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Capítulo 01

Muchos años antes.

Florencia, Italia.

Reviso nuevamente la hora en el reloj. Es tarde, no me gusta la tardanza y no aguanto el hambre.

Yo esperé.

El camarero me sonríe coqueto sirviendo el spaghetti a la irlandesa con queso extra. No estaba en temporada de adorar a las verduras.

Mi bonito vestido verde causó furor al momento en el que me abrieron las puertas del restaurante, y lo admito, me encantó.

Pero lo que no, es que el tipo intente rozar su mano cada que puede.

Suspiro por algo de paciencia devorando el primer bocado. Este platillo era una delicia, no uno para un local cinco estrellas, pero eran pequeños antojos que tenía.

Antojos o caprichos, para mí eran lo mismo; una necesidad que con dinero se suple.

—¿Desea algo más señorita? —alzo mi mirada.

Sus ojos marrones claros le brillaban con entusiasmo. ¿Realmente piensa que me acostaré con él?

—Sí.

—Podría ...

—Quiero que te largues y me dejes sola comiendo en paz hasta que mi acompañante llegue —me apresuro a decir regresando después mi concentración al platillo.

Abre y cierra la boca sin saber qué decir, asiente repetidas veces empujando su carrito.

Idiota.

Los hombres son idiotas.

Para esto ser Grecia y tener una cultura buena basada en la mitología, sus pobladores además de estúpidos son algo horripilantes. Los italianos me iban mejor.

—¿Ya estás comiendo?

No le hago caso.

—Kenna... —Advierte arrastrando su silla a mi costado, toma asiento y aprieta mi muslo descubierto.

Son milésimas de segundos los que se necesitan para que mi cuerpo experimente una corriente eléctrica que podría sumirme en una necesidad con otro tipo de alimento.

Tomo mi tiempo, limpio las comisuras de mis labios con elegancia previa a inspeccionar su traje de alta gama. El gris me consume en un dos por tres.

—Tuve hambre, ya sabes que no espero —quito su mano, mea vuelve a poner.

Sonríe repasando mi escote.

—Por supuesto que no. Siempre te gusta ciertos placeres sola.

Es mi turno de sonreír.

—Estuve a nada de hacerlo —sigo su juego entrelazando nuestras manos, las subo hasta casi llegar a mi braga. Kenneth me mira sin entender—. El camarero quiso acompañarme.

Todo indicio de alegría se le borra, traga grueso y aprieta nuestras manos por el coraje.

—¿Si sabes que perderá la vida por lo que acabas de decir?

Enderezo la postura ingiriendo algo de vino tinto.

—Por supuesto, es por ello que te lo digo.

Bufa. A esto se le llama manipulación, soy buena en ello, no me hace sentir menos el decirlo, por el contrario; me aumenta el ego.

—... No sería la primera vez que te utilizo para que asesines a alguien en mi nombre.

—Eres...

—¿Despreciable? ¿Mentirosa? ¿Hija de puta? —pregunto con un tono de voz severo— En todas las preguntas las respuestas son sí. Anastasia no es tan buena actriz que digamos.

Niega resignado, se me escapa una risilla. El camarero no volvió a aparecer en los próximos diez minutos en los que continúo comiendo mientras él sólo alternaba su vista de su teléfono a mí.

Su mano aún se mantiene sobre mi pierna y no sé si es consciente o no, pero ha estado jugueteando con sus dedos desconcentandome la mayoría de veces por la suavidad que emplea.

Yo no quiero una relación vainilla.

Tiro la servilleta y remuevo mi cuerpo para sentarme sobre su regazo atrayendo algunas miradas curiosas. Nos encontramos en el balcón y con un escaso público, considero que si no fuese así la probabilidad de hacer lo mismo hubiese sido la misma.

Rodeo su cuello con mis brazos, Kenneth encarna una de sus cejas sujetando mis caderas fuertemente.

—El propósito era no llamar la atención, Clyte.

—No servimos para esto. Las citas no son lo nuestro, quiero que me folles.

Mi comentario lo deja en blanco por segundos, los que aprovecho para acariciar su mejilla intentando que caiga. Son semanas las que han pasado desde la última vez que tuvimos sexo, y aunque ambos sabemos que tener esa clase de relación con otras personas es permitido únicamente por el juego; tenemos prohibido disfrutarlo.

Al final siempre regresamos el uno con el otro. Nadie soporta todo el poder que tenemos y nadie nos conoce también como nosotros mismos.

—¿Quieres? —pregunto abriéndole la boca para que ingiera un poco de mi platillo.

Aprieta sus maxilares masticando de malas, maldice en voz baja y señala un ramo de jazmines en el suelo.

—En serio pensaba que nos tomaríamos esto con calma, pero si me lo propones así....

Paso saliva.

—Soy una niña ¿que esperabas?

Me sonríe natural acentuando su lunar, el que me encantaba y lo odiaba por ello.

—Podemos ir a una de las habitaciones de la siguiente torre —propone sin rechazar mi beso.

No es suave, es fuerte y placentero para ambos. Le doy cavidad por pequeños momentos a que crea que es él quién domina la situación, aunque eso signifique mentirnos a ambos.

Siempre seré yo.

Se separa un poco con la respiración rota y una erección creciente bajo su pantalón.

—Pensé que el lugar ya no las tenía habitables.

—¿Creíste que te traería a un lugar sin antes comprarlo y sin revisar sus deficiencias, además de sus áreas?

Lo empujo regresando a mi sitio, ahora es él quién busca mis labios. Niego su beso dejándolo en mi cuello.

