
Octubre 21
[...]
74 días con el veneno.
La tarde había sido tranquila. Los días en general habían sido aburrido y sorprendentemente, llenos de emociones encontradas.
Era feliz, pues había cumplido con sus deseos, ¿verdad?
Todo lo que había pasado había sido lo correcto, ¿no es así?
Saluda a un sepulturero que va de camino a la salida; tal vez iría a casa después de un agotador día de trabajo.
Agotador; él estaba agotado.
Camina con tranquilidad hasta la dirección que estaba anotada en esa vieja hoja de papel. Es una especie de recinto grande, como un tipo de capilla privada, con decenas de urnas de difuntos desconocidos dentro.
No le agradaba del todo y, aún así, ahí estaba incluso cuando tenía tantos pendientes que arreglar en su trabajo y vida.
Es solo... la extrañaba un poco, nada más.
El espacio C-16, al parecer y según lo que le habían dicho, era el más grande de todos los espacios que estaban disponibles. Era caro, elegante y tenía una ventana con una vista espectacular hacia un pequeño jardín que hay cerca.
Sin duda alguna, el lugar perfecto para el descanso eterno que un Bourgeois merecía.
El joven castaño se detiene al tenerlo de frente, un poco consternado por todas las emociones que le genera verlo.
Era la primera vez que la veía en persona, después de todo.
Había asimilado, según él, el hecho de que la mujer que se encargó de convertirlo en el hombre que era hoy en día estaba muerta, pero, hoy al ver su nombre inscrito en la placa junto con las fechas de su nacimiento y muerte sentía que una bala en el pecho dolería mucho menos.
Muchísimo menos.
Llevaba un ramo de flores, pero ahora que lo pensaba con calma, ni siquiera sabía si era conveniente pues no había floreros para ponerlas. ¿Podrían culparlo o burlarse de él?, había estado tan ocupado en no morir que había olvidado que tenía muertos esperando por él.
Nunca había ido de visita, y para ser sincero, no tenía planes de ir en absoluto. Se sentía asfixiante.
—Buenas tardes, señora Bourgeois. — la saluda cortésmente, justo como le había enseñado.
Guarda silencio unos segundos, como dándole tiempo a responder.
Como si de verdad fuera a recibir palabras de vuelta.
— ¿Me reconoce, señora Andrea? —pregunta. —Tal vez no, me he vuelto un poco más alto, ¿no es así? Recuerdo que siempre se burlaba de mí, diciendo que no podría crecer más. Y míreme...— extiende ambos brazos a los lados, imitando a una cruz con su cuerpo. —Lo hice... yo...— dirige su vista al suelo. — Hice muchas cosas de las que tal vez no esté orgullosa, señora. —confiesa. — ¿Me seguirá queriendo si le dijera que lastimé a muchas personas?
Una fría brisa parece acariciarle. Se acerca a la pared, la que tiene grabado el nombre en cursiva de la mujer.
—Lo hice para protegerlo a él... para vengarla a usted y para salvar al París que tanto amó de las garras de los villanos. — dice, como excusándose. — Soy el bueno, ¿no es así?, yo... le prometo que cuidaré de la existencia de Colín como he hecho hasta ahora. Puede estar en paz. — dice.
Aclara su garganta, parece recordar algo y busca en sus bolsillo derecho su billetera. Esa que ella le había regalado hace mucho y que a pesar del tiempo, parece estar completamente nueva.
—Mire, acabo de conseguirla...— le muestra su identificación. —Creo que salí bastante guapo en la foto, pese a que dicen que es imposible... me peiné el cabello como a usted le gustaba, miré. —acerca el trozo de plástico a ella. —, pero me obligaron a quitarme los lentes. — cuenta. —La señorita del registro tuvo problemas para escribir mi apellido, ¿puede creerlo?, y yo que pensé que era un nombre bastante común... Liam Deluc, ¿le parece difícil de escribir o pronunciar?
Guarda las cosas de nuevo y deja las flores en el suelo.
—Lo que dije hace un momento, lo decía en serio, Andrea; puede estar en paz. Mientras Liam Deluc exista nada ni nadie podrá dañar de nuevo a Colín Bourgeois. — dice, sintiendo su voz romperse. —Me encargaré de hacerlo feliz, hasta el fin de nuestros días, porque lo amo casi tanto como usted lo amaba.
Saca de su bolsillo, entonces, una pequeña caja.
—No se que hacer con esto, para ser sincero, y quería pedir su consejo una ultima vez; antes de irme para siempre de aquí. —la abre y le muestra las joyas; unos aretes y un anillo simple.
Esas joyas malditas que, en retrospectiva, habían sido la causa de todo.
—Sé que Colín quería llevarla consigo a esa pequeña casa en las afueras, pero, me parece incorrecto que lo haga, me gustaría que dejara todo lo que lo hace triste atrás... por eso, no sé si llevarlos conmigo...
Queda de nuevo en silencio, unos largos segundos.
No hay respuesta, ni ruido alguno.
No hay ninguno, además de los sollozos que el castaño empieza a soltar.
— ¿Por qué no me responde? — pregunta, aunque sepa que es estúpido. —¿Está molesta conmigo?, ¿está orgullosa de mí?,¿hice lo correcto?, ¿me equivoqué en algo? — habla apresuradamente. —Solo dígame de algún modo si todo valió la pena... solo dígame si se encuentra bien. Usted me salvó tantas veces antes, quiero saber si la salvé yo, aunque sea una sola.
Nota entonces que la luz de la tarde comienza a cambiar tenuemente. El atardecer le invade.
No es un atardecer común, sino un espectacular atardecer rosado. Como flor.
Una linda luz rosa ilumina la capilla, ilumina las flores y a su persona.
Liam quiere creer que es una especie de respuesta divina... incluso si ha sido solo una coincidencia, él quiere verlo como algo más.
Desea que lo sea, para no caer el locura.
— ¿Puede esperarnos un poco allá donde quiera que esté?, prometo que Colín y yo iremos algún día. Mientras tanto, ¿puede cuidarnos un tiempo? —pide, aunque lo siente egoista. — ¿Puede redimir mis pecados con un abrazo cuando nos veamos la próxima vez?
Le pregunta una última vez.
Junta ambas manos para poder dedicarle una oración, como había aprendido en la iglesia hace tanto. Espera que su voz llegue hasta donde los muertos descansan.
Sale cuando la luz del sol empieza a apagarse.
Mientras camina a la salida con la oscuridad invadirle se pregunta si alguna vez ella lo vió como un hijo en realidad, como siempre dijo que lo hacía. Se pregunta si le agradarán los cambios que hizo a su persona, si lo mira con cariño, con arrepentimiento o como lo que sabe que es; un desconocido más.
¿Andrea Bourgeois lo reconocería?, ¿lo aceptaría tal como es?
No lo sabe, pero de nuevo, decide creer que sí.
Después de todo, los muertos no podían responderle.
Después de todo, Liam sabe que incluso si recibe una respuesta no lograría convencerlo de nada.
Viviría su vida entera con la duda.
¿O debería guardarla y olvidarla junto a los prodigios hasta que la muerte viniera por él?
[...]
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