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Septiembre 17.

[...]

40 días con el veneno.

— ¿Puedes decirme tu nombre completo?

No hay respuesta. Los ojos azules, esos que comúnmente brillaban en vida y alegría, estaba apagados y muertos como nunca nadie pudo haber imaginado.

Los murmullos suenan. Hablan sin cuidado diciendo un sinfín de opiniones que no llegan con claridad a ningún lado.

Unos pequeños golpes de matillo suenan, interrumpiendo el bullicio.

— ¡Orden en la sala!, acusado responda la pregunta del abogado.

No hay respuesta.

— ¿Puede decirnos que fue lo que paso ese día con la señorita Adrianne?— prosigue.

—La araña la asesinó. — responde sin más esta vez. De nuevo, hay bullicio.

—¿Puede explicarnos cómo fue?

—Él era un fantasma...— explica, sin elevar la vista. Su vista está perdida en sus manos, con las que juguetea nervioso. —Apareció de las sombras y nos atacó.

El abogado defensor no puede hacer más que negar levemente, frustrado porque le sería imposible hacer bien su trabajo con el testimonio que está dando su cliente.

— ¿A quiénes ataco, exactamente? — insiste el abogado contrario; el que le acusa y que tiene por trabajo ponerlo tras las rejas.

—A Adrianne y a mí.

— ¿Por qué un fantasma les atacaría?, ¿qué hacían ustedes en ese lugar?

—La araña nos tendió una trampa, nos atrajo a su guarida y él... nos mordió.

—¿Qué hacían usted y la señorita Adrianne luchando contra la araña?

—Estábamos salvando parís, como todos los días...

—¿Esta insinuando que ustedes eran los héroes de parís, conocidos como Lordbug y Chat Noir?

— ¿Lo somos?, no lo sé...

—Por favor sea consistente. ¿Es usted Lordbug?

—Lo era. — confiesa. Lleva sus manos, esposadas, hasta sus oídos. —La araña me los robó.

—El señor Bourgeois dijo que usted había entrado con la intención de matarlo, ¿es esto cierto?

Mario se levanta de asiento bruscamente, fúrico.

—¡Voy a matarlo!, ¡voy a matar a ese imbécil! — grita. Los guardias de seguridad que están cerca lo toman de los brazos para detenerlo. — La araña fue, él lo hizo, ¡la araña los va a morder a ustedes también! — advierte.

— ¿Quién es la araña según usted?

—Él fue, él fue, él fue, él fue... la araña me mordió, la araña me mordió. — lleva ambas manos a su cabeza, como si ésta estuviera doliéndole al punto de querer explotar.

—Su señoría...— habla el abogado defensor. —Como puede ver, mi cliente no tiene la facultad mental de un juicio como este.

—Pero la tenía a la hora de cometer el asesinato. — interrumpe el otro abogado. —Según los testimonios del único sobreviviente de los hechos, el señor Dupain perdió la cordura justo después del acto.

— ¡Orden! — dice de nuevo el juez. —Defensor prosiga.

—Queremos solicitar una petición de demencia, su señoría.

—Objeción, su señoría...— interrumpe de nuevo el otro abogado. —La posibilidad de que Mario esté simulando su demencia actual para evitar la responsabilidad penal es un factor crítico que pido tenga en consideración. —dice, ganando que los murmullos estallen. —La ley establece que para que una persona sea eximida de responsabilidad penal por razones de demencia, debe demostrarse que estaba mentalmente incapacitada para comprender la naturaleza de sus actos en el momento del crimen.

—El testimonio del Joven Bourgeois indica que Mario, a la hora de los hechos, no estaba en sus facultades mentales correspondientes.

—Los celos no son una enfermedad mental. — le recuerda el otro.

—Reconocemos que los celos son una emoción humana común y no constituyen una enfermedad mental por sí mismos. Sin embargo, en el contexto del caso de mi cliente, es crucial determinar si sus acciones fueron impulsadas únicamente por celos normales o si había un componente de alteración mental significativa que influyó en su comportamiento.

La juez ve de un lado a otro, pasando los ojos desde la defensa hasta los que acusan; como si fuera algún partido de pingpong. Viendo rápidamente a Mario, también, que parece ajeno a todo. Se mece en su lugar, con un vaivén que deduce ella es para calmarse.

Sus ojos no mienten; está paranóico.

No se interesa en absoluto de los cargos que tiene en contra y mucho menos intenta hacer algo por defenderse.

Revisa los papeles frente a ella, mientras escucha de fondo como los abogados discuten sus puntos. Ella los entiende a ambos; es un caso que les dará fama y prestigio. Sabe que a ellos no les importa el destino del chico; solo les interesa llevarse a casa el título de "defendí al héroe de parís" o el de ¨metí a prisión a Lordbug".

La evaluación psiquiátrica previamente hecha demuestra que Mario, desde mucho antes del delito, tuvo comportamientos y tendencias obsesivas. Los psiquiatras que habían tenido acceso al caso están de acuerdo en que se trató de un episodio psicótico agudo.

¿O solo un crimen de odio pasional?

Algo estaba claro sin dudas; Mario, en estos momentos, estaba demente.

