Capítulo 20
A mediodía, Emerson y Kirik caminaban en silencio rumbo a las máquinas arcades del salón recreativo Gakusei. Allí comenzaría la conversación. Después de clases, solo salían palabras de índole educativo y eso no era nada divertido para dos estudiantes con mucho dinero en los bolsillos y no tenían otro destino que la diversión. Los videojuegos borrarían todo lo aprendido, que era lo que buscaban una vez que salían del colegio. Solo quedaría el uniforme, como única prueba de que estuvieron en clase.
Entre dos estudiantes tan disparejos. Kirik, un adolescente de quince años, escuálido y cuadrado, tenía como amigo a un chico vigoroso y de gran hermosura. Los juegos de arcade fortalecían y diezmaban una amistad de muchos años. También compartían la mala suerte y casi nunca reñían.
—Street Fighter es el mejor juego de lucha, entiende —afirmó Emerson con total seguridad.
—No, Mortal Kombat lo es... —arguyó Kirik sin plena certeza.
—Seguramente quieres perder otra vez en las máquinas —dijo Emerson con un aire de soberbia.
—Esta vez algo me dice que perderás tú —contraatacó Kirik rascándose la nuca.
—Eso no pasará porque la suerte está de mi lado.
—Soy tan bueno como tú.
—Ahora que lo pienso —dijo Emerson pensativo—. Ayer debimos venir. No hicimos nada en clase y si hubiéramos faltado no habría pasado nada.
—Mis padres siempre me dicen que no debo dar nada por sentado, incluso cuando dicen que no hay clases. Por eso siempre vengo al colegio.
Emerson se acomodó la gafa deportiva de la frente, y Kirik volvió a arreglarse el cabello negro, revuelto por las ráfagas. Entraron al salón recreativo Gakusei, pero no vieron jugadores para retar. Las máquinas de los juegos más populares lucían vacías a excepción de una. A pesar de eso, había mucho bullicio dentro: solo faltaban los estudiantes. A la hora de la salida en el salón ya no cabía ni un alfiler.
Emerson y Kirik compraron fichas a un tipo de patillas pobladas, con un nunchaku en el cuello. Luego caminaron en dirección a una de las máquinas. Sin querer, vieron a un hombre de cresta rubia sentado frente a una máquina. A un costado, había una mesa con envoltorios de comida rápida y vasos desechables.
—¿Y ese quién es? —preguntó Kirik viéndolo con inquietud.
—Él es Micky, apodado Cabeza de Pollo.
—¿Igual que el perro que vemos por aquí?
—Sí, creo que no ha salido en varias semanas de acá para alcanzar el nivel Lord en Tekken, que solo posee el dueño del Gakusei.
—¿Hablas del hombre o del perro? No me respondas.
Antes de jugar, Emerson se dio cuenta de algo y volteó a mirar hacia su izquierda. Kirik no sabía qué era lo relevante.
—Mira, ¿no son las mismas chicas de ayer? —preguntó Emerson con interés.
—No sé —respondió Kirik— creo que sí, pero ¿qué piensas hacer? No vinimos a ver chicas.
—Son hermosas... Yo creo que deberíamos hablarles.
—Y yo no creo que sea buena idea.
—Con esa actitud, nunca tendrás novia.
—Prefiero centrarme en mis estudios, gracias.
—Yo ya no pienso así.
—Entonces háblale tú.
—Eso voy a hacer.
—Yo te espero aquí, jugando.
—La de cabello castaño tiene unos ojazos... —Emerson giró sobre su propio eje—. La pelinegra es también bonita, pero primero le voy a hablar a la de cabello castaño.
—Oye, tranquilo, no vendas la piel de oso antes de cazarlo.
—Perfecto... Deseame suerte.
—Suerte, hermano.
En ese momento, Tania se sentía aburrida de tanta diversión, así que se despidió de su amiga y caminó rumbo a la salida, sin mirar a ninguno de los chicos.
