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Capítulo 02

3 años después del final de Dark Queen.

Alaska, Rusia.

—Mi señora.

—Los drones no están mostrando un panorama claro, como el que necesito. No veo tampoco que el cargamento de B7 y la YSD estén siendo empaquetados para la entrega de mañana —retiro la vista del computador centrándome en Elio— ¿Sucede algo?

Asiente.

—Los trabajadores se están negando a participar en ciertas actividades que tenga como objetivo favorecerla, el reciente integrante en la Bancada Roja está corriendo ciertos rumores sobre su estadía en España hace unos años....

Golpeo el aparato tecnológico llegando a su lugar en cuestión de segundos. Ningún idiota tiene por qué cuestionar mis acciones sencillamente porque a nadie le ha pesado más que a mí o a mi marido.

—Nombre.

—Arnold Novikova.

—Que mi esposo no sepa nada de este asunto y comunícate con mis hermanos....

—Demasiado tarde.

Como era de esperarse, su presencia me coloca en alerta y en una posición defensiva. No cambia su manera de hacerse presente, ya le he dicho de mil formas que haga un mínimo de ruido para poder saber que está cerca, existen ocasiones que, aunque le ponga demasiado empeño, no logro verlo venir.

Siempre tan impredecible en ese sentido.

—Déjanos a solas —ordena y desvío mi vista al gran ventanal que da una vista perfecta al jardín en donde mis hijos juegan.

Me detengo un poco más de lo debido en Egan que como siempre trata de alcanzar el cabello de Azael, mientras que ella corre para que no perturbe su lectura.

Recargo mi peso en una de mis piernas mientras cruzo los brazos. El embarazo con los mellizos fue un verdadero martirio, creo que en eso Kenneth y yo compartimos ideas.

El Capo sigue mi mirada con un atisbo de diversión que desaparece en cuanto encuentra a Nas empujando a otro niño.

—Ese niño está fuera de control. Todo quiere, todo daña, todo toca y se piensa el dueño del maldito mundo.

—Es mi hijo —espero obvia.

—Y el mío, pero....

—Le permites lo mismo a los mellizos y no qué decir de las niñas. No te hagas el padre preocupado que no te queda.

—Es porque son niños y las otras son mujeres.

—No te comportabas de la misma manera cuando él tenía su edad. En cuanto a Kali y Azael, el que sean mujeres les cierra muchas puertas que a fuerzas estás tratando de abrirles llevándose todo de manera sencilla.

—¡Son niñas!

—De ocho años que ya han asesinado y que perfectamente pueden pedir que alguien las lleve a un centro comercial y les compré un maldito helado. No hay necesidad de que las acompañes descuidando tus únicas labores.

Rueda los ojos empeorando mi ánimo. Lo aparto intentando pasar, pero me toma de la cintura llevándonos a una habitación de huéspedes.

—No me gusta que los demás intenten pasarse de listos, Clyte.

Deja un beso en mi cuello que de alguna manera tranquiliza una parte que no sabía que tenía en modo alerta. Tomo su rostro con misa manos detallando su lunar y después el gris tormenta que se carga.

Con él nada es aburrido, las peleas nunca se han detenido y las reconciliaciones menos. Kenneth no es el esposo que todas soñarían con tener pese a nuestra historia, pero es el que me merezco por todo lo que he hecho. Somos el karma del otro, lo sabemos, lo aceptamos y convivimos con la constante tortura que nos pone a gozar a menudo por las noches.

Los años pasan y mentiría al decir que no me sigue pareciendo un hombre atractivo, tiene tantas facetas que me prende ser su mujer y la madre de sus hijos. Nada está bien con nosotros, pero a estas alturas del partido, ya no hay marcha atrás, salvo por la muerte.

—Ni a mí, así que quítate que quiero ir a poner unas cuentas claras.

No hace caso soltando una risa ronca cerca a mis labios.

—Te acompaño.

—Uhm... No.

Ladea la cabeza sin dejar de tocarme, me desespera su necesidad de sentirme siempre cerca. He de admitir que algunas veces también la comparto, pero se me pasa después de verlo entrar con aires imponentes por algún sitio.

—No te estaba preguntando.

—Yo menos, así que quítate que tengo la agenda algo apretada ahora.

Intento irme, pero entrelaza nuestras manos helándome en mi sitio.

—Vamos.

—Kenneth...

—Eres mi mujer, Kenna, y si te preocupa que nos vean tomados de la mano desde ya te digo que te la voy a soltar...

—No es eso —lo callo—, es que te he dicho que no pienso llevarte como maldito entrometido.

