soltándose de los brazos del francés, Shura fue al armario a buscar su chaqueta.

Camus se quedó en silencio donde lo había dejado, sus cejas arqueadas por la sorpresa mientras trataba de asimilar lo que acababa de suceder.

-No leas nada, Camus -le gritó su mente, y él escuchó ... a medias.

El lado racional de su cerebro negó cualquier doble intención por parte de Shura; los pensamientos irracionales que revoloteaban en su cerebro eran mucho más agradables de entretener.

__No, Shura está contento de salir de aquí y volver a casa__, dijo su mente racional, así que deja de avivar las brasas de un fueguito que nunca será.

Cuando Shura se dio la vuelta al oír el sonido de la puerta que se abría, el rostro de Camus había recuperado la compostura y ambos le sonrieron a la enfermera.

Shura se dejó caer en el asiento y Jessica ajustó los reposapiés, dándole a Camus una mirada de toma de control mientras le sonreía.

-Está bien, joven Verseau, es todo suyo.

Con la velocidad de un rayo, Jessica se inclinó y besó al español en la mejilla.

-Buena suerte...

Susurró y le apretó la mano.

Un humilde asentimiento y una gran sonrisa fue la respuesta que recibió, y cuando Camus lo empujó por el pasillo por última vez, Shura gritó con un gran movimiento de su brazo:

¡Adelante Verseau! Hay mujeres y niños esperándonos para que salvemos el mundo de la maldad!.

El sonido de la risa de Camus resonó en las paredes antes de hablar.

-Será mejor que te controles hasta que salgamos de aquí, amigo. ¡Es probable que te retengan, idiota!

Shura y Aioria solían jugar a ser los Santos de la diosa Athena y cada uno tomaba su lugar por signo zodiacal. Shura era Capricornio y Aioria era Leo, por lo tanto Camus era Acuario.

Shura cambió de tema, preguntándole si tenía hambre porque la comida del hospital había terminado apestando.

Podrían pasar por el mercado de camino a casa porque tenía ganas de un poco de café negro y chocolates. Camus se rió entre dientes de su amigo mientras se ubicaban en el auto.

Definitivamente Shura estaba mejorando.

************************************

-Estoy condenado.

La cabeza de Shura se volvió ante la declaración, para observar el rostro del hombre de ojos azul violaceos mientras circulaban entre el tráfico del centro de la ciudad.

Sin embargo, la expresión de Camus era cerrada, y español no tenía la sensación de que fuera a darle más detalles, por lo que hizo la pregunta obvia:

-¿Por qué estás condenado?

Cuando el francés no respondió, Shura arqueó una ceja hacia su amigo y suspiró suavemente mientras se recostaba en el asiento.

Habían hecho todas las paradas que Shura había solicitado y ahora regresaban a la casa, para descansar y relajarse.

El español sostuvo la bolsa de café y los chocolates en su regazo como si fueran de oro.

Nunca había pasado tanto tiempo sin chocolate, y su boca anhelaba el dulce agridulce.

Casi gimió en voz alta ante la idea de tumbarse en el sofá con su taza de café en una mano y la bolsa de chocolates en la otra.

A menos de cinco millas por la carretera, Camus repitió su taciturna declaración, sin mostrar todavía ninguna inclinación a divulgar la fuente de su angustia.

Shura optó por ignorarlo esta vez, entendiendo que a veces solo tenías que ordenar las cosas en tu cabeza antes de poder explicárselas a alguien más.

La naturaleza indulgente de Shura era algo que todos admiraban de él, pero se desvaneció por completo cuando, después de otras cinco millas, Camus reiteró su declaración.

-¡Maldita sea, Cam! ¿Por qué estás condenado? Me estás volviendo loco con dos simples palabras, algo que nunca antes había creído posible.

-Verás.

Otra palabra suelta, pero al menos esta vez dio un poco más de información. Iba a ser incluido en la angustia de su amigo... O su alegría.

Mientras doblaban la última curva antes de su casa, la mente de Shura jugó a "conectar los puntos" y gritó bastante fuerte.

-Cam, dime que no...

Su voz se fue apagando mientras miraba de reojo a su amigo. Camus no hizo ningún comentario de una forma u otra, pero no tenía por qué hacerlo.

Cuando el menor se detuvo en el camino de entrada, Shura notó media docena de vehículos familiares alineados en su calle.

Todos los pensamientos de una noche tranquila y relajante volaron por la ventana.

El rostro del francés seguía siendo una pizarra en blanco cuando aparcó el coche.

Antes de que pudiera quitar la mano de la palanca de cambios, Shura la agarró y la apretó con la fuerza suficiente para que su mejor amigo lo mirara.

Cuando Camus se encontró con la mirada del español, el más mínimo indicio de una sonrisa apareció en una esquina de su boca.

Con una sonrisa idéntica y un brillo increíble en sus ojos, Shura declaró con decisión:

-Camus... estás condenado.

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