—Eres un idiota.

—Lo sé, ahora vamos a darnos un orgasmo mutuo.

Toma mi mano dejando todo tirado. Nos conduce por una puerta que no tenía ni idea que existía, los pasillos están adornados por pequeños candelabros y paredes pintadas con un naranja pastel. Todo es pulcro, incluso el piso de madera falsa que hace que mis tacones se traben de vez en cuando.

—Sácatelos porque no pienso cargarte y la erección me está doliendo —refunfuña el italiano.

—Y yo no voy a andar descalza solamente por qué tú pena no puede aguantarse.

Se detiene, furioso.

Punto para mí.

Lanza mi cartera de mano por algún rincón debido a su mal humor, me arrincona y no me da ni siquiera el tiempo de prepararme porque ya me está rompiendo el vestido sin darle tregua a mi respiración. Sus labios capturan los míos dejando cierto ardor al momento de la separación.

—Ni tú ni yo vamos a ceder, así que acá será.

No le objeto nada porque la verdad no podía con tanto deseo. Mi necesidad por qué él entre en mí me supera y deja que me desvista en menos de un minuto.

Yo tampoco me quedo quieta. Aprovecho que no llevaba el saco, así que de un solo tirón me deshice de su camisa reventando los botones que después caen por el suelo, ignoro su mirada oscura y mientras él intenta sacarme las ligas de la lencería yo me dedico a mordisquearlo.

—No me gustan estas cosas, solo me retrasan —su molestia es interceptada por su propio gruñido.

He metido la mano a sus pantalones para tomar su miembro en mis manos. Puedo sentir sus venas palpitar y el húmedo de su semen en la punta. La garganta se me seca.

—Pues te aguantas porque pienso seguir usándolas —no responde tirando la cabeza hacia atrás al momento que ejerzo presión— ¿Porqué tan callado?

Hace uso de mucha fuerza para poder volver a verme, sus ojos ya no eran unos grisáceos cautivantes, solo eran unos negros que a pesar de ello; me seguían provocando cosas inexplicables.

—Yo te....

Presiono más buscando su boca. No me la niega, solo deja que la muerda y se la deje mucho más roja de lo que estaba. Su aliento podría bien ser lo más delicioso que he olido.

—¿Me qué...?

Niega retractandose de sus propias palabras. Detesto que dejen las cosas a medias y se lo hago saber al arañar su espalda.

El italiano me mueve hasta el punto de dejar mi vagina hasta su ombligo, chillo aferrándome a su cuerpo como si fuese mi salvavidas.

No lo es.

Muestra una sonrisa natural que me golpea la poca razón que me queda. Muevo mis caderas sin querer terminando por empapar su abdomen con mis jugos, ambos llevamos la vista hacia ese lugar, él por su parte toma algo con su dedo y lo prueba gimiendo bajito.

—En su punto —me deja caer apresuradamente sobre su falo venoso.

Grito arqueando la espalda mientras la punta de mis dedos se retuercen bajo los tacones. Ojos grises toma me toma sin descanso, penetra y se hondea circularmente volviéndome absorta de lo que sucede alrededor.

—No termino de descifrar si lo que más odio de ti son tus gemidos o tus palabras hirientes. De una u otra forma siempre terminas consiguiendo lo que quieres.

Parpadeo conectando con él. No hacen falta las palabras para saber que la brutalidad del asunto va a requerir mínimamente dos sesiones más.

—Más...

Los focos de las arañas colgantes parpadean por momentos en los que aprovecha para tirarnos al suelo sin despegarnos. Las posiciones que más me gustan son las que siempre me ponen de prioridad, arriba o en cuatro.

Esta vez ha tomado la decisión de dejarme sobre su miembro.

—Utilízame como siempre, Clyte.

Me vuelvo débil por un microsegundo, atraigo su cuerpo al mío y lo beso suave. No me responde al inicio dado a lo que supongo no se lo esperaba.

—Ya te vas poniendo al tanto.

Rueda los ojos guiando mis caderas.

—No te me pongas sentimental las hormonas pueden hacer lo que quieran, pero tu mente puede más.

Asiento amarga bajando con fuerza, la suficiente como para que un ardor se genere. Mis tetas rebotan y el cabello se me pega dado a que el sudor está más que presente en nuestros cuerpos.

Puedo escuchar mis latidos apresurados y mi respiración jadeante, presa del deseo que me consume y que no quiere saciarse con nada.

—Kenneth... —jadeo.

—Vente para mí, retratame con tus dulces jugos que tanto me odias.

Empleo fuerza de voluntad para no gritar descaradamente como quisiese y me suelto, son incontables los minutos que pasen hasta que dejo de ver cómo todo se me mueve a los alrededores.

Kenneth acaricia mis brazos sin pasar desapercibido el anillo de compromiso en mi mano.

—Cada vez veo más lejos la victoria.

—Lo haces porque no te has esforzado lo necesario, desealo de verdad y verás que todo transcurrirá en un santiamén.

Suspira juntándonos, me recuesto sobre su pecho escondiendo el rostro en su cuello. Aspiro su aroma. Delicioso.

—No hagas eso que me haces cosquillas —espeta serio.

—Keo cree que no me he dado cuenta de sus encuentros con Sira, es algo idiota de su parte subestimarme.

—¿Estás celosa?

Lo encaro.

—¿La has visto?, tiene todo operado y ni siquiera piensa bien en lo que hace. Tarde o temprano también terminará como el griego.

—Muerta.

—Sí.

Yo quiero un Kenneth Al Capone que me deje utilizarlo :")

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