Abigail jugaba en la máquina expendedora de regalos, pero no había tenido mucha suerte. La máquina parecía quitarle un pedazo de buen humor cada vez que fallaba. Pensaba irse antes de perder la paciencia.
Emerson tenía confianza y no veía el fracaso por ningún lado. Nada malo debía pasar si traía consigo la hombría, que hace poco había desenterrado. También era guapo, no se drogaba y tenía buena higiene. Solo necesitaba las palabras correctas. Aquella chica de gran belleza era su inspiración, pero los nervios podían malograr su frase perfecta para romper el hielo. Una frase de amor o un saludo cortés para no quedar como un tarambana. «Algo me trajo hasta aquí, fue tu belleza», se dijo. Ya estaba preparado. Ya quería soltar la frase. La tenía a solo un metro.
Emerson se puso detrás de ella, se aclaró la garganta y dijo con toda confianza:
—Algo me trajo hasta aquí, fue tu belleza...
Abigail no lo escuchó.
«Habla más fuerte, estúpido», se dijo Emerson.
—Algo me trajo hasta aquí, fue tu belleza.
—No me interesa —respondió Abigail.
No ocurrió el amor a primera vista. Emerson quedó desprotegido ante esas palabras que tenían púas. Transcurrieron varios segundos y no hubo ninguna conexión. Él la miraba, pero ella no. Era momento de la retirada o de sacar la bandera blanca. No veía otro camino que el de regreso, cuando ya se veía triunfante. Tuvo que guardar aquella sonrisa que estaba lista para mostrar. Con esa respuesta, todo su arsenal se vino abajo.
Antes de que Abigail se fuera, Emerson empezó a hilvanar palabras al azar. Debía luchar contra los nervios y contra el iceberg que había puesto Abigail. Sería algo burdo, pero era todo lo que tenía para ofrecer.
—Ayer discutí con un compañero que le gustaba TikTok —Emerson se rio solo—. Fue muy gracioso lo que me contó...
—Espera, ¿dijiste TikTok? —le interrumpió Abigail.
Emerson quedó callado unos segundos cuando esos ojos marrones lo miraron.
—Sí, esa aplicación —respondió Emerson seducido por los nervios.
—¿Te gusta TikTok? —le preguntó Abigail.
Esa pregunta puso en aprietos a Emerson, porque odiaba TikTok y eso solo lo sabía su mejor amigo Kirik. Debía hacer lo más sensato en esa situación. Ya no sabía cómo salir: solo debía continuar hacia adelante, aunque podía verse así mismo haciendo el ridículo. El corazón le decía sí a todo, pero la razón no lo respaldó.
—Claro, me gusta un montón —respondió Emerson con una sonrisa poco auténtica—. Entro a cada rato.
—Eso es... ¡Grandioso! —Abigail gritó emocionada.
—Sí, ¿verdad? —dijo Emerson rascándose la nuca.
—¿Y qué tiktoker te gusta?
—Pues no sé...
Kirik se cansó de ganar partidas en la máquina y fue a la expendedora de chicles. Al poco rato, Emerson volvió como alguien que acababa de sufrir una goleada en un partido de fútbol. Un semblante semejante a alguien con poca suerte. Sus ojos no brillaron y había una expresión pesada y grande que tenía sabor a fracaso. La infelicidad se resumía en su manera de caminar. Pero intuía que había algo más escondido en ese semblante.
—¿Cómo te fue? —preguntó Kirik con expectación.
—¿No viste nada?
—Estaba ocupado... Cuéntame ya.
—Bueno pues... Al comienzo fue difícil, pero, gracias a mi encanto y mi sonrisa, ella cayó a mis pies. Tú te hubieras rendido a la primera negativa.
—¿En serio? ¿Y ya son novios?
—Pues no... Todavía. Eso solo pasa en las películas, Kirik.
. . .