Parpadea sin ocultar su sorpresa. Los "te amo" en nosotros son escasos, pero creo que detalles y palabras como estas son lo que los gritan a fuerzas.

Resoplo tomándolo por las solapas del traje para besarlo, la respuesta es instantánea al sentir como introduce su lengua en mi boca, poniéndome de nervios con el sabor del Jack Daniel's y la menta fresca.

—Ni aunque me beses diez veces más, accederé.

—¿Quieres apostar a que si salgo a la puerta mis caravanas ya estarán listas y que si me voy así grites y patalees no te traerán ningún medio para que me alcances?

—No eres a la única a la que le temen.

—Cariño...

—Tú puedes andar por ahí poniendo mala cara, y yo también, pero lo que les preocupa es que les baje a sus esposas —sonríe cínico—. Represento todo lo que una mujer anhela, rico, atractivo, un hijo de puta en la cama y hasta buen mentiroso.

—Tú le sonríes a otra y te olvidas de tus pelotas —susurro apretando su trasero que lo tensa— ¡cierto! Ya no los tienes, pero yo sí, y en un frasco de recuerdo.

Deshace mi agarre para tomarme por el cuello empotrándome contra la pared. La respiración errática que muestro me delata, Kenneth separa mis piernas con su rodilla bajo el vestido morado.

—Sigue abriendo tu boquita para soltar veneno en mi contra y te juro que una mierda me va a interesar que tengamos cosas que hacer.

Hago un mohín empezando a mover las caderas, los ojos se le dilatan.

—¿Es una amenaza?

—Sí.

—Entonces que bueno que a la única que esté empezando a tenerle miedo es a mi hija.

Le atino un cabezazo que rompe el momento caliente, corro a la puerta, pero me detengo al notar a los mellizos esperándonos.

—¡Kenna! —mi marido se calla al darse cuenta.

—¿Vas a jugar con nosotros, mami?

La sirvienta se aparta cuando me acerco a su altura. Aden cruza sus brazos sin relajar su entrecejo, me da tanto coraje que los haya cargado por meses intensos y que se parezcan más a su padre que a mí.

—No mis amores, tengo que salir...

—Tenemos que salir —lo miro sin respuesta alguna—, pero prometemos traerles paletas de colores cuando lleguemos.

Egan niega.

—Chocolate.

—Bien, les traeremos unos ricos chocolates si lo comparten con sus hermanas.

—¿Y Nas?

—También con él —intervengo antes de que Kenneth suelte alguna estupidez—, pero por ahora espero que se comporten. Los quiero.

Dejo dos besos en las mejillas de cada uno para empezar a caminar al elevador. Esta mansión es muy distinta a la de Florencia o Moscú que son las que frecuentemente visitamos, Mykonos se ha quedado en el olvido por unos años puesto a que Kali se aferra a que es un sitio sagrado que merece algunas reformas en las que trabaja con Lorcan.

Mi esposo pone la mano montándose sin decir nada más, es estúpido seguir intentando convencerlo de que no vaya porque de una u otra manera lo hará; es mejor así a que llegue a mitad de la diversión.

Subimos a las camionetas y antes de que emprendan camino le pido a Dante que se encargue de la seguridad de los niños, el hecho de que ahora estemos en la cima no quiere decir que algún intento de héroe va a querer tumbarnos. Es bien sabido que mis hijos son una amenaza para cualquiera. Muerto los reyes y muertos los herederos, el reino queda libre para el mejor postor.

En el trayecto intento no dormirme, me he pasado la semana entera firmando alguno que otro documento a mitad de la noche y organizando operativos militares con éxito global para rendir cuentas a cada general de los países aliados, aunque quisiera dejar de hacerlo, no podría, ya que su apoyo en mi futuro retiro será indispensable.

—Azael me ha pedido ir de caza.

—No veo problema en eso —dejo la tableta de lado con una nueva fórmula—, a los niños les sentará bien después de tanto entrenamiento y estudio.

—Siento que los estamos atiborrando con muchas cosas.

Niego.

—Los estamos preparando para cuando nosotros demos un paso al costado o para cuando fallezcamos. Puede que seamos duros ahora en ese aspecto, pero es lo que nos toca hacer para que nos superen. Ese es su único objetivo desde que nacieron, ser más grandes que los grandes, peores que los monstruos y más inteligentes que los reyes.

