Hoy era un día de descanso para la tribu, por lo que Nori practicaba su griego mientras al mismo tiempo le enseñaba al joven su idioma.
Ella había reunido algunos elementos de la isla y ellos practicaban diciéndolos, turnándose para usarlos en oraciones y frases.
Nori se había acostumbrado al idioma griego con bastante facilidad. Disfrutaba la forma en que las palabras se envolvían alrededor de su lengua y la fuerza para expulsarlas no era tan fácil como con su idioma.
Ahora, escondiendo el contenido de la canasta en su regazo, sacó el primer artículo.
-Rock... - le dijo.
El hombre repitió la palabra y luego proporcionó la traducción griega:
-βράχος (roca)
Cada uno de ellos dijo la palabra un par de veces más, antes de que ella sacara el siguiente elemento.
-Flowers
Dijo con reverencia, sacando un ramo de flores blancas con pétalos en forma de palas de hélice de barco.
La mandíbula del joven se tensó. Conocía esa flor.
-Adelfa blanca...
Susurró, tomando las flores entre sus dedos y mirándolas intensamente.
Cuando ella trató de repetir sus palabras, tropezó en sus letras.
-¡Oh, lo siento!
Se rió, dándose cuenta de que se había perdido en un sueño.
- λουλούδια (Flores)- afirmó, devolviéndoselas.
-Fo-lo-rres
Ella imitó, luego frunció el ceño. No sonaba para nada como la dulce sedosidad que brotaba de los labios masculinos.
-Cerca... λουλούδια...
Pronunció de nuevo, esta vez enfatizando el movimiento de sus labios en una mueca.
Nori repitió la palabra, esta vez a la perfección, incluido el fruncimiento.
Él le sonrió, sus ojos brillaban de felicidad.
-Te aprecio mucho, querida amiga.
Miró hacia abajo, pasando los dedos por la arena como si creara una cuadrícula de ta-te-ti.
Se detuvo en la mitad de la línea cuando su cabeza se levantó bruscamente, una mirada tonta de confusión en su rostro.
-¿Hablo español?
Era como si se hubiera abierto una grieta en la represa, dejando escapar la más pequeña cascada de esperanza.
Esperanza por su pasado y esperanza por el futuro.
El joven estaba extasiado, hasta que recordó que todavía no sabía su nombre.
-¡Cojones!
Gritó, golpeando su puño en la arena y sorprendiendo a Nori.
Ella estaba cada vez más perturbada por sus cambios de humor, aunque era difícil para ella comprender su frustración. Después de todo, ella conocía su pasado. Ella no estaba constantemente parada en el borde de un precipicio esperando caer.
Expulsando su agravio con un sincero suspiro, la miró con tristeza.
-Creo que es suficiente por hoy, ¿no?
Extendió la mano y le dio unas palmaditas en la mano, sujetándola mientras se levantaba y la ayudaba a ponerse de pie.
Una sonrisa burlona apareció en la esquina de su boca mientras se inclinaba hacia adelante, besándolo suavemente en la mejilla. Él le devolvió una sonrisa vacilante y se alejó de ella.
Nori lo llamó cuando él estaba a solo unos pasos de distancia. Se acercó a él mientras él se volvía hacia ella.
Extendiendo su mano para agarrar la de él de nuevo, colocó suavemente las flores en su palma hacia arriba.
- λουλούδια..., suspiró, su voz una caricia melodiosa.
Aunque sabía que la palabra tal vez no era exactamente correcta, tuvo el efecto deseado: él sonrió de verdad, sus dientes blancos relucían.
Sin decir otra palabra, ella se alejó. El joven caminó hasta la orilla del agua y se sentó en la arena.
No sabía qué habría hecho sin el mar para calmar su mente cansada.
Allí permaneció hasta mucho después de la puesta del sol, disfrutando del reflejo de la luz de la luna sobre las olas, las crestas blancas lanzándose unas sobre otras en una eterna danza de apareamiento entre amantes, con una ramita de adelfa colocada detrás de la oreja.
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Cuarenta y ocho horas. Dos días enteros. Ese había sido el tiempo que les llevó estabilizar a Shura.
Durante todo ese tiempo, Camus se había quedado en el hospital, sin querer dejar solo a su amigo aunque no pudiera estar en la misma habitación.
Había observado el ascenso y descenso poco profundos del pecho del español, a través de las pesadas ventanas de vidrio, la cánula nasal llenando sus pulmones con oxígeno precioso y vivificante. Había dos pares de intravenosos, uno en cada brazo, que le nutrían la sangre y el cuerpo con fluidos, uno de los cuales había sido su propia sangre a través de transfusiones.
Las enfermeras eran un flujo constante de tráfico entrando y saliendo, volviéndolo medio loco con su comportamiento eficiente y serio.
Podía apreciar su devoción al deber, pero la falta de información le estaba carcomiendo los nervios.
Kanon había sido el que lo había traído al hospital, después de que intentó conducir su propio vehículo y terminó atropellando los botes de basura al final del camino de entrada a la casa de Shura.
Camus había hablado lo suficiente para dar los detalles generales, pero el griego sabía que el menor estaba reteniendo las partes más inquietantes.
Eternamente pragmático, Kanon se había quedado el tiempo suficiente ese día para asegurarse de que Camus comiera y bebiera, diciéndole que a Shura no le beneficiaría que él también se enfermara. Ante eso, el francés había engullido su sándwich y un refresco de cola.
Poco después, el gemelo se fue para intentar enmendar los daños e informar al resto del grupo sobre lo que había sucedido.