Ella había estudiado el caso de arriba a abajo; ¿cómo no hacerlo?, era fan del héroe hasta hace poco.

Lo fue, claro, hasta que leyó todos los crímenes que había cometido.

—Acusado. — llama ella, interrumpiendo la lucha de egos de los hombres. —¿Quién asesinó a Adrianne Agreste? —pregunta directamente, sin rodeos.

Buscando cualquier pizca de lucidez en él; buscando una respuesta decente.

—La araña. — repite después de unos segundos. —La araña la mató, la mordió. Primero era un fantasma, luego una voz que salía de todos lados y luego la araña se quitó el antifaz y... — sus ojos se pierden entre las personas de la tribuna.

Como buscándolo; asustado y desesperado.

Sus ojos se detienen de pronto, y sin que nadie lo esperara, se levanta de la silla con brusquedad. Corre, sus manos se dirigen al cuello del joven Bourgeois, que hasta hace poco veía el juicio en silencio desde la primera fila.

Los ojos de Mario dejan de temblar con miedo; ahora lo hacen con odio.

Colín lucha por sostener los brazos de Mario, para que no le roben el oxigeno más de la cuenta. Los guardias, unos cuatro al menos, forcejean con él.

Uno tiene que usar una pistola de shock para detenerlo.

— ¡La araña te mandó! — grita desde el suelo, como si la descarga eléctrica no hubieran sido más que unas leves cosquillas. — ¡Voy a matarte, voy a matarte, voy a matarte!

Hay bullicio en la sala.

Ve como los, aparentemente, padres de Mario corren en ayuda del joven Bourgeois. Estos no dejan de llorar y de disculparse; atónitos por el comportamiento de su hijo.

Ella avisa de un pequeño receso; y después de este, daría por fin la condena.

Se acerca, aún si sabe que no es muy correcto, al rubio para asegurarse de que estuviera bien.

—Su señoría...— habla, después de confirmar que no se trató más que de un susto y unos cuantos probables moretones. —Yo no deseo que Mario muera en prisión. — confiesa. —Incluso si pasa la vida entera encerrado o en libertad; sea cuál sea la sentencia que decida, no va a cambiar en absoluto el hecho de que me robó a mi niña... a la única familia que me quedaba.

Ella siente un escalofrió recorrerle al escucharlo.

Su voz dolida, sus manos temblando y su mirada aterrada le parecen, de hecho, la prueba más grande que puede tener y ver.

Él definitivamente había visto a su novia morir.

Los minutos pasan ansiosamente.

"Sea cuál sea la sentencia...", había dicho él, antes de avisar que iría al hospital solo por precaución y para revisar unos asuntos pendientes. Antes de decir que no le interesaba estar en el final de todo este show sin sentido.

—La corte convoca a las partes presentes para la lectura de la sentencia... — llama entonces, después de unos momentos. Nota la mirada de todos sobre su persona. —Mario Dupain-Cheng, se le declara como no culpable por razones de demencia en el homicidio de la señorita Adrianne Agreste...— ve a unos cuantos festejar y a otros muchos, murmurar con molestia. Aún así, prosigue; — En lugar de una condena en prisión, el señor Dupain-Cheng será internado en un hospital psiquiátrico de alta seguridad para recibir el tratamiento adecuado. Ésta medida tiene como objetivo proteger tanto al paciente como a la sociedad. La condición del señor será reevaluada periódicamente cada seis meses por un equipo de profesionales de la salud mental para determinar su progreso y la necesidad continúa de su internamiento. — sigue leyendo, pese a que muchos la ven como si estuviera equivocada. — Basado en estas evaluaciones, el tribunal podrá revisar y ajustar las condiciones de su tratamiento y confinamiento según sea necesario. Así mismo, deberá seguir el tratamiento médico, psicológico y psiquiatrico preescrito por los profesionales del hospital. Su cumplimiento y progreso serán monitoreados de cerca... se levanta la sesión. - da un último golpe en el estrado.

Mario parece tener un rayo de lucides al escuchar su futuro.

¿Qué?

¿En el homicidio de... quién?

¿Él había matado a Adrianne?

— ¡No! — grita de nuevo. — ¡Yo no la maté!, ¿¡cómo podría hacerlo?!, ¡yo la amaba!, ¡ustedes no entienden!, ¡los está engañando! —gira a ver a sus padres. Los encuentra llorando sin consuelo. —Mamá... papá... yo no lo hice, tienen que creerme, fue el fantasma de la mansión.

Ellos niegan, decepcionados.

¿No?

Imposible. Adrianne le creería, Chat Noir confiaría en sus palabras, ella lo defendería; solo tenía que buscarla y entonces todo se resolvería.

Salvarían a parís de la araña y...

Lo ve. Esos ojos, los de ese día.

Lo ve de nuevo, riendo y burlándose de él desde las sombras.

Siente su sangre helarse.

Le está mostrando burlonamente su mano; con el anillo de Chat Noir. Sonríe con cinismo mientas aparta uno de sus mechones de cabello para mostrar que, también, usa a sus aretes.

Había tenido razón; él dijo la verdad; nunca nadie iba detrás de la araña después de una mordida porque daba miedo.

Él tenía miedo.

[...]

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