Aprieta los labios sin dejar de lado el agarre posesivo en mi pierna. Niego divertida, porque aunque le diga que me molesta, nunca me va a hacer caso. El anillo matrimonial brilla con un casi imperceptible destello azul, trabajé demasiado para poder lograrlo que cuando lo veo en su mano me siento satisfecha por el recordatorio que dejé presente.

Retomo mi trabajo por el resto del trayecto que no nos toma más que algunos minutos más. Mi esposo me tiende su brazo en un gesto que es de todo menos caballeroso, si no lo conociera diría que está intentando lucirme como un trofeo frente a los hombres que se apartan a las malas cuando la seguridad empieza a esparcirse en el lugar.

El hotel al que entramos es de sumo lujo, pero qué, lamentablemente, tendrá que cerrar después del escándalo que pienso montar. Los trajeados se reparten todo el pasadizo hasta la habitación, Kenneth ubica la habitación y sin consideración alguna se trae la puerta debajo de una patada.

—Están en la ducha —señala mientras tomo asiento en una esquina mostrándole sin querer algo de mi pierna por el escote.

Él se mantiene lejos dese la puerta, por mi parte, me entretengo desfundando mi arma y dejándola sobre la pequeña mesa que acompaña la silla de madera.

—¿Trajeron mis serpientes?

—Sí, señora —el hombre que acompaña a mi esposo en la custodia de la puerta me responde justo cuando la puerta del baño se abre mostrando al nuevo integrante de mi organización.

—¿Pero qué carajos?

—Me hubiese gustado darte otro tipo de bienvenida Arnold —le sonrío—. Me presento, soy Kenna Bianchi Volkova y él —señalo a Kenneth que espera pacientemente de manera gélida —, es mi esposo, el Capo de la mafia italiana.

Pasa saliva retrocediendo.

—Un gusto.

Bufo.

—¿Sabes? Si mis hijos estuvieran presentes, ya te hubiesen cortado la cabeza por la tremenda falta de respeto que acabas de mostrar —me entregan las serpientes que empiezan a roer por el suelo lentamente, el hombre da un salto pegándose a mi marido—. Las serpientes son inofensivas a comparación de él.

Arnold se remueve incómodo, tratando de cubrir su cuerpo tonificado y alejarse de ambas cosas. El Capo lo toma del cuello sin demasiada paciencia para después tirármelo a los pies en donde las víboras pasean libremente.

—¿Creíste que podías pronunciar el nombre de mi mujer en tu sucia boca y salir ileso? —niega divertido poniéndose en cuclillas, el hombre tiembla en su lugar.

—Llamaré a mi seguridad, no me pueden hacer nada porque...

—La mafia rusa en muy distinta a la italiana y pese a tener a los mismos gobernantes y ciertos tratados que los unen, la muerte es la muerte y una falta no se le perdona ni a la familia —espeto acercándome.

—Estás demente.

—Sí, pero eso no me quita los títulos que me cargo. Pude haber sido una bastarda, maniática con doble personalidad, mujer despreciada por unos, pero deseada por otros, sin futuro por los matrimonios y demás, como te has encargado de cuchichear; pero vuelvo y repito, ni toda esa mierda me quita que haya llegado a la cima y que ahora mismo mi cabeza esté tallada en oro en el museo. Soy General en funciones de más de quince países y representantes de unos 35, lidero las mafias más potentes a nivel mundial, soy una química recién galardonada por la Nasa, tengo más de tres Doctorados y cinco carreras, soy esposa, madre, hermana, tía y la mismísima hija de puta que se quedará con la miseria que tienes por herencia en cuanto mis serpientes empiecen a morder tu lengua hasta que el veneno embargue todo tu sistema nervioso dejándote en estado vegetal.

—Vas a presenciar como despilfarramos todo lo que te heredaron y que te encargaste de hacer crecer —me pongo en pie clavando la aguja de mi tacón en sus testículos mientras Kenneth le manotea la cara—. Mentira no es lo que dicen por las calles, el Anticristo no lidera el infierno de la Bestia por mera costumbre, porque de ahí en resto, mi esposa es más que tú y yo juntos y no me avergüenzo en decirlo; contrariamente inflo el pecho por los alardeos a su astucia.

—¡Suéltenme!

—¿Ni hemos empezado y ya lloriqueas? —le hago una seña a uno de los guardias que se asoma, Arnold se resiste, pero logran sentarlo a las malas.

—Tengo familia, hijos, ustedes no pueden...

—Cuando cortamos una maleza, lo hacemos de raíz —intervengo—. La misión de cada hijo siempre será ser más que el padre y si contigo he tenido un mal día no me imagino lo mal que la pasaré con tus bastardos.

