
10- Negando la realidad II
Dolor.
Era consciente de todo lo demás excepto del dolor. En su cabeza, en su cuello, y ... oh sí, en su pie izquierdo. La habitación dio vueltas y un fuerte chorro de sangre bombeó en su cráneo mientras trataba de sentarse.
-Ahrrgg... mierda...
Gimió, apretando los ojos con fuerza y deseando que la bomba en su cabeza dejara de hacer tictac y finalmente explotara. Ni siquiera había abierto los ojos todavía y sentarse completamente derecho estaba fuera de discusión.
Iba a necesitar una palanca para abrir sus párpados, pesados como plomo, de eso estaba seguro.
Cada parte de su cuerpo se sentía como si estuviera cubierto por una cota de malla.
El solo esfuerzo que le llevó llevarse la mano a los ojos y cubrirlos, en ese caso de una luz muy brillante, fue suficiente para dejarlo sin aliento mientras el dolor cantaba con su melodía desenfrenada a través de sus miembros.
'Te hiciste esto a tí mismo, idiota'
Pensó y cómo la verdad dolía.
Apenas abriendo sus ojos, se dio cuenta de que el sol se había movido lo suficientemente alto como para que ya no estuviera rociando su vibrante luminosidad a través de las ventanas delanteras.
Tomando esto como un buen augurio, empujó sus párpados hacia arriba y abrió los ojos por completo.
El latido en su cabeza estaba disminuyendo. Aparentemente, las resacas no eran tan malas después de la décima - ¿o era la duodécima ya? - borrachera.
El dolor en su cuello sin embargo, estaba gritando un lamento de banshee.
Empujándose hacia arriba con toda la fuerza que pudo reunir, se levantó lo suficiente como para recostarse contra los cojines.
Su pie, o tobillo en realidad, yacía inerte sobre la mesa de café. Era asombroso que pudiera sentir su pierna, la forma en que había sido inmovilizada debajo de la otra, contra el borde de la mesa.
Levantó con cautela su pierna izquierda y la dejó en el suelo, siseando con los dientes apretados cuando la sensación comenzó a regresar a sus dedos de los pies.
'Esto es lo que tienes que esperar en una vida sin Aioria'
Se dijo, mientras el hormigueo en los dedos de los pies se combinaba con las lágrimas detrás de los párpados.
Cerrando los ojos y rindiéndose al dolor una vez más, recordó algunos de los hechos de la noche anterior.
Había hecho la lista de personas a las que debía llamar. Preparativos. Sí, eso había comenzado la espiral descendente. La finalidad de todo.
"¿Por quién suena la campana ... suena por tí, señor Valladares"
Le cantaba su cerebro, burlándose de él, más profundamente en la memoria.
Su intento de limitar su consumo había sido dejado de lado después de que las imágenes de Aioria, bañado por la luz del fuego del hogar, con los labios entreabiertos por la pasión mientras se retorcía debajo de él, se habían deslizado en su corriente de conciencia.
Se había bebido toda la botella en aproximadamente una hora y, mientras esperaba que los efectos adormecedores del líquido tibio se activaran, usó el cuello de la botella para escribir el nombre de Aioria repetidamente en la alfombra del piso de felpa mientras colgaba del borde del sofá.
Los recuerdos se detuvieron allí; debió haberse desmayado en ese momento.
Abrió los ojos de nuevo, viendo la tablet colocada directamente frente a él. La alcanzó, luego vaciló.
Sabía que no podía posponerlo más; pero dolía muchísimo.
Un grito urgente de su vejiga tomó la decisión por él.
Él aliviaría esa tensión, se quitaría la sensación de sarro de la boca y tal vez incluso se ducharía.
Dios, ¿cuántos días habían pasado sin ducharse? Ni siquiera podía recordar.
La lista esperaría.
************************************
Un viento fresco marcaba el comienzo del otoño, en el día que volvería a vivir una y otra vez mientras respirara, y probablemente incluso después.
Se había encargado de todo, tal como había dicho, en el plazo de una semana.
Permitiendo un par de días más para que Aioros, Sísifo e Ilias llegaran desde Atenas, el grupo ahora estaba de pie alrededor de la lápida, con los ojos bajos y el humor sombrío.
El predicador comenzó su sermón y poco después comenzaron los sollozos suaves.
Mientras el predicador parloteaba desde su posición detrás del marcador, Shura se desconectó.
No podía escuchar a ese hombre dar una sinopsis de una vida de la que no sabía nada. Una persona que nunca había conocido.
La ira amenazó con estallar, pero la calmó hasta convertirla en un latido sordo.
Sísifo estaba frente a Shura en la lápida, agarrando el brazo de Aioros que a su vez estaba abrazando a Ilias. Angelo, Afrodita, Aldebarán y Milo estaban todos acurrucados junto a él; la mano de Kanon descansaba tranquilamente sobre el hombro de Shaka, quién estaba solemnemente junto a Mu. Saga, Dohko y Camus completaban el círculo que terminaba con Shura.