Al regresar a la casa, Abigail subió a trompicones hasta su alcoba porque había llegado otra vez tarde. Sabina no tuvo tiempo ni de abrir la boca luego del saludo fugaz de su nieta. La muchacha arrojó la llave y su mochila a la cama impecable. Sin descambiarse, alzó el celular para grabar su siguiente tiktok. Tenía muchos corazones en sus videos, pero no eran suficientes. Ella quería más y más, porque debía alcanzar a las bailonas más populares. Ese era su propósito en la plataforma.
Entretanto, en casa de su amiga, Tania entró a su habitación luego de comer. Había más carpetas que ropa limpia. La diversión esperaba en una esquina. Su celular se hallaba cerca de sus deberes y no era muy bueno para las ganas que tenía por realizar sus tareas. De repente, se preguntó si todos los profesores serían así de estrictos. De ser así, la alegría huiría del miedo. Tania les tenía un profundo respeto a los profesores que irradiaban impaciencia y austeridad.
Después de las tareas, pidió permiso a su taciturna madre para poder usar TikTok. Su progenitora dio luz verde a su petición y luego Tania desbloqueó su celular y entró a la aplicación a ver sus coreografías favoritas.
En cambio, Abigail terminó de grabar el video definitivo y lo publicó. Después, agarró su carpeta para ver qué tarea tenía pendiente. Al ver los primeros corazones en su video, decidió abrir TikTok otra vez.
Minutos después, Sabina tocó la puerta, interrumpiendo su momento de asueto. Abigail cerró la aplicación y fue a abrir la puerta con enojo.
—Qué pasa, abuela... —dijo Abigail con evidente enfado en su expresión.
—Hola, hija —dijo Sabina.
—Ya le dije que no me diga hija.
—Ya, no lo haré.
—¿A qué se debe su visita a mi alcoba?
—Venía a decirte que ya está la cena.
—¿La cena? ¿A las cinco?
—Sí, hija... digo, Abigail. Es que me salió riquísima la comida el día de hoy.
—Bien, bajo enseguida.
Sabina no se movió ni un centímetro.
Abigail bajó al comedor, dejando la puerta de su habitación entreabierta. Momento oportuno para su abuela, que entró a la alcoba a buscar el periódico que tanto deseaba arrugar y romper. Todavía no lo había encontrado y ya quería quemarlo. Pero ella se estaba quemando al no hallar el papel impreso. Debía aplastar la verdad, porque la mentira aún tenía pies para sostenerse y no era momento para que la verdad saliera a la luz.
Finalmente lo halló luego de esculcar en su escritorio. Sabina volteó a mirar para ver que no viniera Abigail. Cuando lo tuvo en sus manos, su nieta volvió a entrar a la habitación y se detuvo en la puerta, asombrada al ver a su abuela encorvada. La joven empezó a sospechar de su extraña actitud. Sabina, con disimulo, enrolló el periódico, pero la verdad, que intentaba ocultar, se encontraba resbalosa.
—Abigail, me asustaste —dijo Sabina escondiendo el periódico detrás de ella.
—Vine por mi celular...
Su abuela aprovechó para saber algo.
—Abigail, ¿hace cuánto tienes estos periódicos?
—Tania me los regaló hace poco, ¿por qué?
—Por nada, vayamos a comer.
—Abuela, ¿qué tienes en las manos?
—Papel viejo, es basura.
—Usted me está mintiendo.
Sabina retrocedió y Abigail sospechó. El periódico fue el más afectado, ya que sufrió a manos de su abuela. Se arrugó un poco y cayó a la cama. Su nieta no lo perdió de vista y la esperó mirando su celular. Sabina se acercó con disimulo a la cama para levantarlo, pero el sonido del teléfono malogró su objetivo.
—Abuela, el teléfono está sonando abajo.
—No debe ser nadie importante.
—Tal vez lo es, abuela.
Sabina arrugó la portada del periódico y volvió a ponerlo donde estaba. Salió de la habitación, viendo a Abigail acercarse al escritorio, pero estaba tan distraída con el celular que desistió.
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