—¡Son unos niños!

—Niños o no, son nacidos dentro de la bratva y, por tanto, su líder decide si vive o muere. Sabías lo que hacías cuando soltaste la lengua, ahora solo verás tu calvario pasar frente a tus ojos.

—Por favor...

—Ni te malgastes la garganta recitando esa porquería —mi marido le clava una daga, una de las serpientes empieza a envolverse en la pierna del hombre.

—Si tanto te gusta hablar, ahora es tu momento porque después no creo que tengas la habilidad —suelto la risa enfocando la cámara en su ángulo.

—Hija de perra.

—Y vaya que sí...

Vuelvo a sentarme en la silla que me alcanzan, un mareo surca por mi cabeza y considero que todos lo han pasado por alto, pero me equivoco al abrir los ojos. Kenneth no dice nada, únicamente sigue clavando y sacando la daga de la pierna del hombre mientras grita.

—Si te la vas a pasar gritando, mejor retiro esto y no te despides de nadie.

—¡Se van a arrepentir!

—¿Tú crees? Porque yo no, la verdad.

Los minutos transcurren tornándose todo mucho más interesante. Exactamente dos horas después el ruso termina por convulsionar mordiéndose la lengua, toda la sintomatología nos indica que el veneno ya atacó lo que debía y que mi trabajo aquí ya estaba hecho.

—Envíenle el vídeo al teniente Adams para que modifique nuestra voz, censure ciertas partes y todo reflejo en el que pueda aparecer.

—¿Lo colgamos después en las redes?

—Sí, que sepan que la Red Queen sigue sin perdonar.

—Como ordene.

Me trepo a la camioneta ignorando al capo que me espera furioso.

—¿Te tomaste el medicamento?

—Claro que sí, tú te encargas de metérmelos a la garganta.

—¿Te mediste la presión?

—Fallon lo hizo.

—¿Te sacaste alguna prueba de embarazo? —lo miro mal.

—Sería estúpido puesto a que mi pareja sexual se practicó la vasectomía hace algunos años.

—¿Dormiste bien?

—Te recuerdo que no tengo cinco años.

—Responde.

—Sí —miento—. Amanecí con los niños como te dije en la mañana y ya después me metí en la ducha.

—¿Desayunaste?

Niego.

—Se me pasó.

—Llamaré a Annelise...

—No llamarás a nadie y me llevarás a comer, ¿estamos?

—Kenna, los mareos no son algo que se debe tomar a la ligera. Te has salteado una comida, eso no te produce...

—Bien, puede que se me haya salteado el almuerzo y la cena de ayer también.

—¡Eres una inconsciente!

—No grites que me bajo y me voy caminando.

—Eres...

—Ya no es momento de recalcar nada que casado ya estás.

—Te voy a matar.

—Llevas diciéndome eso desde que nos volvimos a reencontrar y sigo más viva que nunca.

—Hablo en serio.

—Yo también.

—Te detesto.

—Me amas —le guiño el ojo—. Ahora llévame a comer o no te dejo dormir conmigo.

Rueda los ojos, se ha quitado el saco del traje y lleva la camisa empuñada hasta los codos. Se ve tan joven que me dan ganas de...

—Deja de mirarme así.

—Tú lo has hecho hace un rato —respondo inofensiva.

—La situación era otra.

—Pero eso no quita que lo hayas hecho.

—Por satán, eres insoportable.

La risa que me arranca hace eco en mis oídos, no me contengo al tirarme a sus brazos. Me acomoda ahorcadas sobre su regazo dejando sus manos inquietas en mis muslos, por mi parte solo le acaricio el cabello.

—Estuve ocupada con varias cosas, no ha sido mi intención pasarme los alimentos. Ni me he sentado con los niños todo este tiempo, es por eso que Egan está de tan mal humor y Aden tan ensañado con los dulces.

—Me fui por una semana a Grecia, ¿estás segura de que exclusivamente fueron esos tres horarios?

Asiento.

—Nas hace muy bien la labor de enfermero, pero él también estuvo algo atareado con los entrenamientos, lo suficiente para mandar a Elio con la comida al despacho, pero se me terminaba olvidando al final del día.

Le cuesta creerme y es normal dado que nos hemos mentido demasiado, pero al final asiente recostando su cabeza en mi cuello.

—Vas a matarme algún día de estos.

—Me lo dices muy a menudo.

—Pues entonces deberías tomarte en serio mis palabras, Clyte.

—No creo que sea para tanto, ojos grises.


Ya los extrañaba.
Besitos.

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