Cuando el predicador terminó de hablar, se escucharon los acordes melódicos de Eric Clapton mientras cantaba "Tears in Heaven" a capella desde algún lugar detrás de ellos.
Los hombres sacaron pañuelos para algunas amigas, aunque las lágrimas que ellos derramaron no fueron menos numerosas.
El mundo pareció detenerse alrededor del grupo cuando sus mentes los llevaron a otros momentos, otros lugares y los recuerdos los abrazaron. Todos tenían alguna aventura vivida junto a Aioria.
Mientras Clapton sostenía la última nota, una cálida brisa del este sopló y tocó cada rostro manchado de lágrimas. Varios dolientes se quedaron sin aliento ante el inexplicable viento cálido en un día tan fresco.
Shura miró a cada uno de ellos. Sus largas gabardinas eran la única fuente de movimiento mientras estaban allí con trajes y vestidos, el viento azotaba los dobladillos y los cinturones.
Sus manos permanecían en sus bolsillos como si temieran mostrar un temblor de fragilidad. Aunque le era imposible verlo, había llegado a la siguiente etapa del duelo: la ira.
Apretó los puños dentro de sus propios bolsillos.
El predicador entonó varias citas de las escrituras y la impaciencia de Shura creció.
Quería gritarles que todo esto era en vano... Aioria todavía estaba vivo y toda esta exposición no tenía sentido.
Los jadeos entrecortados de Sísifo fueron lo único que detuvieron su voz. Lo miró intensamente mientras él miraba con ojos llorosos y llenos de amor, la lápida de su hijo perdido.
Shura tuvo que admitir que, aunque no lo había hecho él mismo, era su mejor trabajo hasta el momento. Lo había elaborado en su mente hasta el último detalle, y el escultor que lo había cortado no lo decepcionó.
El obelisco era de mármol gris pizarra, de forma rectangular con una parte superior arqueada. La cara del monumento estaba adornada con varios tallados intrincados, comenzando con una cruz griega en la parte superior. A cada lado había un pequeño ramo de rosas blancas, seguido de otro juego de rosas en sombras contrastantes.
La inscripción lo había preocupado durante dos largos días y dos noches, hasta que a las tres de la mañana del día siguiente la niebla decidió desaparecer de su cerebro.
Se había despertado abruptamente en un sudor frío y lo anotó rápidamente antes de que se desvaneciera en el aire.
Ahora, mientras miraba la escritura en la piedra, un rayo de calidez irradió a través de su corazón.
'Cuando el tiempo se extinga y los velos caigan para conocer el amanecer, nos volveremos a encontrar en la eternidad.'
Palabras más verdaderas nunca serían habladas. Lo había leído en un libro de Tolkien.
Volvería a encontrarse con su amor.
El detalle era que, la frase situada debajo de la inscripción principal estaba escrita en griego antiguo.
Había buscado un experto para que no hubiera errores en la redacción.
La frase sólo llevaba las palabras
"Por siempre inmortal".
Debajo había otro párrafo conteniendo el nombre de Aioria y la fecha de nacimiento. Shura se había negado rotundamente a poner una fecha de defunción en la piedra.
'Sin cuerpo, no hay muerte'
Había razonado consigo mismo y discutió con el grabador hasta el cansancio.
Por fin, el dueño de la empresa cedió. Shura estaba pagando una buena cantidad en cambio por la prisa y, si se podía hacer rápidamente sin la otra cita, que así fuera.
La tímida voz de Sísifo interrumpió su ensueño, mientras les agradecía a todos por venir. Cuando su voz se atoró en su garganta, Aioros lo llevó lejos de la tumba.
Los demás esperaban una señal de Shura sobre qué era lo siguiente por hacer.
Cuando no llegó ninguna respuesta del hombre que miraba absorto la lápida, Camus habló en voz alta.
-Shura? ¿Tenías planeado algo más para hoy?
-'No', fue la respuesta susurrada, 'todos pueden irse a casa'.
Miró a Camus con los ojos sumidos en el dolor.
-¿Me llevarías a casa, por favor? Me gustaría irme a casa.
Camus asintió, luego miró al resto del clan para que se dispersara.
Mientras se despedían, los demás volvieron a mirar a Shura, algunos le deseaban lo mejor y le murmuraban su amor, otros simplemente le expresaban condolencias. Aunque todos querían abrazarlo y contenerlo, algo les decía que ahora no era el momento.
Camus esperó con Shura hasta que todos los demás se fueron.
-Sólo somos tú y yo ahora, amigo.
Dijo el francés, apoyando una mano en el hombro de Shura. El español se inclinó para besar la parte superior de la piedra, antes de dirigirse al auto que esperaba de Camus.
-No, amigo. Ahora soy sólo yo.
La determinación en su tono envió un escalofrío a Camus.
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