Era una tarea lúgubre y estaba agradecido de no tener que lidiar con Aioria.
Por supuesto que Aioria era la causa de todo esto ¿no es así?
Camus se reclinó en el sillón. De ninguna manera era cómodo, pero cumplió su propósito.
Con la esperanza de que la información llegara pronto, se quedó dormido.
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El agudo pitido de la máquina electrónica lo despertó inesperadamente.
Una vez que se orientó, corrió hacia la ventana de la UCI y vio cómo dos enfermeras se cernían sobre Shura.
La enfermera pulsó botones en los paneles de visualización mientras el enfermero le tomaba la temperatura y revisaba el vendaje de su muñeca.
Al no haber tenido suerte con las mujeres del personal, Camus intentó interrogar al hombre sobre la condición del español.
-Por favor, enfermero ...
Suplicó, tocando ligeramente el brazo del hombre mientras salía de la habitación.
El enfermero arqueó las cejas y preguntó si él era de la familia.
-En todo menos en el sentido legal, respondió secamente.
El hombre miró a Camus a los ojos. Lo había visto allí durante los últimos dos días y sabía que debía haber una fuerte conexión entre ellos.
No pudo evitar ceder mientras veía el dolor y el miedo parpadear dentro de esas profundidades azul violaceas.
-Físicamente, a pesar de una ligera fiebre y una desagradable laceración en la muñeca, tu amigo está bien... ahora mentalmente...
Se interrumpió, sin saber cuánto debería divulgar.
-Por favor, sea cual sea el resultado, debo saberlo.
Esa voz que podía enamorar a cualquier mujer cuando leía en voz alta en la biblioteca, se quebró en la última palabra.
El enfermero le puso una mano reconfortante en el hombro.
-Mentalmente, tu amigo no está bien. Una vez que recupere la conciencia, será transferido a la unidad psiquiátrica.
Ante la repentina angustia en el rostro de Camus, el hombre agregó:
-Es un procedimiento estándar en los intentos de suicidio.
El francés asintió entendiendo.
-¿Alguna idea de qué tan pronto será eso?
El profesional negó con la cabeza y suspiró.
-Cuanto antes mejor, es todo lo que le puedo decir. Perdió mucha sangre. Sólo tenemos que rezar para que no haya causado ningún daño permanente.
Desanimado, Camus se volvió hacia la ventana y miró a su amigo.
-¿Qué fue todo el ruido hace un rato?
-¿El pitido? Su saturación de oxígeno cayó por debajo de lo que queríamos. Así que aumentamos su proporción y le pusimos la máscara en lugar de los tubos.
Observó al joven contemplar el nuevo aparato.
-Sabes, dicen que una voz familiar puede ayudar a que la gente regrese. ¿Qué te parece si lo intentas?
Ver los ojos del otro hombre iluminarse lo hizo sentir mucho mejor con respecto a su trabajo.
-Sin embargo, sólo cinco minutos, ¿de acuerdo? No quiero exagerar.
Camus asintió y le dio las gracias al hombre, estrechándole la mano con una sonrisa en el rostro por primera vez desde el incidente.
El enfermero lo dejó entrar a la habitación, manteniendo la puerta abierta de par en par.
Cuando el francés entró, el olor a antiséptico lo golpeó con toda su fuerza. Se acercó a la cama con cautela, como si Shura fingiera estar dormido y pudiera saltar para sobresaltarlo en cualquier momento.
Ahora que finalmente estaba allí, no sabía qué decir. Revolvió los mechones cortos verdinegros y miró la forma tendida de su amigo.
-Mírate, amigo. Todos estos tubos y cables. Pareces una marioneta con todas estas cosas...
Dijo, agitando la mano por la habitación en explicación.
Sacó el taburete de la esquina de la habitación y se sentó junto a la cama.
-Ah, Shura... maldita sea hombre, ¿en qué estabas pensando? Sé que no soy la voz que quieres escuchar, pero soy lo que estarás recibiendo de todos modos. Dios me ayude si eso te lleva para el otro lado; yo creo que entonces podría unirme a tí...
Tuvo que meter la mano debajo de las mantas para encontrar su mano; lo que encontró adherido a ella lo perturbó más.
Restricciones. No las había visto mientras la enfermera revisaba sus vendajes. Debió quitárselas para hacer eso.
La mano que puso sobre la manta estaba fría, pero no helada. Acarició los dedos con ternura, regocijándose incluso en ese pequeño contacto.
No podía imaginar cómo sería no tener a ese hombre en su vida. Compartían mucho en común; Camus nunca había conocido un espíritu tan afín al suyo.
No podía imaginar la profundidad de la desesperación que había llevado a Shura a tal locura.
Lo que realmente le molestaba era que no lo había visto, hasta que ya fue demasiado tarde.
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Había llorado tanto que sus conductos lagrimales se habían secado hacía mucho tiempo, pero eso no impidió que su pecho se encogiera mientras lloraba por su amigo.
-Shura, amigo, tienes que despertar. Tienes que mejorar. Ya fue demasiado malo perder ese fuego intenso que era Aioria ... perderte a tí me mataría. No dejes que tu luz de luna siga a su sol ardiente.
Se inclinó hacia adelante y besó al español en la frente, respiró hondo estoicamente y volvió a poner la mano de Shura debajo de la manta con una palmada.
-En todo momento, estaré afuera si necesitas algo.
Se dio la vuelta, pasó una mano por su rostro cansado y alcanzó la manija de la puerta.
-Camus.
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